Por Luciano Monteagudo
Una película no
es un trabajo en colaboración, término que implicaría
una igualdad, sino en el sentido de contribución por lo menos en
el de rango, declaró alguna vez el realizador, guionista
y dramaturgo estadounidense David Mamet. Un film se produce bajo
estrictas y detalladas condiciones de jerarquía. Pretender otra
cosa sería insultar a quienes están más abajo en
la escala jerárquica y eximir de responsabilidad a quienes están
más arriba. A diferencia de lo que sucede en el teatro, en
el que suele primar un espíritu más comunitario (al menos
en el teatro off-Broadway, donde se formó Mamet), en el cine de
Hollywood la palabra colaboración es, según
el dramaturgo, una hipocresía. Y como a él nunca
le gustó que le faltaran el respeto, ni que lo eximieran de responsabilidades,
peleó hasta que logró lo que muy pocos guionistas de Hollywood
consiguieron: pasar al sillón del director. Desde ese lugar, Mamet
decidió arreglar algunas cuentas pendientes con Hollywood, en la
medida en que Cuéntame tu historia es una sátira a sus modos
de producción, a la frivolidad de sus directores, la sumisión
de sus guionistas y la vanidad de sus estrellas.
Desde el clásico Sullivans Travels (Por meterse a redentor,
1941), de Preston Sturges, hasta Se acabó el mundo (1981), de Blake
Edwards, Hollywood a su vez siempre ha permitido, cada tanto, las burlas
desde adentro de la industria y, debe decirse, esta incursión de
Mamet no se puede contar entre las más vitriólicas. La novena
película escrita y dirigida por Mamet que ya acumula unos
treinta guiones con su firma, lo que acredita su conocimiento en profundidad
del medio que retrata es una sátira, pero a diferencia de
las de Sturges o Edwards, una sátira leve, ligera, que nunca elige
cargar demasiado las tintas.
Todo comienza cuando un equipo de filmación llega a un pueblito
perdido para continuar el rodaje de una película que originalmente
tenía otro escenario, pero que debió sacrificar por razones
de presupuesto (entre las que la producción se atreve a confesar).
Es que nada parece estar en su lugar en un rodaje lleno de problemas,
a los que el director (William H.Macy, un rostro habitual en el cine de
Mamet) debe atender al mismo tiempo, sin llegar nunca a preocuparse por
nada que no sea apagar el primer foco de incendio que se le presenta.
Y no son pocos.
Con una estructura coral, que le permite desarrollar varias historias
simultáneas, Mamet va pintando un fresco que incluye al numeroso
equipo de la película y a los habitantes del pueblo, entre quienes
se destaca el alcalde (Charles Durning), abrumado por la cena con que
su esposa quiere homenajear a los ilustres visitantes. El primero al que
quiere sentar a la mesa es a Bob Barrenger (Alec Baldwin), el galán
de la película, que para desgracia de la producción tiene
una incontrolable debilidad por las menores de edad, que pone en peligro
todo el proyecto. La estrella femenina de la película (Sarah Jessica
Parker) también trae a cuestas sus conflictos. A pesar de que el
contrato especificaba una escena con un desnudo, una vez en el set se
niega siquiera a mostrar sus senos. No veo por qué, si el
país entero los puede dibujar de memoria, observa alguien
a sus espaldas.
El productor que no consigue más plata, el asistente preocupado
porque no puede asistir al parto de su mujer, el guionista que se enamora
de la dueña de la única librería del pueblo son otros
de los muchos personajes que van asomando también en esta mirada
crítica de Mamet a Hollywood, con un humor que salvo en su
segundo largo, Los tiempos cambian, y en el guión de Mentiras que
matan no suele ser habitual en su obra.
PUNTOS
El
típico caso de �más es menos�
Por Horacio Bernades
No le faltaban atractivos a
Cuenta final, en la que Marlon Brando, Robert de Niro y Edward Norton
se reúnen para dar uno de esos golpes bien cinematográficos,
el robo de un cetro de oro que perteneció a una reina francesa
del siglo XVII y está tasado en una millonada de dólares.
La sola aparición de Brando en el elenco es ya un acontecimiento,
teniendo en cuenta que esta vaca sagrada del cine reduce sus actuaciones
a unos minutitos por década. Como si eso fuera poco, Cuenta final
representa la primera reunión de Brando & De Niro luego de
El padrino 2. Treinta años más tarde, Vito Corleone viejo
y Vito Corleone joven comparten, finalmente, un par de escenas.
Súmeseles a Norton, joven maravilla de La verdad desnuda, America
X y El club de la pelea, en quien muchos quieren ver algo así como
el nuevo De Niro, y se tendrán, en una misma película,
tres generaciones de grandes actores norteamericanos, reunidas. Además
está Angela Bassett, la morocha feroz de Malcolm X y Días
extraños, para seguir agregando factores de atracción. En
tren de sumar, por qué no tomar en cuenta que el director es Frank
Oz, que había mostrado buena cintura, para la comedia al menos,
en La tiendita del horror, Dos pícaros sinvergüenzas y ¿Qué
tal, Bob?. Si encima se considera que la película cuenta con un
par de presentaciones en vivo de dos nombres mayores del jazz, Cassandra
Wilson y Mose Allison, daba para arrellanarse en la butaca y prepararse
a gozar. Grave error. Caso extremo de más es menos,
en Cuenta final todo lo que suma termina dando una resta.
Que Brando es un espectáculo en sí mismo, no es ninguna
novedad. El físico de ballenato, aquel fraseo inimitable al que
ahora se le agrega un súbito ceceo, cierto champurreo en francés
y ese aire de rey destronado pero feliz despiertan a la afición.
El problema es que sus apariciones se reducen, sumadas, a menos de diez
minutos, sobre un total de 120. Nada que reprocharle a De Niro, que compone
su ladrón de guante blanco en la clave baja que viene perfeccionando
desde hace más de una década. Bastante que reprocharle,
sí, a Norton, que parece haber aceptado el papel sólo para
componer un espástico, lleno de sacudidas eléctricas y movimientos
mecánicos. En cuanto a Bassett, da la sensación de que está
ahí para poner el toque femenino entre tantos hombres, y nada más.
Lo de Cassandra Wilson y el veterano Mose Allison se reduce a un par de
compases, en el club de jazz que el personaje de De Niro maneja en los
ratos libres. En tren de ironías, de Frank Oz podría decirse
que con él, el problema es el mismo: aparece poco. Según
cuentan, Brando se negó a ser dirigido por Oz, que empezó
su carrera como director de Los Muppets, con el argumento de que Yo
no soy ningún muppet. Marlon sólo transó en
ser dirigido por su discípulo De Niro, en todas las escenas donde
aparecen juntos. Esas escenas son, en verdad, lo mejor de Cuenta final.
Más que actuadas, parecerían el encuentro entre dos viejos
amigos, cansados por el peso de sus leyendas pero disfrutando todavía
de las delicias de la conversación. Sobre todo, cuando viene acompañada
por un buen scotch.
El resto, no es que sea malo, y hasta se le podría elogiar a Cuenta
final su evidente prolijidad y cierto tono intimista, así como
la renuencia a incurrir en ese vicio tan actual del exceso de trama y
devueltas de tuerca. El problema es que pasa poco y nada a lo largo de
esas dos larguísimas horas, cuando se supone que debería
haber tensión, traiciones y trastadas, entre estos tres ladrones
de alta alcurnia. No los actores, porque hay mil películas peores
que ésta a la hora de robar, sino sus personajes, a
quienes ni el gran golpe parece sacar de su modorra profesional.
PUNTOS
COMO
PERROS Y GATOS
Eternos enemigos
Por Martín
Pérez
La historia es muy simple: de
un lado están los perros, del otro los gatos. Aquellos son los
mejores amigos de hombre, mientras que los felinos lo único que
quieren es dominar el mundo. Liderados por el malhumorado (y cruel) Mr.
Tinkles, la raza gatuna se pasea por Como perros y gatos como cuasi-talibanes
dedicados a intentar sojuzgar a una raza humana al que sus mismísimos
aliados perrunos consideran como primitiva. No pueden predecir terremotos
ni oler el miedo, argumentan. ¿Y entonces por qué
permanecer fieles y serviles? Porque, al fin y al cabo, para eso están
los amigos.
Con escenas memorables como la de los gatos kamikazes atacando su
objetivo al grito de banzai y otras más bien olvidables,
esta comedia dirigida por el canadiense Lawrence Guterman es un hito de
los efectos especiales, y un film en el que pese a tanta fidelidad
canina organizada los humanos están claramente de más.
Con todas las fuerzas especiales perrunas decididas a defender el trabajo
de un científico (interpretado por Jeff Goldblum) obsesionado a
conseguir que el ser humano ya no sea alérgico a los canes, y los
gatos intentando interferir ese trabajo, Como perros y gatos cuenta, en
realidad, la historia de una iniciación. Canina, claro.
Mientras el científico se encierra en su laboratorio, su esposa
(Elizabeth Perkins) va y viene de su trabajo y su hijo juega al fútbol
y se desvive por presenciar un partido entre Uruguay y Chad (!), al comenzar
la película su mascota será secuestrada por los esbirros
de Mr Tinkles. Y, pese a los esfuerzos de los Servicios Secretos del Alto
Comando Canino, será reemplazada por un ingenuo pero valiente cachorrito
que deberá interiorizarse rápidamente de los detalles de
esta lucha de razas tan vieja como el antiguo Egipto, y que se desarrolla
ante las ingenuas narices humanas. Por momentos delirante y por otros
demasiado convencional aún en medio de semejante desvarío,
el film de Guterman es más decepcionante que sorprendente. Pero
no deja de funcionar durante todo su metraje. Y regala un final repleto
de ratones y castigos acordes con la maldad y bondad de sus
peludos protagonistas.
PUNTOS
|