Por
Guillermo Blanco
Bajo el apodo de Diego Lucero no se esconde quien fue Luis Sciutto sino
se alternan, se suman y se confunden el jugador de fútbol de Nacional
de Montevideo que llegó a actuar en la selección uruguaya;
el singular periodista deportivo que presenció todos los mundiales
hasta que la muerte lo cazó de atrás el 3 de junio del 95;
el autor teatral, el viajero incansable y el orfebre.
A 100 de su nacimiento, cumplidos el 14 de junio último, su mujer
y la gente de la Fundación y Museo de la Catedral platense acaban
de dar un ejemplo de respeto sublime por los buenos aportes a la historia,
y así quedó plasmada la muestra de Luis Sciutto, Las
manos y el corazón.
En la misma dan a luz pública obras de orfebrería de este
gran maestro del periodismo y de la vida, que con su estilo único
e inimitable enriqueció durante tanto tiempo las páginas
deportivas de Clarín, sin olvidar que por sobre todo el deportivo
es un adjetivo posterior al nombre de periodista.
Por ese motivo supo salir jugando con la cabeza alta tras entrevistar
a Pablo Picasso, Albert Camus, Francisco Franco, Benito Mussolini, Indira
Gandhi y Carlos Gardel.
Lucero forjaba la plata a la parrilla y al gas. Elaboraba
el esmalte poniendo un tubo en la hornalla, para después soplar
y con la llama quemar el polvo que se transformaba en un brillante trabajo
de vivísimos colores.
León Benarós lo bosquejó así con su pluma
autorizada: De no elevada estatura, pero de físico de imponente
fortaleza, Diego Lucero tenía el aire de un italiano del norte.
Era rubio. De abundosos cabellos ondeados. Cejas pobladas e hirsutas,
y manazas de poderoso apretón. Ese hombre de imponente aire atlético
conservaba en su interior un especial caudal de ternura y una fina sensibilidad
para lo artístico. De ahí que, para sorpresa de pocos, fuera
al propio tiempo que un originalísimo cronista deportivo, un delicado
y creativo orfebre.
Un inmenso rostro dibujado por el artista Bourse Herrera recibe al visitante
el viernes inaugural de la muestra del Diego Lucero orfebre. A eso de
las siete de la tarde una onda misteriosa se mimetiza con ese sacro lugar
que es el subsuelo de la impresionante Catedral de La Plata, donde el
recorrido del Museo allí instalado recuerda algún par parisino.
Como un algodonal, se divisan muchas canas mientras un pedazo de juventud
se representa en la presencia veinteañera de un nieto del legendariotrenquelauquense
Nolo Ferreira, aquel piloto olímpico capitán de Argentina
en el Mundial del 30, y que estudia periodismo deportivo en Deportea.
Quien ha tenido el privilegio de leer parte de las innumerables notas
de ese uruguayo universal llamado Luis Sciutto, acomodadas en un racimo
titulado Siento ruido de pelotas, acude a la muestra como
succionado por la historia. Y entonces goza mirando tras los vidrios ese
espejo en plata dedicado a su nieta Fiorella, y otros dos a Santa María
del Buen Ayre.
Habrá que esperar el turno para asombrarse con las tapas de libros
históricos hechas con aplicaciones de esmalte, plata, piedra y
oro, como por ejemplo sobre el Compendium Manualis, impreso en Praga en
1623, o las que cobijan las hojas de la obra Los romanos, de Montesquiuieu,
fechada en París en 1825.
Por ahí se derrama un colgante hecho con granalla traída
por el mismo Diego de las minas de Jujuy. Y hasta resulta conmovedor un
sobrecito amarillento donde aún se lee: Brillantina Silver.
La Paloma, 18 de julio 1240/44, Montevideo, material con el que
tanto trabajó en su refugio final de City Bell. Esto y más
se podrá apreciar los sábados y domingos hasta el 15 de
octubre en la Sala de Exposiciones Temporarias de la Catedral platense,
por la feliz idea del Museo y de la Fundación Catedral, y con el
empuje total de Araceli Míguez, esa mujer impresionante que acompañó
tanto tiempo a Diego, la misma que ahora empuja el bastón hacia
abajo y la mirada hacia arriba, como para guiñarle un ojo cómplice
y esperar el muy bien, muy bien... de su amor eterno que también
parece haber escuchado al coro de Estudiantes de La Plata dirigido por
el maestro Guillermo Mase en una interpretación acertada del motivo
peruano El Alcatraz. La imaginación lo descubre sentado en primera
fila, saco cruzado, corbata petitera, el audífono que ya forma
parte de su ser y esa fisonomía que denuncia tanto mundo recorrido
y tanta vida aprovechada.
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