Amigo-enemigo
Hace cincuenta y cinco años que no hay guerras mundiales.
Terminó también el medio siglo de la Guerra
Fría. El territorio de la Unión Europea, donde
comenzaron la mayoría de las guerras modernas, es la actual
sede de un esfuerzo cooperativo multinacional para la integración.
En la década de los 90, subsistieron las llamadas guerras
de baja intensidad, con cinco millones de vidas perdidas y
en las que contingentes de niños fueron convertidos en asesinos.
Desde el pasado martes 11, sin embargo, la comunidad internacional,
en lugar de avanzar hacia la consolidación de la paz, está
siendo empujada para que vuelva sobre sus pasos hacia una bipolaridad
bélica que reemplace a la libertad por el miedo y a la justicia
por la venganza. El presidente George W. Bush, en la noche del jueves
y con la ovación del Parlamento norteamericano, trazó
el nuevo diseño bipolar: detrás de Estados Unidos
o del terrorismo internacional, con el clásico esquema autoritario
que divide a las personas en las categorías excluyentes de
amigo o enemigo. La periodista Reshma Memon Yacub, musulmana y norteamericana
de nacimiento, describió el lugar que le quedaba en esa división
de las aguas: Siento que de repente me he convertido en enemiga
de dos grupos: aquellos que quieren lastimar a Estados Unidos y
los estadounidenses que quieren devolver el golpe [...] Temo que
mi hijo no comprenda por qué las personas extrañas
ya no le sonríen como antes lo hacían. Temo que se
nos deshumanice por el color de nuestra piel, nuestras facciones
o vestimenta (Yo no soy el enemigo, en Miami Herald,
14/9).
En realidad, la indiferencia es la única posición
inaceptable del todo. Tampoco el terrorismo merece comprensión
o justificativo, en nombre de la pobreza, la desesperación
o las tropelías cometidas por el imperialismo. Argentina
no tiene ningún rango imperial y no es la única ni
la más fogosa nación con relaciones carnales
en Washington, pero fue víctima de dos atentados de fanáticos,
contra la mutual AMIA y la embajada de Israel. La lógica
del terror rechaza cualquier racionalidad política, como
quedó demostrado durante la guerra sucia de la
dictadura militar (1976/83), y al final termina por alentar a la
extrema derecha, que neutraliza la resistencia popular por el miedo
a la violencia, por la demagogia patriotera y por la promesa de
futura seguridad a cualquier costo. También aquí se
han escuchado exhortaciones irresponsables a meter bala
contra la delincuencia, pero la inseguridad es mayor y las mafias
pululan entre los miembros de las fuerzas del orden. El reciente
mensaje de Bush al Capitolio puso en palabras los sueños
más extremos de los conservadores ultramontanos y los militaristas
de ese país que aspiran a implantar un gobierno mundial bajo
su hegemonía, en directa consonancia con el totalitarismo
del fundamentalismo globalizado del mercado. Detrás
del auténtico dolor y de la vocinglería, asoma la
intención de instalar una doctrina de seguridad a escala
mundial. Ninguna filosofía o doctrina de la libertad y la
justicia podría respaldar a semejante expropiación
por la fuerza de la capacidad de autodeterminación de pueblos
y naciones.
Pero, entonces, ¿qué salida queda disponible? ¿La
resignación a la impunidad? El movimiento en defensa de los
derechos humanos resumió hace tiempo el camino a recorrer
y los objetivos a conseguir: la verdad, la justicia y el castigo
a los culpables. Esta prédica forma parte ya de la cultura
para un mundo nuevo, basado en la convivencia pacífica de
la pluralidad y la supresión de la injusticia. En el informe
previo a la Asamblea del Milenio, hace un año, el secretario
de las Naciones Unidas, Kofi Annan, lo escribió del siguiente
modo: Para reforzar la protección debemos reafirmar
el carácter central del derecho internacional humanitario
y de los derechos humanos. Debemos tratar de poner fin a la cultura
de la impunidad, por lo cual la creación de una Corte Penal
Internacional (CPI) es tan importante. Debemos formular además
nuevas estrategias para hacer frente a necesidades cambiantes [...]
De una cosa podemos estar seguros: sin proteger a los vulnerables
nuestras iniciativas de paz serán a la vez frágiles
e ilusorias. Para que la CPI funcione hacen falta las ratificaciones
de sesenta países (hasta ahora no pasan los cuarenta), y
Estados Unidos es uno de los que se niega a formalizarlo, después
de su aprobación en 1998, aunque ése podría
ser el ámbito natural para que los terroristas con o sin
patria reciban el castigo a la medida de sus crímenes. La
competencia de la CPI abarcará los delitos de genocidio,
de lesa humanidad, de guerra y de agresión, no reconocerá
inmunidad alguna ni el principio de obediencia debida, carecerá
de efecto retroactivo y sólo juzgará a personas. Las
propias Naciones Unidas tienen la obligación de asegurar,
mediante el debate multilateral en la asamblea general, que se escuchen
todas las voces y se respeten las normas del derecho internacional.
En todo caso, como se ve, existen ámbitos establecidos, y
podrían existir otros, para que el horror en Estados Unidos
no se convierta en caja de Pandora ni en el comienzo de una tragedia
universal.
El gobierno argentino, como era de esperar, no permaneció
indiferente y al parecer perdió peso en su reacción
la influencia de los grupos internos que pretendían convertir
la solidaridad y la compasión con las víctimas en
una oportunidad de militarizar la política, con la idea de
obtener recompensas y favores del centro imperial. Por cierto, las
condenas más escuchadas contra las neutralidades del pasado
y las exhortaciones más entusiastas a alinearse con Estados
Unidos para lo que guste mandar, fueron argumentadas, por lo general,
con estos criterios de pérdidas y ganancias económicas.
Mientras el destino de tantas vidas involucradas en la iniciativa
norteamericana depende de decisiones políticas, aquí
predomina aún la obsesión por la economía y
el riesgo-país se anuncia con más énfasis que
el riesgo del mundo. La posición oficial en la OEA careció
del coraje suficiente para reivindicar los principios de los derechos
humanos como esencia de la cooperación y la convergencia
americanas. En realidad, esa insuficiencia fue todavía más
notoria en los partidos de mayor influencia y en la mayoría
de las agrupaciones menores, que siguieron con sus discursos rituales
de campaña, como si nada pasara en el mundo, o desahogaron
posiciones con lugares comunes, de esos que sirven para un barrido
como para un fregado. Las encuestas de opinión pública,
en cambio, registraron un mayoritario sentimiento antiimperialista
o de rechazo a las políticas norteamericanas. Queda por saber
si esos pronunciamientos no son más que la prolongación
del descontento con los responsables de la actual y prolongada crisis
económica, con desocupación y deuda externa exorbitantes,
que atormenta a la población nacional sin que se perciba
ninguna opción rápida de mejoría. La incapacidad
para que los sentimientos populares puedan ser representados, incluso
rectificados, por la influencia de los partidos encaja perfectamente
con el tremendo desinterés de la ciudadanía por las
inminentes elecciones.
Los pesares nacionales son tantos que el esfuerzo por superarlos
parece agotar las energías, sin dejar espacio para ninguna
otra consideración, así sea esta amenaza de guerra
como no existía desde hace más de medio siglo. Tal
vez por eso los dirigentes involucrados en el Frente Nacional contra
la Pobreza encerraron sus opiniones en la idea de que la única
guerra que importa es la que se libra contra la miseria y la exclusión
masivas. Las siete columnas de la Marcha contra el Hambre, que recorrieron
23 mil kilómetros en diez días en todos los rumbos
del país hasta confluir ayer en la Plaza de Mayo, son el
preludio de un paro general y de una consulta popular para el 10
de diciembre. Un esfuerzo enorme y encomiable, promovido por la
CTA, con más repercusión popular que mediática,
aunque siguió el derrotero que hoy parece caracterizar a
las actividadesnacionales: cada uno en su ruta, encapsulado, sin
cruces recíprocos. ¿Cómo explicar, si no fuera
así, que en plena campaña electoral buena parte de
los candidatos y los peregrinos se hayan ignorado mutuamente, separados
a la misma distancia que Kabul de Buenos Aires? En una sociedad
fragmentada en compartimentos estancos las tensiones que se acumulan,
tarde o temprano, estallarán en alguna dirección,
por ahora imprevisible. Tan incierta como la suerte del mundo en
los días que vienen.
|