Por Octavi Marti
Desde
París
El filósofo y urbanista
Paul Virilio fue acusado de apocalíptico cuando, en 1993, analizó
y advirtió de los cambios tras el atentado a las Torres Gemelas,
que encontró otra dimensión en la tragedia del martes 11.
El autor de Estética de la desaparición lleva años
analizando la transformación del mundo moderno. Sus detractores
lo acusan por criticar la aceleración de la informática
y los medios, capaces de transmitir en tiempo real, pero su
artículo sobre aquel hecho (ver aparte) supo prever el estado de
las cosas actual. Es el resultado de un urbanismo insensato,
dice en esta entrevista.
Usted habló del atentado contra el WTC y explicó por
qué significaba entrar en una nueva era.
En marzo de 1993 publiqué el artículo New York
délire, en el que me refería al atentado de que fue
objeto el WTC en 1993. Entonces sólo hubo cinco muertos y algunos
heridos, pero la camioneta con explosivos hubiera debido servir para derribar
el rascacielos. Ese atentado me pareció el símbolo de una
nueva relación de fuerzas, una premonición de un Hiroshima
de un nuevo tipo. Dijeron que tendía al catastrofismo, que exageraba,
cuando son los hechos los exagerados. Ahora leo en Le Monde que lo ocurrido
el 11 de setiembre de 2001 era inimaginable... Yo, sentado en mi mesa
de arquitecto, hace ocho años, hablé de la fragilidad de
esos rascacielos, de símbolos que no tienen en cuenta la insensatez
de un urbanismo que multiplica las torres y multiplica su fragilidad.
Las de Kuala Lumpur también tuvieron que ser desalojadas. En 1993
estábamos ante un acto de un terrorismo distinto, un hito como
Hiroshima o Pearl Harbour, pero nadie quiso tomar en serio la advertencia.
Nos hablaban de guerra electrónica y de cibermundo, y lo que vimos
es que dos aviones de línea tenían mucho más poder
de destrucción que diez misiles de crucero. Los misiles no hubieran
hecho caer los rascacielos. Esto demuestra lo absurdo del pensamiento
militar hegemónico.
¿Cómo definiría esta guerra?
Derribar el WTC es un acto de guerra histórico, equivalente
al asesinato del 28 de junio en 1914 en Sarajevo. Allí empezó
la I Guerra Mundial, en Nueva York estalla la primera guerra de la mundialización.
Me asombra el carácter fútil de la mayoría de análisis,
que hablen de guerra o de terrorismo a la vieja manera, cuando estamos
ante una declaración de guerra global. Nos dicen que las imágenes
son las de un film catástrofe cuando lo catastrófico es
el acontecimiento, no unas imágenes. En el caso del WTC, la relación
coste-eficacia es prodigiosa, conseguida por hombres armados con un cuchillo
que causaron daños comparables a los bombardeos de la II Guerra.
Como en la guerra del Golfo, hay imágenes de impactos, pero
no de muertos.
Es una coincidencia con orígenes totalmente diversos. En
el Golfo había una estrategia de disimulación que reclamaba
los cero muertos para un bando y camuflaba los del otro; en el WTC pesan
los escombros. De pequeño viví la experiencia de los escombros,
buscar entre edificios derribados. Era en Nantes y no se veían
los cuerpos, cubiertos por el polvo. Lo que sí sabemos es que la
cifra de muertos será superior a la manejada al principio. La cifra
nos será revelada al tiempo que la imagen de los cadáveres
cuando se haya identificado al enemigo, real o supuesto, y se haya decidido
el tipo de reacción. Mientras Bush no decida el número de
muertos será secreto de Estado.
Las referencias de Bush al Bien contra el Mal, sus invocaciones
a Dios, lo exhiben como un fundamentalista con corbata.
Es inquietante que un tipo como George W. Bush esté al frente
del gobierno de EE. UU. Es un momento grave para la paz y en ningún
momento transmitió la sensación de ser un hombre de Estado,
un Churchill o un De Gaulle. Esta es una guerra que no es substancial,
con ejércitos, banderas y enemigos, sino accidental, en la que
todo es imprevisto, el enemigo anónimo y las acciones se asemejan
a accidentes. Clausewitz se preocupó mucho cuando Napoleón
fue derrotado en España por los resistentes porque descubrió
que la guerra, cuando sale de los límites de la guerra, no puede
conducirse. Entramos en un período de desequilibrio del terror
después de haber vivido 40 años de equilibrio del terror.
Y ese desequilibrio no es la continuación de la política
por otros medios. Hoy la urgencia de un líder pasa por ser capaz
de repolitizar el mundo, darle sentido, inteligencia, a los hechos. Bush
no está a la altura. No basta con ser reactivo, reaccionario.
EL
CONTENIDO DE AQUEL POLEMICO ARTICULO
Un pronóstico del terror
El artículo New
York délire, escrito por Virilio en 1993, califica el parcialmente
fallido hubo cinco muertos atentado contra el WTC de primero
de la posguerra fría y subraya que estaba destinado
a derribar el edificio y a causar la muerte de miles de inocentes.
Para el arquitecto-filósofo, ya entonces no se estaba ante una
remake de un film catástrofe, como nos repiten los medios de comunicación,
sino ante un acontecimiento estratégico que confirma, a la vista
de todo el mundo, el cambio de régimen militar de este fin de siglo.
El autor encuentra la fórmula cuando asegura que a la era
del equilibrio de terror, que duró alrededor de 40 años,
le sucede la del desequilibrio y sitúa en el WTC el Big
Bang verdadero de esa nueva era. Señala el salto del terrorismo
nacional a otro mundializado y la importancia que concede al poder
de la información, que garantiza la repercusión a
unos atentados que no tienen otro sentido político que el que les
ofrece la publicidad televisiva, el carácter telegénico
de sus atrocidades.
Sin citar a Bin Laden, Virilio habla de que basta con un poco de
dinero y con mucho carisma, religioso o de otra naturaleza, para disponer
rápidamente de una banda de asesinos paramilitares, un poco
como si se asistiera a un retorno de los conflictos del siglo XV,
a los condottieri y a las grandes bandas de delincuentes. Y concluye
su artículo refiriéndose a la camioneta de 1993, hoy metamorfoseada
en avión de línea: El atentado contra el WTC combina
de manera astuta una poderosa dimensión simbólica y una
potente destrucción urbana, sin necesitar más que unos pocos
individuos y una camioneta de reparto para servir el terror. Hacer esto
en plena época de los misiles de crucero que sirven el terror nuclear
más sofisticado es, hay que admitirlo, un ejemplo sorprendente
de economía política.
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