Por Bill Hogan
El 15 de setiembre, cuatro
días después de los ataques, el Congreso le dio poderes
especiales al presidente George Bush para combatir al terrorismo usando
toda la fuerza necesaria y apropiada. El Senado fue unánime,
y aprobó la medida 98 a 0. En la cámara de diputados, el
voto fue abrumador: 420 a 1. Una mujer, hija de un coronel, negra, demócrata,
diputada por California, votó en contra y se transformó
en una voz solitaria que recibió un aluvión de amenazas
de muerte y vive con custodia permanente. Barbara Lee le explicó
a la revista Mother Jones que fue un voto de conciencia, y
en su discurso antes de la votación dijo que estoy convencida
de que una acción militar no evitará nuevas acciones terroristas.
Paremos y pensemos en las consecuencias de nuestros actos.
Lee representa un distrito que incluye las muy progres localidades de
Berkeley y Oakland que hace años tiene intendente gay,
fue trabajadora social y está en su segundo mandato, después
de ser reelegida el año pasado con el 85 por ciento del voto. Lee
insiste en que no es una pacifista, aunque no es la primera vez que se
opone en solitario a una acción militar. En 1998 fue una de apenas
cinco diputados en votar en contra de una resolución autorizando
el bombardeo de Irak. En 1999 votó solita contra el envío
de tropas a la ex Yugoslavia.
¿Es cierto que decidió su voto escuchando el sermón
en el servicio por los muertos en la catedral nacional? ¿Que fue
cuando el dean dijo que rezaba para que no nos transformemos en
lo que queremos combatir?
Bueno, votar fue una agonía. Como todo el país, estoy
apenada, de luto, enojada, tratando de entender lo que siento. La misa
fue un momento para parar y reflexionar sobre los que murieron, las víctimas
y sus familias, lo que sería una reacción apropiada a su
pérdida. En ese contexto, escuchaba a los sacerdotes, tratando
de encontrar claridad y dirección. En momentos como esos, cuando
una está angustiada, cuando no sabés las ramificaciones
de actos muy serios que estás por tomar, una tiene que meterse
para adentro, usar la cabeza y el corazón. Y así fue que
cuando escuché esa frase me dije tengo que votar no.
¿Sabía que podía ser la única excepción
en la cámara?
No, no, no sabía. Muchos otros miembros tenían la
misma preocupación con el control de la fuerza que usemos. No queremos
ver una espiral de violencia fuera de control, un ciclo que continúe.
Todos estamos de acuerdo en que tenemos que llevar a los terroristas ante
la justicia y asegurarnos de que nunca repitan estos actos malévolos.
Y todos sabemos que el presidente puede empezar una guerra bajo el Acta
de Poderes de Guerra. El Congreso tiene la responsabilidad de controlar
y moderar, y de ejercer cierta vigilancia. No creo que tengamos que dejar
al pueblo americano afuera en el proceso de decisión de ir a la
guerra. Como mínimo deberíamos saber a qué nación
estamos planeando atacar, qué estrategia de salida tenemos. No
digo todo el plan de guerra, pero ciertamente debería haber algo
más que un debate de cinco horas. Estoy convencida de que el papel
del Congreso en todo esto es mirar cada dimensión del terrorismo
internacional y ayudar a desarrollar una estrategia para combatirlo, para
aplastarlo, para asegurar la defensa de nuestro país. Por eso voté
a favor del paquete de ayuda a las víctimas y de fondos antiterroristas
de 40.000 millones. Algunos piensan que no debería haber votado
a favor, pero estoy convencida de que necesitamos aeropuertos seguros,
que tenemos que financiar programas antiterroristas y ayudar a las comunidades
afectadas y a las familias a recuperarse. Estoy tratando de preservar
el derecho del pueblo a controlar y opinar en el ciclo de violencia a
que nos llevará entrar en una guerra sin fin a la vista.
¿Estaba preparada, después de votar, para lo que pasó?
Por ejemplo, a que le tuvieran que asignar guardaespaldas?
Cuando vi que era el único voto en contra, supe que recibiría
mucha atención. Pero no lo había planeado, fue un voto de
conciencia, por lo queno había previsto las consecuencias. Hay
gente enojada, frustrada. Trato de explicar mi posición, pero hay
gente que está simplemente enojada y yo entiendo. Pero creo, por
los mails, los faxes y las llamadas que estoy recibiendo, que muchos en
este país están empezando a entender qué es poner
límites. Créame que entienden cuando les digo que esta resolución
cede un poder legislativo, el de declarar la guerra contra otro país,
al Ejecutivo. Y que oponerse no significa que no se quiere eliminar al
terrorismo. Yo creo que el fervor y el dolor de este momento han hecho
que la gente reaccione, y esto es entendible, emocionalmente. Todo lo
que digo es que el Congreso debería dar un pasito atrás,
debería ser la parte del gobierno que haga eso. Nosotros no somos
la CIA, no somos el FBI, la Casa Blanca, el departamento de Defensa. Somos
el Congreso de los Estados Unidos, tenemos nuestro papel que cumplir y
no podemos cederlo durante una crisis de seguridad nacional. El presidente
ya tenía su papel y autoridad para hacer lo que necesita hacer.
Todos los que amamos los EE.UU. queremos preservar la democracia, en particular
en tiempos de crisis, y queremos preservar nuestras libertades civiles,
sabiendo que hay que balancearlas con las necesidades de seguridad.
Después de la reacción inicial ¿está
escuchando voces de apoyo?
La ola está cambiando. Estamos siguiendo muy de cerca las
llamadas y los mails. No estamos leyendo todos, pero a nivel nacional
creo que recibimos un 60 o 70 por ciento de apoyo y en mi distrito llega
al 80.
¿Nuestros derechos civiles están en peligro? Por ejemplo,
se habla de cambiar las leyes de escuchas telefónicas.
Creo que va a haber cambios de apuro, un endurecimiento, una suspensión
de derechos democráticos. Y creo que los que son buenos patriotas
no quieren que eso pase y quieren un debate que encuentre el punto de
equilibrio entre la seguridad pública y las libertades cívicas.
Si sólo hay un debate de cinco horas, si se vota de apuro un proyecto
enviado por el Procurador General John Ashcroft, si no se le da al Congreso
ningún apoyo para oponerse o modificar, creo que entramos a una
era que asusta. Hay que ser vigilantes.
¿Hay suficientes congresistas preocupados por las libertades
civiles?
Espero que sí. De alguna manera, el público, una vez
que enterremos nuestros muertos y salgamos del luto, tiene que presionar
al Congreso para que se involucre. Ya cedimos nuestro derecho legislativo
a declarar la guerra, pero no es demasiado tarde en cuanto a nuestros
derechos civiles.
¿Se enojaron con usted muchos colegas?
No, para nada. Hasta algunos republicanos con los que estoy ideológicamente
en desacuerdo me dijeron que por lo menos saben que lo hice desde mis
ideas. Varios conservadores fueron muy respetuosos conmigo.
En su discurso, usted citó a Wayne Morse, uno de los dos
senadores que votó en contra de la resolución del Golfo
de Tonkín de 1964, que autorizó al presidente Lyndon Johnson
a hacerle la guerra a Vietnam. Usted citó: Creo que la historia
registrará que cometimos un grave error al esquivar y evitar la
constitución en este día. ¿No le parece que
el Congreso está perdiendo la memoria, que al escucharla se dijeron
¿Wayne quién??
Y... sí. Hoy se usan tanto las encuestas. En este momento
en que se erosionan nuestras libertades necesitamos que el pueblo tenga
poder. Necesitamos que la gente se involucre más en el proceso
político. Lo creo con firmeza. Ojalá la prensa le preste
atención al desgaste de la constitución y la cuesta abajo
en la que nos estamos metiendo al ceder el derecho del Congreso a determinar
cuándo, cómo y dónde vamos a la guerra. No creo que
se esté cubriendo lo suficiente, y es un derecho esencial en una
crisis nacional como ésta.
OPINION
Por Eduardo Aliverti
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Atentados y enseñanzas
En medio de tanto fragote y prepotencia imperial, está
pasando inadvertida cierta secuela de los atentados en EE.UU. La
Reserva Federal ya inyectó en el sistema financiero, desde
los atentados, 300 mil millones de dólares. El punto es bajar
las tasas de interés y que no quede dañada la imagen
de las empresas que toman dinero. La Casa Blanca quiere volcar entre
15 y 20 mil millones de dólares sólo en las compañías
aéreas, para que la crisis no las lleve a la quiebra. Hay
100 mil millones previstos para reconstruir Manhattan. Y la propia
prensa de derecha dice que se necesitan subsidios y rebaja de impuestos
como el aire que se respira. Centenares de miles de millones de
dólares que, además, podrían ser una aguja
en el pajar de lo que el gobierno norteamericano depositará
en su estructura económica, para (intentar) salvarse de una
recesión galopante. ¿Dónde ubicarán
ahora la ortodoxia de su dichosa economía de mercado?
¿Cuál déficit cero están
en condiciones de exigir? Aun si se aceptase que proceden de este
modo por una situación de emergencia, ¿técnicamente
qué es lo que diferencia a tal excepcionalidad de los ajustes
catastróficos y catástrofes naturales
a que se ven sometidos, por cierto que con su propia complicidad,
los países subdesarrollados? ¿Qué podrán
decir los gurúes liberales que llenan los medios y las academias
hablando de la no intervención del Estado en la economía?
Algunas respuestas técnicas siempre hay, de todos modos.
Como lo apuntara en estas horas y reprodujera este diario
Sarah Flounders, una de las organizadoras de las protestas neoyorquinas
contra la represalia militar por los atentados, los 40 mil millones
de dólares que el Congreso le votó a Bush para prender
el infierno que se disponga saldrán del fondo de jubilaciones.
(...) Una garantía básica para los trabajadores
norteamericanos que todos los políticos juraron no tocar
jamás (...) Las corporaciones armamentistas están
ganando miles de millones. Esa masa casi inverosímil
de dinero se extrae de una ventanilla común y conocida: el
hambre y la miseria mundiales, las plagas, la contaminación
ambiental y cuanta lacra le aporta al mundo la economía de
libre mercado. Dos mil millones de personas viven con menos de dos
dólares diarios, y mil millones con menos de uno. Son los
financistas de riquezas románicas y de aventuras imperiales.
De allí que la terrible tensión de esta etapa es algo
en definitiva más simple que el Bien contra el Mal
o el terror contra el terror. Es una nueva instancia, bélica,
de la lucha de clases.
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