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Una bella perdedora y su cóctel de sadomasoquismo

El estreno del film �La profesora de piano�, de Michael Haneke, permitirá descubrir el mundo de Elfriede Jelinek, una escritora austríaca en la línea polémica de Karl Krauss y Thomas Bernhard.

Por Ana Bianco

Ganadora del gran premio del jurado en el último Festival de Cannes, La profesora de piano será –a partir del jueves– la primera película que llegue a la cartelera de Buenos Aires de Michael Haneke, un cineasta alemán de nacimiento y austríaco por adopción, que ha venido haciendo algunos de los films más perturbadores de los últimos años, como lo vino a probar en la retrospectiva que, en abril pasado, le dedicó el Festival Internacional de Cine Independiente. Con la excepción de su versión de El castillo, de Kafka, Haneke prefiere trabajar sobre guiones propios –como el impresionante Funny Games (1998), que se consigue en video bajo el título Horas de terror–, pero en el caso de La profesora de piano adaptó una novela de Elfriede Jelinek (Viena, 1946), considerada en su país como la escritora más importante de su generación. Crítica sagaz de la modernidad, discutida y atacada, Jelinek pertenece a la escuela de los grandes polemistas y misántropos austríacos, como Karl Krauss o Thomas Bernhard.
Quizás esa virulencia fue lo primero que atrajo a Haneke de La profesora de piano, cuya trama gira alrededor de Erika (Isabelle Huppert), una profesora de piano del Conservatorio de Viena que convive en una relación enfermiza con su madre (Annie Girardot). Erika tiene además un lado oscuro de su sexualidad, que alimenta con videos porno, una cuota de voyeurismo y automutilación masoquista. Un cóctel que se altera ante la presencia de un joven estudiante (Benoit Magimel) que intenta seducirla.
“Tenía dudas de dar el permiso para la adaptación, porque mi prosa está muy orientada al uso del lenguaje”, confesó Jelinek a la prensa europea. “No podía pensar a mi novela convertida en un film, pero siempre supe que sólo podría trabajar con un director como Haneke, capaz de yuxtaponer su propio canon de imágenes con el texto.” En Austria es bien sabido el hecho de que el padre de Jelinek terminó sus días en un manicomio, lo que llevó a especulaciones acerca del carácter autobiográfico que podría tener La profesora de piano. “No es una novela autobiográfica, aunque naturalmente contiene muchos elementos que tienen que ver con mi vida”, admitió Jelinek. “Lo interesante en la historia es la resonancia. En este caso, esta mujer carga con la desintegración psicológica de quien lleva en sus hombros la cultura austríaca que ella misma idealiza. La experiencia de su sexualidad se expresa en voyeurismo: una mujer que no puede involucrarse con la vida ni con el deseo. Hasta el derecho a ver y mirar es un derecho masculino. La mujer siempre es a la que miran, no la que mira. Psicoanalíticamente, estamos lidiando con una mujer fálica, quien se apropia del masculino derecho a mirar y quien no obstante paga esto con su vida. Ella no es para nada insana, neurótica sí, pero no insana. Tiene el derecho a elegir un hombre y decidir cómo la torture él, es decir la dominación dentro de la sumisión. Ella no puede controlar la manera de tener sexo.”
La novela en su momento fue tildada de pornográfica. Jelinek se defendió así: “La novela es lo opuesto a la pornografía. La pornografía sugiere deseo en todas partes y en todo lugar y en cualquier momento. La novela comprueba que esto no existe, que es una construcción. Estoy acostumbrada a no ser entendida. La gente me culpa por los aspectos que trato de analizar cuando escribo”. A la controvertida Jelinek se la puede ir descubriendo en el documental Bella perdedora (1998), de Theo Ross, que integra la videoteca del Goethe Institut. Por medio de entrevistas y fragmentos de sus obras, el film muestra otra imagen de Jelinek, quien en un tramo afirma: “Me interesan sólo los perdedores”. Pese a sus palabras, resultó ser la elegida en 1998 al obtener el Premio Büchner, la máxima distinción en la literatura alemana, al que se sumó un homenaje en el Festival de Salzburgo y el reconocimiento obtenido por Una obra deportiva, su última obra teatral. La misma Jelinek, con su cara angulosa y ojosimportantes, no deja de sorprenderse: “Soy elogiada como autora dramática cuando yo no sé nada de teatro. Escribo contra el teatro. No me imagino personas vivas en el escenario”.
El documental presenta a Jelinek en una forma distinta, en un diálogo sincero que la muestra vulnerable y donde expone algunos recuerdos de su vida: cómo siendo niña diseñaba la ropa para su muñeca Barbie y su mamá, ambiciosa, quería convertirla en pianista. El film la muestra como una feminista a ultranza y defensora de ideas izquierdistas, que ha recibido la repulsa de la prensa de derecha en Viena.Pero la exhibe también en una frívola sesión fotográfica para la revista Stern. “El peor lugar para un artista es la fama”, afirma sin embargo Jelinek. “Me considero una perdedora. Desde muy chica he vivido experiencias extremas.”

 

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