Por Eduardo Febbro
Desde
Islamabad
El taxi que recorre las amplias
y casi vacías avenidas de Islamabad avanza cauteloso ante cada
control que el ejército levantó a lo largo de las calles.
Hay que andarse con cuidado. No son épocas como para cometer
infracciones, dice el chofer. Después de mucho hablar la
lengua se le suelta y confiesa que no está de acuerdo con la posición
tomada por el gobierno paquistaní de jugar la carta de la alianza
con EE.UU. Al final del viaje y luego de haber hecho la cuenta de todas
las humillaciones sufridas por las sociedades musulmanas, dice, sereno
pero firme: Yo sé que ustedes no entienden, pero Bin Laden
es el héroe que hace mucho estábamos esperando. Yo soy humilde,
pero le puedo asegurar, y créame porque es así, que si mañana
hay guerra lo dejo todo y doy mi vida por nuestros hermanos talibanes.
El sentimiento antinorteamericano es potente y, paradójicamente,
está a años luz de la posición oficial del gobierno
paquistaní y de la mayoría de los partidos políticos
del país que apoyaron la colaboración con Washington.
Pakistán se encuentra entre dos fuegos: mientras el gobierno apoya
a EE.UU. y decreta la movilización general de la fuerzas armadas,
la gente se muestra fiel a los talibanes. Una fidelidad que sin embargo
encuentra sus límites, como lo demuestra el relativo fracaso de
las manifestaciones y la huelga general convocadas el viernes por los
sectores islámicos más radicales. Al igual que durante la
guerra del Golfo, estos esperaban obtener el apoyo de la calle y juntar
en un sólo día 500 mil personas en Karachi, la capital económica
del país. Esta vez no ocurrió así. Sin embargo, para
Shireen Mazari, la directora del Instituto de Estudios Estratégicos
de Pakistán, el riesgo de una binladinzación
de la sociedad es real. Shireen Mazari tiene el privilegio de ser una
de las analistas más escuchadas en el seno del gobierno paquistaní.
En esta entrevista con Página/12, Mazari analiza la múltiple
dimensión de la crisis actual y se muestra convencida de que si
Occidente no se hubiese portado tan mal con los musulmanes nada de esto
habría ocurrido.
Parece cada vez más obvio que las piezas del ajedrez militar
se están moviendo hacia una intervención en Afganistán.
El gobierno paquistaní aportó su pleno apoyo a EE.UU., al
tiempo que la población alienta a los talibanes. El margen de maniobra
es estrecho.
Pakistán se comprometió claramente con EE.UU. para
suministrarle apoyo logístico y las informaciones militares sobre
Afganistán. Para Pakistán va a ser muy difícil admitir
que los norteamericanos se instalen en su territorio sin definir antes
el lapso y las modalidades. Todo depende de cómo se haga, es decir
si se trata únicamente de bases temporales u otra cosa. Pero Pakistán
no prestará sus tropas para combatir fuera de sus fronteras, de
la misma manera que tampoco aceptará un bombardeo masivo contra
Afganistán. Lo que se espera es que las acciones norteamericanas
se limiten al estricto ámbito de los campos y las bases donde se
esconde Ben Laden y sus partidarios.
La posición de su país es no obstante poco confortable.
Está el apoyo histórico a los regímenes que se sucedieron
en Kabul y luego el foso entre la calle y los partidos políticos,
que apoyan al presidente en su acercamiento con Washington.
Es cierto que Pakistán apoyó a los talibanes y, de
manera más general, siempre estuvo al lado de los regímenes
de Kabul, incluso cuando estaban los soviéticos. Islamabad siempre
anheló que hubiera un régimen amigo en Kabul. Pero los norteamericanos
también apoyaron a los talibanes. En los anos 90 les convenía
porque para Washington eran como un dique de contención, un contrapeso
frente a Irán e Irak. Ese apoyo estadounidenseduró hasta
1996, es decir la fecha que los talibanes empezaron a proteger a Bin Laden.
Islamabad no cesó de buscar un diálogo constructivo con
los talibanes, pero su actitud redujo en mucho nuestro margen de acción.
Cada vez que intervenimos no nos escucharon, cortaron el diálogo.
Cuando intentamos evitar que destruyeran las estatuas budistas de Bamiyan
no nos escucharon y tampoco lo hicieron cuando, recientemente, les pedimos
que entregaran a los responsables de actos terroristas perpetrados en
Pakistán. No nos quedó otra alternativa que elegir entre
el apoyo a los talibanes y salvar nuestro país. Pakistán
ya tiene problemas de seguridad con la India y este país le ofreció
a Washington su apoyo. Nosotros no podíamos negarnos porque, de
lo contrario, India hubiese aprovechado la ocasión para aplastar
a los combatientes pro paquistaníes de Cachemira.
Pero el riesgo de un abuso, de un error, o, para decirlo con la
terminología con que la OTAN definió sus errores durante
la guerra de Kosovo, el riesgo de que se produzcan daños
colaterales es patente.
Desde luego. Pero si EE.UU. lanza una ofensiva de gran envergadura
y se produce una matanza y encima las televisiones del mundo entero difunden
las imágenes, entonces estaremos ante un riesgo máximo.
Ningún gobierno de un país musulmán podrá
quedarse con los brazos cruzados. De todas maneras, Bin Laden no va a
protagonizar una guerra convencional con los cuatro o cinco mil hombres
de que dispone. Lo que puede hacer es poner más y más bombas.
Para nosotros, lo más preocupante es que se le ocurra utilizar
contra Pakistán los misiles Scud que dejaron los rusos.
¿Acaso Bin Laden es el demonio que se dice, el problema central
es realmente él u otra cosa más global, más ancestral?
El problema es mucho más vasto. Si Bin Laden desapareciese
mañana la amenaza seguiría vigente. Los atentados no se
acabarían con la muerte de Bin Laden, habrá siempre otros
Bin Laden. Las raíces de toda esta crisis están en la manera
como Occidente actuó con los musulmanes. Para empezar, le puedo
asegurar que si Washington hubiese sido más firme con Israel todo
esto de los atentados no hubiese ocurrido. Mientras Irak siga siendo bombardeado
por los norteamericanos y los británicos, mientras el problema
palestino no se resuelva, la amenaza de un nuevo Bin Laden no desaparece.
Es preciso arreglar esos problemas rápidamente para evitar además
que los musulmanes sean sensibles a los argumentos extremistas.
La popularidad y el apoyo que tiene Bin Laden en Pakistán
rebasó los cauces previsibles hasta tal punto que les dio voz y
voto a los islamistas radicales que, con todo, representan una franja
minoritaria.
El peso que tienen hoy es mucho más importante porque las
mezquitas constituyen un amplificador considerable. Por esa razón
los radicales lograron conquistar a mucha gente que, en una situación
normal, no comparte del todo sus puntos de vista y, más que nada,
están lejos de tener grandes simpatías por los talibanes.
Pero ahora nos encontramos con una situación paradójica
en que mucha gente que fue moderada está dispuesta a sacrificar
todo lo que tienen por la causa de los talibanes.
PESHAWAR,
PLAZA FUERTE DEL ISLAMISMO Y FOCO DE RESISTENCIA
Desde la boca del lobo fundamentalista
Por E. F.
Desde
Peshawar
Los talibanes van a ver
a cada familia para pedirles un hijo. Del otro lado de la frontera, las
cosas son así. Ellos se preparan para la guerra. El testimonio
aportado a Página/12 por el miembro de un organismo humanitario
que opera en la región fronteriza de Peshawar no deja lugar a dudas
sobre los preparativos a un conflicto armado. Todo el mundo se alista
para una guerra que no comienza y en torno de la cual corren persistentes
rumores. En la época de la invasión soviética de
Afganistán, Peshawar era uno de los puntos del planeta donde residían
más agentes de la CIA. La ciudad fue la cabeza de puente de la
operación de inteligencia más extensa y ambiciosa preparada
por Estados Unidos: entonces se trataba de suministrar armas y dinero
a los mujaidines afganos que enfrentaban al invasor soviético.
Desde que Washington anunció que perseguiría sin cuartel
a las personas y países cómplices de los atentados de Manhattan
y el Pentágono, los agentes de la CIA volvieron a aparecer en Peshawar.
Llegaron como 200 en avión especial, dice la prensa
local mientras que el mozo de un café revela que él los
vio pasar la otra noche disfrazados como si fueran uno más.
Nadie los vio ni los identificó realmente pero los hombres de la
CIA están ahí, son cualquiera de los occidentales que acuden
a Peshawar a cubrir la guerra como periodistas o a trabajar
con las ONG que se ocupan de los refugiados.
Aparte del fantasma de la CIA las cosas han cambiado mucho. La mayoría
de la población se muestra hostil a la idea de aceptar sin chistar
que las armas norteamericanas golpeen al hermano afgano. Tanto
más hostil cuanto que la ciudad está controlada por los
pashtunes, un grupo étnico al que pertenece la mayoría de
los talibanes. Haji Mohhamud, un afgano, ex combatiente de la guerra contra
los soviéticos y hoy comerciante en piedras preciosas, clama que
si volviesen hoy a Peshawar, los norteamericanos se meterían
en la boca del lobo. Los misiles Stinger y las otras armas que nos daban
antes se pondrían a apuntar contra ellos. No transcurre un
día sin que los estudiantes radicales y los grupos islamistas duros
que los alientan quemen una bandera norteamericana o un muñeco
con la cara de Bush. Si llegan a venir, antes que a los talibanes
nos tendrán enfrente a nosotros, asegura enardecido Tamud,
un estudiante de Peshawar con una pancarta en la mano que dice: ¿Cómo,
Estados Unidos todavía no se enteró de lo que les pasó
a los soviéticos en Afganistán?.
Sin saber cuándo ni de qué manera hay que combatir, Peshawar
es un barril de pólvora. Cada familia posee un arma y está
a la espera del primer signo en medio de un caos indescriptible. Hay casi
un millón de refugiados en los alrededores de Peshawar, centenas
de periodistas, talibanes agitadores y militantes de grupos paquistaníes
que se movilizan para el combate. Jóvenes paquistaníes pertenecientes
a grupúsculos radicales como Jasih Mohammad (el ejército
de Mohammad) o Harakat al Mujaidin, ambos con bases en Afganistán,
ya se trasladaron a sus respectivas bases. Si no tenemos cuidado,
esto puede ser un desastre, comenta un periodista del diario News
editado en Peshawar. Los espías no son el único espectro
que ronda por las noches. La otra pesadilla del gobierno de Islamabad
son los refugiados. Tal como los relatos de las ONG humanitarias lo confirman,
entre las decenas de miles de refugiados que en los últimos días
llegaron a Peshawar hay miles de infiltrados afganos armados y dispuestos
a entrar en acción con el primer misil norteamericano. Un
paso en falso y la ciudad pasa a manos de los que controlan en país
situado al otro lado de la frontera. El hombre culpable sólo
es feliz si recibe su castigo, dijo Osama bin Laden en una entrevista
concedida en 1996. Cinco años después, los líderes
espirituales de las escuelas coránicas de Pakistán, las
madrassahs, comentan los atentados en EE.UU. con una frase tan sabia como
irónica: Sólo el sufrimiento nos hace abrir los ojos.
Peshawar abre los suyos y mira cómo el mundo la observa. En ese
punto del globo, sin rascacielos ni luces ni avenidas, se está
gestando otro imprevisible desastre.
|