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Greenspan admitió que la economía
sufrirá, y los mercados temblaron

Aunque el jefe de la Reserva Federal
no dijo nada que no supieran todos,
sus palabras demolieron las Bolsas. La recesión global viene a complicar la búsqueda por Washington y el FMI de un nuevo mecanismo de rescate para países fundidos, como la Argentina.

Alan Greenspan, de la Reserva Federal, y Paul O�Neill, secretario del Tesoro estadounidense.

Por Julio Nudler

Aunque cuatro ruedas sean las indicadas para que cualquier vehículo se deslice armoniosamente, el caso de Wall Street es diferente. En las cuatro sesiones que celebró desde su reapertura el lunes 17, descendió a tumbos entre 12 y 13 por ciento, arrastrando a casi todos los mercados especulativos del mundo, mientras esparcía presagios de una recesión global cada vez más profunda. De nada vale que los norteamericanos embanderen con unción patriotera hasta los cochecitos de sus bebés: como inversores prefieren vender, y parecen resueltos a enfriar su fiebre consumista ante los nuevos peligros que los acechan. Uno es el de perder el trabajo, ahora que arrecian los despidos en los sectores más directamente afectados por el ataque terrorista, como el aerocomercial y el turístico, por no mencionar a las aseguradoras. Otra amenaza es más difusa, y se relaciona con la espera de inminentes acciones bélicas en el Asia islámica. Además de todo, los norteamericanos se sienten cada día más pobres al ver evaporarse la burbujeante riqueza accionaria que habían acumulado hasta algún momento del año 2000.
El solo hecho de que ayer Alan Greenspan admitiera ante el Comité de Banca del Senado que los atentados afectarán significativamente a la economía estadounidense en el corto plazo bastó para propagar un gélido cierzo sobre los mercados. De poco consuelo fue para los operadores que el presidente de la Reserva Federal afirmase que, sin embargo, las perspectivas de largo plazo no se ven ensombrecidas, ya que estarían intactos los fundamentals (esa palabra puesta de moda en la Argentina de los ‘90 por los luego desprestigiados gurúes de la city porteña), lo cual aseguraría una pronta recuperación posterior. Ante semejante pronóstico, todos prefieren mirar el bajón desde la tribuna.
Greenspan había anunciado el lunes una baja de medio punto –hasta el 3 por ciento– de la tasa directriz, mientras el Banco Central Europeo hacía otro tanto, reduciéndola a 3,75. Fueron decisiones coherentes con la masiva inyección de fondos para mantener la fluidez de los pagos internacionales. Este objetivo se logró, pero el arma de la tasa de interés es de poco provecho cuando, en razón de expectativas desfavorables, se derrumba la demanda de crédito. De hecho, nadie espera un repunte de la inversión en Estados Unidos antes de que se reabsorba la capacidad de producción excedente generada durante los últimos años, especialmente en sectores de punta. Por eso, las miradas se centran en la demanda de consumo, hoy protagonista de los vaticinios pesimistas.
Para Charles Dallara, del Instituto de Finanzas Internacionales, formado por poderosos bancos privados, “la situación económica de los países del G-7 y de los emergentes es sombría”. Esta entidad predice que este año fluirán hacia la periferia mundial 61 mil millones de dólares menos. Esto equivale a presagiar la diseminación de las tendencias recesivas porque las economías crecen cuando reciben capitales. La hipótesis es que en épocas turbulentas la liquidez busca refugio en colocaciones menos volátiles, rehuyendo a los países subdesarrollados. Los de mayor endeudamiento –como la Argentina– afrontan así transferencias netas de recursos hacia el exterior, lo cual les impide escapar de la deflación.
Esta crisis, no inducida pero sí ahondada por los trágicos episodios del martes 11, sorprende al capitalismo financiero en medio de la búsqueda de un nuevo enfoque para el carrusel de la deuda en el Tercer Mundo. Washington y el FMI ensayan alguna forma de rescatar a países en peligro -como la Argentina– mediante una fórmula que no consista en prestarles plata para que puedan pagarles tasas estratosféricas a sus acreedores, sino en garantizar las deudas para reducir drásticamente su costo, posibilitando así que esas economías retomen su crecimiento con una situación fiscal no asfixiada por el peso de los intereses. Pero si los propios países centrales caen simultáneamente en recesión, crece el riesgo global y es más difícil armar una ingeniería de salvataje. Tal la situación durante estas ominosas vísperas de guerra.

 

Bin Laden y ABN-Amro

El banco holandés ABN-Amro posee un 40 por ciento de las acciones de la entidad financiera Saudi Hollandi Bank, que tiene como cliente al grupo Saudi Binladin, propiedad de la familia de Osama bin Laden. Un vocero de ABN-Amro precisó que no existen motivos para que la compañía holandesa rompa sus contactos con su cliente saudita porque “no hay relaciones entre la empresa o la familia Bin Laden con el terrorista”. El banco emitió un comunicado en el que aseguró que hay garantías de que el disidente saudita no tiene relaciones con su familia, porque el Saudi Binladin Group, que es cliente del Saudi Hollandi Bank desde hace ya “cerca de 70 años”, “no está incluido en la lista de compañías extranjeras e individuos con actividades no deseadas por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos”. Según la información que el Saudi Hollandi Bank recoge en su página de Internet, esta entidad fue fundada en 1926 en territorio saudita como el “Netherlands Trading Society”, lo cual quiere decir que el 100 por ciento de su capital era holandés.

 

PLAN DE RESCATE POR 5000 MILLONES
Línea paracaídas

La presión de las compañías aéreas estadounidenses para que el gobierno implemente un paquete de salvataje comienza a tener éxito. Ari Fleischer, vocero de George Bush, aseguró ayer que “la administración propone al Congreso un plan que responda a las necesidades inmediatas de las empresas”. La ayuda económica ascenderá a 8 mil millones de dólares, de los cuales 3 mil millones serán desembolsados de inmediato para que las aerolíneas cubran los costos suplementarios de nuevas medidas de seguridad.
Fleischer puntualizó que el gobierno entregará 5 mil millones para compensar las enormes pérdidas financieras de las compañías aéreas, generadas por la caída en las ventas de pasajes luego de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Sin embargo, las empresas demandan un auxilio de 24 mil millones, incluyendo desembolsos en efectivo, garantías estatales para conseguir créditos y desgravaciones impositivas. De todo ello, por ahora el gobierno de Bush está dispuesto a integrar 8 mil millones.
Igualmente, las aerolíneas guardan esperanzas en obtener más de lo que les ofrecen hasta ahora. Y sus gestiones en el Congreso prometen ser fructíferas. Por caso, el líder de la mayoría republicana de la Cámara de Representantes, Dick Armey, afirmó que el Parlamento aprobaría un paquete de rescate por 5 mil millones de dólares en efectivo, y hasta 15 mil millones en garantías de créditos.
En tanto, siguen acumulándose malas noticias en el sector. Compañías de todo el mundo apuran sus programas de ajuste, ante la baja en las ventas. Varig anunció ayer el despido de 1700 empleados, el 10 por ciento de su plantel, y la reducción de inversiones, mientras que British Airways comunicó la supresión de 7 mil empleos. Una consecuencia posible de esta crisis es que las compañías estadounidenses avancen sobre las de América latina, ya que las primeras serán rescatadas por el gobierno y las segundas deberían arreglarse por las suyas.

 

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