Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Drácula, atacado por minimalistas

La versión musical de Philip Glass, en el Colón, no resultó funcional a las imágenes de la legendaria película de Tod Browning.

Por Diego Fischerman

El caso de Philip Glass en el mundo de la música llamada clásica es semejante al de Kenny G. en el de los territorios más o menos satélites del jazz. Despreciados –el uno y el otro– en sus respectivos campos, vilipendiados por académicos, críticos, colegas y por cualquier opinión más o menos especializada (o, por lo menos, informada), gozan, sin embargo, de un gran éxito entre algunos sectores del público. No se trata de artistas populares –en el sentido más estricto del término– ni de formas de circulación ligadas al entretenimiento puro. No es en los bailes ni las fiestas ni entre los cantos colectivos que Glass o Kenny G. hacen sus agostos. Más bien, el beneplácito con sus producciones se corresponde con el consumo de una especie de seudocultura; de algo que tiene todos los rasgos externos de lo que Beatriz Sarlo llama “cultura culta” –para diferenciar al término de su acepción antropológica–, pero nada de la complejidad lingüística –o de la discusión acerca de esa complejidad– que caracteriza al arte.
Parte de la confusión –o de la impostura– tiene que ver con el hecho de que estos objetos, sin ser arte, ocupan el lugar del arte. Por ejemplo, son programados dentro de un festival que intenta ser representativo de las tendencias más importantes de la música y las expresiones escénicas del momento. Es en ese sentido que la elección del espectáculo que Glass concibió a partir del film Drácula, dirigido por Tod Browning en 1931, resulta particularmente desacertada. Dado que el III Festival Internacional de Buenos Aires no busca ser una muestra de éxitos comerciales (allí no tienen cabida ni Ricky Martin ni el teatro de Broadway ni los shows de danza irlandesa ni las películas de Rambo) debe pensarse, simplemente, que los organizadores comen –ellos también– vidrio. Y eso es imperdonable. Alguien del público (e incluso el progamador de un festival, a título personal) puede, legítimamente, gustar de Philip Glass. Lo que no debería suceder es que ese programador, elegido como tal sobre la base de un supuesto saber específico en la materia, acepte gato por liebre e, ingenuamente, pase luego a ofrecerlo al público. Philip Glass no es ni bueno ni malo en sí mismo. Simplemente, no es equivalente (no en su calidad sino en sus objetivos, en su profundidad, en su espesor, en su manera de reflexionar acerca del lenguaje) a los otros números incluidos en el Festival.
Esa serie de acordes arpegiados, interminablemente consonantes y draconianamente repetitivos que caracterizan el estilo de Glass, se superpone, en este caso, con una película sonora y con diálogos incluidos. La interpretación de la música está caracterizada por un notable ajuste y por una indudable perfección técnica. El pastiche, sin embargo, no produce ningún efecto interesante. En realidad, la sensación es que la película sola, sin el agregado de la vidriosa música, funcionaría mucho mejor. Aun a pesar de la ingenuidad de lo que hace 70 años debió haber sido atemorizante, ciertas resoluciones plásticas (la escena de las escaleras del sótano, por ejemplo) siguen siendo magníficas. Resulta claro, en todo caso, que Glass no buscó componer una música funcional. Que, más que escribir una banda sonora capaz de ser incluida en un film se preocupó por marcar (omnipresencia mediante) lo contrario: una obra visual-sonora en que la película estuviera incluida. Hay algunos intentos, en el comienzo, de que las líneas de diálogo o algunos sonidos ambientales (la carreta en el camino al castillo del conde) se integraran con la música, pero Glass da la impresión de haberse cansado a mitad de camino y de haber optado por el rumbo mucho más fácil de la literalidad. En una extraña coincidencia, finalmente, el terror de una película de vampiros terminó remitiendo a otros terrores y otros vampiros. Si de alimentarse de sangre ajena se trata, Glass y sus acólitos locales demuestran conocer formas mucho más actuales (y efectivas) que las del tierno –y hasta risible– Béla Lugosi.

Actividades para hoy

Exhibiciones y espectáculos con entrada gratuita para hoy.
- 10.30 a 24.00: Sobre Tablas. Muestra de fotografías en el 1º piso del Hall Central del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530.
- 10.00 a 24.00: Feria del Libro. Hall Carlos Morel del Teatro San Martín.
- 15.00: Bartleby (Teatro). Dirección D.Amitín. Ombligo de la Luna, Anchorena 364.
- 16.00 a 21.00: Teatro x la identidad. Registro fotográfico del ciclo 2001. En el Auditorio del C.C. Recoleta, Junín 1930.
- 17.00: Kleines Helnwein (Teatro para adultos). Libro y dirección de Rodrigo Malmsten. En el Callejón, Humahuaca 3759.
- 19.00.: 3EX (Teatro). Dirección Mariana Anghileri. En La Fábrica, Querandíes 4290.

 

 

PRINCIPAL