Por
Raúl Kollmann
La conexión local eran ellos mismos: los 19 suicidas.
Algunos vivieron en Estados Unidos desde 1988 y la mayoría
desde 1992 y 1993; tres fueron formados en bases de la Fuerza Aérea
norteamericana, pero es posible que siete hayan sido pilotos militares
aún antes de eso; hay pruebas contundentes de que 14 de los 19
estuvieron en la Florida, salvo durante pequeños lapsos, desde
junio de 2000 hasta ahora.
El
trabajo de inteligencia lo hicieron ellos mismos, los 19 suicidas.
Hay evidencia de que Mohamed Atta estuvo días y días
en el aeropuerto de Boston y también en el de Portland. Hay imágenes
grabadas de circuitos cerrados de televisión en las que se ve claramente
que ellos estudiaron los aeropuertos.
No
tuvieron el esquema clásico de cuatro células sin conexión
entre ellas y con un jefe que, de arriba, era el único que conocía
todo el operativo.
En verdad, se trata de un esquema casi opuesto: una secta que está
llena de hermanos y primos: hay tres Alsheri, cuatro Alhamzi, tres Alghamdi,
y está probado que dos de los que tienen apellidos diferentes eran
primos. No sólo que hubo hermanos que se inmolaron en diferentes
aviones, sino que quienes alquilaron autos conjuntamente terminaron en
distintos vuelos. Siete de los 19 pasajes se compraron con la misma tarjeta
de crédito. O sea que estamos ante un grupo que fue una organización
en sí mismo. En Alemania, por ejemplo, vivieron en un mismo departamento
un suicida que estuvo en uno de los aviones que salió de Boston,
otro suicida que estuvo en el segundo avión que despegó
de Boston y tres que tomaron el vuelo que se estrelló en Pennsylvania.
Un
interrogante enorme: el dinero.
Gastaron una fortuna en la operación y este es por ahora el
único punto que podría conectarlos con Osama bin Laden.
Sólo en pasajes, pagaron 70.000 dólares entre el 25 de agosto
y el 11 de septiembre. Por ejemplo, pagaron pasajes en primera de 3.000
dólares y dos de los suicidas que hicieron entrenamientos en simuladores
de vuelo afrontaron costos de 20.000 dólares en las escuelas de
la Florida. Mohamed Atta estuvo, sólo en este año, en Alemania,
Canadá, la Florida, Boston y Portland. Los hermanos Al Shehhi fueron
a visitar a sus padres en Arabia Saudita en diciembre y Ziad Jarrah fue
a ver a su novia turca en Alemania, pasó por el Líbano y
volvió a Estados Unidos. A ninguno se le conocieron trabajos en
los últimos dos años y, es más, algunos hacían
ostentación de su poca voluntad para conseguir un empleo. En otras
palabras, gastaban al menos unos 1500 dólares cada uno en alquilar
su vivienda y cifras considerables para vivir, alquilar vehículos
y viajar. Un cálculo conservador habla de unos 3.000 dólares
por mes y por persona, que multiplicado por 19 suicidas da 57.000 dólares
por mes. Toda la impresión es que el plan se puso en marcha, como
mínimo, en junio de 2000, o sea que sólo para los
gastos comunes de los suicidas hubo una inversión de 800.000
dólares. A simple vista, da la impresión de que alguien
financió el golpe, más allá de que en algunos
casos se trataba de jóvenes que venían de familias
más bien acaudaladas de Medio Oriente. El padre de Ziad Jarrah
le había enviado 2000 dólares siete días antes de
los atentados.
No
hay antecedentes de una organización de este estilo.
Desde el primer día, Página/12 viene señalando
que estamos ante un fenómeno nuevo, nunca visto. Insistimos en
que no se trata del conocido perfil de los suicidas que se han visto hasta
ahora jóvenes, de zonas pobres y escasa formación,
sino que resulta llamativa la cantidad de suicidas que participaron en
el hecho, 19, y casi todos con formaciónuniversitaria, de clase
media y algunos rondando o pasando los 30 años. Además,
no se trata de islámicos practicantes ya que está probado
que consumían alcohol en Miami y en Hamburgo, más
de uno convivía con su novia y no era inhabitual que las mujeres
que andaban con ellos vistieran minifalda.
Hay otro elemento que llama la atención: se trata de una organización
que no compró armas ni explosivos, lo habitual en los grupos terroristas.
Con esto se salieron del circuito habitual sobre el cual la CIA tiene
cierto control. También deben haber estado fuera del circuito habitual
de las organizaciones fundamentalistas conocidas pues alguna luz de alarma
se hubiera encendido ante una operación de semejante envergadura.
Los datos más recientes indican que al menos los padres de tres
suicidas y la novia de uno de ellos no sólo no tenían ni
la menor idea de la operación sino que jamás les escucharon
comentarios radicalizados anti-norteamericanos y menos aún posturas
de fanatismo religioso.
La
investigación debería ser la clave.
Determinar quién cometió los atentados es decisivo
para posicionarse frente a la represalia que se viene. Por lo que se ve
hasta ahora, Estados Unidos está dispuesto a bombardear lo que
sea principalmente Afganistán como respuesta a la presión
del ciudadano común. En ese marco, Bin Laden (el principal sospechoso)
y los afganos son un buen enemigo: están aislados, responden a
modelos reaccionarios de sociedad no mucho más reaccionarios
que, por ejemplo, los aliados sauditas de Washington y, además,
a alguien hay que echarle la culpa. La investigación es la clave
porque es la única chance de que haya justicia: lo demás
será venganza y, tal vez una matanza que no le pasará ni
cerca a los ejecutores del siniestro crimen de Nueva York y Washington.
Por
SUSAN SONTAG *.
Psicoterapia
La campaña en la que se unieron todas las voces autorizadas
parece tener como objetivo la infantilización de la opinión
pública. ¿Quién reconoció que no se
trataba de una agresión cobarde contra la civilización
o la libertad o la humanidad, ni siquiera
contra el mundo libre, sino de una agresión contra
Estados Unidos, que se autoproclama superpotencia mundial, una agresión
que es la consecuencia de ciertas acciones y de ciertos intereses
norteamericanos? ¿Cuántos norteamericanos saben que
los bombardeos norteamericanos sobre Irak continúan? Y ¿quién
es más cobarde? ¿el que mata sin temor a represalias,
desde lo alto del cielo, o el que acepta morir para matar a otros?
En cuanto al coraje una virtud moralmente neutra, digamos
lo que digamos de los que perpetraron la masacre del martes, no
podemos decir que fueran cobardes. Ellos serán
perseguidos y castigados, sean quienes sean ellos. Nosotros
tenemos un presidente-robot que nos asegura que Estados Unidos siempre
tiene la cabeza levantada. Los responsables de la política
norteamericana, y los que querrían serlo, nos hicieron saber
que su tarea no es otra cosa que manipulación: dar confianza
y convertirse en gestores del dolor. La política, la política
de una democracia que implica desacuerdos y que favorece la
sinceridad ha sido reemplazada por la psicoterapia.
* Ensayista y novelista norteamericana.
por ALAIN TOURAINE *.
El Islam guerrero
Una interpretación se me impone de los hechos del 11 de septiembre.
La tentación de las nuevas burguesías nacionales
musulmanas de aliarse a los desheredados de los pueblos fue anulada
por la fuerza de atracción de la economía globalizada
bajo el dominio norteamericano. Redes poco visibles de militantes
reemplazan a los partidos políticos y las organizaciones
en masa. Esas redes ya mostraron que saben financiar, preparar y
realizar grandes actos terroristas; saben ya, que hay numerosos
hombres dispuestos a dar la vida por su fe y su causa. Estamos muy
lejos de la Guerra Fría; lejos también de las guerrillas
y de los ejércitos que se entregan a las masacre, por ejemplo
en Sudán; entramos a una guerra de sombras, como si el mundo
entero se hubiera convertido en un gigantesco país vasco.
Lo que se opone más al estado de guerra del siglo XXI es
lo que fue en el siglo XX. Después de cincuenta años
de dominación capitalista y colonialista, el siglo XX vio
estallar por todos lados revoluciones, de las cuales muchas originaron
regímenes totalitarios o autoritarios. El nuevo estado de
guerra que se instaure opondrá centros en plena luz a adversarios
que en todas partes del mundo y en cada sociedad se considerarán
como en guerra con el sistema económico y político
del que Estados Unidos es el centro principal pero no el único.
* Sociólogo francés.
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