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�En tres semanas podemos llegar a la catástrofe�

Un enviado de Página/12 cuenta el drama de los refugiados y entrevista al responsable del ACNUR en la frontera afganopaquistaní.

Los campos de refugiados afganos crecen como hongos en la provincia paquistaní de Baluchistán, donde 20.000 esperan para entrar.

Por Eduardo Febbro
Desde Quetta

Ni siquiera saben cuántos habitantes hay en ese país añorado que es el suyo, pegado al otro en el que viven refugiados desde hace años. Los afganos exiliados en Quetta, la capital de la provincia de Baluchistán, situada a 80 kilómetros de Afganistán, piensan un buen rato antes de dar una cifra aproximativa del número de habitantes de su país. Son 16 millones según el último censo realizado en 1972. “Hoy deben ser 17 millones”, dice dubitativo Kriis, un intelectual afgano residente en Quetta. La cifra es baja porque a ella se le resta el millón de muertos provocado por la invasión rusa y los cinco millones de refugiados que andan por el mundo. “Es un horror de proporciones tan enormes que pasa invisible”, reconoce Kriis. Como los otros tres acompañantes que se arriesgan a probar una cerveza sin alcohol, Kriis es un hazara, la minoría chiita de dos millones de personas que vive en el centro de Afganistán.
Uno de ellos asegura con vehemencia:”Lo único que espero es que los norteamericanos bombardeen Afganistán para poder volver a mi casa de una buena”. Saber cuántos habitantes hay en Afganistán es tan misterioso como averiguar cuántos refugiados atravesaron la frontera en las últimas semanas. Los cinco puntos fronterizos paquistaníes están cerrados desde que Estados Unidos desplegó sus misiles en la región. Algunos pasos fronterizos se abrieron por unas horas ante las cámaras de televisión y permanecieron abiertos para los “viajeros” con visas. Sin embargo, los refugiados siguen entrando. Y son miles. En el Baluchistán paquistaní ingresan por los caminos de montaña gracias a la ayuda de contrabandistas que conocen los senderos secos como el dorso de su mano. A los que tienen suerte los esperan las familias que residen en Pakistán. Los otros llegan harapientos, cargando un puñado de pertenencias que después intentan vender en la calle. Muchos se vienen con las joyas de la familia, objetos bellísimos, antiguos y forjados a mano que cambian por algunas rupias para poder pagarse un poco de comida. La mitad viven escondidos por temor a las autoridades, la otra por miedo a los talibanes infiltrados.
Rupert Colville mira el cielo y el reloj pulsera con un mismo gesto mientras con la otra mano responde la llamada de uno de los dos celulares que lleva en la cintura. El responsable local del ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, vive tal vez uno de sus escasos momentos de felicidad: hoy aterriza el primer avión cargado con ayuda humanitaria proveniente de Copenhague. Varias toneladas de carpas y material necesario para montar un campo de refugiados. Cuando los motores del avión rugen por arriba Colville lo busca en el cielo límpido hasta que el aparato aparece dando vueltas entre las montañas. “Llegó”, dice aliviado. Hace más de una semana que espera la autorización del gobierno paquistaní y ayer ni siquiera sabia a qué hora el avión iba a aterrizar. Ahora empieza la segunda etapa. Armar los campos, conseguir que se abra el paso fronterizo de Tchaman y terminar de negociar con los habitantes de la región para que permitan la instalación de los campos. En estas épocas de sequía nadie está muy dispuesto a compartir con los refugiados el agua que escasea desde hace varios años. Islamabad ni siquiera dio su autorización para que los campos empiecen a funcionar. En esta entrevista con Página/12, Rupert Colville narra las peripecias de los refugiados y la situación interna en Afganistán.
–Este es el primer avión que llega con ayuda humanitaria, el segundo si se cuenta el vuelo de la UNICEF que aterrizó en Peshawar con 200 toneladas de comida. ¿Cuántas personas se prevé que puedan ingresar en esta región?
–Calculamos que unas 20.000. Pero todavía no podemos utilizar las carpas porque aún no recibimos del gobierno la autorización para abrir loscampos. Ya elegimos con el gobierno aproximadamente cinco lugares. Lo más importante es que haya agua alrededor porque la sequía que se abatió sobre Afganistán también fue terrible aquí en el Baluchistán. Para nosotros, lo importante es también que la población local haya aceptado compartir el agua con los refugiados. Tenemos que fabricar en total más de 20 carpas. Necesitamos que todos los países nos ayuden.
–¿Cuántas personas están esperando del otro lado de la frontera?
–Es difícil de determinar. Pensamos que hay 20.000, pero también sabemos que muchos se fueron intentando entrar a Pakistán o a Irán por otro lado. Muchos ingresan por las montañas, como clandestinos.
–El ACNUR evocó el riesgo de una crisis humanitaria muy importante.
–En Afganistán ya había antes una crisis humanitaria muy importante. De acá no se ve pero ya estaba latente antes de los acontecimientos del 11 de setiembre. La situación se tornó más urgente luego de que las agencias humanitarias se vieron obligadas a evacuar Afganistán. El personal local enfrenta grandes problemas con situaciones de riesgo personal y, ahora, el saqueo de los depósitos. Antes del 11 de setiembre ya había un millón de personas desplazadas en Afganistán. Lamentablemente nos faltó dinero para trabajar adentro. Ahora las cosas son más frágiles. El problema de los desplazados es que cuando escuchan que la ayuda humanitaria no va a llegar o que llega a otro lado empiezan a moverse en el territorio. Un rumor sobre provoca enormes desplazamientos de población. Puede haber desplazamientos y retornos gigantescos.
–¿En qué cálculos se basa la cifra de dos millones de refugiados?
–La gente no tiene qué comer. Lo mismo ocurre con las familias afganas que viven en Pakistán. Son pobres, viven en espacios chicos y no siempre están en condiciones de recibir a los refugiados miembros de su familia. En seis semanas llega el invierno y muchos se preguntan si podrán sobrevivir durante el invierno. Entonces comienzan a moverse. Hay cerca de seis millones de personas que reciben alimentación internacional. En Afganistán hay millones de personas que apenas comen un pedazo de pan por día. La situación inicial. Con la nueva dinámica geopolítica se tornó mucho más grave. En tres semanas podemos llegar a la catástrofe.

 

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