Por Eduardo Febbro
Enviado
especial a Queta
El desierto y la montaña
se pierden en el horizonte en una escala monótona y seca. La tierra
parece árida como un pozo agotado. Desde el avión, es difícil
sospechar que este lugar que roza los confines de la imaginación
sea uno de los puntos estratégicos del planeta. Queta, capital
de la provincia de Baluchistán, situada al sudoeste de Pakistán,
tiene en vilo a las Naciones Unidas, a las ONG humanitarias y a los estrategas
militares norteamericanos que habían elegido el sector como patio
trasero de las represalias contra el régimen talibán.
A 80 kilómetros está la frontera con Afganistán y
a 200 la ciudad afgana de Kandahar, sede simbólica del poder religioso
talibán. Entre Kandahar y Queta hay un corredor estrecho e inhóspito
por donde deambulan decenas de miles de refugiados afganos que huyen de
la amenaza de la guerra con la esperanza de entrar en Pakistán
por uno de los pasos fronterizos del sur. Para los habitantes de las zonas
sureñas de Afganistán, las únicas posibilidades rápidas
de salida son la frontera con Pakistán e Irán. Según
el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, hay que
esperar que a este sector acudan más de un millón y medio
de refugiados. En Queta, ya hay unos 50.000 esperando del otro lado en
el punto fronterizo de Chanan. Tuvieron menos suerte que los miles de
afganos que entraron a Pakistán por esa frontera cuando, después
de haberlas cerrado, Islamabad entreabrió las puertas. En el campo
de refugiados de la frontera hay cientos de niños con los ojos
llorosos y viejos agotados, con la piel pegada a los huesos y la mirada
vaciada por el cansancio.
La zona y la ciudad de Queta son un nido de trampas. Andese con
cuidado. Entre los talibanes infiltrados y las tribus locales, hay que
tener ojos en todas partes, dice un miembro del Programa Alimentario
Mundial de la ONU. La advertencia es innecesaria.Apenas al bajar del avión
la policía paquistaní forma fila y pregunta el nombre de
cada pasajero occidental y el hotel donde piensa residir.
Un oficial alto y delgado anota con prolijidad los datos en un cuaderno
mientras otro entrega un pequeño fascículo de ocho páginas
con las instrucciones básicas para sobrevivir en tiempos de conflicto.
Security Instructions While You Arein Queta (Instrucciones
de seguridad mientras usted esté en Queta), reza la tapa. La amenaza
no es la guerra sino lo que se mueve en las sombras. El fascículo
consta de ocho recomendaciones que van desde quédese en el
hotel, evite los movimientos innecesarios en la ciudad,
hasta antes de salir de su hotel tome contacto con la policía
marcando el 15, oevite los movimientos en la ciudad sin guardias
policiales. En cuanto las valijas están en el taxi el segundo
comité de recepción se hace presente. Dos camionetas con
fuerzas del orden, fusil en mano, aparecen para escoltar a los periodistas
hasta los hoteles. Los talibanes están infiltrados por todas
partes, dice el chofer riéndose con ironía. El hombre
es afgano y hace muchos años que vive en Queta. El peligro no se
ve ni se siente pero la gente asegura que está ahí, enmascarado
o invisible. ¿Quién sabe si ése que nos está
mirando no es un infiltrado talibán?, dice el traductor que
acompaña a Página/12. Los habitantes no están muy
acostumbrados a ver rasgos occidentales y miran como si uno fuera lo que
realmente es: alguien que acaba de aterrizar en el tercer piso del planeta
Marte. Los chicos miran con ojos golosos y la primera pregunta que hacen
los que se animan a acercarse es ¿Americano?. En realidad,
no es a los talibanes a quienes se teme. Es a los norteamericanos a quienes
se desprecia. Estas son tierras de hermandades sólidas y secretas.
Las medidas de seguridad no son una apariencia. Una escapada
para cenar en el hotel más imponente de la ciudad, el Queta Serena,
termina condos policías como guardaespaldas para volver al hotel.
No regrese sin guardias, es peligroso, advierte el que manda
la unidad. El hotel se llama Islamabad y uno de los policías Joseph.
Es barbudo, sonriente y de confesión católica, que es la
primera minoría religiosa de Pakistán. Todo parece dado
vuelta: un policía católico viviendo en un desierto montañoso
pegado a Afganistán, en un país musulmán y en una
región de densidades islámicas potentes arman un cuadro
a la medida de la complejidad de las naciones de Asia Central.
El drama puede parecer invisible porque se pierde en la extensión.
Pero es real. La guerra que no estalla ya hizo sus primeras víctimas.
Son los más de dos millones de refugiados que salieron espantados,
confiesa bajo el anonimato otro miembro de la ONU. Todo el mundo se prepara
a hacerle frente a una catástrofe de proporciones incalculables
que se suma a la catástrofe política derivada de la situación
interna de Afganistán. La pregunta suena irreal pero es válida.
¿Cómo actuar ante el hambre y las errancias de más
de un millón de personas? Ni Queta ni la región cuentan
con los medios. Baluchistán es un desierto poblado de tribus, los
baluchis, que encima soporta, al igual que el sur Afganistán, una
de las peores sequías de la historia. La línea que une las
dos torres derrumbadas de Manhattan con estas tierras áridas y
hermosas donde millones de afganos vienen a buscar refugio parece no tener
fin. Aunque todo parezca un poco vacío la fractura del mundo pasa
por acá. Fractura. Exodo. Guerra oculta. Demasiados hombres armados
en una ciudad que hasta hace poco vivía tranquila en el centro
de su lejanía. En la calle principal de Queta hay afiches pegados
que muestran a un combatiente con una ametralladora en la mano. El texto
llama a hacer una colecta para los musulmanes de Bosnia, de Chechenia
y Palestina.
El soborno del Tío
Sam
El presidente estadounidense George W. Bush otorgó 50 millones
de dólares de ayuda a Pakistán según anunció
ayer la Casa Blanca. Es importante para los intereses de la
seguridad de Estados Unidos otorgar a Pakistán una asistencia
que alcance los 50 millones de dólares, señaló
Bush en un memorándum enviado al secretario de Estado, Colin
Powell.
Hace una semana, Bush levantó las sanciones contra Pakistán,
en respuesta a la cooperación ofrecida por este país
para permitir que Washington preparare en su territorio la respuesta
contra el régimen talibán que asiló al multimillonario
saudí Osama bin Laden, sospechoso número uno de ser
el responsable de los recientes atentados terroristas en Nueva York
y Washington. Bush también ordenó suspender las sanciones
contra India con el fin de propiciar su adhesión a la coalición
de guerra internacional y lograr así sumar a los países
árabes moderados. Según la Casa Blanca, esta asistencia
está destinada a sostener el presupuesto de los paquistaníes
y promover la ayuda a los miles de refugiados que huyen hacia ese
país, el único que aún mantiene sus fronteras
abiertas ya que Irán y las ex repúblicas soviéticas
del norte las sellaron.
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El
demonio no logra convencer al
diablo y Kabul ensaya sus defensas
Por
Luke Harding
Desde
Islamabad
Los talibanes han
sido indiferentes al último intento de resolver la crisis que los
ha llevado al borde de la guerra con una coalición liderada por
Estados Unidos y resuelta a capturar a Osama bin Laden y castigarlos a
ellos por darle santuario. Una delegación de altos clérigos
islámicos que se reunió con los talibanes ayer dijo que
Bin Laden no había estado en la agenda, y uno de ellos puntualizó
que el mullah Mohammad Omar, el reclusivo líder de los talibanes,
había acusado a Estados Unidos de intransigencia.
Nos dijeron que, si Estados Unidos depone su actitud de inflexibilidad
y enemistad, se puede negociar con ellos, sostuvo un delegado. Los
clérigos que pertenecen a la misma escuela deobandi de pensamiento
islámico que los talibanes y difícilmente podrían
ser descriptos como liberales llegaron a Kandahar ayer por la mañana
acompañados por el general Mahmood Ahmed, el jefe de la inteligencia
paquistaní, quien encabezó una fallida misión mediadora
en Kandahar la semana pasada.
Mientras los clérigos abandonaban Kandahar en lo que parecía
ser poco más que una misión de buena voluntad, Osama bin
Laden parece haber negado nuevamente su participación en los ataques
contra Nueva York y Washington. Como musulmán, no mentiré,
se dice que declaró. El diario en urdu Umaat afirmó haber
entrevistado a Bin Laden a través de contactos talibanes que le
hicieron llegar varias preguntas, y él habría contestado,
entre otras cosas, que ni estaba al tanto de que se iban a desarrollar
esos ataques, ni apoyaría el asesinato de hombres, mujeres y niños
inocentes. El diario también afirmó que Bin Laden
había dicho que su jihad guerra santa de 1998 contra
Estados Unidos e Israel sobreviviría su propia muerte o captura.
La jihad seguirá incluso aunque yo no esté,
dijo.
En Kabul, el pánico barrió la ciudad brevemente con el continuo
sonido de disparos desde las colinas de los alrededores. Funcionarios
del gobierno dijeron luego que los tiradores talibanes meramente estaban
testeando sus nuevas defensas. Todos pensamos que la guerra con
Estados Unidos había comenzado dijo un residente que estaba
desayunando cuando empezaron los disparos. Pensé que me había
llegado el turno de morir. En las mezquitas de la ciudad, los predicadores
endosaron una decisión anterior de los clérigos afganos
pidiendo a Osama bin Laden que dejara Afganistán en forma voluntaria,
pero también pidieron a los afganos combatir cualquier asalto norteamericano.
La jihad es el único camino y no vamos a quedarnos sentados
tranquilamente si Estados Unidos nos ataca, dijo uno de ellos.
Es probable que el fin de semana otra delegación religiosa parta
para conversaciones con el mullah Omar y los talibanes han pedido una
reunión de estados musulmanes en 10 días para discutir la
crisis. El canciller paquistaní Abdul Sattar asistirá al
encuentro de la Organización de la Conferencia Islámica
que se realizará en la capital de Qatar, Doha.
LOS
TALIBANES DETIENEN A UNA PERIODISTA BRITANICA
Ser mujer es caro en la zona
Por
Angeles Espinosa
Desde
Islamabad
Es una aventura
peligrosa y a Yvonne Ridley le ha salido cara. La periodista británica
del semanario Sunday Express fue detenida ayer en Jalalabad (al este de
Afganistán) tras haber entrado ilegalmente en la parte de ese país
bajo control de los talibanes (en torno al 90 por ciento), según
informó a este diario el número dos de la embajada
de ese régimen en Islamabad, Mohamed Suhail.
En la situación actual, se ha suspendido la concesión
de visados y es ilegal entrar sin visado; cuando cambien las circunstancias,
daremos visados a todos los periodistas que lo han pedido, explicó
Suhail. La representación de los talibanes en la capital paquistaní
se ha visto desbordada estos días con las solicitudes para viajar
a Afganistán de más de medio millar de informadores.
Cansados de esperar una autorización y bajo la presión de
lograr un reportaje diferente del resto de los compañeros, algunos
han caído en la tentación de cruzar la frontera sin papeles.
Es fácil: la misma ruta que siguen los refugiados afganos, pero
al revés. En las ciudades fronterizas de Queta o Peshawar no cuesta
mucho entrar en contacto con contrabandistas que, por una buena suma de
dinero, están dispuestos a incluir a un extranjero en su caravana
de vuelta. El periodista John Simpson de la BBC incluso se disfrazó
de mujer, cubriéndose con un burqa para pasar más
desapercibido.Pero ninguno se había llegado hasta ahora a una ciudad.
Se limitaban, como Simpson, a entrar unos kilómetros de forma testimonial
y regresar, antes de ser detectados por las fuerzas talibanes que estos
días han intensificado la patrulla de la frontera.
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