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Por supuesto, para los nazis fueron los judíos

La Internet neonazi hierve de
teorías, con una mayoría que dice que los ataques fueron de la Mossad y del �capital judío�.

Nazis: �Todos sabemos que los árabes no tienen la capacidad. Respecto a la así llamada �Mossad israelí�, ése sí es un grupo con suficientes amigos.�

Biondini: La destrucción de las
Torres Gemelas sería también la de
�la sinagoga secreta más importante
del mundo, el Gran Kahal�.

La venganza de los “arios”.
“Ya vamos, hijos de puta”.

Por Sergio Kiernan

los nazis del mundo entero, los ataques terroristas en Estados Unidos le crearon una fuerte contradicción ideológica: ¿cómo indignarse –que lo están ellos también– con los árabes, sus ya cercanos aliados en la lucha contra “el poder judío secreto”? Una recorrida por las páginas de Internet y los canales de chat del mundo neonazi muestra la solución a la que llegaron. En su mayoría, los nazis decidieron que el atentado fue cometido en realidad por agentes secretos israelíes para que los americanos destruyan a los musulmanes, “haciendo el trabajo sucio por ellos”. Sólo una minoría acepta que fueron fundamentalistas musulmanes “no blancos” que deben ser destruidos “junto al enemigo israelita”.
La página de la Iglesia de Jesús Cristo el Cristiano –la repetición es una contraseña de los que creen que el Mesías fue un “ario” y no un judío- sintetiza la posición de la mayoría. “Todos sabemos que los árabes no tienen la capacidad de llevar a cabo esta acción”, dice la página. “De los coche-bomba y los botes-bomba a esto... difícil de creer. Respecto a la así llamada ‘Mossad israelí’, ése sí es un grupo con suficientes amigos como para hacer esto, así como acceso a los Boeing para practicar la maniobra para derribar la segunda torre. Por supuesto, con esto los EE.UU. lucharán por ellos contra los árabes, o sea ¿quién tiene más por ganar con este atentado?”
El Partido Nazi Americano –la formación fascista más antigua del país, fundada por Lincoln Rockwell hace más de 50 años– repite en su sitio web un gráfico de la agencia Reuters que desgrana por nacionalidad las víctimas del atentado en Nueva York. Con banderitas, cuenta que faltan 290 suizos, 166 mexicanos, 300 ingleses, 199 colombianos y así por delante. Los nazis le agregan un título al gráfico: “¿Qué país falta en esta lista?” Y por si alguien no acierta la respuesta, abajo aclaran que “un rumor dice que más de 4000 israelíes no fueron a trabajar el 11 de setiembre. El gráfico es extraño porque el gobierno israelí dijo que hay más de 40 de sus ciudadanos desaparecidos”. En realidad, no hay misterio sino el usual manejo neonazi de la información: el gráfico es viejo y en sus ediciones siguientes figuran los israelíes desaparecidos.
Uno de los muchos grupos arianistas norteamericanos eligió una estrategia más sibilina. En el sitio un link deriva a una página del Jewish Times de Baltimore, un periódico comunitario judío del estado de Maryland, donde se relata la historia del rabino capellán del Pentágono, llamado de urgencia para ayudar ritualmente en el rescate de cuerpos de militares judíos. En la nota, el rabino estimaba que entre los muertos había de 30 a 40 de sus correligionarios. Los arianistas agregaban al pie que “si uno asume que los judíos murieron en el Pentágono en proporción a su número en las fuerzas armadas, eso quiere decir que el 21 por ciento del personal militar es judío. Una proporción mucho mayor que el 3 por ciento de la población que son”. Nuevamente hay un recorte: nadie sabe exactamente cuántos muertos hubo en Washington, pero ciertamente son más de los 150 a 200 necesarios para que se cumpla la proporción que buscan los nazis.
Los nazis que piensan que realmente fueron musulmanes los que atacaron Nueva York y Washington caen en ambigüedades confusas. Por ejemplo, Etienne Brule, en una carta publicada en el Vanguard News Network –un canal neonazi de chat y cables– arranca aclarando que el ataque no fue contra “EE.UU., ni siquiera contra el capitalismo judío” sino que fue contra “el pueblo blanco”. Los judíos, afirma sin embargo Brule, pusieron en marcha “la maquinaria de propaganda” para que “los blancos combatan” a los terroristas. La importancia de esto sería que “sólo los blancos” están a la altura de la misión ya que el resto –”homosexuales, oscuros, judíos”– no pueden combatir. “Se necesitan voluntarios blancos para que triunfen los judíos”. ¿Qué recomienda este pensador nazi? Que los blancos”se encarguen de los terroristas” pero no se olviden que “el verdadero peligro para nuestra raza está aquí en casa”.
Alejandro Biondini, el líder neonazi argentino también conocido como Kalki y “el pequeño Führer”, tal vez debería pedir que se le reconozca su originalidad. En un largo artículo en su página de Internet titulado “La falsa opción de civilización vs. terrorismo”, Biondini propone una razón insólita para la furia norteamericana: la destrucción de las Torres Gemelas sería también la de “la sinagoga secreta más importante del mundo, el Gran Kahal, que antes residía en el Rockefeller Center y que había sido trasladada.”
El líder del Partido Nuevo Triunfo aclara largamente su repudio a las muertes y al terrorismo. Pero de inmediato las justifica recordando “genocidios” causados por los EE.UU. “Quien siembra muerte y destrucción no puede cosechar vida y bonanza,” aclara Biondini, que continúa casi regodeándose con los “cuadros kamikazes armados con cuchillos de cerámica” que pusieron “de rodillas” al país “de la tecnotrónica y del Nuevo Orden Global”. Además del Gran Kahal, “símbolo del poder sionista sobre los Estados Unidos”, los aviones destruyeron “el orgulloso emblema del mayor barrio financiero del mundo”. En Washington, “el avión que impactó en el Pentágono fue dirigido, quirúrgicamente,” sobre una reunión de la “cúpula de líderes militares y de inteligencia claves, los cuales perecieron en su totalidad, junto con información de primordial valor”. Para variar, Biondini no señala fuente alguna de tal información.
A la alegría indisimulable por las pérdidas norteamericanas le sigue la defensa de los extremistas musulmanes, un viejo amor de Biondini. “El mismo Bin Laden ha emitido una declaración que deslinda toda conexión”, avisa Kalki. ¿Por qué lo acusan, entonces? Evidentemente, porque EE.UU. “ya ha condenado a su villano”, porque Israel “ha aprovechado la ola antiárabe para hacer todo tipo de tropelías y crímenes” y porque los norteamericanos “no estarían en condiciones” de “ampliar las hipótesis” y considerar que los atentados fueron internos, “como el de Oklahoma”. ¿Las causas?: “venganza de fanáticos sobrevivientes de la secta de Waco” o el “latente y sordo estado de conflicto civil del sur de USA contra el gobierno federal y sus centros financieros.”
Después de semejante análisis, el autor no puede evitar aconsejar qué debería hacer Argentina. “Neutralidad es soberanía”, dice, citando una vieja consigna nacionalista de la segunda guerra mundial. Así, el gobierno está dispuesto a ir a la guerra por su “subordinación incondicional a los EE.UU.”, mientras que ciertos “sectores castrenses minoritarios” “confunden la lucha antiterrorista” con lo que pasó ahora. Por suerte, está Biondini para explicarles que “nuestras Fuerzas Armadas combatieron y derrotaron a la subversión marxista, apátrida y atea que era financiada por Moscú,” y que bin Laden es una especie de camarada de armas: “uno de los máximos líderes anticomunistas del mundo, que expulsó a los soviéticos de Afganistán”.
Francamente...

 

OPINION
Por Martín Granovsky

�Ni un paso atrás, ni un paso adelante�

Parece una consigna política, o el cartel de una manifestación, pero no lo es. “Ni un paso adelante, ni un paso atrás”, dice. La frase fue elaborada por Adalberto Rodríguez Giavarini, y la escuchan sus colegas del gabinete cuando el canciller habla de la posición argentina ante la nueva guerra antiterrorista declarada por George W. Bush.
“Ni un paso adelante” significa, en versión oficial, no quedar como más belicistas que los propios Estados Unidos.
“Ni un paso atrás” quiere decir que el Gobierno no retaceará la colaboración que Washington pida, sobre todo ahora que los 23 países del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca autorizaron “asistencia adicional”.
“Acá no se trata de mandar barquitos”, dijo estos días Rodríguez Giavarini al resto de los ministros y al propio presidente Fernando de la Rúa, en alusión a los dos buques de guerra enviados por Carlos Menem diez años atrás a la guerra del Golfo. Quería decir el canciller: “Bush no nos pidió barquitos”. O, más aún: “Bush, por ahora, no nos pidió nada”.
Aunque el discurso del Gobierno es cada vez más moderado –más moderado que el de Brasil, que habló en el TIAR de un problema “hemisférico”, con lenguaje de Guerra Fría– no conviene malinterpretarlo. Los funcionarios oficiales huyeron de la payasada y la sobreactuación pero no esquivaron colocar a la Argentina como el país más comprometido con la estrategia de los Estados Unidos en todo el continente. En América del Sur, la Argentina vendría a ser, en relación con la Casa Blanca, una Gran Bretaña. El mejor amigo. El aliado más aliado. El que está dispuesto a dar la vida no ya por la libertad y la democracia sino por la coincidencia de intereses estratégicos y militares con los Estados Unidos.
La posición argentina tiene sus riesgos. Incluso la inglesa los tiene, pero hablar del Reino Unido es hablar de una de las ocho potencias del mundo, un antiguo imperio que combate junto a los Estados Unidos en primera línea gobierne quien gobierne en Downing Street 10, conservadores como Margaret Thatcher o laboristas como Tony Blair.
Los ingleses son gente práctica. Aun los críticos, cuando imaginan el escenario bélico y diplomático, prefieren la crudeza. “Una respuesta militar que no enoje a los musulmanes, que no ponga en peligro la estabilidad política en Pakistán, que no tenga consecuencias impredecibles en Afganistán, y que no sea explotada por los partidarios de la jihad y otros grupos extremistas islámicos, es una quimera”, escribió Martin Woollacott en el diario The Guardian. “Cualquier respuesta militar hará en cierto modo alguna de estas cosas.” Según Woollacott, encima la respuesta debe evitar la derrota norteamericana y la de sus aliados, no tiene que infligir muchas víctimas entre la población civil de Afganistán y debe estar concebida de manera que no capturar a Osama bin Laden no quede como un papelón. Realista hasta el extremo, Woollacott, que fue corresponsal en Washington, se pregunta si es lógico pensar que no habrá respuesta militar cuando la sociedad norteamericana ha sido tan golpeada por los ataques del martes 11 y gasta tantos miles de millones en sus fuerzas armadas.
El que marca Woollacott no es el escenario deseable. El deseable es desmontar uno a uno los conflictos que sirven de coartada –hablar de justificación significaría que los asesinatos del 11 tienen alguna legitimidad moral, u pensamiento absurdo cuando el blanco fueron miles de civiles– a los terroristas que transformaron aviones en misiles airetierra. Pero es el escenario probable, y por eso un dato de la realidad imposible de ignorar para cualquier gobierno.
Si esto es así, la Argentina no debiera seguir el criterio de “ni un paso adelante, ni un paso atrás”. Si lo sigue, podría ser doblemente vulnerable:
- Por un lado, estaría sujeta a pedidos de Washington que acaso no quiera ni pueda –o no le convenga– cumplir.
- Por otro, aumentaría su grado de exposición como blanco mundial para el global-terrorismo.
Para un país de desarrollo intermedio como éste, atacado dos veces en 1992 y 1994, la integridad moral pasa por la prevención y la modernización de los servicios de inteligencia antes que por ponerse en la misma línea del frente junto con los Estados Unidos, la principal potencia del mundo, o con el Reino Unido, la potencia hegemónica anterior.
Al prometer, en un reportaje publicado el martes en Página/12, que el Gobierno no revitalizará la Doctrina de la Seguridad Nacional, el canciller dio una señal de que no lo seduce una nueva Guerra Fría. Sin embargo, incluso esa posición requiere de garantías, o aun de autogarantías, que serán más difíciles de obtener si el Gobierno queda envuelto en una dinámica que obviamente, cuando la guerra comience, no tendrá fuerza suficiente para dominar.

 

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