Por Diego Fischerman
En 1974 dos categorías,
nacional y popular, se manejaban como una unidad
indivisible. Desde hacía por lo menos seis años existía,
en Argentina, una música elaborada a partir de las influencias
del rock progresivo inglés y norteamericano. Desde el principio
de eso que se llamó, con cierta ampulosidad, rock nacional, la
cuestión de la identidad cultural fue una preocupación para
muchos de sus cultores. O, por lo menos, de los más lúcidos.
La temática de las letras de Manal, algún guiño tímbrico
como el bandoneón (tocado por Mederos) en los arreglos que Rodolfo
Alchourrón había escrito para Laura va, en el
primer LP de Almendra, o, un poco más acá, el mismo instrumento
(esta vez por Mosalini) en El Jardín de los Presentes de Invisible,
marcaban un rumbo posible.
Un trío, a imagen y semejanza de Emerson, Lake & Palmer empezó,
por ese entonces, a tocar en vivo. Su primer disco, llamado Alas, igual
que el grupo, tenía sólo dos largos temas (otro signo de
época). Los títulos, Buenos Aires sólo es piedra
y La muerte contó el dinero resultaban explícitos
de una cierta ideología estética. El fundador del grupo,
Gustavo Moretto (que había sido el trompetista de Alma y Vida)
decía: Quisimos producir una música que fuera reconocible
como perteneciente a Buenos Aires. Junto a sus compañeros,
el guitarrista y bajista Alex Zucker y el baterista Carlos Riganti, Moretto
sostenía que teníamos que reflejar de alguna manera
lo argentino.
A partir de allí, el grupo tuvo algunos cambios. Al mismo tiempo
que Mosalini grababa con Invisible, Alas integró a Daniel Binelli
como miembro estable. Para un concierto en el Coliseo, en octubre de 1976,
redobló la apuesta e integró a la fila de bandoneones a
Mederos y Mosalini. En 1977 Zucker se fue a Estados Unidos y lo reemplazó
el jovencísimo Pedro Aznar, que venía de tocar con Madre
Atómica. Se fue Mosalini y entró Marconi. Se fueron Marconi
y Binelli y Alas, de nuevo como trío, grabó otro disco llamado
Pinta tu aldea que se publicó recién seis años
después y desapareció rápidamente de las disquerías.
Ahora, el sello EMI, como parte de su colección Archivos
acaba de editar los dos discos (Alas y Pinta tu aldea) en un álbum
doble que se vende al precio de un solo CD. Más allá de
algunos timbres de sintetizador inevitablemente fechados y de ciertas
rítmicas ingenuamente piazzollianas, la edición resulta
imprescindible para comprender una valiosísima etapa de la música
popular (y nacional) argentina. Bastante cercano, también, a lo
que por entonces era el universo del jazz-rock, Alas sigue sorprendiendo
por la cohesión que mostraba como grupo, por un ajuste de gran
precisión y por el muy buen nivel técnico de sus integrantes.
En 1978, cuando Moretto (que también componía música
electroacústica) se fue del país y se disolvió el
grupo, eran ya varias las alas cortadas. En apenas cuatro años
se habían clausurado demasiadas cosas y, entre ellas, una manera
de entender el rock.
La nueva colección de EMI, con cuidadosas notas en sus folletos
a cargo de Alfredo Rosso, abarca varios títulos de la semiolvidada
historia de la música popular sudamericana, hasta ahora Polifemo
(incluyendo los dos discos del grupo que conformaban Rinaldo Rafanelli,
Ciro Fogliatta, David Lebón y Juan Rodríguez), Porchetto
(incluye Porchetto y Chico Cósmico) y Los Jaivas (con Los Jaivas,
de 1976, y Canción del Sur, de 1979). En todos los casos se incluyen
bonus tracks. En el álbum de Alas pueden escucharse Aire
(surgente) y Rincón, mi viejo rincón,
los temas que habían sido editados como primer simple del grupo.
En el de Polifemo hay cuatro canciones que no integraban los álbumes
originales, en el de Porchetto -donde tocan músicos como Lito Epumer
o Alejandro Lerner hay dos canciones sólo publicadas en simple
(Mercedes en silencio y La Suite del pájaro)
y en Los Jaivas, junto a varios de los temas ejemplares del grupo (Pregón
para iluminarse, La vida mágica ¡Ay sí!,
Canción para los pájaros, Guajira cósmica)
aparecen algunas canciones que no formaban parte de los LP, Mambo
de Machaguay y En tus horas por unlado, y las dos que
habían sido editadas en un simple en Francia, ya en el exilio (Sueño
del inca y Bebida mágica).
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