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Piedad,
compasión y justicia
Por Eva Giberti
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No voy a escribir acerca de lo que ocurrió, a pesar de la
afectuosa convocatoria de quienes en otros ámbitos
me invitaron. Ya escribieron, y continuarán haciéndolo,
quienes debían o quisieron opinar. No podría decir otras
cosas más allá de lo ya comentado y repetiría que
los terrorismos no constituyen una clave para la convivencia. Reiterar
que debemos fomentar la tolerancia y admitir el valor de las diferencias
constituyen apreciaciones en las que redundamos desde que el multiculturalismo
y el comunitarismo abrieron un nuevo territorio para el debate y avanzaron
hacia la revisión de los principios éticos, religiosos y
políticos con los que tradicionalmente operó Occidente.
No voy a escribir, entonces, acerca de lo que ocurrió, que se convirtió
en suceso descripto como hecho histórico y es evaluado según
la canónica de los horrores: los que emergen de los escombros actuales
y los que emergen de la responsabilidad estadounidense en la historia
de Chile, de Nicaragua, de Panamá y de Vietnam, por sólo
enunciar algunos. Esta articulación memoriosa organiza la réplica
de innumerables conciudadanos que, hablando de los Estados Unidos, sostienen:
Acordémonos que ellos colaboraron con Inglaterra en la Guerra
de Malvinas; de este modo se enfrentan con el comentario de quienes
no logran desatarse de la crítica espantada: !Qué
barbaridad, cuánta destrucción, qué criminales...!.
Ambas posiciones han puesto al descubierto la dialéctica que regula
el inicio de la búsqueda de justicia cuando dicha búsqueda
aparece, en un principio, regida por la piedad y la compasión hacia
las víctimas. Piedad y compasión, figuras que la filosofía
política reavivó en las polémicas entre los autores
anglosajones y los españoles, intentando diferenciar o no
entre la compassion y la pity (la piedad connotada como superior a la
compasión).
Fueron los politólogos y filósofos españoles quienes,
tiempo atrás y desde la coyuntura política, advirtieron
acerca de la piedad tal como la describió el psicoanálisis,
caracterizándola como una emoción que irrumpe ante el dolor
padecido por la víctima inocente; reacción acompañada
por la indignación y la inmediata demanda de una justicia ejemplificadora,
elemental y primaria.
Es esa reacción piadosa asociada con la justicia punitiva hacia
quienes produjeron el daño la que divide las aguas entre quienes
lloran por las víctimas del ataque terrorista esperando la sanción
contra sus autores y promotores, y aquellas personas que sin dejar
de reconocer la tragedia contestan: Se lo buscaron; es el
resultado de la soberbia y de la explotación de otros pueblos.
En ambas posiciones, la piedad y la compasión hacia las víctimas
apuntan a la justicia; ya sea la justicia que se demanda o la que se supone
ejecutada mediante el atentado. En ambas posiciones, la piedad constituye
una dimensión sentimental que se caracteriza porque es una respuesta
veloz, inmediata, que acerca a los observadores a lo destruido y victimizado.
Es una vivencia que utiliza una perspectiva primaria para concebir la
justicia, cualquiera sea la argumentación de quien la solicita,
la reclama o da por sentado que se lo merecían.
Quienes protagonizan dichas posiciones disidentes, sin embargo, con el
transcurrir de los días han comenzado a unificar los diversos matices
emocionales de la piedad y la compasión, debido al miedo compartido.
Tanto la piedad cuanto la compasión actuadas como respuestas inmediatas
carecen del tiempo, del espacio y de la decisión necesarios para
racionalizar sus contenidos, que originalmente se centraron en las víctimas
del atentado. Pero, sin necesidad de introducir los desdenes de Nietzsche
hacia estos sentimientos, ni los esfuerzos de Spinoza para acomodarlos,
un análisis elemental de lo escuchado esta semana enlaza las divergencias
de las distintas posiciones con la presunción y el pálpito
dealgo grave, tal vez siniestro, que podría involucrarnos. Que
aquello que otros acaban de sufrir se convierta en experiencia propia.
Sin apelar a las violencias terroristas que ya sobrellevamos en la Embajada
de Israel y en la AMIA, lo que podría sucedernos funda una simetría
posible con otras víctimas. Y desactiva cualquier indiferencia.
Nos convierte en merecedores de compasión y de piedad en tanto
y cuanto sujetos vulnerables ante cualquier ataque o como participantes
en una guerra. Es la anticipación de la calidad de víctima.
Esta mecánica, que responde a un ordenamiento lógico, conduce
al punto que con mayor entusiasmo discuten los teóricos: la posibilidad
de que piedad y compasión superen su sentimentalismo original y
se conviertan en virtudes universales. Es decir, en ahijadas de la reflexión
ética, con disponibilidad de respuestas y decisiones racionales.
Claro que esta superación virtuosa, apuntando a la solidaridad
internacional tal como lo pretendía Rorty, cuando sostenía
la necesidad de expandir el nosotros a un número creciente
de ellos, como proyecto político básico para
la convivencia, no es lo que tenemos delante. Por ahora contamos con dos
corrientes de opinión que transparentan la orientación del
deseo: Hay que hacer justicia y castigar a los asesinos de gente
inocente (que elude la idea de responsabilidad social), y otra:
Yo no digo que el terrorismo sea bueno, pero que se lo merecían,
se lo merecían (que elude la idea de inocencia e incluye
el desquite).
No escribiré acerca de lo que sucedió. Sin duda es necesario
que otros lo hagan. Por mi parte, sólo dispongo de herramientas
que me permiten pensar en lo que nos está sucediendo, rumbo a ser
merecedores de compasión y de piedad, puesto que podríamos
protagonizar alguna forma inesperada de victimización. Riesgo que
comienza a convertirse en una vivencia que quizá se encuentre en
el ánimo de innumerables habitantes de nuestro país. El
miedo asociado con el suspenso nos inscribe en el estatuto de víctimas
en borrador, aún no actualizadas en actos catastróficos
y masivos, pero cuyos efectos anticipatorios tienen la eficacia que el
miedo les garantiza. Situación que no conduce a la pasividad, pero
sí al desconcierto.
Según afirman algunos filósofos, compadecemos porque
estimamos y apreciamos a quienes son víctimas, por el solo
hecho de serlo, sin evaluar sus méritos o sus faltas. Si así
fuera, ¿de dónde y de quiénes provendrá la
estima y el aprecio compasivo que como víctimas podría correspondernos
en el futuro, si llegasen a concretarse en acciones algunos de los miedos
actuales?
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