Por Julio Nudler
Aunque cuatro ruedas sean las
indicadas para que cualquier vehículo se deslice armoniosamente,
el caso de Wall Street es diferente. En las cuatro sesiones que celebró
desde su reapertura el lunes 17, descendió a tumbos entre 12 y
13 por ciento, arrastrando a casi todos los mercados especulativos del
mundo, mientras esparcía presagios de una recesión global
cada vez más profunda. De nada vale que los norteamericanos embanderen
con unción patriotera hasta los cochecitos de sus bebés:
como inversores prefieren vender, y parecen resueltos a enfriar su fiebre
consumista ante los nuevos peligros que los acechan. Uno es el de perder
el trabajo, ahora que arrecian los despidos en los sectores más
directamente afectados por el ataque terrorista, como el aerocomercial
y el turístico, por no mencionar a las aseguradoras. Otra amenaza
es más difusa, y se relaciona con la espera de inminentes acciones
bélicas en el Asia islámica. Además de todo, los
norteamericanos se sienten cada día más pobres al ver evaporarse
la burbujeante riqueza accionaria que habían acumulado hasta algún
momento del año 2000.
El solo hecho de que ayer Alan Greenspan admitiera ante el Comité
de Banca del Senado que los atentados afectarán significativamente
a la economía estadounidense en el corto plazo bastó para
propagar un gélido cierzo sobre los mercados. De poco consuelo
fue para los operadores que el presidente de la Reserva Federal afirmase
que, sin embargo, las perspectivas de largo plazo no se ven ensombrecidas,
ya que estarían intactos los fundamentals (esa palabra puesta de
moda en la Argentina de los 90 por los luego desprestigiados gurúes
de la city porteña), lo cual aseguraría una pronta recuperación
posterior. Ante semejante pronóstico, todos prefieren mirar el
bajón desde la tribuna.
Greenspan había anunciado el lunes una baja de medio punto hasta
el 3 por ciento de la tasa directriz, mientras el Banco Central
Europeo hacía otro tanto, reduciéndola a 3,75. Fueron decisiones
coherentes con la masiva inyección de fondos para mantener la fluidez
de los pagos internacionales. Este objetivo se logró, pero el arma
de la tasa de interés es de poco provecho cuando, en razón
de expectativas desfavorables, se derrumba la demanda de crédito.
De hecho, nadie espera un repunte de la inversión en Estados Unidos
antes de que se reabsorba la capacidad de producción excedente
generada durante los últimos años, especialmente en sectores
de punta. Por eso, las miradas se centran en la demanda de consumo, hoy
protagonista de los vaticinios pesimistas.
Para Charles Dallara, del Instituto de Finanzas Internacionales, formado
por poderosos bancos privados, la situación económica
de los países del G-7 y de los emergentes es sombría.
Esta entidad predice que este año fluirán hacia la periferia
mundial 61 mil millones de dólares menos. Esto equivale a presagiar
la diseminación de las tendencias recesivas porque las economías
crecen cuando reciben capitales. La hipótesis es que en épocas
turbulentas la liquidez busca refugio en colocaciones menos volátiles,
rehuyendo a los países subdesarrollados. Los de mayor endeudamiento
como la Argentina afrontan así transferencias netas
de recursos hacia el exterior, lo cual les impide escapar de la deflación.
Esta crisis, no inducida pero sí ahondada por los trágicos
episodios del martes 11, sorprende al capitalismo financiero en medio
de la búsqueda de un nuevo enfoque para el carrusel de la deuda
en el Tercer Mundo. Washington y el FMI ensayan alguna forma de rescatar
a países en peligro -como la Argentina mediante una fórmula
que no consista en prestarles plata para que puedan pagarles tasas estratosféricas
a sus acreedores, sino en garantizar las deudas para reducir drásticamente
su costo, posibilitando así que esas economías retomen su
crecimiento con una situación fiscal no asfixiada por el peso de
los intereses. Pero si los propios países centrales caen simultáneamente
en recesión, crece el riesgo global y es más difícil
armar una ingeniería de salvataje. Tal la situación durante
estas ominosas vísperas de guerra.
Bin Laden y ABN-Amro
El banco holandés ABN-Amro posee un 40 por ciento de las
acciones de la entidad financiera Saudi Hollandi Bank, que tiene
como cliente al grupo Saudi Binladin, propiedad de la familia de
Osama bin Laden. Un vocero de ABN-Amro precisó que no existen
motivos para que la compañía holandesa rompa sus contactos
con su cliente saudita porque no hay relaciones entre la empresa
o la familia Bin Laden con el terrorista. El banco emitió
un comunicado en el que aseguró que hay garantías
de que el disidente saudita no tiene relaciones con su familia,
porque el Saudi Binladin Group, que es cliente del Saudi Hollandi
Bank desde hace ya cerca de 70 años, no
está incluido en la lista de compañías extranjeras
e individuos con actividades no deseadas por el Departamento del
Tesoro de Estados Unidos. Según la información
que el Saudi Hollandi Bank recoge en su página de Internet,
esta entidad fue fundada en 1926 en territorio saudita como el Netherlands
Trading Society, lo cual quiere decir que el 100 por ciento
de su capital era holandés.
|
PLAN
DE RESCATE POR 5000 MILLONES
Línea paracaídas
La presión de las compañías
aéreas estadounidenses para que el gobierno implemente un paquete
de salvataje comienza a tener éxito. Ari Fleischer, vocero de George
Bush, aseguró ayer que la administración propone al
Congreso un plan que responda a las necesidades inmediatas de las empresas.
La ayuda económica ascenderá a 8 mil millones de dólares,
de los cuales 3 mil millones serán desembolsados de inmediato para
que las aerolíneas cubran los costos suplementarios de nuevas medidas
de seguridad.
Fleischer puntualizó que el gobierno entregará 5 mil millones
para compensar las enormes pérdidas financieras de las compañías
aéreas, generadas por la caída en las ventas de pasajes
luego de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
Sin embargo, las empresas demandan un auxilio de 24 mil millones, incluyendo
desembolsos en efectivo, garantías estatales para conseguir créditos
y desgravaciones impositivas. De todo ello, por ahora el gobierno de Bush
está dispuesto a integrar 8 mil millones.
Igualmente, las aerolíneas guardan esperanzas en obtener más
de lo que les ofrecen hasta ahora. Y sus gestiones en el Congreso prometen
ser fructíferas. Por caso, el líder de la mayoría
republicana de la Cámara de Representantes, Dick Armey, afirmó
que el Parlamento aprobaría un paquete de rescate por 5 mil millones
de dólares en efectivo, y hasta 15 mil millones en garantías
de créditos.
En tanto, siguen acumulándose malas noticias en el sector. Compañías
de todo el mundo apuran sus programas de ajuste, ante la baja en las ventas.
Varig anunció ayer el despido de 1700 empleados, el 10 por ciento
de su plantel, y la reducción de inversiones, mientras que British
Airways comunicó la supresión de 7 mil empleos. Una consecuencia
posible de esta crisis es que las compañías estadounidenses
avancen sobre las de América latina, ya que las primeras serán
rescatadas por el gobierno y las segundas deberían arreglarse por
las suyas.
|