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Dios
no lo hizo, el demonio tampoco
Por Luis Bruschtein
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La
masacre de las Torres Gemelas fue ejecutada en nombre de Dios y el único
que salió en su defensa en un mundo de creyentes fue el escritor
portugués José Saramago, que es ateo. Dios no lo hizo
escribió Saramago, autor de la Pasión según Jesucristo,
un libro que presenta al mesías de los cristianos como un ser humano.
Resulta conmovedor que el escritor que pudo concebir en un hombre de carne
y hueso la sensibilidad y el amor que la mayoría de los mortales
prefiere concebir sólo en la deidad, al mismo tiempo diga que no
fue Dios el autor de la masacre, que fueron hombres, y conciba en ellos
también tanta capacidad de maldad. Y la maldad, en términos
de masacre y exterminio, es tan difícil de concebir y aceptar,
que estos hombres se la endosan a Dios.
Para un ateo es difícil concebir a Dios, pero le resulta más
fácil que a los creyentes detectar al Dios que conciben los hombres.
Al Dios que los hombres inventan a su imagen y semejanza para justificar
sus ambiciones, sus guerras, crueldades e injusticias. Un ateo, cuando
duda, piensa: Si Dios existe, no puede tener nada que ver con todo
esto, este desastre lo hacemos nosotros. En cambio los creyentes
están más acostumbrados a ver la mano de Dios en todo lo
que sucede en este mundo terrenal. Muchos religiosos de todas las religiones
han repudiado la masacre de Nueva York, pero se reservan el derecho de
bendecir otras guerras santas de uno y otro lado en defensa de uno u otro
orden divino.
Para un ateo que está tratando de imaginar un Dios posible dentro
de su imposibilidad lógica esto es lo primero que descarta
por absurdo. Dios no puede usar el mismo metro que Bush o Bin Laden, el
Papa, el mullah Mohammad Omar, el ayatola Jomeini o el gran rabino de
Jerusalén, ni siquiera el metro que aplica quien hace esas reflexiones.
Si existe, piensa, tiene que estar por fuera de estas situaciones que
generamos los seres humanos. Por fuera, incluso, de aquellas causas que
creen luchar por la justicia. Podemos tener la razón, pero no el
respaldo ni la oposición divina y ni siquiera la razón existe
para cometer atrocidades.
Pero cuando Saramago dice que Dios no hizo la masacre, sino los hombres,
acusa a los hombres que cometen la torpeza de escudarse en un Dios que
ése sí, seguro no existe y está construido
por ellos mismos para justificar sus acciones. Y convoca a los creyentes
a no confundir su Dios con ese otro simplón, trucho y brutal en
cuyo nombre las religiones han cometido atrocidades.
Y no se trata de una discusión entre ateos y religiosos, porque
igual de simplones, truchos y brutales son los dioses que erigen creyentes
y no creyentes cuando tratan de justificar acciones que nunca pueden sostener
con la razón, como el mercado o la doctrina de la seguridad nacional.
La lucha del bien contra el mal, de ángeles contra demonios, como
la que parece a punto de lanzar el presidente norteamericano puede no
diferenciarse para nada de la que combate. En realidad, los criminales
que estrellaron los aviones contras las Torres Gemelas creían que
Dios los apoyaba porque creían que Estados Unidos era el demonio.
Y Bush parece creer que el demonio es el otro, con lo cual tiende a pensar
como los criminales. Con la diferencia de que en Afganistán no
hay Torres Gemelas y la población civil sufriría bombardeos
masivos y justificados porque son parte de la batalla contra el demonio.
Cada vez que se ha puesto a Dios en una bandera, la consecuencia ha sido
lo más parecido al Infierno, en vez del Paraíso que alguien
les prometió a los 18 terroristas. Resulta absurdo que la humanidad
esté, igual que hace diez siglos, al borde de una guerra entre
cruzados y la Jihad islámica. El Dios cruel del mercado, contra
el Dios loco y medieval de la Jihad. Se supone que el mundo está
obligado a tomar partido por uno u otro Dios contra uno u otro demonio.
Además de inconmensurablemente absurdo, esto de meterse en guerras
celestiales en el siglo XXI resulta estúpido porque, enrealidad,
la gente, los pueblos, serán víctima de ambos, no importa
el bando que se elija.
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