Por Martín
Granovsky
Washington ya tiene otro apoyo
que añadir a la campaña mundial de legitimación política
y diplomática que prologará la guerra total anunciada el
jueves por George W. Bush. Los países del continente consideraron
ayer que el ataque terrorista del martes 11 fue una agresión a
un Estado miembro del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
y se obligaron a asistir a los Estados Unidos con medidas adicionales
en el futuro. Sin embargo, no hablaron de guerra.
La resolución aprobada en la capital norteamericana por los miembros
del TIAR un pacto anacrónico, surgido en 1947, en medio de
la Guerra Fría entre la Casa Blanca y el Kremlin deja la
puerta entreabierta para cualquier tipo de iniciativa. El compromiso de
brindar asistencia recíproca efectiva no es preciso,
aunque sí lo son otros puntos del documento final, más acordes
con los procedimientos de la Justicia internacional que con una guerra.
Por ejemplo, los Estados se obligan a utilizar todas las medidas
disponibles conforme a la ley para perseguir, capturar, extraditar y castigar
a quien haya participado en los asesinatos del 11 o a los que pudieron
haber ayudado en la agresión. La base es que estos ataques
terroristas contra los Estados Unidos de América son ataques contra
todos los Estados americanos.
Otro texto de tono más político, ya no de los 23 firmantes
del TIAR sino de todos los miembros de la Organización de Estados
Americanos, exhorta a reforzar la cooperación, en los planos
regional e internacional, para perseguir, capturar, enjuiciar y sancionar
y, cuando corresponda, acelerar la extradición de los perpetradores,
organizadores y patrocinadores de actos terroristas, así como fortalecer
la cooperación judicial recíproca y el intercambio oportuno
de información.
Dos puntos fijan criterios para la acción antiterrorista. Uno pide
respeto a la ley, a los derechos humanos y a las instituciones democráticas,
para preservar el estado de derecho y las libertades.
Otro llama a promover la más amplia tolerancia y la convivencia
armónica en sus sociedades, en reconocimiento a la diversidad racial,
cultural étnica y religiosa.
El segundo punto parece apuntar a que se evite la caza del árabe
o del musulmán, como si serlo equivaliera a resultar sospechoso
por los aviones estrellados contra las Torres Gemelas.
No hubo un debate fuerte ni un intercambio de ideas distintas,
dijo a Página/12 desde Washington un diplomático latinoamericano
que pidió reserva de su identidad. Recordó que el proyecto
presentado por los Estados Unidos pareció tranquilizador
a los colegas del secretario de Estado Colin Powell porque no tenía
espíritu bélico.
Este es un contexto distinto al de la guerra del Golfo, dijo.
Aquella fue una coalición multinacional contra un país
(Irak) que había anexado a otro (Kuwait), y ahora se trata de una
acción de los Estados Unidos contra una agresión sufrida
en su propio territorio, opinó.
Ni Brasil, que había convocado a la reunión del TIAR, ni
la Argentina, que la apoyó, ni Chile, que según pudo saber
este diario no miraba con buenos ojos la resurreción de este instrumento,
usaron un tono guerrero en sus discursos, tono que por otra parte Washington
no ha reclamado por el momento a sus socios.
u Adalberto Rodríguez Giavarini, el canciller argentino, circunscribió
la solidaridad internacional a la cooperación para
prevenir y reprimir el terrorismo. También pidió poner en
pleno funcionamiento el Comité Interamericano contra el Terrorismo,
una creación con copyright argentino bajo el mandato de Carlos
Menem y su ministro del Interior Carlos Corach. Y sugirió redactar
una Convención Interamericana sobre Terrorismo. El ministro pidió
resguardar la democracia, los derechos humanos y la justicia.
u El brasileño Celso Lafer, en un acercamiento a los Estados Unidos
inusual en los últimos años, dijo que después del
ataque del 11 nuestrohemisferio no es más el mismo.
También se alineó con Washington al estilo de la Guerra
Fría cuando dijo que en 1962 el TIAR fue invocado para mantener
fuera del hemisferio la amenaza de los misiles nucleares, y ahora, la
amenaza contra la cual estamos unidos es la del terrorismo internacional.
En 1962 se produjo la crisis desatada por la iniciativa soviética
de transformar a Cuba en una base de lanzamiento de misiles soviéticos.
u La chilena Soledad Alvear pidió actuar en el marco del
Derecho Internacional.
La OEA cuenta con una vieja convención antiterrorista. Como el
resto de los instrumentos antiguos de la organización, apesta a
Guerra Fría y, peor, a contrainsurgencia de los años 70.
El texto, de 1971, otorgaba carácter de terroristas a delitos comunes
como el secuestro, el homicidio y otros atentados contra la vida
y la integridad de las personas, perfectamente contemplados en cualquier
Código Penal de cualquiera de los países del continente.
Bajo la sospecha de que el objetivo no era combatir el terrorismo, y ni
siquiera el homicidio, sino la simple disidencia, dos países no
ratificaron entonces la Convención: Chile y Panamá. En Panamá
gobernaba el nacionalista de izquierda Omar Torrijos. En Chile, el socialista
Salvador Allende.
Los expertos de la OEA suelen comentar que cuando las normas se superponen
innecesariamente a otras o son vagas para tipificar un delito, en realidad
terminan sirviendo de cobertura política para estrategias superiores.
Un riesgo que puede aparecer, sin duda, si se discute una nueva convención.
Claves
- Con la reunión de ayer de la OEA y el TIAR, los Estados
Unidos consiguieron lo mismo que en Europa: apoyo a su posición.
- Los documentos legitiman política y diplomáticamente
a Washington al convertir en una agresión continental el
ataque contra territorio norteamericano del martes 11.
- Brasil dijo directamente que se había tratado de un ataque
contra el hemisferio, y recordó la crisis entre Estados Unidos
y la Unión Soviética de 1962.
- Los discursos de los cancilleres, de todos modos, no tuvieron
tono bélico.
- Todos pusieron énfasis en la cooperación antiterrorista.
- La Argentina propuso escribir una nueva convención sobre
el tema.
- La anterior tiene 30 años y no fue firmada en su momento
por Chile y Panamá como rechazo a un instrumento de la Doctrina
de la Seguridad Nacional.
- Los países convocaron al consejo interamericano contra
el terrorismo, formado por iniciativa argentina cuando Carlos Menem
era Presidente y Carlos Corach su ministro del Interior.
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OPINION
Por Rodolfo H. Terragno
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El país no debe hacer
de �Figuretti�
La primera guerra del siglo 21 no es una guerra
y no comenzó en el siglo 21.
Es una lucha desigual. No entre Estados Unidos y el terrorismo.
Tampoco entre Occidente y el mundo islámico.
Es una lucha iniciada por grupos que, invocando el nombre de Alá
en vano, ejercen el terrorismo suicida. Sus objetivos: desestabilizar,
primero a Israel (Pequeño Satán), luego
a Estados Unidos (Gran Satán) y, por último,
a la civilización judeocristiana.
Esto se dijo, el 21 de febrero del año pasado, en la Conferencia
Internacional sobre Terrorismo Suicida, celebrada en Herzeliya,
Israel. Allí tiene su sede el Instituto Internacional de
Políticas Antiterroristas, una organización que ha
seguido paso a paso las acciones desarrolladas, desde los años
80, por aquellos que mueren por matar.
Rohan Gunaratna, estudioso de los panteras negras esos
guerrilleros que se inmolan con la esperanza de arrebatarle a Sri
Lanka una parte del territorio y edificar así una patria
tamil sostuvo en aquella conferencia que el terrorismo suicida
ataca cuando está muy fuerte... y cuando está
muy débil: una facilidad de la cual carece un ejército
convencional.
Yoram Schweitzer, quien ha seguido como nadie las actividades de
Bin Laden, advirtió que el terrorismo suicida intentaría
acciones devastadoras, capaces de costar un alto
número de vidas y de alimentar a la televisión
con imágenes espectaculares: una estrategia destinada
a intimidar a los enemigos y dar publicidad a la organización.
Después de la reunión en Herzeliya, la revista Janes
especializada en temas militares advirtió: Es
probable que el terrorismo suicida golpee en el futuro a Europa
Occidental y los Estados Unidos. Esta forma de terrorismo tiende
a atacar lejos de los teatros de guerra. Muchos de esos grupos tienen
gente que probablemente se infiltrará en los países
elegidos como blanco y cometer ataques suicidas contra gente muy
importante e infraestructura crítica.
El atroz ataque contra las Torres Gemelas sólo sorprendió
a los desprevenidos, convertidos ahora en los más firmes
propagandistas de una respuesta rápida.
Son aquellos que quieren resolver la crisis de forma mágica.
Si uno les critica sus exabruptos, sugieren que uno no comprende
la magnitud del problema: el mismo que ellos no quisieron ver hasta
las 9 de la mañana del martes 11.
Debemos entender que, al atacar a los Estados Unidos, los
terroristas nos han atacado a nosotros, pontifican algunos.
Curiosa conclusión: el ataque a los Torres Gemelas es un
ataque contra la Argentina, pero los atentados contra la Embajada
de Israel y la AMIA fueron agresiones a la comunidad judía.
Es cierto que los blancos, en Buenos Aires, eran israelíes.
Es cierto, también, que esas agresiones estuvieron vinculadas
al conflicto del Medio Oriente. En la reunión de Herzeliya
se dijo que la embajada israelí en Buenos Aires fue volada
por Hezbollah para vengar la muerte de su secretario general,
Abas Musavi, a manos de la fuerza aérea israelí;
y que la AMIA fue destruida en retribución del ataque
aéreo contra su campo de entrenamiento, en Ein Dardara.
Sin embargo, la destrucción de la embajada y la AMIA fueron
ofensas criminales y la víctima fue la Argentina toda, no
sólo la comunidad judía.
La reacción de nuestro país, frente a la escalada
terrorista, debe ser firme y prudente. Firme porque no somos terceros,
sino víctimas directas. Prudente porque se trata de buscar
justicia y paz, y esto difícilmente lo consiga un gigante
con la sangre en el ojo y el orgullo mancillado.
La primera obligación de la República Argentina es
dar seguridad a sus habitantes, impedir que su territorio sea convertido
en teatro de operaciones, participar de una red internacional de
inteligencia, contribuir a la sanción de una legislación
anti-terrorista supranacional y forzar la constitución de
la Corte Penal Internacional para crímenes de lesa
humanidad que hasta ahora ha sido resistida, sin buenas razones,
por los Estados Unidos.
Luego, si el conflicto se transforma en conflagración, deberemos
evitar la irresponsabilidad de quienes proponen transformar a la
Argentina en una suerte de Figuretti, desesperada por
aparecer en las fotos o agitar la mano frente a una cámara.
También tendremos que escapar de los inmorales, que nos proponen
el negocio del alineamiento, que nos prometería
buenos dividendos: nosotros mandaríamos carne de cañón
y, a cambio, Bush sacaría la chequera. Es una concepción,
a la vez, inmoral e ingenua.
La Argentina debe defender la paz, los derechos humanos y los valores
desafiados por ese terrorismo insensato, cruel y devastador que
hoy ataca en Buenos Aires, mañana en Nueva York y pasado
quién sabe dónde.
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