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LOS SAUDITAS ROMPIERON RELACIONES CON EL REGIMEN TALIBAN
Kabul frente a cien años de soledad

Hasta la semana pasada, el
régimen de los talibanes tenía relaciones diplomáticas con sólo tres países,
pero la ruptura de las mismas por los Emiratos Arabes el fin de semana y por Arabia Saudita ayer lo deja con un solo vínculo: un Pakistán poco confiable.

Gente esperando en la entrada de la embajada afgana en Ryad, que será cerrada.

Por Angeles Espinosa
Desde Islamabad

El cerco se estrecha en torno a los talibanes. Arabia Saudita rompió ayer relaciones diplomáticas con el régimen de los clérigos rigoristas afganos, al que sólo le queda su embajada en Islamabad como ventana al mundo. Las autoridades sauditas se resisten sin embargo a permitir el uso de sus bases a los aviones de Estados Unidos. Y es que Osama bin Laden, el hombre que está en el punto de mira de Washington y bajo protección de los talibanes, es muy popular entre la oposición clandestina a la monarquía saudita.
“Los talibanes han utilizado su territorio para atraer a hombres jóvenes e inexpertos de todas las nacionalidades, en especial de Arabia Saudita, para llevar a cabo actos criminales que violan todas las religiones, y rechazan entregar a la Justicia a esos criminales”, justificó la agencia oficial de prensa saudita al anunciar la noticia. El reino, insistía la nota, “continuará apoyando a sus hermanos musulmanes en Afganistán”.
Las relaciones de Arabia Saudita con el régimen talibán han sido desde el principio ambivalentes. Algunos miembros de la familia real han favorecido los lazos, basados en gran medida en vínculos personales, y fuentes privadas saudíes han colaborado en la financiación del movimiento. Sin embargo, la presencia en suelo afgano de Bin Laden, saudita de nacimiento, ha terminado siendo un obstáculo insalvable.
No obstante, sabedores de las simpatías que el disidente despierta entre la oposición islamista, los sauditas han esperado a que Emiratos Arabes Unidos diera el paso el sábado para anunciar la ruptura. Ryad aún tiene fresco el efecto que provocó sobre esos sectores el despliegue en su suelo de tropas extranjeras durante la guerra del Golfo, en 1991.
La decisión saudita es sobre todo simbólica, ya que su reconocimiento a los talibanes era sólo nominal. Ryad evacuó a sus diplomáticos en 1998 cuando, a raíz de los atentados a las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, EE.UU. bombardeó con misiles varias bases de Bin Laden en Afganistán. Cuatro años antes, las autoridades sauditas habían retirado la nacionalidad a Bin Laden, un ciudadano cuya militancia radical islámica ya las había incomodado a principios de los años ‘90.
Pakistán se convierte así en el único país que reconoce a los talibanes, aunque la retirada de todo su personal diplomático y administrativo el pasado fin de semana deja muy devaluada la relación. De hecho, hacía dos meses que su embajador había regresado a Islamabad y, desde los atentados del día 11, sólo permanecía en Kabul un equipo reducido. El gobierno paquistaní ha insistido en que descartaba la suspensión de lazos por razones históricas y para permitir el contacto entre los talibanes y el resto del mundo. Ayer, el presidente de facto Pervez Musharraf aseguró que nadie le ha pedido que rompa relaciones con los talibanes.
Bin Laden se encuentra bajo la protección de los talibanes desde 1996, cuando el gobierno de Sudán lo expulsó de su territorio por presiones de Estados Unidos. Desde entonces, los rigoristas afganos lo consideran un “huésped” y han rechazado insistentes peticiones de Washington para que lo entreguen para ser juzgado por su responsabilidad en un rosario de actos terroristas que se remontan a 1993 cuando se lo vincula con la bomba del World Trade Center e incluyen varios atentados en Arabia Saudí, el ya citado contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, la lancha-bomba contra el destructor Cole en Yemen y la carnicería del pasado día 11.
Ahora, los talibanes aseguran ignorar su paradero y han lanzado rumores de que podría haber salido de Afganistán. “En 1998 dijeron lo mismo -asegura un diplomático occidental con experiencia en ese país–, y luego reapareció en un mercado de Jalabad comprando tomates.” La mayoría de las fuentes consultadas por esta enviada no cree que haya salido de la zonabajo control de los talibanes y consideran verosímil que se halle escondido con el jeque Mohamed Omar, el líder de ese movimiento, en la provincia de Oruzgan, donde ya encontró refugio en aquella ocasión. “Si se hubiera afeitado la barba, cambiado la vestimenta y unido a una de las caravanas de traficantes que introducen droga en Irán, cabría la posibilidad de que atravesara ese país y embarcara clandestinamente hacia Yemen, pero resulta bastante improbable”, manifiesta un funcionario internacional que descarta la opción paquistaní.
Su pretensión de desconocer dónde se esconde el saudita no es la única coincidencia con la pauta de comportamiento que los talibanes siguieron en la crisis de 1998. Igual que entonces, los dirigentes de esta milicia han lanzado amenazas contra el mundo exterior y han iniciado una movilización militar. En aquella ocasión, las amenazas se tradujeron en la retención como rehenes de los funcionarios y trabajadores humanitarios extranjeros; ahora, como éstos salieron inmediatamente, están actuando contra las oficinas de la ONU y las ONG que trabajan allí. En cuanto a los movimientos de tropas, hace tres años apuntaban hacia Irán, con el que estuvieron a punto de entrar en guerra, y hoy se dirigen hacia la frontera con Pakistán, país al que han lanzado severas advertencias.

* De El País de Madrid, especial para Página/12.

 

Claves

- Arabia Saudita rompió oficialmente ayer relaciones con Afganistán, siguiendo en esto a los Emiratos Arabes Unidos. Pakistán queda así como el único país que tiene relaciones con el régimen talibán, pero estas se encuentran muy degradadas por la evacuación de todo el personal diplomático importante de la embajada en Kabul.
- Pero el alcance de la medida saudita es simbólico: las relaciones ya bordeaban lo inexistente, y el reino todavía no se decide a facilitar a EE.UU. el uso de su espacio aéreo ni de su territorio.
- La “Operación Justicia infinita” fue rebautizada ayer “Operación Libertad duradera” (en deferencia a los musulmanes, que se quejaron de que lo infinito es privilegio exclusivo de Alá). Al mismo tiempo, la Casa Blanca y el Pentágono emitían una verdadera cascada de desmentidas.

 

OPINION
Por Edward Said*

Persiguiendo a Moby Dick

En la crisis actual lo que es más deprimente es que se dedique muy poco tiempo a comprender el rol de Estados Unidos en el mundo, cómo está directamente involucrado en la compleja realidad más allá de las dos costas, algo que durante mucho tiempo hizo que el resto del mundo fuera algo extremadamente distante y virtualmente fuera de la mente del norteamericano común. Uno podía pensar que Estados Unidos era un gigante dormido antes que una superpotencia casi constantemente en guerra, o en alguna forma de conflicto, con los países islámicos. El nombre y el rostro de Osama bin Laden se volvieron tan embrutecedoramente familiares a los norteamericanos como para hacer olvidar la historia de él y de sus seguidores antes de que se convirtieran en los odiosos símbolos de todo lo aborrecible y detestable para la imaginación colectiva. De una manera inevitable, entonces, las pasiones colectivas están siendo canalizadas hacia una pulsión por la guerra que se parece siniestramente al Capitán Ahab persiguiendo a Moby Dick, más que a lo que realmente está pasando, que una potencia imperial herida por primera vez en su centro continental, prosiguiendo sus intereses sistemáticamente en lo que se convirtió súbitamente en una reconfigurada geografía de conflicto, sin límites claros, ni actores visibles. Símbolos maniqueos y escenarios apocalípticos son blandidos sin temor a las consecuencias futuras, y toda contención retórica parece abandonada.
Un inmenso poder militar y económico no son garantías de sabiduría o moral. Voces escépticas y humanitarias fueron ampliamente desoídas en la presente crisis, mientras que Estados Unidos se calza las armas para luchar una larga guerra que debe ser peleada en algún lugar del espacio exterior, junto con aliados a los que se les ha exigido que vengan a prestar servicio con motivos muy inciertos y con fines muy imprecisos. Tenemos que dar un paso atrás de los umbrales imaginarios que separan a unas personas de otras, y reexaminar las etiquetas, reconsiderar los limitados recursos disponibles, decidir compartir nuestros destinos con cada uno como las culturas han hecho hasta ahora, a pesar de gritos y credos belicosos.
“El Islam” y “Occidente” son, simplemente, banderas inadecuadas para enrolarse ciegamente. Algunos se alinearán con ellas, pero que las generaciones futuras se condenen a sí mismas a una guerra y a un sufrimiento prolongado sin darse pausa para la crítica, sin atender a las historias interdependientes de injusticia y opresión, sin preocuparse por la emancipación común y la comprensión mutua parece algo innecesario. Librar al Otro de cargas negativas no es una base suficiente para ningún tipo de política decente, y mucho menos ahora cuando las raíces del terrorismo, que están en la injusticia, pueden ser enfrentadas, y los terroristas aislados, y dejados sin capacidad de acción. Esto implica paciencia y educación, pero es una inversión mucho más valiosa que mayores niveles de violencia y sufrimiento.

* Intelectual norteamericano, de origen palestino, profesor de literatura comparada en Nueva York. Extractado de The Observer.

 

OPINION
Por Najba Hotaky*

Una madre afgana escribe a Bush

Presidente Bush:
Sentimos un profundo dolor por el pueblo estadounidense.
Nosotras, mujeres afganas, vivimos en el exilio y sabemos lo que significa ser víctimas del fanatismo. El régimen de los talibanes no sólo apoya al terrorismo. En pocos años los talibanes aniquilaron las instituciones políticas, mutilaron gravemente la sociedad civil, abolieron la cultura. Quienes padecen inmensamente son sobre todo las mujeres sometidas del todo a ese régimen. Los derechos humanos no valen para las mujeres afganas: si los jueces talibanes lo dictaminan, pueden ser masacradas como bestias ante los ojos de sus propios hijos. Las mujeres afganas sufren hambre, enloquecen, están desesperadas. Para ellas muchas veces la única salida es el suicidio.
El sufrimiento y la miseria de la población afgana no pueden ser descriptos. Nuestra gente ha perdido todo en décadas de guerra y ahora es un rehén en manos de un régimen terrorista. Muchos afganos escaparon, pero son también muchos los que tuvieron que quedarse. Están presos en sus casas, en sus pueblos.
Le rogamos, señor presidente, no permita que las bombas caigan sobre Afganistán. Los terroristas saben dónde esconderse: también los talibanes saben cómo escapar del peligro. Sólo las mujeres, los niños, los mutilados, los viejos no pueden escapar. No tienen siquiera fuerzas para hacerlo. ¿Y a dónde tendrían que ir? Los campos de emigrados están superpoblados, las fronteras cerradas. El pueblo afgano está en una trampa. Señor presidente, no permita que la población civil afgana sea exterminada. Persiga a los terroristas, no deje que el fuego y la muerte caigan sobre los inocentes.
Nosotras, mujeres, damos la vida. Para nosotras la vida es lo más importante. La vida de todo ser humano. Llevamos luto por los muertos de su pueblo, señor presidente. El luto por nuestro pueblo no tiene tregua.
Señor presidente, deje que sobrevivan nuestros hijos, nuestras hermanas y nuestros mayores. La vida es todo lo que poseen. No permita que se bombardee a la población civil.
Las bombas son ciegas. Ciegas como los terroristas.

* Presidenta de la Asociación Civil de Mujeres Afganas. Extraído de Die Zeit.

 

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