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El
teatro del
Bien y del Mal
Por Eduardo Galeano
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En la lucha del Bien contra el Mal, siempre es el pueblo quien
pone los muertos.
Los terroristas han matado a trabajadores de cincuenta países,
en Nueva York y en Washington, en nombre del Bien contra el Mal. Y en
nombre del Bien contra el Mal, el presidente Bush jura venganza: Vamos
a eliminar el Mal de este mundo, anuncia.
¿Eliminar el Mal? ¿Qué sería del Bien sin
el Mal? No sólo los fanáticos religiosos necesitan enemigos
para justificar su locura. También necesitan enemigos, para justificar
su existencia, la industria de armamentos y el gigantesco aparato militar
de los Estados Unidos. Buenos y malos, malos y buenos: los actores cambian
de máscaras, los héroes pasan a ser monstruos y los monstruos
héroes, según exigen los que escriben el drama.
Eso no tiene nada de nuevo. El científico alemán Werner
von Braun fue malo cuando inventó los cohetes V-2, que Hitler descargó
sobre Londres, pero se convirtió en bueno el día en que
puso su talento al servicio de los Estados Unidos.
Stalin fue bueno durante la Segunda Guerra Mundial y malo después,
cuando pasó a dirigir el Imperio del Mal. En los años de
la guerra fría, escribió John Steinbeck: Quizá
todo el mundo necesita rusos. Apuesto a que también en Rusia necesitan
rusos. Quizá ellos los llaman americanos. Después,
los rusos se abuenaron. Ahora, también Putin dice: El Mal
debe ser castigado.
Saddam Hussein era bueno, y buenas eran las armas químicas que
empleó contra los iraníes y los kurdos. Después,
se amaló. Ya se llamaba Satán Hussein cuando los Estados
Unidos, que venían de invadir Panamá, invadieron Irak porque
Irak había invadido Kuwait. Bush Padre tuvo a su cargo esta guerra
contra el Mal. Con el espíritu humanitario y compasivo que caracteriza
a su familia, mató a más de cien mil iraquíes, civiles
en su gran mayoría.
Satán Hussein sigue estando donde estaba, pero este enemigo número
uno de la humanidad ha caído a la categoría de enemigo número
dos. El flagelo del mundo se llama, ahora, Osama Bin Laden. La CIA le
había enseñado todo lo sabe en materia de terrorismo: Bin
Laden, amado y armado por el gobierno de los Estados Unidos, era uno de
los principales guerreros de la libertad contra el comunismo
en Afganistán. Bush Padre ocupaba la vicepresidencia cuando el
presidente Reagan dijo que estos héroes eran el equivalente
moral de los Padres Fundadores de América. Hollywood estaba
de acuerdo con la Casa Blanca. En esos tiempos, se filmó Rambo
3: los afganos musulmanes eran los buenos. Ahora son malos malísimos,
en tiempos de Bush Hijo, trece años después.
Henry Kissinger fue de los primeros en reaccionar ante la reciente tragedia.
Tan culpables como los terroristas son quienes les brindan apoyo,
financiación e inspiración, sentenció, con
palabras que el presidente Bush repitió horas después.
Si eso es así, habría que empezar por bombardear a Kissinger.
El resultaría culpable de muchos más crímenes que
los cometidos por Bin Laden y por todos los terroristas que en el mundo
son. Y en muchos más países: actuando al servicio de varios
gobiernos norteamericanos, brindó apoyo, financiación
e inspiración al terror de estado en Indonesia, Camboya,
Chipre, Irán, Africa del Sur, Bangladesh y en los países
sudamericanos que sufrieron la guerra sucia del Plan Cóndor.
El 11 de setiembre de 1973, exactamente 28 años antes de los fuegos
de ahora, había ardido el palacio presidencial en Chile. Kissinger
había anticipado el epitafio de Salvador Allende y de la democracia
chilena, al comentar el resultado de las elecciones: No tenemos
por qué aceptar que un país se haga marxista por la irresponsabilidad
de su pueblo. El desprecio por la voluntad popular es una de las
muchas coincidencias entre el terrorismo de estado y el terrorismo privado.
Por poner un ejemplo, la ETA, que mata gente en nombre de la independencia
del País Vasco, dice a través de uno de sus voceros: Los
derechos no tienen nada que ver con mayorías y minorías.
Mucho se parecen entre sí el terrorismo artesanal y el de alto
nivel tecnológico, el de los fundamentalistas religiosos y el de
los fundamentalistas del mercado, el de los desesperados y el de los poderosos,
el de los locos sueltos y el de los profesionales de uniforme. Todos comparten
el mismo desprecio por la vida humana: los asesinos de los seis mil seiscientos
ciudadanos triturados bajo los escombros de las torres gemelas, que se
desplomaron como castillos de arena seca, y los asesinos de los doscientos
mil guatemaltecos, en su mayoría indígenas, que han sido
exterminados sin que jamás la tele ni los diarios del mundo les
prestaran la menor atención. Ellos, los guatemaltecos, no fueron
sacrificados por ningún fanático musulmán, sino por
los militares terroristas que recibieron apoyo, financiación
e inspiración de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos.
Todos los enamorados de la muerte coinciden también en su obsesión
por reducir a términos militares las contradicciones sociales,
culturales y nacionales. En nombre del Bien contra el Mal, en nombre de
la Unica Verdad, todos resuelven todo matando primero y preguntando después.
Y por ese camino terminan alimentando al enemigo que combaten. Fueron
las atrocidades de Sendero Luminoso las que en gran medida incubaron al
presidente Fujimori, que con considerable apoyo popular implantó
un régimen de terror y vendió el Perú a precio de
banana. Fueron las atrocidades de los Estados Unidos en Medio Oriente
las que en gran medida incubaron la guerra santa del terrorismo de Alá.
Aunque ahora el líder de la Civilización esté exhortando
a una nueva Cruzada, Alá es inocente de los crímenes que
se cometen en su nombre. Al fin y al cabo, Dios no ordenó el holocausto
nazi contra los fieles de Jehová y no fue Jehová quien dictó
la matanza de Sabra y Chatila ni quien mandó expulsar a los palestinos
de su tierra. ¿Acaso Jehová, Alá y Dios a secas no
son tres nombres de una misma divinidad?
Una tragedia de equívocos: ya no se sabe quién es quién.
El humo de las explosiones forma parte de una mucho más enorme
cortina de humo que nos impide ver. De venganza en venganza, los terrorismos
nos obligan a caminar a los tumbos. Veo una foto, publicada recientemente:
en una pared de Nueva York, alguna mano escribió: Ojo por
ojo deja al mundo ciego.
La espiral de la violencia engendra violencia y también confusión:
dolor, miedo, intolerancia, odio, locura. En Porto Alegre, a comienzos
de este año, el argelino Ahmed Ben Bella advirtió: Este
sistema, que ya enloqueció a las vacas, está enloqueciendo
a la gente. Y los locos, locos de odio, actúan igual que
el poder que los genera.
Un niño de tres años, llamado Luca, comentó en estos
días: El mundo no sabe dónde está su casa.
El estaba mirando un mapa. Podía haber estado mirando un noticiero.
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