Por Angeles Espinosa
Desde
Islamabad
El cerco se estrecha en torno
a los talibanes. Arabia Saudita rompió ayer relaciones diplomáticas
con el régimen de los clérigos rigoristas afganos, al que
sólo le queda su embajada en Islamabad como ventana al mundo. Las
autoridades sauditas se resisten sin embargo a permitir el uso de sus
bases a los aviones de Estados Unidos. Y es que Osama bin Laden, el hombre
que está en el punto de mira de Washington y bajo protección
de los talibanes, es muy popular entre la oposición clandestina
a la monarquía saudita.
Los talibanes han utilizado su territorio para atraer a hombres
jóvenes e inexpertos de todas las nacionalidades, en especial de
Arabia Saudita, para llevar a cabo actos criminales que violan todas las
religiones, y rechazan entregar a la Justicia a esos criminales,
justificó la agencia oficial de prensa saudita al anunciar la noticia.
El reino, insistía la nota, continuará apoyando a
sus hermanos musulmanes en Afganistán.
Las relaciones de Arabia Saudita con el régimen talibán
han sido desde el principio ambivalentes. Algunos miembros de la familia
real han favorecido los lazos, basados en gran medida en vínculos
personales, y fuentes privadas saudíes han colaborado en la financiación
del movimiento. Sin embargo, la presencia en suelo afgano de Bin Laden,
saudita de nacimiento, ha terminado siendo un obstáculo insalvable.
No obstante, sabedores de las simpatías que el disidente despierta
entre la oposición islamista, los sauditas han esperado a que Emiratos
Arabes Unidos diera el paso el sábado para anunciar la ruptura.
Ryad aún tiene fresco el efecto que provocó sobre esos sectores
el despliegue en su suelo de tropas extranjeras durante la guerra del
Golfo, en 1991.
La decisión saudita es sobre todo simbólica, ya que su reconocimiento
a los talibanes era sólo nominal. Ryad evacuó a sus diplomáticos
en 1998 cuando, a raíz de los atentados a las embajadas norteamericanas
en Kenia y Tanzania, EE.UU. bombardeó con misiles varias bases
de Bin Laden en Afganistán. Cuatro años antes, las autoridades
sauditas habían retirado la nacionalidad a Bin Laden, un ciudadano
cuya militancia radical islámica ya las había incomodado
a principios de los años 90.
Pakistán se convierte así en el único país
que reconoce a los talibanes, aunque la retirada de todo su personal diplomático
y administrativo el pasado fin de semana deja muy devaluada la relación.
De hecho, hacía dos meses que su embajador había regresado
a Islamabad y, desde los atentados del día 11, sólo permanecía
en Kabul un equipo reducido. El gobierno paquistaní ha insistido
en que descartaba la suspensión de lazos por razones históricas
y para permitir el contacto entre los talibanes y el resto del mundo.
Ayer, el presidente de facto Pervez Musharraf aseguró que nadie
le ha pedido que rompa relaciones con los talibanes.
Bin Laden se encuentra bajo la protección de los talibanes desde
1996, cuando el gobierno de Sudán lo expulsó de su territorio
por presiones de Estados Unidos. Desde entonces, los rigoristas afganos
lo consideran un huésped y han rechazado insistentes
peticiones de Washington para que lo entreguen para ser juzgado por su
responsabilidad en un rosario de actos terroristas que se remontan a 1993
cuando se lo vincula con la bomba del World Trade Center e incluyen varios
atentados en Arabia Saudí, el ya citado contra las embajadas norteamericanas
en Kenia y Tanzania, la lancha-bomba contra el destructor Cole en Yemen
y la carnicería del pasado día 11.
Ahora, los talibanes aseguran ignorar su paradero y han lanzado rumores
de que podría haber salido de Afganistán. En 1998
dijeron lo mismo -asegura un diplomático occidental con experiencia
en ese país, y luego reapareció en un mercado de Jalabad
comprando tomates. La mayoría de las fuentes consultadas
por esta enviada no cree que haya salido de la zonabajo control de los
talibanes y consideran verosímil que se halle escondido con el
jeque Mohamed Omar, el líder de ese movimiento, en la provincia
de Oruzgan, donde ya encontró refugio en aquella ocasión.
Si se hubiera afeitado la barba, cambiado la vestimenta y unido
a una de las caravanas de traficantes que introducen droga en Irán,
cabría la posibilidad de que atravesara ese país y embarcara
clandestinamente hacia Yemen, pero resulta bastante improbable,
manifiesta un funcionario internacional que descarta la opción
paquistaní.
Su pretensión de desconocer dónde se esconde el saudita
no es la única coincidencia con la pauta de comportamiento que
los talibanes siguieron en la crisis de 1998. Igual que entonces, los
dirigentes de esta milicia han lanzado amenazas contra el mundo exterior
y han iniciado una movilización militar. En aquella ocasión,
las amenazas se tradujeron en la retención como rehenes de los
funcionarios y trabajadores humanitarios extranjeros; ahora, como éstos
salieron inmediatamente, están actuando contra las oficinas de
la ONU y las ONG que trabajan allí. En cuanto a los movimientos
de tropas, hace tres años apuntaban hacia Irán, con el que
estuvieron a punto de entrar en guerra, y hoy se dirigen hacia la frontera
con Pakistán, país al que han lanzado severas advertencias.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
Claves
- Arabia Saudita rompió oficialmente ayer relaciones con
Afganistán, siguiendo en esto a los Emiratos Arabes Unidos.
Pakistán queda así como el único país
que tiene relaciones con el régimen talibán, pero
estas se encuentran muy degradadas por la evacuación de todo
el personal diplomático importante de la embajada en Kabul.
- Pero el alcance de la medida saudita es simbólico: las
relaciones ya bordeaban lo inexistente, y el reino todavía
no se decide a facilitar a EE.UU. el uso de su espacio aéreo
ni de su territorio.
- La Operación Justicia infinita fue rebautizada
ayer Operación Libertad duradera (en deferencia
a los musulmanes, que se quejaron de que lo infinito es privilegio
exclusivo de Alá). Al mismo tiempo, la Casa Blanca y el Pentágono
emitían una verdadera cascada de desmentidas.
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OPINION
Por Edward Said*
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Persiguiendo a
Moby Dick
En la crisis actual lo que es más deprimente es que se
dedique muy poco tiempo a comprender el rol de Estados Unidos en
el mundo, cómo está directamente involucrado en la
compleja realidad más allá de las dos costas, algo
que durante mucho tiempo hizo que el resto del mundo fuera algo
extremadamente distante y virtualmente fuera de la mente del norteamericano
común. Uno podía pensar que Estados Unidos era un
gigante dormido antes que una superpotencia casi constantemente
en guerra, o en alguna forma de conflicto, con los países
islámicos. El nombre y el rostro de Osama bin Laden se volvieron
tan embrutecedoramente familiares a los norteamericanos como para
hacer olvidar la historia de él y de sus seguidores antes
de que se convirtieran en los odiosos símbolos de todo lo
aborrecible y detestable para la imaginación colectiva. De
una manera inevitable, entonces, las pasiones colectivas están
siendo canalizadas hacia una pulsión por la guerra que se
parece siniestramente al Capitán Ahab persiguiendo a Moby
Dick, más que a lo que realmente está pasando, que
una potencia imperial herida por primera vez en su centro continental,
prosiguiendo sus intereses sistemáticamente en lo que se
convirtió súbitamente en una reconfigurada geografía
de conflicto, sin límites claros, ni actores visibles. Símbolos
maniqueos y escenarios apocalípticos son blandidos sin temor
a las consecuencias futuras, y toda contención retórica
parece abandonada.
Un inmenso poder militar y económico no son garantías
de sabiduría o moral. Voces escépticas y humanitarias
fueron ampliamente desoídas en la presente crisis, mientras
que Estados Unidos se calza las armas para luchar una larga guerra
que debe ser peleada en algún lugar del espacio exterior,
junto con aliados a los que se les ha exigido que vengan a prestar
servicio con motivos muy inciertos y con fines muy imprecisos. Tenemos
que dar un paso atrás de los umbrales imaginarios que separan
a unas personas de otras, y reexaminar las etiquetas, reconsiderar
los limitados recursos disponibles, decidir compartir nuestros destinos
con cada uno como las culturas han hecho hasta ahora, a pesar de
gritos y credos belicosos.
El Islam y Occidente son, simplemente, banderas
inadecuadas para enrolarse ciegamente. Algunos se alinearán
con ellas, pero que las generaciones futuras se condenen a sí
mismas a una guerra y a un sufrimiento prolongado sin darse pausa
para la crítica, sin atender a las historias interdependientes
de injusticia y opresión, sin preocuparse por la emancipación
común y la comprensión mutua parece algo innecesario.
Librar al Otro de cargas negativas no es una base suficiente para
ningún tipo de política decente, y mucho menos ahora
cuando las raíces del terrorismo, que están en la
injusticia, pueden ser enfrentadas, y los terroristas aislados,
y dejados sin capacidad de acción. Esto implica paciencia
y educación, pero es una inversión mucho más
valiosa que mayores niveles de violencia y sufrimiento.
* Intelectual norteamericano, de origen palestino, profesor
de literatura comparada en Nueva York. Extractado de The Observer.
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OPINION
Por Najba Hotaky*
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Una madre afgana escribe
a Bush
Presidente Bush:
Sentimos un profundo dolor por el pueblo estadounidense.
Nosotras, mujeres afganas, vivimos en el exilio y sabemos lo que
significa ser víctimas del fanatismo. El régimen de
los talibanes no sólo apoya al terrorismo. En pocos años
los talibanes aniquilaron las instituciones políticas, mutilaron
gravemente la sociedad civil, abolieron la cultura. Quienes padecen
inmensamente son sobre todo las mujeres sometidas del todo a ese
régimen. Los derechos humanos no valen para las mujeres afganas:
si los jueces talibanes lo dictaminan, pueden ser masacradas como
bestias ante los ojos de sus propios hijos. Las mujeres afganas
sufren hambre, enloquecen, están desesperadas. Para ellas
muchas veces la única salida es el suicidio.
El sufrimiento y la miseria de la población afgana no pueden
ser descriptos. Nuestra gente ha perdido todo en décadas
de guerra y ahora es un rehén en manos de un régimen
terrorista. Muchos afganos escaparon, pero son también muchos
los que tuvieron que quedarse. Están presos en sus casas,
en sus pueblos.
Le rogamos, señor presidente, no permita que las bombas caigan
sobre Afganistán. Los terroristas saben dónde esconderse:
también los talibanes saben cómo escapar del peligro.
Sólo las mujeres, los niños, los mutilados, los viejos
no pueden escapar. No tienen siquiera fuerzas para hacerlo. ¿Y
a dónde tendrían que ir? Los campos de emigrados están
superpoblados, las fronteras cerradas. El pueblo afgano está
en una trampa. Señor presidente, no permita que la población
civil afgana sea exterminada. Persiga a los terroristas, no deje
que el fuego y la muerte caigan sobre los inocentes.
Nosotras, mujeres, damos la vida. Para nosotras la vida es lo más
importante. La vida de todo ser humano. Llevamos luto por los muertos
de su pueblo, señor presidente. El luto por nuestro pueblo
no tiene tregua.
Señor presidente, deje que sobrevivan nuestros hijos, nuestras
hermanas y nuestros mayores. La vida es todo lo que poseen. No permita
que se bombardee a la población civil.
Las bombas son ciegas. Ciegas como los terroristas.
* Presidenta de la Asociación Civil de Mujeres Afganas.
Extraído de Die Zeit.
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