Buscándole otro Roque
a Cavallo
Quien invierte en la Argentina, o simplemente inmoviliza sus ahorros
en un plazo fijo, equipara su situación a la del pasajero
de cualquier avión que surque el cielo estadounidense después
de que George Bush autorizó a los brigadieres Schwartz y
Arnold a mandar derribar toda aeronave que parezca abrigar malas
intenciones. Cuando uno asciende por la escalerilla o camina por
la manga con su equipaje de mano (ahorros), cree conocer las reglas
del juego: volará a 30 mil pies de altura (tasa de interés)
durante tantos minutos (si es cortoplacista) u horas (si prefiere
el largo plazo), para descender en el aeropuerto de destino (vencimiento).
Pero durante el viaje puede sobrevenir lo inesperado: un terrorista,
una falla electrónica o un malentendido, y en ese caso en
lugar de nubes de algodón habrá cazabombarderos en
la ventanilla y el paseo podrá terminar antes de lo previsto.
Ayer los renovados rumores de renuncia de Domingo Cavallo, precisamente
cuando bastante gente ha estado volviendo con su plata a los bancos
para depositarla a plazo fijo al asomar cierta esperanza de normalización
financiera en el horizonte mediante un nuevo canje de deuda, destruyeron
el relativo sosiego de quienes se dejaron tentar por las tasas.
Para tener una medida de la crisis, nada mejor que revisar el editorial
del informe mensual de coyuntura que dio a conocer el miércoles
Ieral Fundación Mediterránea. Desde el mismo momento
en que Cavallo retornó a Economía, medio año
atrás, esos análisis se dedicaron a explicar y dar
apoyo a las cambiantes estrategias del equipo económico,
e incluso a culpar a sectores gubernamentales y políticos
que le obstruían el sendero al cordobés. Pero esta
vez el diagnóstico de la Mediterránea es tan sombrío
que sólo puede provenir de un grupo que tiene hechas las
valijas.
Estas son algunas frases entresacadas del texto: La profundidad
de la recesión se está extendiendo al consumo, pues
el desplome de la inversión ya no es noticia. La
Argentina ingresa, técnicamente hablando, en el cuarto año
de recesión. La credibilidad (recién)
será recuperada luego de varios meses de consecución
del déficit cero. Hay un creciente deterioro
económico-social. ¿Qué diferencia hay
entre esto y decir fracasamos, o fracasó todo el Gobierno?
El contraste con la arrogancia inicial de Cavallo, cuando sucedió
al implacable López Murphy, es estruendoso. La cuestión
no es esta vez cómo puede renunciar Cavallo, sino cómo
puede permanecer en el cargo.
Pero, de algún modo, como en el atentado contra las Torres
Gemelas, el derrumbe de una ellas implicaba el de la otra, y luego
el de una tercera.
De manera similar, la crisis argentina derribó ya a dos ministros
de Economía de De la Rúa y parece aprestarse a derruir
al tercero. A punto tal que no interesa demasiado quién sea
el cuarto portador de la cartera.
Hace tiempo que suena Daniel Marx, pálida y poco comunicativa
figura tan impensable para el cargo en otras circunstancias. Pero
ahora sólo se requiere, en la visión conservadora
de esta historia, alguien muy conectado al establishment financiero,
para negociar en Estados Unidos, mientras en casa la política
económica se reduce a controlar la caja. Simplemente va a
cumplirse una ley inexorable en la historia del país: a cada
ministro económico de gran protagonismo lo sucede otro de
diluida presencia. En este momento sólo es cuestión
de encontrarle a Cavallo su nuevo Roque.
Esta vuelta el cordobés entró con el pie izquierdo
a Hipólito Yrigoyen 250 y nunca pudo enderezar el paso. Creyó
que, sólo con verlo, los consumidores correrían a
Garbarino y los operadores de Wall Street se lanzarían sobre
los bonos argentinos, pero no ocurrió nada de eso,
resume un economista que lo trató de cerca durante esos meses.
Creo que lo sobreestimábamos, confiesa. O lo
que ocurrió fue que Cavallo subestimó la encrucijada
del modelo que él mismo había implantado y que heredó,
cometiendo así un tremendo error político. Inexorablemente,
la deflación prosiguió, indiferente a cualquier política
activa. Pero al existir un conjunto de precios inflexibles a la
baja, en particular las tarifas públicas, los salarios nominales
siguieron cayendo más rápidamente y gran parte del
ajuste continuó recayendo en la actividad, cada vez más
anémica.
Sin recursos fiscales suficientes para compensar la sobrevaluación
cambiaria, Cavallo se quedó a medio camino, hasta que el
aumento incesante del riesgo país terminó cerrando
todo acceso al crédito externo y obligando a imponer, como
recurso extremo, la inmediata eliminación del déficit
fiscal. Es decir, una severísima combinación de ingreso
cero (o incluso salida) de capitales y política fiscal extremadamente
dura. En estas condiciones, a la economía solo le queda seguir
encogiéndose, hasta que alguna vez toque fondo. Nadie sabe
cuándo.
El inédito lock-out estatal entrerriano es sólo una
muestra de la parálisis que se genera en el funcionamiento
de los servicios básicos. Por esta razón, el tiempo
adquiere un valor crucial. La pregunta es cuántos meses habrá
que sostener el déficit cero antes de alcanzar una renegociación
de la deuda y la consiguiente apertura de un mínimo horizonte,
porque a cada momento amenaza desplomarse toda la estructura política
y social. Ahora se intenta, como paliativo, generar liquidez por
afuera de la convertibilidad con la emisión de medios de
pago inconvertibles, como el patacón, que en realidad procuran
monetizar el déficit que las provincias no pueden suprimir.
Y también habrá que internarse mucho más en
la trocha abierta por el factor de empalme, que no significa otra
cosa que la creación de un tipo de cambio comercial devaluado,
para eludir el congelamiento de la paridad financiera.
Todo esto podría hacerse con Cavallo, pero también
sin él. Y el hecho es que para la mayor parte del oficialismo
es mejor sin que con.
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