Por Cristian Alarcón
A ese, a ese chico que camina
tambaleando por una pasillo de la villa Itatí, en Quilmes, mareado
por el pegamento que aspira, la policía -cuenta se le quedó
con un walkman, un bolso con ropa y cuatro papeles de cocaína.
A este que avanza con su carro de cartonero rumbo a las zonas paquetas
y de vez en cuando manotea lo ajeno; pero también a ese otro de
la villa San Pablo, en el Tigre, norte del conurbano; y al de la villa
25 de Mayo, en San Fernando; a todos esos pibes que suelen robar para
sobrevivir, un policía dicen en sus relatos relevados durante
dos meses por Página/12 les quitó el botín
de su choreo y los dejó ir a cambio de que depositaran
en sus manos los valores miserables de lo que ilegalmente habían
obtenido. A casi todos ellos también varias veces los golpearon
en comisarías. Y han perdido amigos en supuestos enfrentamientos.
Esos testimonios son coincidentes con la evaluación del juzgado
de menores de Quilmes, una concejal del PJ de Tigre, la Defensoría
de Menores de San Isidro y la de la propia interventora del Concejo del
Menor bonaerense, Irma Lima, que demanda una investigación
seria porque las cifras de detenciones no nos cierran.
La búsqueda realizada por este diario revela el nivel de complejidad
de los mecanismos de descontrol (y control) dispuestos por la Policía
Bonaerense sobre los adolescentes que sobran en la provincia.
O la represión ya conocida o la tolerancia a cambio de un negocio.
Estas son las historias de los rehenes de la crisis.
¿Cuán gorda puede ser la vista policial? ¿De qué
se alimenta la cotidiana red de complicidades que según la socióloga
Alcira Daroqui es la base del sistema de negociados actual de la fuerza?
Daroqui, investigadora de la Universidad de Buenos Aires, lleva doce años
en el equipo que trabaja con los casos penales en el Tribunal de Menores
2 de Quilmes -abarca Berazategui, Bernal, Florencio Varela y una lista
de 20 comisarías, todas en zonas de altísima conflictividad
y considera que antes de hablar de las cajas chicas hay que poner
la atención en los grandes temas: la distribución de armas,
donde va a haber coletazos por ciertas relaciones con el Ejército,
y la distribución de drogas, que es el negocio más fuerte.
En su planteo, a la administración del mercado narco en las zonas
calientes del conurbano se le suma la inacción policial ante la
violencia de las bandas en disputa permanente por el mercado, armadas
como si de una guerra se tratase y cuyo objetivo no es otro que el que
expresó al asumir el último de los jefes de la Bonaerense,
Amadeo DAngelo: cerrar las villas, convertirlas en cárceles
a cielo abierto.
Esa es la nueva forma final de la exclusión y la segregación
social. Para ser claros, la idea es que se eliminen entre ellos. Y si
no que alguien explique las cifras de detenidos, insólitas, increíbles,
denuncia. Y es que hace cuatro años que en su juzgado no ingresa
una causa por delitos protagonizados por los adolescentes de la Villa
Itatí, la más poblada y pobre del país. Más
llamativo aún es que hace siete años tampoco existe el delito
de menores en el barrio Pepsi, donde los únicos tres chicos
detenidos cayeron fuera de la jurisdicción de la comisaría
del lugar. O que las únicas causas de Itatí son de homicidios,
porque es un delito que no se puede ocultar. Para comprender es
bueno escuchar, por poner un ejemplo, a los pibes de la Villa Itatí,
esas 36 manzanas donde 50 mil personas sobreviven en la máxima
miseria.
Corre, niño, corre
A ése, dicen los pibes sentados alrededor de una
mesa del comedor sostenido por un grupo de mujeres con la ayuda de Cáritas
al interior de la zona conocida como la Cava, apuntando a un chico al
que la inhalación de pegamento mantiene distante, en la cabecera.
A ése, cuenta el más verborrágico, lo corrió
a los tiros un tranza un vendedor de cocaína-,
para matarlo. Unos treinta metros escapó, hasta zafar de las balas
mientras desde arriba los policías parados, miraban sin decir
nada. El chico en cuestión se hunde en un silencio precavido,
deschavado por sus amigos: gritan como en una clase desordenada que sin
saber pagó merca con veinte pesos falsos. No sabía
que eran truchos. Como no pudo devolverlos, el otro se la juró,
explican. La Cava es el más golpeado de los sectores de la Itatí,
cuyo espacio está dividido según el imperio de diferentes
bandas. Así, aunque estos pibes, permanentemente aferrados a la
bolsa del poxi que llevan en el bolsillo y terminan sacando para mostrarla
como un fetiche asumido, heredan de sus mayores, hermanos o padres, las
internas que pueden significarles un tiro por la espalda. Entonces no
van más allá de tal o cual calle, no cruzan por La Ponderosa,
no entran en Chaco, evitan Formosa, o Misiones, dan una enorme vuelta
para entrar por el Acceso Sudeste. Aunque justamente allí, por
los bordes, vigilan o recorren policías de la comisaría
2ª. Esos, si te enganchan con lo que robaste, te dicen si querés
ir preso o si querés dejar las cosas que tenés, dice
ante un público nutrido de pares un chico de gorra negra que en
su hermosa cara mora parece un turbante medioriental.
Entre tanto fuego cruzado los más débiles de la cadena de
dominaciones entre los excluidos trazan sus propias estrategias para sobrevivir.
P. está enojado con el periodismo, dice, porque han
dicho que está lleno de tatuajes y cansado de caer preso. Tatuaje
tengo uno y lo muestra. Ando con el carro y a veces robo,
pero casi nunca caí, rectifica, sentado junto a sus amigos,
que son al mismo tiempo sus clientes. Para sumar monedas vende pegamento,
confiesa, a veinticinco centavos la bolsita. Con esa medida, el comprador
puede pasar un día colgado por ese olor que se siente en algunos
de ellos como un perfume poderoso, y que tras un rato se instala en las
fosas nasales de los neófitos como si en el lugar recién
hubieran colocado una alfombra. ¿Si la policía no sabe de
su metier? Poco importa. No sólo porque el colmo sería que
lo criminalicen a él, en la última fase de la cadena. Sino
porque ellos mismos son los que a mí me piden que les consiga
cosas. Los chicos, a su alrededor, se ríen, se burlan de
la manera en que en apariencia burlan la ley, más allá de
sus condiciones de víctimas de esa máquina en la que son
engranajes menores pero funcionales de la lógica de mercado que
impera también en la Itatí. Los policías mismos
le piden equipos, una moto o una bici para el cumpleaños del hijo,
cuenta uno saliendo del sopor. Y vuelven a reír. El que vende
merca paga 80 por semana, si no, cae. El que roba les da una parte, si
no paga, cae, explica una mujer de delantal y convida con croquetas
de verdura.
Oíd, mortales
Esta investigación comenzó lentamente hace meses. Allí
donde se vaya en el conurbano los grupos de pibes se consideren
o una bandita conocen de memoria a los policías de su zona,
y viceversa: nombre, apodo, señales, tatuajes, árboles genealógicos
completos. Eso vuelve aún más difícil atravesar la
barrera de la desconfianza con los testigos y protagonistas: cuidar su
identidad, su ubicación, sus mínimos rasgos. Aun así,
y a veces por otros motivos que no eran el de esta nota, los relatos sobre
sus relaciones con la policía comenzaron a caer como maduras frutas
al final de un verano. Las coincidencias resultaron evidentes en diversas
zonas. Pero si existe una en la que conflictivad es alta y donde las relaciones
entre uniformados y menores llama la atención, ése es el
distrito judicial de San Isidro, el mismo en el que abundan las denuncias
por torturas en comisarías realizadas por el defensor de Menores,
Carlos Bigalli.
Pero a esos números sobre los extremos de la represión se
le superponen los que no cierran ni para el gobierno de Carlos Ruckauf,
según lo dicho por Lima. Carmen Salcedo es una concejal del PJ
de Tigre que trabaja desdela década del 60 las villas de la zona.
Su larga experiencia le indica que nunca antes había habido
tantas bajas de menores como ahora y nunca los pibes habían quedado
atrapados por esta forma de excluirlos que es ni siquiera pasarlos a la
Justicia para que sigan funcionando y engordando aunque sea con cifras
miserables las cajas de la policía, hasta que ya no sirvan para
nada. Salcedo puso atención desde mayo en la abrumadora ausencia
de menores detenidos en el lugar más violento del GBA. Así,
aquel mes, en todo el departamento judicial, según las cifras que
la concejal acercó al Concejo en el departamento de San Martín,
el promedio de menores aprehendidos con causas penales fue de alrededor
de 45. En el de San Isidro, que comprende Vicente López, San Fernando,
Tigre, Don Torcuato y Pilar, no superó los siete. Lima admite desde
el seno del gobierno provincial: Las cifras son llamativas. San
Isidro, para ser el lugar de mayor delito, tiene muy pocos detenidos menores.
Hoy en sí le dijo a Página/12 el jueves tienen
cero detenidos. El día que más tienen son 2. San Martín
hoy tiene 26. Lomas 24. Morón 15. Quilmes, 7. A mí no me
cierran los números. Más cuando esto es una constante. Acá
hay algo que no cierra y esto amerita una investigación.
Bigalli, el defensor, tiene una opinión sobre las cifras que intrigan
a la funcionaria. Es simple, los chicos a los que defiendo son los
que ya no tienen poder de negociación, los que no tienen qué
entregar, los que no tienen poder.
Angel tiene el tamaño de un chico de catorce, aunque ya cumplió
los diecisiete. Dice que es porque una noche cuando realmente era un púber,
parado sobre el puente peatonal que cruza la Panamericana en San Fernando,
de tanta bolsita, flasheó que podía tirarse en un globo
verde y volar. Se arrojó al vacío. De adormecido que tenía
el cuerpo sólo sintió como una cosquilla fuerte
en el bajo vientre, en la entrepierna infantil. Me di con un fierro
en los huevos, describe el golpe. Me los hundí bien
para adentro y por eso es que se me detuvo el crecimiento, dice
con el mismo tono infantil con el que habla de la muerte. Esa es la fábula
que Angel se ha inventado para explicar lo que quizás no sea más
que el efecto de la alimentación deficiente y el consumo de drogas
desde su más tierna y temprana infancia, para usar correctamente
un lugar común. Habla en una estación de servicio sobre
la zona norte, a salvo del panóptico que resulta ser la comisaría
de su barrio, San Pablo. Angel fue integrante, como satélite y
no como miembro fuerte, de la banda de Los Petaca, de la que
no queda más que el nombre salido del hábito alcohólico
de uno de sus líderes, y bandita rival de la tristemente famosa
Los Mierdita, nombre ganando por su cercanía a la policía.
Al principio éramos muchos de verdad, entre todos los que
se murieron más todos los que están en cana, ahora no somos
nadie. Murió el Cabezón, el Cacho, el Edel, pero que era
separado de nosotros. Después murió el Núñez,
que lo mató el Hugo Beto. Al Pimienta lo bajaron los Mierdita una
noche. ¡Pfin! ¡Pfin! ¡Pfin!, hacían los
tiros atrás nuestro cuando pasaron disparando en un coche hasta
que le dieron a él en la espalda y llego caminando a lo de la madre,
que no sabés cómo gritaba, y entonces el Pimienta abrió
la boca y le dijo nos vemos. Y se murió. Pero después
todos sabían que a Los Mierdita los mandó la cana.
¿Y ellos no mueren?
Esos están todos vivos. Viven atrás de la comisaría.
Arreglan para robar acá, si salen a otro lado ni ahí que
roban porque pueden caer. Están recustodiados por la gorra y si
les pasa algo, la gorra ¡paf! Se hacen los que se defienden de ellos,
pero los chabones laburan para ellos. Ellos dicen los vamos a agarrar,
pero nada que ver, es una carpa que hacen. Por eso, si estás arreglado
con la gorra, entonces no morís.
Cada vez mueren
más
Por C. A.
La casi inexistencia de delitos cometidos por menores en las cifras
del departamento judicial de San Isidro mereció una reveladora
explicación por parte del ministro de Seguridad, Ramón
Orestes Verón, según la interventora del Concejo provincial
del Menor y la Familia, Irma Lima. En su momento hablé
del tema con Verón y él me dijo que hay pocas detenciones
porque el número de menores muertos en San Isidro por enfrentamientos
policiales era alto. O sea, dijo que había habido un aumento
tremendo de los enfrentamientos. El me dio los números. Eran
algo así como 300, contó a Página/12
la funcionaria de la provincia en la que el 43 por ciento de los
caídos en tiroteos con la policía tiene menos de 20
años.
¿Cómo evalúa usted esa explicación
de Verón?
A mí lo que me alarma es que cada vez mueren más
chicos en enfrentamientos; los tiros son más comunes. Antes
tenía que ser muy pesado para tener balazos con la policía.
Habría que estudiar si esto es la violencia en general o
estamos ante otra cosa.
Usted tiene una experiencias de cuatro décadas en la
Justicia. ¿Ante qué cosa podríamos
estar?
No sé si se dibujan los enfrentamientos policiales,
como se sabe que puede ocurrir. No quiero aparecer como que creo
que todos son malos. Hay excelentes policías se previene.
Lo que pasa es que acá cada vez que hay un enfrentamiento
tendría que haber una exhaustiva investigación judicial,
porque no va a ser la primera vez que resulta que el policía
tiró porque el pibe quería fugarse o se resistió
armado y resulta que tenía un balazo en la nuca, como ya
ocurrió. Digo yo: ¿necesita tirar a matar? ¿No
puede tirar a las piernas? ¿O a los brazos o las manos? Lo
que pasa es que de las famosas 800 denuncias, muchas veces hechas
por el propio Consejo, la Justicia cierra la causa. Más allá
de lo bueno o lo malo, los policías también actúan
con temor porque tuvieron un montón de muertos. Y claro que,
si no investigan, vivimos en la nebulosa donde la policía
niega y el chico afirma y no se avanza.
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TESTIMONIOS
DE CHICOS Y MUJERES EN LAS VILLAS
Te manotean la guita y te dicen rajá
Por C. A.
La de un chico ladrón
es una historia contada como un rompecabezas hecho de iniciaciones tempranas,
narrada casi siempre en tono de suceso menor y gracioso en el que el protagonista
del cuento desprecia de alguna manera el sufrimiento. El mismo tono para
hablar de la muerte que para comentar la feliz idea que hizo posible un
buen escruche, o aquella noche de juerga en el Tropitango. El mismo tono
para contar con la naturalidad que tienen la droga, el fútbol,
la pasión por el club del barrio, es el que usan para contar su
relación con la policía. Y la misma lógica es la
que la atraviesa: el golpe o el intercambio de valores, así se
trate del producto de un robo, de un encargo, las ruedas de un auto robado
o un cigarrillo de marihuana. Los diálogos con chicos y con madres
de las zonas sur y norte del conurbano son el indicio, quizás los
primeros indicios, de las complejas tramas de la exclusión y los
grandes negocios ilegales.
- Vestida de pulóver blanco impecable y con una tranquilidad que
contrasta con la de sus amigas del pasillo en el que vive, doña
E, con más de treinta años en la villa, recuerda: Acá
entró fuerte la droga desde el 92. En esa época era
famoso que en la puerta de la escuela lo regalaban y así se fueron
metiendo todos nuestros jóvenes y así perdimos a un montón.
Después pusieron sus negocios y era la policía la que los
cuidaba. Era insólito, en las puerta se paraban, y como custodias
parecían. Hasta que se hizo generalizado, se pusieron las sucursales
y la sucursales sí eran perseguidas, y a veces esas sí caen,
si no arreglan con la policía esos sí que caen, muy de vez
en cuando.
- El chico de impecables zapatillas Nike Air en un modelo galáctico
absolutamente blanco esquiva con la delicadeza de una bailarina los charcos
en el pasillo. Es uno de los amigos de Víctor Frente Vital, el
chico muerto por la policía convertido en un raro santo de los
ladrones de la zona norte. Y ya recostado sobre una pared de lo que queda
de la Villa San Francisco, convertida en barrio por el trazado de calles
que disolvió los pasillos, empina una cerveza y cuenta: Lo
que pasa es que cuando la cana te agarra o te recagan a palos y te dejan
tirado por ahí o te llevan en cana, pero lo seguro es que no te
vas a salvar de que te rompan los huesos. Eso no te lo olvidás
más, cada vez que salís, salís más resentido.
Por eso también hoy en día está pasando cada gilada
en los institutos, si vos no te hacés respetar te pinchan o te
cortan todo. Adentro hay cada uno que ya está reendurecido porque
tienen catorce, quince años y tiene tres tiros, ocho tiros. A mi
hermanito, un mes atrás lo agarraron. Pudieron zafar del caño,
pero les agarraron la guita, eran como 240 pesos y se los quedaron ellos.
Porque si les conviene no te llevan. Es según lo que tenés.
- María, una mujer de veinte años madre de un niño
de seis, suele enfrentarse con los agentes de la Villa Itatí. Dice
que cualquier cosa que se puedan llevar te la manotean. A
su hermano, de 16, lo pararon, cuenta, hace pocas semanas cuando entraba
por uno de los pasillos que da al Acceso Sudeste. Le encontraron dos porros
armados. Primero el cana le dijo que le diera uno, pero vino el
otro y le dijo que era muy poco, que se quedaran con los dos. Justo yo
pasaba y me metí porque le empezaban a pegar. Uno me empujó
por allá. Al final a él se lo llevaron. Pasó más
de un día preso. Le pusieron averiguación de antecedentes.
- Yo robo cuando necesito. Pero acá el que puede vende cocaína.
Tres pesos sale el papel más chico, pero es la mitad geniol molido,
cuenta uno de los pibes de la Villa 25 de Mayo. Si te agarran con plata
tuya o robada, te dicen ¿Qué tenés? Dame la
mitad y arreglamos, entonces cuando te la ven te la manotean toda
y te dicen rajá, rajá, cuenta, acostumbradoa esconderla
en varios lugares, como hacen quienes intentan evitar ser robados por
ladroncitos como él mismo.
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