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OCUPAR EL ESPACIO POLITICO QUE DEJAN LAS TORRES
A disentir, que gana la derecha

Los atentados del
martes produjeron un crecimiento de las fuerzas de la derecha en Estados Unidos y Europa. El desafío es que sirvan también para reunir las fuerzas que defienden los derechos civiles.

Por George Monbiot *

Si Osama bin Laden no existiera, sería necesario inventarlo. Durante los últimos cuatro años, su nombre ha sido invocado cada vez que un presidente norteamericano buscó aumentar el presupuesto de defensa o liberarse de un tratado sobre control de armas. Fue usado para justificar el programa de defensa antimisiles del presidente Bush, aunque no se sabe que él o sus asociados tengan algo que se asemeje a una tecnología de misiles balísticos. Ahora se ha convertido en la personificación del mal, requerido para lanzar una cruzada por el bien: el rostro detrás del terror sin rostro.
Cuanto más de cerca se mira, más débil se hace el caso contra Bin Laden. Aunque los terroristas que atacaron el martes pueden haber estado inspirados por él, hasta ahora no existen evidencias de que fueran instruidos por él. Pero la presumible culpa de Bin Laden se asienta en la suposición de que es el tipo de hombre que lo podría haber hecho. Pero su culpabilidad es irrelevante: su utilidad para los gobiernos occidentales yace en su poder para aterrorizar. Cuando miles de millones de dólares en gastos militares están en juego, los Estados parias y los jefes terroristas se convierten en un gran valor, precisamente porque puede hacérselos culpables.
Al utilizar a Bin Laden como una excusa para exigir nuevos gastos militares, los fabricantes de armas en Estados Unidos y Gran Bretaña han resaltado su estatus icónico entre los descontentos. Su influencia, en otras palabras, ha sido alimentada por la misma industria que declara poseer los medios para acabar con él. Esta no es la única manera en que la nueva crisis terrorista se ve exacerbada por el poder de las grandes empresas. La negligente seguridad de los aeropuertos que permite que los secuestradores contrabandeen armas a los aviones fue, por ejemplo, el resultado del lobby de las grandes empresas contra los controles más estrictos que el gobierno había propuesto.
Ahora el horror del martes está siendo usado por las empresas para establecer las precondiciones de una marca de terror aún más mortífero. Esta semana, mientras el mundo entero está de espaldas, el primer ministro de Gran Bretaña, Tony Blair, intenta permitir que empiece a operar una planta de óxido mezclado en Sellafield, en el noroeste de Inglaterra. En otro momento, la decisión hubiera llegado a la primera plana. Ahora, probablemente sea invisible. La apertura de la planta, pedida desde hace tiempo por la industria nuclear y resistida por casi todo el resto, producirá una masiva proliferación de plutonio, y una casi seguridad de que encontrará el camino para llegar a manos de los terroristas. Como Ariel Sharon, en otras palabras, Blair está usando el aturdimiento del mundo para seguir políticas que hubieran sido inaceptables en cualquier otro momento. Por estos motivos y por muchos otros, la oposición pocas veces ha sido más necesaria. Pero también pocas veces ha sido más vulnerable. La derecha está tomando el espacio político que se abrió donde una vez estuvo el World Trade Center.
Las libertades civiles de pronto son negociables. Estados Unidos parece listo para levantar la prohibición de ejecuciones extra judiciales llevadas a cabo por sus propios agentes. La CIA puede obtener permiso para emplear violadores de los derechos humanos una vez mas, lo que sin duda significa entrenar y financiar nuevas generaciones de Bin Ladens. El gobierno británico está considerando introducir tarjetas de identificación. Los disidentes radicales en Gran Bretaña ya han sido identificados como terroristas por el Acta de Terrorismo de 2000. Ahora probablemente sean tratados como tales. El autoritarismo que desde hace tiempo se oculta en el capitalismo de avanzada, comenzó a emerger. En las páginas del Guardian del lunes William Shawcross –el amable biógrafo de Rupert Murdoch– articuló la nueva ortodoxia: Norteamérica es, sostuvo, “un faro de esperanza para los pobres y desposeídos del mundo y paraaquellos que creen en la libertad del pensamiento y la acción”. Estos creyentes incluirían presumiblemente a las familias de los iraquíes muertos por las sanciones que Gran Bretaña y Estados Unidos impusieron; a los campesinos asesinados por la guerra por poder de Bush en Colombia; y a las decenas de millones que viven bajo regímenes despóticos en Medio Oriente, sostenidos y patrocinados por Estados Unidos.
William Shawcross concluyó sugiriendo que “somos todos norteamericanos ahora”, un eco de la máxima de Pinochet que decía “somos todos chilenos ahora”: con lo que quería decir que ninguna distinción cultural iba a ser tolerada, y ningún derecho sobre la tierra indígena iba a ser reconocido. Shawcross parecía sugerir que aquellos que se cuestionan el poder de Norteamérica son los enemigos de la democracia. Es una forma diferente de formular la advertencia hecha por los miembros de la administración de Bush: “Si no están con nosotros, están contra nosotros”.
El Daily Telegraph separó una parte de su editorial para un directorio de “idiotas útiles”, que son aquellos que se oponen a un gran intervención militar. Quizás la lista de honor pronto incluya a familiares de algunas de las víctimas, que parecen ser más capaces de moderación y perdón que los editorialistas de la prensa derechista. Mark Newton-Carter, cuyo hermano parece haber muerto en el ataque terrorista, le dijo a uno de los diarios del domingo: “Creo que a Bush habría que enjaularlo por el momento. Es una bala perdida. Está reuniendo a sus fuerzas, preparándose para un ataque militar. Esa no es la respuesta. Gandhi dijo: ‘Ojo por ojo, y el mundo se quedará ciego’ y nunca se dijeron palabras más ciertas. Pero cuando la derecha se pone violenta, tanto las víctimas como los perpetradores son pisoteados”.
Mark Twain observó una vez que “hay naturalezas que nunca crecen lo suficiente para hablar y decir que un acto malo es un acto malo, si no investigaron antes la política o la nacionalidad del hombre que lo hizo”. La izquierda es capaz de declarar categóricamente que el terrorismo del martes fue un acto terrible, sin tener en cuenta de donde procede. Pero la derecha no puede llegar a hacer la misma declaración sobre las nuevas invasiones de Israel en Palestina, o sobre las sanciones en Irak, o el terror apoyado por Estados Unidos en Timor Oriental o los bombardeos en Camboya. Sus facultades críticas hace tiempo que están suspendidas y ahora exige que nosotros suspendamos las nuestras también. Retener la habilidad para discriminar entre las buenas y las malas acciones se hará aún más difícil en los próximos meses, a medida que nuevos conflictos y paradojas desafíen nuestras percepciones. Puede ser que se reúna una acusación convincente contra Bin Laden, con lo que su extradición forzada estaría justificada. Pero, salvo que queramos ayudar a George Bush a usar barbarismos para defender la “civilización” que dice representar, debemos distinguir entre extraditar y exterminar.
El terror del martes puede haber señalado el comienzo del fin de la globalización. La recesión que sin duda ayudó a precipitar, junto con un nuevo y comprensible temor entre muchos norteamericanos ante un compromiso con el mundo exterior, podrá llevar a un proteccionismo reaccionario de parte de Estados Unidos, lo que probablemente provoque respuestas similares en este lado del Atlántico. En estas circunstancias tendremos que ser cuidadosos de no celebrar la desaparición de la globalización de las grandes empresas, si solamente da paso a algo aún peor.
Los gobiernos de Gran Bretaña y Estados Unidos están usando el desastre en Nueva York para reforzar las mismas políticas que ayudaron a causar el problema: aumentando el poder de la industria de defensa, preparándose para lanzar campañas del tipo que inevitablemente matarán civiles, dando licencia a la acción secreta. Las grandes empresas están asegurándose nuevos recursos para invertir en la inestabilidad. Los racistas están atacando a los árabes y musulmanes y culpando a las políticas liberales de asilo por el terrorismo. Como resultado del horror del martes, la derecha está floreciendo en todas sus formas, y nosotros nos encogemos. Pero nodebemos acobardarnos. El disenso es más necesario precisamente cuando es más difícil de expresar.

*Periodista británico, militante ecologista.

 

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