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UN ALEMAN DESLUMBRADO EN CORDOBA
“El cuarteto es único”

El director Roland Brus habla de �La noche continúa�, una obra a partir del fenómeno musical cordobés, estreno de hoy en el Festival del Mercosur.

Poder: �La Mona es el líder de un movimiento. Creo que como no existen otros líderes en la sociedad, la gente se siente muy identificada con él�.

Por Cecilia Hopkins
Desde Córdoba

El director alemán Roland Brus está en Córdoba desde hace dos meses, trabajando con artistas locales para dar forma al espectáculo La noche continúa, fruto de la investigación sobre el mundo del cuarteto cordobés. La propuesta de estrenar este montaje durante el Festival del Mercosur surgió del Instituto Goethe de Córdoba, a partir del asesoramiento de quienes conocían los trabajos poco ortodoxos de Brus. Su primera tarea fue estudiar los videos de recitales y entrevistas con músicos y cantantes del género que le enviaron a Berlín. En junio, el director visitó Córdoba para consustanciarse con el ambiente y los rituales cuarteteros y, especialmente, para encontrarse con Carlitos “La Mona” Jiménez, una de las figuras inspiradoras de esta obra que será estrenada este sábado –como un acontecimiento insólito– en el Teatro del Libertador San Martín de esta ciudad. Un escenario fundamentalmente dedicado al teatro lírico, el mismo que Julio Bocca compartió con La Mona hace unos meses. Otro detalle pintoresco: uno de los roles de mayor importancia será interpretado por Lorena Jiménez, una de las hijas del ídolo.
“El cuarteto es un fenómeno cultural muy complejo, único”, define este berlinés de 36 años, que inició desde muy joven su carrera de director en el Volksbünhe de Berlín, “un teatro muy influido por las ideas de Piscator y Brecht, es decir, de corte popular”. Casi al mismo tiempo se dedicó a investigar los modos de aplicar el teatro y sus convenciones al trabajo social. De este modo lleva ya diez años dirigiendo proyectos de manera independiente. “Me interesa expresar una realidad invisible, una realidad que muchos no quieren ver”, dice Brus. “Por eso comencé a montar espectáculos en los que dirigí a gente sin viviendas, hago performances con desocupados y tengo como actores a gente joven y hasta gente muy mayor, personas a las que la sociedad no quiere ni ver ni prestar oídos”. Brus también montó obras con los reclusos de la Tegel, la cárcel más grande de Berlín. “Pero no sólo me interesa la marginalidad sino que quiero descubrir mundos diferentes, como el de los taxistas o el de los médicos patólogos, con quienes también monté obras”, aclara.
–¿Cómo es el panorama de la marginalidad en Alemania?
–Después de la caída del Muro hubo mucha gente que no encontró un lugar en el tejido de la sociedad. Solamente en Berlín había cien mil personas sin casa. En el lado este de la ciudad la cuota de desocupación va subiendo y oscila entre el 20 y el 28 por ciento: se puede decir que hay un Tercer Mundo incluido dentro de una gran ciudad. Y esto pasa en otras grandes capitales europeas, donde la miseria se ha vuelto más y más habitual. Cuando cayó el Muro, yo tenía 25 años y si bien crecí en Alemania del oeste, yo estaba en el este en ese momento. Fue muy duro comprobar que esa revolución pacífica estaba destinada al fracaso porque no se podía pensar en un tercer camino: ya no era posible hacer modificaciones y continuar con un proyecto socialista. Es que las reglas que imponía el sistema de la Alemania Occidental eran muy fuertes y debimos modificar los sistemas de educación y salud... todo, hasta las señales de tránsito.
–¿Cómo es la situación ahora, once años después?
–En estos años se está intentando rearmar la capital con edificios nuevos y un gran centro de comercio, un santuario del consumo, en el centro mismo donde estuvo el Muro. Pero los jóvenes del lado del este no encuentran modos de capacitarse ni ven un futuro laboral. Se sienten abandonados por el sistema y tratan de irse a otras ciudades, crece la xenofobia y aumentan las peleas entre alemanes y extranjeros. Hay muchísima población de extranjeros, algunos llegados como obreros desdehace muchos años, provenientes de países socialistas. Pero hay muchos otros llegados hace menos tiempos, de Turquía o Vietnam. Se dice en chiste que después de Estambul, Berlín es la ciudad más grande de Turquía.
–¿Qué lo fascinó del cuarteto cordobés?
–Creo que el cuarteto describe los límites de la sociedad argentina. La mayor parte de los que asisten a este ritual son de clase baja y existe mucho rechazo por parte de las clases sociales más acomodadas, a pesar de que en sus fiestas familiares también se baila cuarteto. Dicen que es una música y un baile primitivos, de negros, peligroso... Llevar este espectáculo al Teatro del Libertador San Martín es muy provocativo, significa un choque de mundos muy distintos. Me interesa que la realidad política y social entre en el teatro y que los límites de la marginalidad no estén tan claros. Yo creo que para mucha gente, el cuarteto es una válvula de escape, una forma de sobrevivir en un país en el que todo está cayendo, una forma de identidad popular. El contacto del público con el ídolo cuartetero es muy fuerte: en Córdoba, La Mona es el líder de un movimiento. Creo que como no existen otros líderes en la sociedad, la gente se siente muy identificada con él, a quien ven casi como a un santo. El cuarteto tiene también una significación sexual muy fuerte, hay quienes van a bailarlo para encontrar una compañera ocasional o una pareja para toda la vida. Tiene códigos del cuerpo muy fuertes, con sus gestos, sus señas y coreografías que forman reglas muy determinadas. Pero también el cuarteto es un fenómeno comercial, una mafia, una forma de manipulación de masas. Es como un guiso en el que algunos quieren sacar el trozo de carne más grande.

 

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