Por Cecilia Hopkins
Por su modo de hablar nadie
creería que Rodrigo García, el director del grupo madrileño
La carnicería, pasó 22 de sus 37 años en Grand Bourg,
provincia de Buenos Aires. Autor de un buen número de piezas que
por estructura y lirismo parecen extensos poemas, sólo dos títulos
suyos se conocieron aquí: Macbeth Imágenes, con dirección
del español Guillermo Heras y Matando horas, en más de una
puesta, una de ellas, de Susana Torres Molina. En estos días, en
el marco del Festival Internacional, García presenta aquí
Conocer gente, comer mierda, en la sala Sarmiento. El hecho de que recién
ahora haya tenido la oportunidad de concretar su primera gira a su país
de origen evidencia muchos años de trabajo empecinado y desde el
llano. Su contacto con la actividad teatral comenzó en la Argentina,
pero apenas llegó a Europa el futuro director se autoimpuso un
período de desintoxicación de métodos y reglas. A
mí me interesaba la comunicación que establece el teatro
como medio de expresión, pero lo que yo había aprendido
aquí en actuación y dirección no me servía
para hacer lo que quería. Así que en España no tomé
ni un solo curso más y comencé a trabajar solo. Sin
embargo, del teatro argentino de antes de su partida, tiene buenos recuerdos.
Había cantidad de gente que hacía cosas muy interesantes,
un teatro fuerte, cañero, como decimos allá, corrosivo,
no conformista, con obras como las de Pavlovsky o la Medea de Inda Ledesma,
afirma.
En 1989 García fundó su propio grupo al que llamó
La carnicería Porque mi padre es carnicero y quería
que trabajara en su negocio con él hasta que se jubilara. Creo
que le puse ese nombre para joder...si, casi para molestar. Pero
las cosas no le fueron fáciles: Me tire unos ocho años
machacando en una línea de teatro que era muy incomprendida en
España, que era tachada de elitista y rara desde los medios de
comunicación, que solamente me hacían caso para maltratarme
un poco. El cambio llegó recién hace tres años
atrás, cuando el director comenzó a recibir propuestas para
llevar sus espectáculos a Francia y en todos los casos, a teatros
nacionales. Mientras tanto, en España solamente tuvo acceso a las
salas alternativas. En este momento estoy viviendo como en estado
de gracia .reflexiona- Hemos sido coherentes y no paramos nuestra actividad
porque sabíamos que necesitábamos hacer ese teatro: pues
ahora los medios nos tratan con respeto y tenemos más público
que los teatro nacionales.
¿Cómo encontró su propio lenguaje de escena?
Intenté sustituir las referencias que tenía acerca
del teatro por otras que venían de las artes plásticas.
Me interesan muchísimo las instalaciones y video-instalaciones,
pero no para trasladarlos literalmente al teatro sino como concepto de
creación: estas formas expresivas me parecen más sugerentes
y más amplias. Del teatro, en cambio, me interesaron cosas que
suelen estar mal vistas: los tiempos lentos, los actores que no interpretan
sino que están allí, reales, pero dentro de un mundo irreal,
los materiales escénicos que no son escenografías, que no
representan nada y que, incluso, son materiales pobres y vulgares. A partir
de esto fui construyendo mi propia poética.
¿Cómo es el público español?
Yo creo que en España la sociedad está muy maltratada
por la calidad de los medios de información. La televisión
tiene un nivel muy bajo pero hay muchísima gente que no se conforma
con lo que le dan. Y aunque sea una minoría, a mí me alcanza
para llenar el teatro, una y muchas veces. Hoy ir a La carnicería
es casi como ser hincha de Boca. De todas formas es un público
muy hijoputa, que no viene entregado, que me critica si siente que no
soy tan duro como al comienzo.
¿También definiría su teatro como vanguardista,
como dice la crítica?La vanguardia para mí es un término
histórico, es algo que ya pasó. Lo que pasa es que se le
sigue llamando teatro de vanguardia a un teatro de lenguaje más
atrevido que otros, más personal o poco ortodoxo. A mí no
me gusta llamar lo que hago con ese término porque la vanguardia
ya pasó a la historia. En cuanto al contenido, yo quiero contar
cosas que tienen que ver con cierto malestar que produce la forma en que
se vive actualmente. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande para que me
prestasen atención, porque no quería hacer obras como ésas
que se convierten en productos culturales o productos de distracción.
Yo prefiero establecer un acto de comunicación con la gente y que
ese encuentro se produzca en una obra de arte más que en un espectáculo.
A partir de ahí intenté hacer un teatro poco ortodoxo para
reclamar atención, para hablar de lo que quiero. Después,
he tenido que demostrar que no he llamado la atención para decir
estupideces sino para proponer un discurso interesante.
¿Su teatro contiene una visión política?
Para mi gusto sí. Lo que no tiene es una visión política
panfletaria. En Conocer gente... hay muchos elementos de performance que
apuntan a lo caótico, a lo violento y tal. Pero la obra tiene una
estructura muy clara, que tiene que ver con lo que antes decía
sobre la mala calidad de la información, con el nivel elemental
y limitado que tienen los sistemas de educación, con la uniformidad
de conceptos sobre lo que es bueno y lo que es malo, lo que es políticamente
correcto y lo que no lo es. Creo que es político cuestionar las
cosas y dar otros puntos de vista, como un intento de ensanchar la capacidad
de percepción de la gente unipensante.
Obras
internacionales y nacionales, para hoy
Actividades y espectáculos internacionales y nacionales
para hoy
- 11 a 14.30
III Encuentro Mujer y Teatro. Coordinado por Marta Bianchi,
Ana María Casó, Mónica DAmato, Beatriz
Seibel y Bibi Vogel.
En el Teatro San Martín, Corrientes 1530. Entrada libre.
-15 hs.
Por favor, sangra, dirigido por Gustavo Lesgart, y Un monstruo,
coreografía de Gerardo Litvak. Espectáculos de danza.
En la Sala Ernesto Bianco del C.C. San Martín, Sarmiento
1551. Gratis.
-17 hs.
Hermosura (Danza). Por el Grupo El Descueve. En La Trastienda,
Balcarce 460. Gratis.
-19 hs.
Hormiga Negra, obra dirigida por Lorenzo Quinteros. En el Teatro
El Doble, Aráoz 727. Gratis.
-20.30
Conocer gente, comer mierda. Por La Carnicería Teatro,
dirigida por Rodrigo García. (España). En Av. Sarmiento
2715.
-22 hs.
La historia de la oca. Por la Compañía Les Deux
Mondes, dirigida por Daniel Meilleur. (Canadá). En la Sala
Casacuberta del Teatro San Martín, Corrientes 1530.
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El
informalismo ruso, o algo que se le parece
El Axe teatro ruso
de Ingeniería trajo al Festival �The White Cabin�, una obra
desconcertante, que puede verse en La Boca.
El
informalismo fue defenestrado por el realismo socialista.
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Por
C. H.
En tren de analizar
The White Cabin (La cabina blanca) el espectáculo que está
presentando el grupo Axe, teatro ruso de Ingeniería, podría
decirse que el Teatro de la Ribera alberga una muestra de revivalismo.
Se podría pensar que en su accionar desconcertante, el grupo retoma
aquel espíritu de libertad que caracterizó a los movimientos
informalistas luego defenestrados por el realismo socialista impuesto
por la Revolución de 1917. Axe propone un conglomerado de acciones
extravagantes y autónomas. Y en su propuesta se podría intuir
una voluntad desesperada por liberar al teatro de toda regla represiva,
con la ¿intención? de retratar el estado de endeblez de
la realidad. Lo cierto es que, a esta altura de los acontecimientos, las
simples actitudes de ruptura no parecen suficientes como para sostener
por sí solas un espectáculo.
Pavel Semtchenko y Macsim Isaaev construyen (con una torpeza que se sospecha
no pueden evitar) ese muestrario de microsituaciones, de las que salen
igual que como entraron, sin evidenciar la menor modificación.
Es cierto que ellos no se definen a sí mismos como actores sino
como operadores del espacio. Pero tampoco parecen dispuestos a desarrollar
sus propuestas, salvo alguna que otra escena, como la pulseada que uno
de ellos mantiene con la actriz que los acompaña, cuando intenta
crucificarla o cortarle la cabeza con un espejo. A todas luces más
apta para el teatro que los propios directores del grupo, Jana Tumina
rara vez tiene un rol activo en este enjambre de bocetos visuales. Su
presencia es utilizada por sus compañeros de escena como uno de
los tantos objetos que allí recibe una manipulación determinada
a la espera de unos resultados, que en verdad resultan muy poco elocuentes.
No tenemos ningún deseo de cambiar el mundo o de mostrar
al público algo que lo haga reflexionar, expresaban los directores
en la información distribuida a la prensa. Eso, al menos, quedó
bien claro.
Los intérpretes atiborran el escenario de cintas elásticas,
juegan enredando botellas con hilos de chicle que sacan de su boca, revientan
bolsitas de agua sobre el cuerpo, descorchan botellas y brindan repetidas
veces a lo largo de todo el espectáculo. No obstante, el estilo
desmañado de estos artistas y sus módicos números
de performance podrían haberse enmarcado mejor en el ámbito
no convencional de un galpón o una disco. En cambio, en el escenario
de una sala tradicional, su teatro de ingeniería luce
disminuido en la lejanía, casi ridículo. Lo más interesante
que aportan es una pantalla construida con tres paneles de papel que les
brinda un acotado espacio de acción hacia uno y otro costado. No
son los operadores lo más interesante para mirar sino las proyecciones
de las pinturas y fotografías que se suceden a velocidades y tamaños
contrastantes.
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