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LA UNICA DIPUTADA QUE VOTO CONTRA LA GUERRA
“Votar fue una agonía”

Barbara Lee es demócrata y la suya fue la única mano que se levantó contra las operaciones militares contra Afganistán. Recibió miles de amenazas.

Peligro: �La resolución cede el poder legislativo de declarar la guerra al Ejecutivo. Y que oponerse no significa que no se quiere eliminar al terrorismo�.

Lee perdió 420 a 1.
La custodian día y noche.

Por Bill Hogan

El 15 de setiembre, cuatro días después de los ataques, el Congreso le dio poderes especiales al presidente George Bush para combatir al terrorismo “usando toda la fuerza necesaria y apropiada”. El Senado fue unánime, y aprobó la medida 98 a 0. En la cámara de diputados, el voto fue abrumador: 420 a 1. Una mujer, hija de un coronel, negra, demócrata, diputada por California, votó en contra y se transformó en una voz solitaria que recibió un aluvión de amenazas de muerte y vive con custodia permanente. Barbara Lee le explicó a la revista Mother Jones que “fue un voto de conciencia”, y en su discurso antes de la votación dijo “que estoy convencida de que una acción militar no evitará nuevas acciones terroristas. Paremos y pensemos en las consecuencias de nuestros actos”.
Lee representa un distrito que incluye las muy progres localidades de Berkeley y Oakland –que hace años tiene intendente gay–, fue trabajadora social y está en su segundo mandato, después de ser reelegida el año pasado con el 85 por ciento del voto. Lee insiste en que no es una pacifista, aunque no es la primera vez que se opone en solitario a una acción militar. En 1998 fue una de apenas cinco diputados en votar en contra de una resolución autorizando el bombardeo de Irak. En 1999 votó solita contra el envío de tropas a la ex Yugoslavia.
–¿Es cierto que decidió su voto escuchando el sermón en el servicio por los muertos en la catedral nacional? ¿Que fue cuando el dean dijo que rezaba para que “no nos transformemos en lo que queremos combatir?
–Bueno, votar fue una agonía. Como todo el país, estoy apenada, de luto, enojada, tratando de entender lo que siento. La misa fue un momento para parar y reflexionar sobre los que murieron, las víctimas y sus familias, lo que sería una reacción apropiada a su pérdida. En ese contexto, escuchaba a los sacerdotes, tratando de encontrar claridad y dirección. En momentos como esos, cuando una está angustiada, cuando no sabés las ramificaciones de actos muy serios que estás por tomar, una tiene que meterse para adentro, usar la cabeza y el corazón. Y así fue que cuando escuché esa frase me dije “tengo que votar no”.
–¿Sabía que podía ser la única excepción en la cámara?
–No, no, no sabía. Muchos otros miembros tenían la misma preocupación con el control de la fuerza que usemos. No queremos ver una espiral de violencia fuera de control, un ciclo que continúe. Todos estamos de acuerdo en que tenemos que llevar a los terroristas ante la justicia y asegurarnos de que nunca repitan estos actos malévolos. Y todos sabemos que el presidente puede empezar una guerra bajo el Acta de Poderes de Guerra. El Congreso tiene la responsabilidad de controlar y moderar, y de ejercer cierta vigilancia. No creo que tengamos que dejar al pueblo americano afuera en el proceso de decisión de ir a la guerra. Como mínimo deberíamos saber a qué nación estamos planeando atacar, qué estrategia de salida tenemos. No digo todo el plan de guerra, pero ciertamente debería haber algo más que un debate de cinco horas. Estoy convencida de que el papel del Congreso en todo esto es mirar cada dimensión del terrorismo internacional y ayudar a desarrollar una estrategia para combatirlo, para aplastarlo, para asegurar la defensa de nuestro país. Por eso voté a favor del paquete de ayuda a las víctimas y de fondos antiterroristas de 40.000 millones. Algunos piensan que no debería haber votado a favor, pero estoy convencida de que necesitamos aeropuertos seguros, que tenemos que financiar programas antiterroristas y ayudar a las comunidades afectadas y a las familias a recuperarse. Estoy tratando de preservar el derecho del pueblo a controlar y opinar en el ciclo de violencia a que nos llevará entrar en una guerra sin fin a la vista.
–¿Estaba preparada, después de votar, para lo que pasó? Por ejemplo, a que le tuvieran que asignar guardaespaldas?
–Cuando vi que era el único voto en contra, supe que recibiría mucha atención. Pero no lo había planeado, fue un voto de conciencia, por lo queno había previsto las consecuencias. Hay gente enojada, frustrada. Trato de explicar mi posición, pero hay gente que está simplemente enojada y yo entiendo. Pero creo, por los mails, los faxes y las llamadas que estoy recibiendo, que muchos en este país están empezando a entender qué es poner límites. Créame que entienden cuando les digo que esta resolución cede un poder legislativo, el de declarar la guerra contra otro país, al Ejecutivo. Y que oponerse no significa que no se quiere eliminar al terrorismo. Yo creo que el fervor y el dolor de este momento han hecho que la gente reaccione, y esto es entendible, emocionalmente. Todo lo que digo es que el Congreso debería dar un pasito atrás, debería ser la parte del gobierno que haga eso. Nosotros no somos la CIA, no somos el FBI, la Casa Blanca, el departamento de Defensa. Somos el Congreso de los Estados Unidos, tenemos nuestro papel que cumplir y no podemos cederlo durante una crisis de seguridad nacional. El presidente ya tenía su papel y autoridad para hacer lo que necesita hacer. Todos los que amamos los EE.UU. queremos preservar la democracia, en particular en tiempos de crisis, y queremos preservar nuestras libertades civiles, sabiendo que hay que balancearlas con las necesidades de seguridad.
–Después de la reacción inicial ¿está escuchando voces de apoyo?
–La ola está cambiando. Estamos siguiendo muy de cerca las llamadas y los mails. No estamos leyendo todos, pero a nivel nacional creo que recibimos un 60 o 70 por ciento de apoyo y en mi distrito llega al 80.
–¿Nuestros derechos civiles están en peligro? Por ejemplo, se habla de cambiar las leyes de escuchas telefónicas.
–Creo que va a haber cambios de apuro, un endurecimiento, una suspensión de derechos democráticos. Y creo que los que son buenos patriotas no quieren que eso pase y quieren un debate que encuentre el punto de equilibrio entre la seguridad pública y las libertades cívicas. Si sólo hay un debate de cinco horas, si se vota de apuro un proyecto enviado por el Procurador General John Ashcroft, si no se le da al Congreso ningún apoyo para oponerse o modificar, creo que entramos a una era que asusta. Hay que ser vigilantes.
–¿Hay suficientes congresistas preocupados por las libertades civiles?
–Espero que sí. De alguna manera, el público, una vez que enterremos nuestros muertos y salgamos del luto, tiene que presionar al Congreso para que se involucre. Ya cedimos nuestro derecho legislativo a declarar la guerra, pero no es demasiado tarde en cuanto a nuestros derechos civiles.
–¿Se enojaron con usted muchos colegas?
–No, para nada. Hasta algunos republicanos con los que estoy ideológicamente en desacuerdo me dijeron que por lo menos saben que lo hice desde mis ideas. Varios conservadores fueron muy respetuosos conmigo.
–En su discurso, usted citó a Wayne Morse, uno de los dos senadores que votó en contra de la resolución del Golfo de Tonkín de 1964, que autorizó al presidente Lyndon Johnson a hacerle la guerra a Vietnam. Usted citó: “Creo que la historia registrará que cometimos un grave error al esquivar y evitar la constitución en este día”. ¿No le parece que el Congreso está perdiendo la memoria, que al escucharla se dijeron ‘¿Wayne quién?’?
–Y... sí. Hoy se usan tanto las encuestas. En este momento en que se erosionan nuestras libertades necesitamos que el pueblo tenga poder. Necesitamos que la gente se involucre más en el proceso político. Lo creo con firmeza. Ojalá la prensa le preste atención al desgaste de la constitución y la cuesta abajo en la que nos estamos metiendo al ceder el derecho del Congreso a determinar cuándo, cómo y dónde vamos a la guerra. No creo que se esté cubriendo lo suficiente, y es un derecho esencial en una crisis nacional como ésta.

 

OPINION
Por Eduardo Aliverti

Atentados y enseñanzas

En medio de tanto fragote y prepotencia imperial, está pasando inadvertida cierta secuela de los atentados en EE.UU. La Reserva Federal ya inyectó en el sistema financiero, desde los atentados, 300 mil millones de dólares. El punto es bajar las tasas de interés y que no quede dañada la imagen de las empresas que toman dinero. La Casa Blanca quiere volcar entre 15 y 20 mil millones de dólares sólo en las compañías aéreas, para que la crisis no las lleve a la quiebra. Hay 100 mil millones previstos para reconstruir Manhattan. Y la propia prensa de derecha dice que se necesitan subsidios y rebaja de impuestos como el aire que se respira. Centenares de miles de millones de dólares que, además, podrían ser una aguja en el pajar de lo que el gobierno norteamericano depositará en su estructura económica, para (intentar) salvarse de una recesión galopante. ¿Dónde ubicarán ahora la ortodoxia de su dichosa “economía de mercado”? ¿Cuál “déficit cero” están en condiciones de exigir? Aun si se aceptase que proceden de este modo por una situación de emergencia, ¿técnicamente qué es lo que diferencia a tal excepcionalidad de los ajustes catastróficos –y catástrofes naturales– a que se ven sometidos, por cierto que con su propia complicidad, los países subdesarrollados? ¿Qué podrán decir los gurúes liberales que llenan los medios y las academias hablando de la no intervención del Estado en la economía? Algunas respuestas técnicas siempre hay, de todos modos. Como lo apuntara en estas horas –y reprodujera este diario– Sarah Flounders, una de las organizadoras de las protestas neoyorquinas contra la represalia militar por los atentados, los 40 mil millones de dólares que el Congreso le votó a Bush para prender el infierno que se disponga saldrán del fondo de jubilaciones. “(...) Una garantía básica para los trabajadores norteamericanos que todos los políticos juraron no tocar jamás (...) Las corporaciones armamentistas están ganando miles de millones.” Esa masa casi inverosímil de dinero se extrae de una ventanilla común y conocida: el hambre y la miseria mundiales, las plagas, la contaminación ambiental y cuanta lacra le aporta al mundo la economía de libre mercado. Dos mil millones de personas viven con menos de dos dólares diarios, y mil millones con menos de uno. Son los financistas de riquezas románicas y de aventuras imperiales. De allí que la terrible tensión de esta etapa es algo en definitiva más simple que “el Bien contra el Mal” o el terror contra el terror. Es una nueva instancia, bélica, de la lucha de clases.

 

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