Saliendo por la
ventana
Hasta hace poco se discutía si permanecer en la convertibilidad
o disparar de ella. Era como elegir entre la muerte lenta y el caos.
Ahora la idea es otra: resignarse a mantener el régimen implantado
en 1991, pero creando otro paralelo, que funcione al lado del primero.
Así, junto al peso convertible empiezan a emitirse otras
monedas, inconvertibles, que suavizan el rigor del ajuste fiscal.
Al mismo tiempo, no se toca el 1 a 1 con el dólar, pero se
crea un tipo de cambio comercial más alto, que implica una
devaluación para exportaciones e importaciones. En otras
palabras: si de la convertibilidad no puede salirse por la puerta,
salgamos por la ventana. En algún momento quizá descubramos
que estamos más afuera que adentro. O no. Es como tomar el
camino del medio entre la deflación incesante y un estallido
incontrolable de la economía. Pero la nueva estrategia no
tiene un dueño sino muchos, y esa anarquía puede esconder
grandes riesgos. Conviene ir por partes.
El patacón, como los medios de pago provinciales que le sigan,
puede canjearse por bienes, por pesos y hasta por dólares,
pero siempre en transacciones entre privados. La moneda ruckaufista
es inconvertible porque no puede cambiarse por dólares de
las reservas del Banco Central. Esto la diferencia del peso. El
régimen platense presiona para que al patacón se le
reconozca el valor de un peso, y si lo logra es gracias a la recesión:
con tal de vender y cobrar, empresas y comercios lo aceptan a valor
par. Pero quien intente cambiar cierta suma de patacones, digamos
cinco mil, difícilmente reciba más de 4000 pesos.
El público puede huir del peso, trocándolo por dólares
de las reservas, para luego girar esos dólares fuera del
país, con lo cual bajará la cantidad de medios de
pago en la economía y se contraerá la actividad. Pero
del patacón no se puede escapar. Podrá desprenderse
de él un individuo, pero será porque otro se lo tome.
Los patacones que van a parar al Banco Provincia son entregados
por éste al fisco provincial, que vuelve a inyectarlos mediante
el pago de sueldos y otras cuentas. Por su inconvertibilidad, los
patacones son a prueba de desconfianzas y pánicos, aunque
éstos puedan restarles parte de su valor.
El BCRA, por su lado, quiere evitar que el patacón y sus
futuros parientes sean monedas plenas, y por tanto prohíbe
que se constituyan plazos fijos con ellos en los bancos y que éstos
concedan créditos en esos papeles pintados. Sin embargo,
con el tiempo irán apareciendo prestamistas extrabancarios.
El Central tampoco admite que un banco mantenga patacones por encima
del 2,5 por ciento de su responsabilidad patrimonial. Lo que Roque
Maccarone pretende impedir es que las monedas emitidas por los gobernadores
como el libertador, que planean lanzar varios se expandan
a través del multiplicador bancario. Sería como admitir
un sistema monetario paralelo, fuera de control. Pero, de hecho,
es lo que empieza a haber.
Además de relajar el ajuste, ese fiduciario genera liquidez
y un poco más de demanda para aliviar la depresión.
Pero en la medida en que crezca el circulante paralelo y su valor
caiga por debajo de la paridad con el peso, se convertirá
en un medio para reducirles los sueldos a los empleados provinciales,
o, visto al revés, de generar un proceso inflacionario, que
convivirá con la deflación del área peso. La
intensidad de esa inflación podría variar según
la provincia si cada una emitiera su propia moneda de cotización
flotante, como quiere Gerardo della Paolera.
Para otro de los males de la convertibilidad argentina, que es la
sobrevaluación del peso y la falta de competitividad, en
un escenario en el que el real se desploma, la idea es ir mucho
más allá del humilde factor de convergencia que introdujo
Domingo Cavallo, pagando por tan escaso beneficio un alto costo
de incertidumbre y desconfianza de los mercados. Los economistas
Roberto Frenkel y Mario Damill creen haber hallado la solución
en unos papeles que llaman puntos. El esquema, que guarda
similitud con un mecanismo cambiario comercial que durante el alfonsinismo
elucubró Ernesto Weinschelbaum, permitiría encarar
el problema del dólar sin alterar la paridad para activos
y pasivos en moneda extranjera, gran escollo para salir de la convertibilidad.
Frenkel/Damill proponen que Hacienda emita papeles denominados en
puntos y se los entregue gratuitamente a los exportadores, a razón
de un punto por dólar de exportaciones. Al mismo tiempo se
dispondrá que los importadores entreguen a la Aduana un punto
o algo más por cada dólar de importaciones. De inmediato
surgirá un mercado de puntos, donde los importadores se los
comprarán a los exportadores, o a terceros que se los hayan
tomado antes a éstos. La oferta de puntos dependerá
del valor de las exportaciones del país, y su demanda corresponderá
al valor en dólares de las importaciones, multiplicado por
el factor diferencial que se establezca. Esto significa que si un
importador debe entregar a la aduana 1,20 punto por dólar
importado, la demanda de puntos será un 20 por ciento mayor
que las importaciones.
Por tanto, en este ejemplo la cantidad ofertada de puntos igualará
a la demandada cuando las exportaciones superen en un 20 por ciento
a las importaciones. En cuanto al tipo de cambio comercial, éste
dependerá del precio del punto en el mercado. Si éste
se transara a 10 centavos, la paridad efectiva para la exportación
será de $ 1,10 por dólar, ya que los exportadores
recibirían por cada dólar un punto de regalo, pero
los importadores pagarían $ 1,12 por dólar, ya que
por cada uno deberían entregar 1,20 punto. Si con estas paridades
no se generase el superávit comercial necesario para equilibrar
oferta y demanda en el mercado de puntos, éstos subirían
de precio, lo cual equivaldría a una devaluación del
dólar comercial. Si hubiera excedente de puntos, éstos
se abaratarían, con el mismo efecto de una revaluación.
De esta manera, el tipo de cambio fluctuaría, pero sólo
para el comercio exterior de bienes, excluyéndose los movimientos
financieros y los servicios (fletes, seguros, turismo). El gobierno
fijaría un único parámetro: cuántos
puntos por dólar deberían entregar los importadores,
pero el Estado no asumiría ninguna obligación financiera.
Los puntos no tendrían vencimiento, ni compromiso de rescate
ni pagarían interés alguno. Tampoco servirían
para cancelar deudas ni para pagar impuestos. Sólo constituirían
una transferencia entre privados y, por tanto, no deberían
dar lugar a cuestionamientos de la OMC ni a represalias de los partenaires
comerciales de la Argentina, Brasil en primer lugar.
Lo que no podría descartarse es la aparición de cierta
demanda especulativa de puntos cuando existieran razones para esperar
un aumento de su precio, superior a la renta que ofrecieran otros
activos financieros. Esa flotación podría ensuciarse
por medio de un stock de intervención si se quisiera atenuar
la volatilidad del tipo de cambio, aunque Frenkel preferiría
minimizar la intromisión oficial en ese mercado, para mantenerlo
plenamente en la esfera privada y prevenir cualquier acusación
de estar manipulando la paridad. Ahora bien: al igual que el patacón,
el punto podría resultar algo inflacionario, pero ¿no
es bueno que suban un poco los transables?, preguntan los economistas.
Vaya uno a saber.
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