Por Horacio Cecchi
Qué te creés
que soy, le dijo la punkie cuatro pinchos peludos en la cabeza,
a su amigo cinco pinchos, interrumpiendo para sorpresa de su interlocutor
el furibundo beso que se estampaban en medio del Rosedal a plena tarde,
apenas ella descubrió que eran filmados y fotografiados por periodistas.
Qué te creés que soy. Ni fotos ni filmadoras,
y se fue caminando, estirando el brazo cual dama victoriana despeinada,
para apartar al cinco pinchos que, ni modo de hacerlo entrar en razones,
la perseguía en dirección hacia donde Pappo golpearía
los encordados media hora más tarde. Además de los punkies
y de Pappo, invitado por el gobierno porteño para los festejos
de la Primavera, en el Rosedal de Palermo hubo de todo: un número
difícil de calcular de jóvenes de todas las edades; la final
de un certamen rockero; algunas viejecitas confundidas de contexto; serpientes
pitones; talleres para colocación de profilácticos; vendedores
de flores, helados, choripanes, de birras y tetra para amenizar la fiesta;
y, al final, cuando el sol había potenciado los efectos del festejo,
también hubo disturbios, golpes, puntazos y heridos.
Esta es una molurus africana. Y ésa es de la misma especie
pero albina, comentó el muchacho mientras la albina, una
pitón de dos metros y medio de largo, se enroscaba en una chica,
y la otra, la africana común, del mismo trecho, miraba fijo a la
cámara y sacaba la lengüita sin silbar. Alrededor de las molurus
se había reunido una buena cantidad de jóvenes dispuestos
a sentir aunque sea por un instante, y tampoco es cuestión de exagerar,
la contradictoria sensación que provoca el frío alrededor
del cuello.
¿Dónde las guardás? fue la única
preocupación de este diario.
En casa respondió el dueño y siguió enroscando,
a cinco la foto con bufanda escamada.
El mediodía fue la bisagra. Antes, en el Rosedal hubo espacio para
mateadas casi familiares, fulbito, parejitas en pleno éxtasis primaveral
y aire fresco. Después del mediodía, el ambiente se fue
enrareciendo, más que nada porque Rosedal hay uno solo y eran millares
los que seguían llegando. Pero hasta las dos de la tarde, igual
hubo espacio para desplegar actividades varias. Por ejemplo, en la esquina
de Libertador y Sarmiento, se abría una carpa de Lusida. Dentro,
jóvenes de la ONG Buenos Aires Sida daban talleres sobre usos del
profiláctico. Clases teóricoprácticas que inmediatamente
concitaban la atención de paseanderos.
No se debe poner en la billetera, ni al sol porque se resquebraja
el látex, explicaba uno de los talleristas, mientras para
demostrar la elasticidad del preservativo, lo extendía como un
guante desde la mano hasta el codo de uno de los alumnos, un rubiecito
de tintura y sonrisa sardónica, que coqueteaba con ratones en su
cabeza y, de paso, aprendía el uso ampliado del látex: Para
el sexo oral, explicaba los distintos usos el joven tallerista dando
la espalda a las risitas de otro grupito de curiosos. La explicación
es entre pares, explicó Alejandro Freire, de la ONG. Si
viene un médico los chicos se van.
Todavía había tiempo y espacio para que dos viejitas, comiendo
ingenuas palomitas de maíz pizingallo, vagaran por la vereda del
Rosedal buscando aquella misma vereda que todos los domingos parecía
más desolada. Pese a la inmensa cantidad de punguistas en el lugar,
detectables por el placer que despegaba de sus ojos al demorar una vez
más el arrebato para dar otro minucioso estudio sobre el bolso
ajeno, ninguno de ellos, ni nadie, se atrevió con las viejecitas.
Ni siquiera las veían, quizás por aquello de que son mundos
que transitan, aunque por la misma, por veredas diferentes.
A medida que avanzaba la tarde el lugar se fue volviendo inapropiado para
las viejecitas y el pochoclo. Las únicas que nos compraron
algo son las damas. Los muchachos están con una sopa bárbara,
graficó con certeza Rolo, vendedor de helados que con otros 19
colegas, cada uno cargado con una heladera con 120 palito-cucurucho-bombón-heladoooooo,
jamás llegaron aver el fondo de la heladera ni el bolsillo lleno.
No es que no tengan un sope. Es que los pibes están con la
birra y el tetra, y cuando se toma dulce, no se come.
La descripción de Rolo fue concisa pero terminante. Tampoco hubo
demasiado para tres personajes disfrazados de payasos vendiendo flores.
Y eso que no les ponemos precio, es a lo que quieran poner,
se lamentó Raúl, de Zona Sur. Gaseosa no, sólo
birra, corregía un vendedor a un grupo de estampados con
tatuajes. El efecto se observaba en los baños públicos,
instalados por el gobierno porteño alrededor del lago: no daban
abasto. También se notó en los cuerpos inertes desperdigados
sobre el pasto o el asfalto del circuito interno, otrora bicisenda.
El certamen rockero Buenos Aires Aguante, que premió al grupo Monos
en Bolas Piel de Simio, en vocablo apropiado para funcionario, según
el secretario de Cultura, Jorge Telerman, cerró con el show
de Pappo, festejado por sus fans que se reunieron, y lucharon con los
guardias vallado mediante y a veces vallado superado, hasta alcanzar el
número de 35 mil. Después, León Gieco siguió
la fiesta en Ciudad Universitaria. En el Rosedal todo concluyó
en calma chicha pero calma.
Que la gente
se trate bien
Francisco fue uno de los primeros en empezar. Todos sus compañeros
de escuela ya estaban sentados entre esos 2000 chicos que ocupaban
las gradas del Estadio Obras Sanitarias. Como él, todos llegaron
convocados por el gobierno porteño para festejar un día
de la primavera diferente: durante todo el día hicieron cosas
para pedir la paz en el mundo. Entre todo, hubo hasta una oración
ecuménica y danzas étnicas de las escuelas de Buenos
Aires. Cuando Francisco se subió al escenario, el día
recién empezaba. Desde ahí arriba se puso bien cerca
del micrófono para hacer un pedido: Deseo que la situación
violenta se solucione dijo y no con un ataque final
sino con un acuerdo de paz. En realidad, Francisco Gelman
Constantini no dijo sólo eso. Explicó que a
lo mejor capaz que no es posible que la violencia se solucione terminantemente;
en ese caso propuso que continúe el enfrentamiento
de ideas y no la guerra física o económica.
Ahí nomás toda la escuela 20 Rosario Vera Peñaloza
lo aplaudió como hizo después con Matías Fucci
cuando dijo que la paz significa que la gente se trate bien,
que se hablen, que sean tolerantes y no se lastimen. Matías
es de la escuela 22 Carlos Javier Beniell, otro de los once colegios
que presentaron mensajes contra la guerra. La propuesta reunió
en Obras Sanitarias a escuelas de gestión pública
y privada de la Capital a lo largo del día.
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Heridos e intoxicados
Hubo una vez que la Primavera en el Rosedal era un festejo. Cada
año se acerca más a una válvula de presión.
Ayer Palermo vivió el festejo con disturbios que las autoridades
consideraron normal para una cobertura de recital. Curiosamente,
no se hicieron visibles los uniformados.
La síntesis numérica de asistencias del SAME, ofrecida
por su director Marcelo Muro a Página/12, fue de 36 atenciones,
incluyendo el operativo en Ciudad Universitaria. La mayor
parte fueron golpes e intoxicaciones. Diez fueron trasladados a
hospitales, y dos quedaron internados. Uno, por una herida de arma
blanca en el abdomen, y el otro por traumatismo de cráneo.
Muro desmintió una versión que mencionaba heridos
de bala. Atendimos a un chico, de diez años, que decía
haber recibido un balazo en el empeine. Sus amigos decían
que no era cierto. En el hospital Rivadavia consideraron que era
una herida menor y que no coincidía con una herida de bala.
En el lugar donde se desarrolló el certamen Buenos Aires
Aguante, sobre Sarmiento y Figueroa Alcorta, y alrededor de todo
el Rosedal, no había apostado ningún policía.
Estaban, pero de civil, reveló un vocero del
gobierno porteño. Sólo un camión de bomberos
y ambulancias. Los bomberos trabajaron apagando una palmera que
misteriosamente se prendió fuego. Los del SAME atendieron
según el parte médico ya mencionado.
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