Por
Silvina Szperling
Después de un cierto punto, no hay retorno. Ese es el punto
al que debes llegar, reza el epígrafe para la obra Les Veilleurs,
que el coreógrafo Josef Nadj trajo a Buenos Aires, en el marco
del III Festival Internacional. Nacido en Kanjiza, en Vojvodina, una región
de Yugoslavia, Nadj se trasladó muy joven a Budapest para asistir
a la universidad. Yo quería partir de Kanjiza. Entonces me
fui a estudiar Historia del Arte a Budapest y en forma casual comencé
a practicar teatro de movimiento. Esto se convirtió en algo más
fuerte que mis estudios, por lo cual decidí interrumpirlos y profundizar
en la práctica escénica. Así que fui a París
para descubrir, para aprender, para ver. Y allí descubrí
la danza contemporánea, explica el coreógrafo en la
entrevista con Página/12.
En París pasó 10 años bailando intensamente para
distintos coreógrafos, en una cadena que hilvana a Catherine Divèrres
con Mark Tompkins y François Verret. Para los varones es
muy fácil hacer carrera en la danza francesa. hay muchas oportunidades.
Yo tenía 23 años cuando llegué a París y ha
sido todo muy vertiginoso, acota Nadj. En el 86 decidió
fundar su propia compañía, impactando a la escena parisina
con su primera obra: Canard Pékinois, inspirada por los recuerdos
de su ciudad natal. Enseguida los funcionarios culturales de Orleans pusieron
el ojo en este original coreógrafo que integraba el teatro físico
y el circo con la danza contemporánea. Mi situación
en Orleans ha ido evolucionando. La primera vez fui sólo por 3
meses a una residencia en 1987. Luego volví en 1990 como creador
asociado, contratado por la ciudad por 3 años, pero sin dejar de
vivir en París. Finalmente, en 1995, la ciudad de Orleans ha decidido
crear su propio Centro Nacional Coreográfico, del cual me ofreció
la dirección.
Josef Nadj continúa interesado por los temas que lo llevaron en
su adolescencia a la universidad. Suele hacer pie fuertemente en la literatura
para la creación de sus obras. La crítica europea siempre
ha relacionado su universo al de escritores como Borges, Beckett, Büchner.
En el caso de la obra que trajo al festival, Nadj se metió con
Kafka. Les veilleurs es un homenaje al universo de Franz Kafka.
Es curioso, porque mi trabajo siempre había sido calificado como
kafkiano. Con decirte que cuando hice Comedia tempio, en 1990, que no
tenía que ver con él, al menos conscientemente, nos seleccionaron
de un festival en Italia dedicado a ese autor. Éramos el único
grupo cuya obra no estaba basada directamente en Kafka y fuimos premiados,
paradójicamente, como los más kafkianos. Esta situación
kafkiana me llevó a pensar que, algún día, consagraría
una pieza a él. Pero, si bien desde muy joven Kafka es mi autor
favorito, esperé 14 años para componer algo especialmente
dedicado a su universo, porque quería evitar lo obvio. Ahora ya
está hecho, comenta risueño Nadj.
¿Cómo es su método de trabajo con una obra
literaria?
En este caso no nos hemos concentrado en ningún libro en
particular, hemos leído a Kafka en general. Elegimos algunos cuentos
para encontrar los motivos, los temas centrales, como por ejemplo la idea
del doble, que tomamos para un dúo que yo interpreto con una bailarina.
Son dos personas que siempre están juntas, que no se ven y luego
se reencuentran. Es un motivo que el escritor tomó del teatro idish
y que aparece mucho en su obra. Otros motivos son tomados y luego metamorfoseados.
Por supuesto, no hemos trabajado sobre la metamorfosis en sí, porque
es demasiado evidente.
¿Todos los integrantes de la compañía investigan
a la par?
Todos pueden leer a voluntad y comentan he visto esto o lo
otro. Yo hago algunas elecciones y luego entramos en un largo período
de improvisación para construir material escénico sobre
lo leído. Luego cerramos los libros y no hablamos más acerca
de ellos. No queremos hacer un salón literario, una actividad de
discusión que podría serinterminable. Hemos partido de Kafka
pero hemos llegado muy lejos. Una lejanía que significa que nos
acercamos a nosotros mismos. Intentamos crear un universo particular que
dialoga con Kafka, que habla de nosotros mismos como artistas.
Su cuerpo se conmueve, tiembla levemente cuando se le pregunta por los
atentados terroristas en Estados Unidos. Es un hecho que forma parte
del actual mundo geopolítico y que, evidentemente, nos toca a todos.
Pero en mi trabajo yo trato problemas universales. No hacemos periodismo.
Por ejemplo, en referencia a la guerra de Yugoslavia, que me ha tocado
en lo personal, ya que es mi propio país el que estalló,
he creado una pieza que investiga en esta temática, este estado,
esta velocidad de cambio. Pero no he tratado directamente los hechos de
Bosnia o Croacia, sino que hablo en general sobre este estado de guerra
a través de mi obra Lanatomie du fauve. Está basada
en una historia que acontece en la Primera Guerra Mundial, la de un viajero
europeo en Africa que se suicida al no poder retornar a su país
porque estalla la guerra. Lo que me interesa es tomar la dimensión
de la Historia y la relación entre el individuo con la fuerza de
la Historia, y ver cómo esa interacción de fuerzas puede
crear una tragedia personal. Evito el modo periodístico, ya que
las piezas permanecerán en nuestro repertorio varios años
y los conflictos históricos se desplazan constantemente. Incluso
pensaba llamar a nuestra versión de Woyzeck, Woyzeck en Sarajevo,
pero para cuando finalizamos la obra el conflicto se había mudado
y hoy en día no sé cómo debería llamarla:
¿Woyzeck en no sé dónde? Tal vez Woyzeck
en Nueva York.
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