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ESTRENOS DE LA SEMANA
“CUENTAME TU HISTORIA”, ESCRITA Y DIRIGIDA POR DAVID MAMET
El paraíso no queda en Hollywood

El noveno largometraje del autor de �Oleanna� es una sátira a la comunidad del cine estadounidense: a sus modos de producción, a la frivolidad de sus directores y la vanidad de sus estrellas. Por su parte, �Cuenta final� propone muy poco más que el fugaz encuentro de Marlon Brando y Robert De Niro.

William H. Macy (centro) es el atribulado director a cargo de un rodaje plagado de problemas.

Por Luciano Monteagudo

“Una película no es un trabajo en colaboración, término que implicaría una igualdad, sino en el sentido de contribución por lo menos en el de rango”, declaró alguna vez el realizador, guionista y dramaturgo estadounidense David Mamet. “Un film se produce bajo estrictas y detalladas condiciones de jerarquía. Pretender otra cosa sería insultar a quienes están más abajo en la escala jerárquica y eximir de responsabilidad a quienes están más arriba.” A diferencia de lo que sucede en el teatro, en el que suele primar un espíritu más comunitario (al menos en el teatro off-Broadway, donde se formó Mamet), en el cine de Hollywood la palabra “colaboración” es, según el dramaturgo, “una hipocresía”. Y como a él nunca le gustó que le faltaran el respeto, ni que lo eximieran de responsabilidades, peleó hasta que logró lo que muy pocos guionistas de Hollywood consiguieron: pasar al sillón del director. Desde ese lugar, Mamet decidió arreglar algunas cuentas pendientes con Hollywood, en la medida en que Cuéntame tu historia es una sátira a sus modos de producción, a la frivolidad de sus directores, la sumisión de sus guionistas y la vanidad de sus estrellas.
Desde el clásico Sullivan’s Travels (Por meterse a redentor, 1941), de Preston Sturges, hasta Se acabó el mundo (1981), de Blake Edwards, Hollywood a su vez siempre ha permitido, cada tanto, las burlas desde adentro de la industria y, debe decirse, esta incursión de Mamet no se puede contar entre las más vitriólicas. La novena película escrita y dirigida por Mamet –que ya acumula unos treinta guiones con su firma, lo que acredita su conocimiento en profundidad del medio que retrata– es una sátira, pero a diferencia de las de Sturges o Edwards, una sátira leve, ligera, que nunca elige cargar demasiado las tintas.
Todo comienza cuando un equipo de filmación llega a un pueblito perdido para continuar el rodaje de una película que originalmente tenía otro escenario, pero que debió sacrificar por razones de presupuesto (entre las que la producción se atreve a confesar). Es que nada parece estar en su lugar en un rodaje lleno de problemas, a los que el director (William H.Macy, un rostro habitual en el cine de Mamet) debe atender al mismo tiempo, sin llegar nunca a preocuparse por nada que no sea apagar el primer foco de incendio que se le presenta. Y no son pocos.
Con una estructura coral, que le permite desarrollar varias historias simultáneas, Mamet va pintando un fresco que incluye al numeroso equipo de la película y a los habitantes del pueblo, entre quienes se destaca el alcalde (Charles Durning), abrumado por la cena con que su esposa quiere homenajear a los ilustres visitantes. El primero al que quiere sentar a la mesa es a Bob Barrenger (Alec Baldwin), el galán de la película, que para desgracia de la producción tiene una incontrolable debilidad por las menores de edad, que pone en peligro todo el proyecto. La estrella femenina de la película (Sarah Jessica Parker) también trae a cuestas sus conflictos. A pesar de que el contrato especificaba una escena con un desnudo, una vez en el set se niega siquiera a mostrar sus senos. “No veo por qué, si el país entero los puede dibujar de memoria”, observa alguien a sus espaldas.
El productor que no consigue más plata, el asistente preocupado porque no puede asistir al parto de su mujer, el guionista que se enamora de la dueña de la única librería del pueblo son otros de los muchos personajes que van asomando también en esta mirada crítica de Mamet a Hollywood, con un humor que –salvo en su segundo largo, Los tiempos cambian, y en el guión de Mentiras que matan– no suele ser habitual en su obra.

PUNTOS

 


 

El típico caso de �más es menos�

Por Horacio Bernades

No le faltaban atractivos a Cuenta final, en la que Marlon Brando, Robert de Niro y Edward Norton se reúnen para dar uno de esos golpes bien cinematográficos, el robo de un cetro de oro que perteneció a una reina francesa del siglo XVII y está tasado en una millonada de dólares. La sola aparición de Brando en el elenco es ya un acontecimiento, teniendo en cuenta que esta vaca sagrada del cine reduce sus actuaciones a unos minutitos por década. Como si eso fuera poco, Cuenta final representa la primera reunión de Brando & De Niro luego de El padrino 2. Treinta años más tarde, Vito Corleone viejo y Vito Corleone joven comparten, finalmente, un par de escenas.
Súmeseles a Norton, joven maravilla de La verdad desnuda, America X y El club de la pelea, en quien muchos quieren ver algo así como “el nuevo De Niro”, y se tendrán, en una misma película, tres generaciones de grandes actores norteamericanos, reunidas. Además está Angela Bassett, la morocha feroz de Malcolm X y Días extraños, para seguir agregando factores de atracción. En tren de sumar, por qué no tomar en cuenta que el director es Frank Oz, que había mostrado buena cintura, para la comedia al menos, en La tiendita del horror, Dos pícaros sinvergüenzas y ¿Qué tal, Bob?. Si encima se considera que la película cuenta con un par de presentaciones en vivo de dos nombres mayores del jazz, Cassandra Wilson y Mose Allison, daba para arrellanarse en la butaca y prepararse a gozar. Grave error. Caso extremo de “más es menos”, en Cuenta final todo lo que suma termina dando una resta.
Que Brando es un espectáculo en sí mismo, no es ninguna novedad. El físico de ballenato, aquel fraseo inimitable al que ahora se le agrega un súbito ceceo, cierto champurreo en francés y ese aire de rey destronado pero feliz despiertan a la afición. El problema es que sus apariciones se reducen, sumadas, a menos de diez minutos, sobre un total de 120. Nada que reprocharle a De Niro, que compone su ladrón de guante blanco en la clave baja que viene perfeccionando desde hace más de una década. Bastante que reprocharle, sí, a Norton, que parece haber aceptado el papel sólo para componer un espástico, lleno de sacudidas eléctricas y movimientos mecánicos. En cuanto a Bassett, da la sensación de que está ahí para poner el toque femenino entre tantos hombres, y nada más.
Lo de Cassandra Wilson y el veterano Mose Allison se reduce a un par de compases, en el club de jazz que el personaje de De Niro maneja en los ratos libres. En tren de ironías, de Frank Oz podría decirse que con él, el problema es el mismo: aparece poco. Según cuentan, Brando se negó a ser dirigido por Oz, que empezó su carrera como director de Los Muppets, con el argumento de que “Yo no soy ningún muppet”. Marlon sólo transó en ser dirigido por su discípulo De Niro, en todas las escenas donde aparecen juntos. Esas escenas son, en verdad, lo mejor de Cuenta final. Más que actuadas, parecerían el encuentro entre dos viejos amigos, cansados por el peso de sus leyendas pero disfrutando todavía de las delicias de la conversación. Sobre todo, cuando viene acompañada por un buen scotch.
El resto, no es que sea malo, y hasta se le podría elogiar a Cuenta final su evidente prolijidad y cierto tono intimista, así como la renuencia a incurrir en ese vicio tan actual del exceso de trama y devueltas de tuerca. El problema es que pasa poco y nada a lo largo de esas dos larguísimas horas, cuando se supone que debería haber tensión, traiciones y trastadas, entre estos tres ladrones de alta alcurnia. No los actores, porque hay mil películas peores que ésta a la hora de “robar”, sino sus personajes, a quienes ni el gran golpe parece sacar de su modorra profesional.

PUNTOS

 


 

“COMO PERROS Y GATOS”
Eternos enemigos

Por Martín Pérez

La historia es muy simple: de un lado están los perros, del otro los gatos. Aquellos son los mejores amigos de hombre, mientras que los felinos lo único que quieren es dominar el mundo. Liderados por el malhumorado (y cruel) Mr. Tinkles, la raza gatuna se pasea por Como perros y gatos como cuasi-talibanes dedicados a intentar sojuzgar a una raza humana al que sus mismísimos aliados perrunos consideran como primitiva. “No pueden predecir terremotos ni oler el miedo”, argumentan. ¿Y entonces por qué permanecer fieles y serviles? Porque, al fin y al cabo, para eso están los amigos.
Con escenas memorables –como la de los gatos kamikazes atacando su objetivo al grito de banzai– y otras más bien olvidables, esta comedia dirigida por el canadiense Lawrence Guterman es un hito de los efectos especiales, y un film en el que –pese a tanta fidelidad canina organizada– los humanos están claramente de más. Con todas las fuerzas especiales perrunas decididas a defender el trabajo de un científico (interpretado por Jeff Goldblum) obsesionado a conseguir que el ser humano ya no sea alérgico a los canes, y los gatos intentando interferir ese trabajo, Como perros y gatos cuenta, en realidad, la historia de una iniciación. Canina, claro.
Mientras el científico se encierra en su laboratorio, su esposa (Elizabeth Perkins) va y viene de su trabajo y su hijo juega al fútbol y se desvive por presenciar un partido entre Uruguay y Chad (!), al comenzar la película su mascota será secuestrada por los esbirros de Mr Tinkles. Y, pese a los esfuerzos de los Servicios Secretos del Alto Comando Canino, será reemplazada por un ingenuo pero valiente cachorrito que deberá interiorizarse rápidamente de los detalles de esta lucha de razas tan vieja como el antiguo Egipto, y que se desarrolla ante las ingenuas narices humanas. Por momentos delirante y por otros demasiado convencional –aún en medio de semejante desvarío–, el film de Guterman es más decepcionante que sorprendente. Pero no deja de funcionar durante todo su metraje. Y regala un final repleto de ratones y castigos acordes con la maldad –y bondad– de sus peludos protagonistas.

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