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“VILLAS CRAPSTON”, PLASTILINA POLITICAMENTE INCORRECTA
Los auténticos decadentes

La serie de Locomotion es un disparo certero a la moralina inglesa, con un humor que va de la escatología a la más ácida crítica social.

Robbie y Larry, una pareja
gay que vive en las Villas Crapston.
La sitcom animada puede verse los
martes y jueves por Locomotion.

Por Pablo Plotkin

¿Qué hay detrás de las paredes de una sólida construcción victoriana de las afueras de Londres? Bueno, las personas que la habitan pueden no ser igualmente sólidas. Se diría que el consorcio de “Villas Crapston” (martes y jueves a las 23.30, por Locomotion) se adelantó al hato de personajes aberrantes que imaginó el español Alex de la Iglesia para su última película, La Comunidad. En alguna cuadra de un código postal inexistente –el SE69–, una anciana horrible, psicótica y cleptómana se cruza en las escaleras con un singular matrimonio gay. Un aspirante a director de cine romantiza su vagancia, una chillona de entrepierna desgastada muere por ser valorada como actriz; una madre soltera hace todo lo posible con sus dos hijos problemáticos, un gato obeso y predador devora sus propios desperdicios... Después de ver un episodio, las siempre aborrecidas expensas propias deberían caer como una bendición.
Fue a mediados de la década pasada que la inglesa Sarah Ann Kennedy, asociada a Spitting Image Animation (la misma empresa que dio vida a “Spitting image”, el programa-inspiración del argentino “Kanal K”), concibió esta serie prohibida para menores. Valiéndose de una técnica de animación en plastilina similar a la patentada por su compatriota Nick Park (Wallace & Gromit, Pollitos en fuga), Kennedy se propuso ir un poco más allá dentro de ese linaje de incorrección política animada que inauguró Matt Groening con “Los Simpson”. O al menos se decidió a espantar a los conservadores británicos con una historia que combina erotismo grotesco, crítica social y escatología. Las alcantarillas más tóxicas de Londres bien pueden estar detrás de una fachada de ladrillos rojos, parece decir la autora, mientras sus criaturas confabulan modos de supervivencia miserables y entretejen los conflictos de esta sitcom animada que fue un éxito en la televisión británica a través de Channel 4.
El hecho de que “Villas Crapston” no derive en un compendio de escandaletes vacíos se debe, en buena medida, al equilibrio que encuentra entre el mal gusto de las situaciones y la belleza artística de las imágenes. El carácter y las expresiones de los protagonistas están muy cuidados, al igual que las voces y los escenarios. Ahí es donde brillan las creaciones Robbie y Larry –una especie de Freddie Mercury inseguro, aficionado a la ópera, y su novio fanático del grupo de pop adolescente Boyzone–, Jonathon –un holgazán parlanchín en permanente (aparente) estado de gracia creativa–, la insoportable Flossie, que comete el error de suponerse amada por todo el mundo. Marge, Woody y Samantha conforman una familia de madre soltera, un adolescente desfigurado por el acné y una nena de nueve años con una boca “tan grande y sucia como el Thames”. Enid es una de las vedettes de la tira: una vieja cadavérica, con la mente encallada en la Segunda Guerra Mundial, peligrosamente loca. “La única persona en el mundo que luce mejor con una máscara de gas”, se dijo sobre ella.
Así es que, entre pibes maleducados, gangsters, sexo, marihuana y puñaladas en la espalda, “Villas Crapston” –a medio camino entre el costumbrismo y el surrealismo– se constituye en la nueva perla del rosario de series animadas perturbadoras, el mismo que ocupan “Ren & Stimpy”, “Padre de familia”, “South Park”, “Daria” y, por supuesto, “Los Simpson”. Con el toque de distinción de haber podido sintetizar la más corrosiva flema británica de la era pos Trainspotting. Es curioso, pero real: durante los noventa y lo que va del 2000, los dibujos animados fueron a ocupar sin titubeos el espacio que reserva la televisión anglosajona para desafiar los valores de la moral establecida. Alguien tenía que hacerlo.

 

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