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CRONICA DE UN CONGRESO NACIONAL DE CIRUJAS QUE ORGANIZO EL BANCO MUNDIAL
Unidos por la basura

Son botelleros, cartoneros, cirujas. Tienen una organización incipiente. Unos 70 de ellos se reunieron en Córdoba para debatir sobre lo que hacen y cómo mejorarlo. Página/12 compartió el encuentro.

La convocatoria corrió por cuenta del BM y la Fundación Conciencia, y duró dos jornadas de trabajo.

Por Alejandra Dandan
Desde Córdoba

El que llega es un grupo de setenta cirujas que se alojará en un complejo de suboficiales del Ejército en Saldan, en la periferia de Córdoba. El sitio fue elegido por precaución: los organizadores dudaban que algún hotel los recibiera. Mientras en Buenos Aires se anunciaban planes para desterrarlos de la geografía urbana, el Banco Mundial y la Fundación Conciencia promovían un espacio para apuntalarlos de un modo más fino: como recuperadores urbanos de basura. Los cartoneros, botelleros y cirujas son cada vez más en el país. Y el congreso puso en evidencia que se trata de una alternativa de trabajo cuyo auge disparó la crisis. En ese marco, la convocatoria dejó ver un nuevo fenómeno: muchos de los grupos comienzan a tener algún tipo de organización al estilo gremial, producto del ingreso a esa alternativa de obreros expulsados de la economía formal. Esas nuevas articulaciones fueron discutidas durante dos días y Página/12 compartió ese poderoso mundo desperdiciado entre los murmullos de la basura.
Nadie entiende demasiado aquí cómo los cirujas dispersos en todo el país conocieron esta convocatoria del Banco Mundial. Pero no están todos. Estos 70 participantes son sólo la punta visible de algunas pocas organizaciones de cirujas que empezaron a formarse durante los últimos años. De Capital Federal llegó un grupo de diez, que representan a unas 800 familias nucleadas en asociaciones o cooperativas. El resto, las 89 mil personas que todos los días rascan la basura en la ciudad, faltó o nunca supo del encuentro.
El dato da cuenta de un proceso todavía reciente: la mayor parte de los grupos de cirujas funcionan formalmente desde hace sólo dos años. Y recién ahora comenzaron a ver en esto una estrategia de supervivencia para defender el territorio de la basura como campo de trabajo.
A lo largo de los dos días, estuvieron recolectores de Buenos Aires, del conurbano, de San Pedro, de la capital cordobesa y sus suburbios, y de Trenque Lauquen. Se acercó, además, un grupo de Chile con gremio propio y financiación hasta de Naciones Unidas. Pero ninguno llegó solo: fueron acompañados por funcionarios municipales, empresarios y representantes de ONGs. La idea de Conciencia fue enlazar a los distintos actores sociales para consensuar proyectos.

Los cirujanos

–¿Sabés de dónde viene ciruja? –pregunta alguien en una mesa.
–De cirujano, de ahí viene –responde otro–: de cuando se vendían los huesos en el matadero de Flores.
Tal vez no haya sitio más justo para invocar el mito originario. A lo largo del día, ésa fue una de las leyendas que pareció parir una errática identidad colectiva. La primera en preguntarlo, más temprano, fue Chichina, una de las pocas que se dice de raza pura: de cuarta generación de cirujas, cuenta con orgullo. Ella habló de Córdoba, de cuando todavía era casi un pueblo y de cuando sus abuelos salían a recorrer las calles con unas bolsas de telas anudadas en las puntas.
–A eso se le llama ciruja. A eso, a la bolsa, de ahí le viene el nombre. Antes la armaban de arpillera, unían las bolsas de lona o arpillera para juntar papeles, vidrio ¿cierto?
Pregunta, y no espera respuesta. Más tarde, durante la cena, Vicente Barros, del Fondo Cooperativo de Vivienda, lanzaba la misma pregunta como quien conoce de antemano el resultado. En su teoría, hay un origen más urbano. A comienzos de siglo, cuenta, los mataderos del Bajo Flores reunían a una multitud de hombres que corría de noche a pelar a cuchillo los huesos de los animales. Esa fue la generación de los cirujanos: “Después le cortaron el final y quedó ciruja”, explica Ramón con la convicción del hombre que sabe. Los huesos estaban bien pagos, aunquenadie recuerda si ya entonces servían –como ahora– como insumos para alimentos balanceados.
Los recolectores llegaron al congreso con distintos tipos de experiencia pero atravesados por una misma búsqueda: la necesidad de nuclearse como arma de supervivencia. No sólo lo consideran esencial para pelear un espacio de visibilidad y de trabajo en ciudades donde la basura es propiedad de las empresas recolectoras tradicionales. Además, esas agrupaciones se vuelven fundamentales para lograr mejores precios de reventa. Este es uno de los puntos más sensibles para todos los que están o estuvieron en Córdoba, pero además para los que ahora mismo pasan por la calle, sacando el carro o bajándolo desde los andenes de algún tren que llega del conurbano.
Pepe Córdoba, uno de los más viejos aquí, cuenta todo eso con un solo dato: por un kilo de cartón cualquier ciruja puede ganar en el conurbano unos 0,04 centavo. Cuando juntan unos cinco mil kilos, ganan 0,08 y si juntan tantos como para convertirse en mayoristas, por cada kilo reciben 0,12 centavo.
La cuenta explica por qué algunos deciden nuclearse. Buscan el modo de reemplazar acopiadores y depósitos que hoy terminan regulando los precios. Para hacerlo, necesitan diseñar una trama propia de galpones al modo de los que está abriendo en Capital la cooperativa El Ceibo. En estos días, ellos acaban de recibir un crédito de 60 mil pesos del Fondo Cooperativo para un proyecto de recolección independiente, preseleccionado por el Banco Mundial en el marco de un concurso internacional donde compitieron con algo más de 120 emprendimientos latinos (ver aparte).

Cooperativa limitada

–¿Sueñan con una cooperativa que junte a todos los cirujas de Buenos Aires?
–No –responde una mujer–: no se puede. Más de cien, es imposible.
–¿Por qué?
–Es muy difícil, el ciruja es muy egoísta. La calle te obliga: el que pasa adelante tuyo se lleva tu comida. Por eso se rompen las bolsas.
Es extraño, pero éstas parecen las reglas definidas por la basura, sus buscadores y el territorio en juego. Por allí, uno de sus compañeros se arrima al debate: “Porque es como pedir limosnas, el trabajo del ciruja es terrible. Siempre lo digo: esto no se elige, se hace”. Pepe Córdoba lleva adelante un proyecto de autogestión en Lomas de Zamora. En el barrio, varios de sus compañeros se organizaron en una cooperativa para juntar la basura y venderla a los mayoristas a precios mejores. La cooperativa funciona en un galpón recién estrenado, ahí reunirán no sólo lo que junten los socios sino además lo recogido por el resto de los cirujas.
–¿Ustedes serían para el resto de los cirujas los dueños de los depósitos que les pagan poco? ¿No es algo contradictorio?
–El tema nuestro –dice Pepe– es que ellos van a seguir como están, pero van a saber que, cuando lleguen al galpón, si traen 100 kilos de cartón se los vamos a pesar como 100 kilos, sin especulación. Y si hay que darles un peso con 30 o 40 centavos, esos centavos se los vamos a dar. Por eso van a ir.
Los códigos se aprenden con el trabajo. Mientras la vida de Pepe continúa en el conurbano, la Capital seduce pero también espanta a sus compañeros. Hace tres meses, Juan Rojas se llevaba más de 2300 kilos de basura cada semana. Ahora alcanza apenas los 1100. Todos esos kilos los carga en los mismos furgones del tren que hace un año devolvía cada noche hasta San Martín y José León Suárez a unos 60 carreros (ver aparte). En ese tren ahora viajan 220 por día y el único vagón de entonces se multiplicó por tres. Y ni siquiera así los números cierran: ya necesitan tres vagones más para subir a los rastreadores de basura del conurbano queintentan llegar a la Capital. Mientras el gobierno porteño amenaza con expulsarlos y la policía los tiene en la mira, ellos pactan con TBA un nuevo contrato, parecido a aquel que consiguieron en diciembre, cuando la compañía les permitió subirse al tren por un abono de 10,50 pesos la quincena.
Buenos Aires es para las 90 mil pares de manos que se meten a rascar basura todas las noches uno de los puntos desde donde pueden seguir pensando en alguna entrada de dinero. Los 300 kilos recogidos en la provincia durante un día se pagan menos que 150 juntados en la urbe. No es sólo cuestión de oferta sino de calidad: la carga porteña suele contener papel blanco, diarios y cartones; la otra, la basura periférica, es un carro con una carga tan mezclada como una lista de compras de supermercado.
Los cordobeses son especialistas en trasporte de ramas y escombros. Durante el encuentro, explicaron que pedirán al municipio un registro de empadronamiento y uniformes. La estrategia es casi una apuesta de marketing: los uniformes los hará volver pulcros ante los agitados vecinos urbanos. Pero además, el registro les daría –creen– cierta formalidad al rebusque. Esta es una de las reglas de juego sobre las que trabajan las dos cooperativas de cirujas de la periferia de Córdoba que nuclean en total a algo más de 180 familias.
Pero no es la única cooperativa. Pepe Córdoba pintó los 27 carritos de la suya en Lomas de Zamora. Y los cordobeses de Villa Inés llegaron al encuentro con las camisetas donde tienen escrito su nombre. Esto es un modo de resolver una encrucijada: ellos crecen, mientras desde las municipalidades los sacan. Lo del nombre es el modo de empezar a formalizarse como trabajadores regulares.
La cooperativa Villa Inés empezó hace tiempo un proceso de este estilo cuando recibió en comodato del municipio una planta de tratamiento de residuos. Allí van a parar algunos de los camiones de recolección urbana, pasan por la planta de los ex cirujas y con la carga descartable siguen a la fosa. En el medio, los ex cirujas se quedan con varios kilos de lo que consideran útil para la venta.
–Esto se creó como fuente de trabajo: vos te quedaste sin trabajo, bueno dale, agarrá la carreta –dice alguien en el patio discutiendo el tema con colegas.
–Y si no haces esto, qué quieren –se cruza otro–. ¿Qué salgamos a robar?
–¿A quién le va a robar? ¿A quien?
–Entre pobres nos vamos a robar.
–Si toda la gente tiene tarjeta: qué plata le vas a sacar. Y te va a peligrar la vida encima. Te va, si entrás y no salís más. Porque si robás una gallina te dan por lo menos 15 años.

 


 

POR QUE EL CIRUJEO MOLESTA AL CEAMSE Y A LAS EMPRESAS
La batalla por los residuos

Por A.D.

El cirujeo molesta. En sólo un año la cantidad de basura recogida por el Ceamse en la Capital cayó 6,2 por ciento: parte de esa pérdida es recogida por los hombres que husmean todos los días en algo más de 1200 kilos de basura arrojada en la calle por los porteños. Esta pérdida golpea la economía de las empresas recolectoras y también al Ceamse: las dos ganan en función del peso de la basura recogida. Para empezar a ordenar todo este universo, este año se presentaron dos proyectos de ley en la Legislatura. Cada uno busca formalizar la actividad de los cirujas como actividad económica. Esta reformulación los presentaría como recicladores de basura. Para Eduardo Valdés, uno de los legisladores del PJ, es el modo de garantizar un descenso de los volúmenes de residuos y producir un ahorro directo por costo de recolección.
La basura porteña está en manos de cuatro empresas: Ecohábitat, Cliba, Solurban y Aeba. A lo largo de los circuitos asignados en el contrato con el Gobierno de la Ciudad, van recogiendo la carga que depositan más tarde en los centros de trasferencia. Desde allí, la tarea continúa en manos del Ceamse, que pesa la carga y la traslada para enterrarla en el Cinturón Ecológico. Cada municipio del área metropolitana, incluida Capital, le paga a las empresas por ese servicio en función de la carga recogida. El costo oscila entre un 13 y 20 por ciento de los presupuestos de cada comuna.
La Capital paga por ese servicio 400 millones de pesos. Para entender cómo las empresas pueden verse perjudicadas por el cirujeo, basta comparar algunos números. La caída del 6,4 por ciento en la carga porteña podría significar una caída de idénticas proporciones en el ingreso de dinero. Si toda la carga perdida es recuperada por los cirujas, el circuito informal estaría moviendo más de 20 millones de pesos. Pero los números no son tan claros. Ni el Ceamse, ni ningún otro organismo, tiene datos exactos sobre la cantidad de basura recuperada. Para el Ceamse, la caída puede ser un indicio de la crisis y de la baja del consumo. De todos modos, existen datos extraoficiales que ubican en un cinco por ciento la basura que termina en manos del cirujeo.
Este año, la Legislatura porteña pospuso hasta febrero el debate sobre el nuevo contrato que regirá el servicio de recolección urbana. Una de las discusiones centrales gira en torno de los criterios para pautar el modo de pago. Los sectores vinculados con la recuperación pretenden un contrato que elimine el pago en función del peso. En su lugar proponen, entre otras alternativas, el pago por “área limpia”. Para los cirujas, esto eliminaría las fricciones con los recolectores oficiales y les daría un marco para acordar con las empresas los circuitos para circular.
El tema de la basura se impuso incluso en el Ministerio de Trabajo, desde donde se impulsó un relevamiento del área. Algunos datos de la Comisión de Trabajo Infantil reflejan que la mitad de los cirujas en tránsito por la Capital tenía antes trabajo formal. Este nuevo espacio que se abre como último campo de trabajo, está “movilizado por la pobreza, el desempleo y el hambre y pone en marcha una cadena de recuperación de proporciones relevantes”, aseguran Pablo Schamber y Francisco Surez, antropólogos de la Universidad de Lanús y General Sarmiento e integrantes del equipo de investigación sobre la “etnografía del cirujeo en el área metropolitana bonaerense”.

 

Los precios del rebusque

El valor de la basura cambia de acuerdo con la época y con el total de la carga. No es lo mismo vender 1 kilo de cartón que 10 mil kilos. El dueño del depósito que recibe pequeñas cantidades de cargas diarias paga menos que un mayorista que acepta sólo fardos de más de diez mil kilos. En este momento, el cartón es uno de los productos más buscados. Un depósito paga 0,06 centavo por kilo. Si la carga supera 3 mil kilos, el valor sube a 0,09 centavo, pero si supera los 10 mil pasa a 0,12 centavo. El kilo de diario vale 0,04 o 0,06 centavo. Las botellas de vidrio se pagan por unidad, cada una vale 2 centavos y el kilo de vidrio sólo a 1 centavo. La chatarra sólo tiene valor en cantidades grandes: a partir de los mil kilos, los cirujas reciben 1 centavo por kilo.

 

EL APOYO DEL BM A SECTORES INFORMALES DE LA BASURA
“Es un tema prioritario”

Por A.D.

El Banco Mundial decidió este año desde Washington financiar experiencias de desarrollo. Esa propuesta, llamada Development Market Place, premiará proyectos de cincuenta organizaciones de todo el mundo. La cooperativa de recolectores independientes El Ceibo presentó su propuesta entre las 120 latinoamericanas y quedó como segunda en la preselección de la zona. Para Sandra Celini, especialista en desarrollo social del Banco, existen buenas perspectivas para que los recolectores ganen el subsidio. En diálogo con Página/12, la especialista adelanta el marco del concurso que se inscribe en una nueva línea de trabajo que reforzará –dijo– el desarrollo de proyectos aparecidos entre los sectores informarles de la basura.
–¿Cuáles son los criterios de la evaluación que hace Washington para la selección?
–A mí me tocó evaluarlo para que no sea un sello creado frente a la fuente de financiamiento. Es un trabajo complejo mostrar la visibilidad de los invisibles y mostrar a las organizaciones de base. En general, algunas de las organizaciones técnicas tienen mayores posibilidades de llegar a la prensa o de lobby o de contactos políticos. Entre las de base, el capital social es entre pares y no tienen capacidad de acceso a los decisores. Por eso mi idea es juntar a las organizaciones de base con las que tienen el capital social vertical para que puedan ayudarlos a ser escucharlos.
–¿Hay una línea estratégica del Banco en esto?
–Para mí es importante potenciar a la sociedad civil, especialmente a las organizaciones de base. Generar bases propias para resolver los problemas. En muchos de nuestros préstamos, si bien les prestamos al gobierno, especialmente en una situación de crisis como ésta, la idea es lograr que lleguen a los puntos más estratégicos de la agenda porque al restringir evidentemente uno queda obligado a establecer prioridades: el tema de la basura nos parece prioritario desde el año pasado. Las organizaciones nos pidieron que les dediquemos recursos técnicos y financieros. Tendremos de qué conversar con el gobierno para ver cómo lo asume y a través de cuál de los préstamos que está vigente. Nos parece esencial por las consecuencias sociales que tiene y por las ambientales: dos patas clarísimas.

 

Los medios del cartoneo
Changuito: los primeros se usaron en la década del 80 a partir del cierre de El Hogar Obrero. Se popularizan cuando crecieron los supermercados e hipermercados, que suelen deshacerse de los dañados. Los compran como rezago a 20 centavos y los reparan. Puede pagarse hasta tres pesos. Cargan no más de 50 kilos. En zona comercial consiguen la carga en una cuadra, en un barrio recorren hasta 20. Se los usa principalmente en Capital y sus poseedores suelen cargarlos entre seis y diez veces. La carga se acopia al aire libre o bajo techo durante algunas horas hasta que es recogida, una vez por día por camiones que llegan del conurbano.
Carretas de mano: son más antiguos, están hechos con cajas de heladera y dos palos delante sujetos por correa. El hombre es el medio de tracción, sujeta la correa sobre el pecho, ayudado por el cuello. En los últimos años, la rueda de hierro fue reemplazada porque provoca ruido contra los adoquines. En su lugar se usan la del Fiat 600, que es más liviana. Pueden cargar 100 kilos y permiten una ganancia diaria de 3 pesos. Rinden más que los carros grandes, permiten detenciones continuas.
Carros a caballo o charambela: es un carro a dos ruedas que requiere una recolección cuidada y equilibrada. Cargan entre 250 y 300 kilos. Es uno de los vehículos baratos. La fabricación se hace con ejes comprados como chatarra y con madera. Cuestan entre 200 y 300 pesos. Transitan hasta 200 cuadras diarias. Suelen dedicarse al cartón u electrodomésticos.
Chata de cuatro ruedas a caballo: el caballo hace menos fuerza. Triplicar la carga del de dos ruedas. Los dueños son carreros profesionales: hay chata de hasta de 3000 pesos. El caballo cuesta 400 pesos, se pueden conseguir en Monte Chingolo a crédito por 30 pesos mensuales. La vida útil es de seis a siete años. En la provincia recorren hasta 400 cuadras por día.
Carreta: es una especie de carretilla invertida, con dos ruedas guiadas por una manija hacia arriba. Llevan un bolsón de carga. Están generalmente en Capital y se dedican al papel blanco y cartones, las dos piezas más valiosas para los recolectores. Cargan entre 150 y 200 kilos diarios y generalmente hacen una sola vuelta sin circular más de veinte cuadras a partir del horario del cierre comercial. Ganan hasta 10 pesos por día y el 60 por ciento no es dueño de su vehículo. Los carreteros llevan bolsas de mano o mochilas para juntar además metales.
Camiones: entran desde el conurbano para recoger lo acopiado por los cirujas en varios puntos de la Capital. Cargan hasta 5000 kilos.

 

 

 

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