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ESTRENOS DE LA SEMANA
“CUBA FELIZ”, UN DOCUMENTAL NOTABLE DE KARIM DRIDI
La isla que canta y baila

El realizador tunecino evita
la mirada antropológica, y el exceso de �color local�, en una película que sigue al músico Miguel del Morales en un recorrido por el vasto mundo de la música cubana.

El trompetista Pepin Vaillant, uno de los protagonistas de un raro film, que derrocha frescura.

Por Martín Pérez

“Una guitarra es como un hijo”, asegura un meticuloso lu-thier de Santiago de Cuba, midiendo la mano del futuro dueño del instrumento que está comenzando a tomar forma. Y completa la frase: “Porque no puedes saber cómo te va a salir”. Detrás de sus anteojos negros, Miguel del Morales –más conocido como El Gallo– no sale de su asombro mientras asiste a la creación de su futura guitarra hecha a medida. Y confiesa que, pese a todo el camino andado (que no es poco: El Gallo lleva más de media década viviendo de su instrumento y las canciones), nunca presenció la creación de una guitarra.
Autoproclamada como una road movie musical desde su afiche original, el que anunció su presentación en la quincena de realizadores del Festival de Cannes del año pasado, Cuba feliz es un film atípico, un documental del día a día musical de un grupo de músicos de la isla de Fidel, el Che y –imposible de obviarlos a la hora de hablar de la música cubana– del Buena Vista Social Club. Con el septuagenario Miguel del Morales como anfitrión de facto del film, este cuarto largometraje del tunecino Karim Dridi persigue silenciosamente a su protagonista en su recorrida por ciudades y hogares de la isla. Con su guitarra, su sombrero, sus lentes oscuros y su musculosa blanca como equipaje, El Gallo funciona como una suerte de imán musical, y con su aparición todos parecen capaces de cantar y bailar donde sea.
Las dos decenas de canciones que estructuran Cuba feliz son interpretadas en las veredas, trenes, umbrales, cocinas y hasta en una cancha de béisbol. Rodada con cámara al hombro, y casi sin electricidad a su alrededor, el film de Dridi es una suerte de unplugged constantemente improvisado. Y como film también es unplugged, ya que es un documental sin narrador ni nada para contar salvo lo que está a la vista, y por su sucesión de temas e intérpretes termina también siendo un musical bien libre. Sin guión, pero repleto de canciones.
Con una filmografía avalada casi en su totalidad por invitaciones a festivales europeos –Locarno y Venecia, además de Cannes–, y que se completa con documentales sobre Ken Loach y Sudáfrica, el experimentado Dridi rodó Cuba feliz con una cámara digital en el hombro, y el solitario acompañamiento de un sonidista. Siendo él mismo un neófito en la materia a filmar, Dridi se hizo asesorar por un especialista como Pascal Letelier, quien le ayudó a armar un trabajo que está a años luz de todo otro film del género. Pese a que las comparaciones con el Buena Vista Social Club de Wenders y similares aparece como inevitable –y la proliferación de los mismos bien puede haber agotado a su posible público–, hay que aclarar que Cuba feliz es otra cosa. Sin famosos que presentar, ni nada que aclarar, en el film de Dridi la música habla por sí sola. Y las caras, las calles y la gente. Su método fue el de acompañar a su protagonista en su recorrido, y plantarse con su sonidista a esperar el momento musical en cada una de sus escalas. Así, la música del día a día fluye naturalmente y sin necesidad de explicaciones. Canciones acompañadas apenas por una guitarra, música para bailar ejecutada por una banda completa y hasta rap vocalizado por una o dos voces. Todo cabe en Cuba feliz. Y la deja lejos de un mero documental realizado por un europeo fascinado por una cultura tan diferente a la suya. De su diversidad musical sobresalen –además de su protagonista– otros nombres. El del orgulloso rapper Mario Sánchez Martínez, por ejemplo. Pero en particular el que se destaca, casi hasta robarse la película, es el trompetista Pepin Vaillant, que sabe hacer de todo y bien. Desde tocar su instrumento hasta mezclar su voz con la de los jóvenes rappers que con su ritmo suman diversidad a un film que, a pesar de todo, está dominado por los boleros y la salsa. Aquí y allá aparecen errores en las interpretaciones, ladra un perro o alguna letra se olvida, pero es precisamente esa cotidianidad la que subraya la estética del film, que se asoma a la música cubana de la misma manera en la que El Gallo aparece en el hogar de cada uno de sus amigos. Y es recibido como si no se fuese a ir nunca.

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