Por
Julián Gorodischer
Algunas
claves bien resueltas hacen que Gran Cuñado 2 no sature
su fórmula. Una, tal vez, sea la votación telefónica
que hoy decidirá, a partir de las 21, un primer expulsado de la
casa. Si el sketch de Marcelo Tinelli no promoviera la participación
sería sólo una broma que aludiría al Gran Hermano
y a la crisis de la política. Pero con su propuesta llame
y decida usted mismo (es importante que sea en forma gratuita) se
convierte en la contracara perfecta del reality, un programa que utiliza
sus mismos procedimientos pero solamente para que la parodia se vuelva
efectiva.
El sketch ha crecido: ahora ocupa la tapa de una revista de actualidad,
alcanza picos de 28 puntos de rating y genera comentarios. ¿Quién
se fue de la casa? Sus creativos entienden que la subestimación
no es un buen camino para la crítica; entonces, se pegan a las
fórmulas del Gran Hermano, y reproducen su música,
su locución, el tiempo real y los tópicos más frecuentes.
Aquí también hay un duelo declarado (Zulemita versus Cecilia),
una amistad del alma (Lilita y Solita) y una alianza que,
pronto, podría ser acusada de ejercer un complot (Fernando, Darío
y Juan Pablo). Mejoraron, también, algunas de sus máscaras.
Las más pulidas (Lilita, Fernando, Cecilia) siguen en la casa,
como en la primera parte, pero con un agregado: ahora tienen un círculo
de allegados.
Es así como los mejores (entendidos como los más realistas)
ahora se mueven como en familia. Fernando convive con Inés, Antonio,
Darío y Juan Pablo, la cohorte que compone el fernandismo.
Este consiste en la obsecuencia con el jefe de parte de los funcionarios
y el tedio para relacionarse entre parientes. El fernandismo
se lleva a una buena parte de los participantes, y añade otra clave
interesante al programa: incorporar a los detractores.
Si el vocero Baylac fue el principal denostador de la tinellización
de la política, ahora forma parte del staff, caricaturizado como
el latoso Juan Pablo, un lacayo presidencial que está
allí para complacer al jefe. Nada queda afuera del Gran Cuñado,
como si se tratase de un pulpo que incorpora a su seno la crítica
o la competencia. Allí está, ahora, Solita, como en Gran
Hermano, para repetir todo el tiempo adelante mis valientes
y robar a la verdadera (la del reality verdadero) su fórmula más
popular.
Sin duda, uno de los hallazgos de la segunda parte del Gran Cuñado
es la recreación de Aldo Rico. El actor Campi compone un autoritario
que observa imágenes castrenses en cada una de las cualidades de
la casa. En el encierro voluntario, él verá una forma del
autoacuartelamiento, dará instrucciones a soldados
imaginarios y creerá en una conspiración encabezada por
Tinelli. En el confesionario, enfrentado a la misma voz del Gran
Hermano, el déspota aparece en su propio espejo: se disputan
el tono más alto y la orden sin lugar a discusión.
Con la llegada de Aldo, el sketch suma un competidor de peso para la máscara
exacta de Fernando, que obtuvo un segundo puesto detrás de Chacho
en la versión anterior.
Gran Cuñado critica el sistema televisivo desde sus
fauces, y propone que la votación para echar a un participante
cada lunes sea gratuita. Aquí, para elegir al expulsado (Zulemita
es la que tiene más chances de irse esta noche) no rigen los tres
pesos más IVA, otro rasgo del reality es cuestionado. El alternativo,
o la contracara del género más extendido de la TV del 2001,
descree del rédito a través de los llamados, y se burla
del tono épico (mis valientes...), del despotismo del
Gran Hermano cuando se enfrenta a Rico y de una
trama donde, como pasa en la segunda parte del Gran Hermano,
nunca sucede nada importante.
Por contrapartida, todo aquí también se siente
intensamente: la emoción ante las nominaciones los lleva a apretarse
las manos y llorar por el excluido y las peleas se ejercen a los gritos
y con muchos mohínes. En época preelectoral, Gran
Cuñado 2 satiriza los dos grandes sistemas proveedores de
temas para conversar: la política y el reality. Y deja picando
la pregunta, no poco perturbadora: ¿Cuál de ellos es más
trivial?
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