Por Gabriel A.
Uriarte
Enviado
especial a Nueva York
Hasta la semana pasada, Nueva
York apenas era consciente de que disponía de un barrio afgano.
Aún ahora parece no caer del todo en la cuenta, y los habitantes
de dicho barrio parecen preferir que sea así. ¿Cómo
se enteró que este restaurant es afgano?, preguntaba con
cara muy poco amigable Abdul Mosaver, gerente del restaurant Kabul Kabab.
Al decir verdad, no era sencillo. La zona afgana se encuentra en el barrio
de Queens, pero no podría estar más lejos del barrio árabe
en el sur, centrado en la avenida Atlantic. Es un pequeño y, por
lo menos ahora, muy disimulado enclave dentro de la zona de Flushing,
en el norte de Queens. La zona es abrumadoramente coreana, y los coreanos
no parecían ser para nada conscientes de que tenían a afganos
a sólo cuadras de distancia. Esperemos que siga así,
agregó uno de los comensales del Kabul Kabab.
Los afganos neoyorquinos enfatizan su condena al atentado y a los talibanes,
y los que pudo hablar Página/12 no daban ninguna razón para
suponer que estaban mintiendo. La mayoría son refugiados de la
guerra contra los soviéticos y la posterior guerra civil que terminó
con los talibanes en el poder; por lo tanto, son ferozmente anti-talibanes
y ferozmente partidarios de la Alianza del Norte, cuyo líder histórico
Ahmed Shah Massoud, recientemente muerto en un atentado suicida, es tratado
como un mártir. En cierto sentido, sus quejas son similares a las
de los antifascistas alemanes e italianos arrestados como espías
por los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Esto va a hacer
que piensen que todos los afganos son iguales... Tengo miedo de salir
a la calle, confesó Mohammed, quien no quiso dar su apellido.
Es por eso que los líderes de la comunidad afgano-americana se
muestran muy ansiosos de expresar su repudio a los ataques. En Afganistán
hemos presenciado atrocidades por dos décadas, pero no vimos un
barbarismo tal contra una población civil... En Nueva York, nuestros
héroes son no sólo el personal de rescate sino las víctimas
inocentes, enfatizó Vaus D. Aslan en una carta abierta a
George W. Bush. Nos paramos lado a lado con nuestros conciudadanos
norteamericanos y el resto del mundo en condenar estos actos de violencia
y en esperar que los culpables sean juzgados, declaró oficialmente
La Fundación de la Comunidad Afgana. Sin embargo, ese mismo mensaje
revelaba el aspecto posiblemente contraproducente de tales declaraciones.
Realizamos esta condena a pesar de la enorme cantidad de cartas
de odio que recibimos de muchos norteamericanos, y continuaremos rezando
por las víctimas.
En el restaurant Kabul Kabab la actitud era menos ambigua: no querían
publicidad. Si los afgano-americanos se salvaron por ahora de los justicieros
por cuenta propia, no han tenido la misma suerte con los periodistas.
Sí, ustedes vienen todo el tiempo, y toman notas y escriben
y entonces todos saben adonde estamos, se quejó Mosaver.
Su establecimiento no tiene nada en la vitrina que permita identificarlo
como afgano salvo si se sabe el nombre de la capital Kabul, lo que
es cada vez más probable a medida que se discuten los planes de
represalia. El periodista entra incierto, y es sólo el menú,
que describe platos afganos-persas, el que elimina las dudas.
Pero todavia hay que atravesar la barrera de los mozos, que podían
ser hispanos o asiáticos pero jamás afganos.
Además de los problemas de publicidad, muchos afganos parecen rehuir
a los medios por la enorme cantidad de personas que se describen como
periodistas que caminan por Nueva York. Usted me dice que es periodista,
pero yo lo primero que veo es que está tomando notas, mirando a
su alrededor... ¿Cómo puedo no tener sospechas?, explica
Mosaver. ¿Quétemen? ¿Las autoridades o los justicieros?
Espero que siempre podamos hacer esa distinción, entrepuso
lúgubremente uno de los pocos clientes afganos. Se sentaba a la
misma mesa que Mosaver, y tras la entrevista con Página/12 volvieron
a hablar discretamente en su esquina, mirando cuidadosamente a quienes
entraban y salían.
PREPARAN
EL ANUNCIO DE QUE NO HAY SOBREVIVIENTES
Esperando el impacto final
Por G.A.U.
Enviado
especial a Nueva York
Ayer se conmemoró en
Nueva York la primera semana desde la destrucción de las Torres
Gemelas. El día estuvo marcado por la incertidumbre acerca de exactamente
qué se estaba conmemorando. Es que casi hora a hora se espera el
anuncio final que pronuncie a los casi 6.000 desaparecidos como muertos.
La espera se refleja en dos formas contrastadas. Cerca de la barrera en
torno a la zona de exclusión, los policías y trabajadores
de rescate son cada vez más reticentes, y se rehúsan a realizar
cualquier comentario, enojado o no, acerca de si realmente esperan sobrevivientes.
¿Usted ve la CNN, no?, disparó un agente, consciente
de que, según coinciden todos los medios, lo único que se
está retirando son escombros, y no se sabe si hay cuerpos para
retirar.
Fuera de la barrera, la tragedia comienza a extenderse por el resto de
la ciudad. El impacto final no ocurrirá hasta que se emita el anuncio
oficial sobre los 6000 muertos, pero el preludio ya había comenzado
ayer. Donde no había ningún cartel pidiendo información
sobre alguna de las víctimas, ahora hay dos; donde había
dos, ahora hay cinco. Durante viajes en subte y ómnibus, es cada
vez más común ver a alguien sollozar sorpresiva y silenciosamente.
Nadie se atreve a preguntarles sobre lo indecible, porque ya fue dicho.
Sí, quizá muchas personas sobrevivieron enterradas
bajo los escombros, ¿pero dónde cree que están los
fuegos? Un bombero, cansado y parcialmente blanco a causa del polvo,
explicaba así a Página/12 lo que se pensaba detrás
de las bien custodiadas barreras en que bisectan a Nueva York en la calle
Chambers. Pero ya casi no hace falta hacer la pregunta off the record.
Las mismas autoridades realizan declaraciones cada vez más lúgubres.
El alcalde Rudy Giuliani, quien siempre dijo que no había muchas
esperanzas, ayer decía en conferencia de prensa que quedaban muy,
muy pocas.
La conciencia de que esto era así se irradiaba ayer por toda Nueva
York. En el primer perímetro, el más cercano a la barrera,
los bares estaban repletos de empleados en edificios cercanos a lo que
era el World Trade Center. Su regreso al trabajo el lunes había
sido tratado casi con júbilo por los medios, festejado como una
victoria simbólica contra el terrorismo. Pero ayer sólo
se hablaba sobre la escala de la destrucción. ¿Por
qué estoy tan temprano en un bar? Porque lo único que queda
por hacer en mi oficina es mudar lo que no fue destrozado, explicó
Paul, quien vive en Nueva Jersey. En toda la ciudad, parece ser recién
ahora que se perciben los efectos definitivos del atentado, que antes
estaban rodeados de una incertidumbre relativamente reconfortante.
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