Por Gabriel A.
Uriarte
Desde Nueva York
Comenzó con rumores,
característicos de una ciudad sitiada. Surgía en conversaciones,
los medios, y finalmente e-mails enviados en cadena el viernes y ayer.
El más difundido decía, fuentes oficiales admiten
que se espera un ataque químico-biológico este sábado
en la zona de Wall Street... Varios funcionarios han abandonado la ciudad.
Parecía ser la única amenaza capaz de alarmar a una ciudad
que considera haberlo sufrido todo. Sin embargo, ayer no se veían
señales de pánico. Al contrario, las barreras policiales
eran exiguas, sin ninguna presencia de soldados de la Guardia Nacional,
cuya compañía de guerra química fue movilizada luego
del ataque del 11 de setiembre pero no fue vista desde entonces. El día
estuvo dominado por las vigilias, marchas de protesta e intentos de despertar
algo similar a un fiebre por sábado por la noche. Fue entonces
que Time lanzó, figurativamente, la bomba. En una edición
urgente en Internet, anunció que el FBI, durante el allanamiento
del domicilio de un terrorista, había encontrado un manual sobre
cómo pilotear aviones fumigadores. No hacía falta aclarar
que este era un método ideal para esparcir armas químicas
o biológicas.
Las autoridades no tardaron en negar que existía tal peligro, pero
lo hicieron desde un ángulo curioso. Confrontados con el manual
de fumigación, y la perspectiva de una lluvia letal sobre Nueva
York, enfatizaron que no había forma de que esto ocurriera. Antes
que nada, porque ningún avión pequeño puede acercarse
más de 12 millas náuticas de Nueva York y Washington. Segundo,
porque los terroristas no poseerían la capacidad para esparcir
gases tóxicos. No tienen los medios para desplegar armas
químicas... Es casi seguro que la obtengan en el futuro cercano,
pero ahora no lo tienen, aseguró a la CNN el congresista
Saxby Cambliss. En diálogo con Página/12, un oficial de
los Marines, experto en el área, se mostró aún más
confiado. Las armas químicas y biológicas fueron exageradas
por Hollywood; hay muy pocas instancias de ataques exitosos con estas
armas, y eso se debe a que, técnicamente, es muy complicado utilizarlas
sin los equipos sofisticados de un ejército moderno. La argumentación
era correcta, sin duda, pero daba por sentado el aspecto más inquietante
de la noticia: que Osama bin Laden ya posee armas químicas-biológicas,
que es probable que sus células ya las hayan trasladado a Estados
Unidos y que sólo tienen que encontrar alguna forma de emplearlas.
¿Qué podrían usar? Lo que más se menciona
es el gas sarín, y es posible que su publicidad haya alentado el
ánimo de displicencia de las autoridades. Es una sustancia increíblemente
letal: sólo 0.9 miligramo (absorbidos por la piel o la boca) son
fatales. Sin embargo, las dificultades de emplearlo son casi tan grandes.
En los años 1994-95, la secta japonesa Aum Shinrikyo realizó
dos ataques con gas sarín, liberando un total de 5 kilos de gas
sarín puro. Combinado con la capacidad de los subtes de esparcir
el gas por toda la red (comprobada en 1966 durante un ejercicio secreto
realizado por el ejército norteamericano en el subte de Nueva York),
los ataques deberían haber causado miles de muertos. Sólo
hubo 19. Los terroristas habían cometido varios errores en el manejo
del gas, que quedó neutralizado casi por completo. La secta ofrecía
otra prueba más acerca de la aparente ineficacia del terrorismo
químicobiológico. Cuando se desmanteló la secta salió
a la luz que sus miembros habían realizado nada menos que 10 ataques
en el subte con un derivado del Anthrax, una bacteria sumamente letal.
Pero habían estropeado el cultivo de la bacteria, que terminó
siendo más cercana a una vacuna.
Todos estos errores, por último, fueron cometidos por un grupo
muy rico, con más de1000 millones de dólares para obtener
armas químicas-biológicas. El peligro de que otros grupos
terroristas, por lo general menos financiados y más vigilados,
pudieran golpear con este tipo de armas parecía entonces remoto.
La primera aparición de Osama bin Laden cambió un poco esta
perspectiva, pero no mucho. Era rico, sí, pero no estaba apoyado
por ningún Estado que le pudiera suministrar armas químico-biológicas
listas para usar. Ocasionalmente se filtraron informes, confirmados esta
última semana, de que efectivamente estaba realizando experimentos
con lo que algunos decían que era Antrax y otros gas sarín.
Pero ahora que se demostró su capacidad para lanzar una operación
extremadamente compleja como estrellar cuatro aviones simultáneamente
contra objetivos en Washington y Nueva York, ¿por qué no
ordena usar los tanto más sencillos tóxicos químicos-biológicos?
La respuesta a esta pregunta sólo puede encontrarse en su círculo
interno en Afganistán, por lo que es imposible hacer una predicción
exacta. Sin embargo, puede decirse que sus opciones son limitadas. La
fumigación de las grandes ciudades parecería
ser imposible, por los motivos en los que abundaron ayer funcionarios
de la administración Bush. Contaminar el suministro de agua, fuente
atavística de muchas teorías conspirativas, es más
difícil de lo que parece, porque se requieren grandes volúmenes
para evitar que el tóxico en cuestión siga siendo letal
a pesar de la dilución y el cloro. Sólo queda distribuirlo
in situ, con terroristas sobre el terreno, como diría
el Pentágono. Pero aquí también hay dificultades.
El gas sarín, en principio, sólo alcanza su máxima
eficacia en sistemas cerrados de ventilación, tales como subtes
o edificios; en zonas abiertas, su efectividad (al menos en las modestas
dosis que podrían llevar los terroristas) disminuye casi un 90
por ciento. Los edificios en Nueva York y Estados Unidos están
bien vigilados, y muchos no están completamente ocupados, debido
a los efectos residuales del atentado. Lo mismo pasa con los subtes.
El Antrax, hay que admitirlo, es mucho más peligroso. Sólo
se requeriría una combi expulsando la bacteria por aerosol (de
noche, dado que la luz del sol puede neutralizarlo) para crear una zona
muerta de 500 metros a cada lado del vehículo. Más que nada,
los primeros síntomas del ataque en las víctimas no se verían
sino en al menos 48 horas, para cuando la infección sería
irreversible.
Este es el aspecto central del peligro que presenta un ataque con Antrax.
Como es tan insidioso y letal, cualquier versión medianamente creíble
de que fue esparcido causaría pánico de inmediato, más
aún tomando en cuenta que el ejército ya admitió
que ni siquiera posee suficientes vacunas como para inocular a sus propios
soldados. Lo mismo, en menor escala, podría suceder con virus de
sarampión resistentes a vacunas. En una ciudad en el estado de
ánimo de Nueva York, sin ir más lejos, que Osama bin Laden
o cualquier grupo simplemente anuncie que liberó gases tóxicos
de efecto retardado bien podría gatillar una estampida de la ciudad.
Aun si es falsa, paralizaría otra vez el funcionamiento de una
de las principales metrópolis de la economía global. El
ántrax es especialmente peligroso porque sólo puede ser
desinfectado de la zona donde fue esparcido con equipos especializados.
Causaría un temor cercano al de las pestes de la Edad Media, y
con sus mismos efectos: la cuarentena y la huida en masa. Y le quitaría
a Washington su único triunfo hasta el momento: el haber mantenido,
al menos relativamente, el business as usual.
Claves
- Después de los ataques con aviones a las Torres Gemelas,
crece la sospecha de que el próximo atentado puede ser con
armas químicas, como el gas sarín, o bacteriológicas,
como el ántrax.
- Anteayer había rumores de que Nueva York podía ser
atacada por estos medios durante el fin de semana. Los rumores se
vieron alimentados ayer por la noticia de que se encontró
un manual para pilotear aviones fumigadores en el allanamiento de
la casa de un sospechoso.
- Este tipo de armas tiene un potencial altísimo de destrucción
y terror, pero su manipulación es extremadamente compleja,
y algunas de ellas requieren condiciones muy estrictas para poder
operar.
- Con todo, una posibilidad cierta es que sean usadas en respuesta
al contragolpe norteamericano que ya parece inevitable contra Afganistán,
si bien hay disenso en Washington sobre si los terroristas disponen
actualmente de los medios para esparcir con eficacia su potencial
destructivo.
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