Por Gabriel A.
Uriarte
Desde
Washington
No permitiremos otro
Vietnam. Ayer esa consigna reunió a más de cuatro
mil personas frente al Capitolio en Washington. Buscaban emular a sus
predecesores de los ejércitos de la noche de los 60 y 70,
y quizá su mayor problema es que lo hicieron demasiado bien. Embanderados
en una valiente oposición a cualquier tipo de acción militar,
los manifestantes confirmaron ayer que estaban siguiendo una de las vías
de acción menos felices de la disidencia estudiantil de los 70:
la escisión y eventual hostilidad hacia la clase obrera representada
en los sindicatos. La central sindical AFL-CIO canceló sus planes
de unirse a las manifestaciones en contra del FMI luego de que el 11 de
septiembre al menos 300 de sus integrantes de los departamentos de policía
y bomberos de Nueva York, entre otros, murieran en el ataque a las Torres
Gemelas. Esto se tradujo en que durante las protestas de ayer las barreras
policiales eran mucho más obreras y multirraciales que los manifestantes,
que eran casi íntegramente estudiantes blancos. Cuando los manifestantes
estaban lejos, algunos agentes comentaban la pérdida de familiares,
amigos o conocidos el 11 de septiembre. Cuando los atacaban por integrar
un Estado policial, mantenían un silencio impávido. De algún
modo, era una historia de dos protestas.
Lo primero que daba esa impresión era el alto grado de similitud
entre los dos grupos. Los manifestantes que marcharon a las 10 de la mañana
sobre la sede del Banco Mundial en el 1300 de la avenida Pennsylvania
producían, antes que nada, una fuerte sensación de mímesis
con la policía que los rodeaba. Estaban divididas funcionalmente,
con tropas de choque anarquistas vestidos de negro con la cara cubierta,
secciones de socorro médicos con radios, cruces rojas
cosidas a sus pantalones e incluso códigos radiales propios (este
es el grupo Tango llamando al grupo Alpha), y la gran mayoría
de contingentes estudiantiles. Del otro lado, la Policía Metropolitana
de Washington, organizada en pelotones de 30 agentes, se encargaba de
aportar los cordones estáticos en torno a las protestas, mientras
que pequeños escuadrones con insignias de unidades K-9 se mantenían
en reserva con gas lacrimógeno para impedir cualquier desborde.
No hizo falta. Los organizadores de la protesta buscaron a toda costa
impedir confrontaciones, y el reducido número que pudieron juntar
ayer en Washington D.C. (comparado con Seattle, por ejemplo) hacía
extremadamente fácil acordonarlos. La marcha, aun cuando se juntaron
todos los contingentes, nunca se extendió por más de tres
cuadras. Todo esto decepcionó a un sub-grupo extremadamente numeroso
entre los manifestantes: los reporteros de diarios universitarios o radios
independientes. Sumaban quizá un 10 por ciento del total, y estaban
ampliamente munidos de cámaras y filmadoras listos para registrar
cualquier instancia de represión policial. Como no las hubo, y
la marcha duró casi ocho horas, muchos terminaron entrevistándose
a sí mismos, o a los periodistas de diarios extranjeros, tales
como Página/12.
Que periodistas entrevistaran a periodistas ayer era indicativo de lo
escaso que los manifestantes lograron hacer. La protesta frente al Banco
Mundial comenzó a las 10.30 de la mañana cuando convergieron
allí alrededor de 300 manifestantes. Era notable cómo la
gran mayoría eran jóvenes blancos universitarios casi indistinguibles
entre sí, homogeneidad apenas interrumpida por las ocasionales
banderas palestinas y anarquistas (rojo y negro), o algunas consignas
curiosas tales como protesten en contra del carneo inhumano del
ganado en los mataderos. La policía selló el parque
una media hora después, y no permitió que nadie saliera
oentrara. Ni siquiera puedo ir a conseguir un café al Starbucks,
se quejaba un manifestante de unos 40 años. Nunca vi a policías
tan silenciosos, se asombraba otro. Uno de los líderes estudiantiles
se dirigió a ellos con un altavoz, explicando que las órdenes
superiores no justifican la violación de la ley internacional.
Ustedes están violando la ley internacional: según el artículo
43 de la Convención de Ginebra y la 13 de la Carta de las Naciones
Unidas: ésta es una represión ilegal. Pero el gran
problema con esta represión era que no era claro exactamente en
qué consistía. Primero los manifestantes fueron acordonados
en el parque frente al Banco Mundial (una gran prisión federal,
denunció uno), pero al mediodía la barrera policial los
forzó a juntarse con un segundo contingente, mucho mayor, que se
había reunido en el Federal Triangle a unas cuadras de distancia.
Esto llevó a que en menos de una hora comentarios tales como quieren
mantenernos divididos para que no podamos reunir nuestras fuerzas,
fueran seguidos por indignación ante la estrategia de juntarnos
a todos en un gran corral para impedirnos protestar donde queremos.
Su suspicacia se extendió a varios periodistas extranjeros incluido
este cronista, que al tomar notas y fotos sin estar vestidos en
las ropas habituales de protesta estudiantil, eran señalados como
agentes de la CIA o del FBI.
Era casi tentador desestimar la protesta de ayer enfocando los contingentes
más excéntricos. Además de los ya famosos anarquistas,
había grupos ferozmente anti-israelíes (Fin al Holocausto
del Prepucio, rezaba uno de sus carteles) y otros con consignas
centradas en las tortugas de las islas Galápagos y el ganado en
los mataderos. Pero la mayoría eran grupos de 15 a 50 estudiantes
de diferentes universidades (por motivos de distancia, la mayoría
de la Costa Este) que se comportaron con una calma y consistencia ejemplar.
En realidad, el problema de estos manifestantes mainstream
era precisamente el ser demasiados de los mismos y no estar acompañados
por presencia obrera, lo que revelaba la enorme escala de su pérdida
de apoyo tras el 11 de septiembre. Algunos de sus nombres cambiaron, pero
las organizaciones que marcharon ayer eran las mismas que hace un mes
condenaban el uso de trabajo infantil en Myanmar para fabricar pulóveres
universitarios. Ahora están contentos porque tienen algo
más importante de que quejarse que los pantalones de Banana Republic,
se mofó un periodista de Ohio que conversaba con los policías.
Más que injusta, la burla era incorrecta. Más allá
de su importancia real, los pantalones de Banana Republic permitieron
a los estudiantes superar la hostilidad de décadas con los sindicatos.
Ayer, estos últimos estaban totalmente ausentes, excepto en las
filas de la policía.
En Seattle, uno de los momentos más comentados fue cuando un grupo
de manifestantes vestidos de tortugas de las Galápagos se dirigieran
a los teamsters (camioneros) diciendo las tortugas aman a los teamsters,
quienes respondieron diciendo los teamsters aman a las tortugas.
La sede de ese sindicato se encuentra casi al lado del Congreso, y ayer
la única señal que evidenciaba hacia la protesta era una
gigantesca bandera norteamericana colgada en el techo. Frente al Banco
Mundial, un edificio estaba siendo extensamente refaccionado. A las 10.30,
los obreros observaban curiosos la manifestación desde las ventanas.
Una hora después, habían ido a almorzar.
Claves
- Estados Unidos desmintió que tres de sus soldados de
elite que anteayer se conoció que operan en Afganistán
desde hace dos semanas hayan sido capturados junto a otros
dos afganos de la oposición.
- El régimen talibán también negó los
arrestos pero no está descartado que hayan caído en
las manos de la organización de Osama bin Laden.
- Bush negó que vaya a decidir quién sucederá
al gobierno talibán.
- En Nueva York, el alcalde Giuliani desestimó cualquier
posibilidad de encontrar sobrevivientes bajo los escombros.
- En Washington, la marcha contra la guerra reunió unos cuatro
mil manifestantes, un número bastante menor de lo esperado
y, en su mayoría, estudiantes.
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