Por
Gustavo Veiga
Marcelo Bielsa cometería un sacrilegio por observar videos de selecciones
rivales; Juan Román Riquelme sería rapado y luego deportado
a la Argentina si tirara un caño enfundado en sus pantalones cortos;
Magdalena Aicega y Vanina Oneto tendrían prohibido jugar al hockey
y Pablo Ricardi, el campeón argentino de ajedrez, quedaría
detenido si osara mover un alfil sobre el tablero. Estas situaciones ficticias
y que se antojan descabelladas en cualquier lugar del mundo podrían
cobrar vida en la árida y empobrecida tierra de los talibanes.
Allí, en Afganistán, el fútbol estuvo prohibido entre
1996 y 1997, el deporte está vedado a las mujeres y el juego ciencia
es considerado tan nocivo como el consumo de alcohol. En cambio, el buzkashi
es una especie de pasión de multitudes que deviene de la historia.
Acaso por influencia de los invasores mongoles liderados por Gengis Khan
en el siglo XI. Primo lejano de nuestro deporte nacional, el pato, se
practica de a caballo y con la cabeza de una res como balón.
Hoy, en Kabul, las ejecuciones públicas o la amputación
de manos convocan más público en una cancha que cuando disputan
el clásico de fútbol los equipos de Maiwand y Jawanani.
Y los partidos deben terminar antes de las cuatro de la tarde y con los
jugadores vistiendo pantalones largos. De lo contrario, corren el riesgo
de que sean castigados como ocurrió con una ignota formación
paquistaní en la ciudad de Kandahar, donde reside el mulá
Mohamed Omar, líder religioso de los talibanes. Por cuestiones
como ésta y la prohibición de que las mujeres intervengan
en cualquier disciplina, el aislamiento internacional del régimen
afgano también se materializa en el ámbito deportivo. Ni
el Comité Olímpico Internacional (COI), ni la más
poderosa de las federaciones, la FIFA, aceptan al país en sus competiciones.
En un estadio de fútbol no se permite aplaudir una gambeta y ni
siquiera un gol. Así está determinado desde 1996, cuando
se le antojó a Mawlawi Qalamuddin, viceministro de la Promoción
de la Virtud y Prevención del Vicio en Afganistán. Sólo
se puede demostrar admiración por una bonita jugada o adhesión
hacia alguno de los equipos si los espectadores gritan Allah o akbar
(Dios es grande).
La peculiar interpretación del Corán que recrean estos fundamentalistas
con reminiscencias del Medioevo los llevó a deportar a un grupo
de futbolistas de Pakistán porque habían salido a la cancha
en pantalones cortos a disputar un amistoso. Pero los talibanes no se
detuvieron ahí. Pelaron sus cabezas al ras y, obviamente, los dejaron
con las ganas de patear una pelota con su rival de Kandahar.
Si se acepta que el fútbol no convoca multitudes en las ciudades
afganas, donde ni siquiera se observa a los chicos jugándolo en
la calle, ese episodio resulta un hecho menor comparado con otros espectáculos
que suelen repetirse en las pocas canchas que tiene el país. Alfonso
Rojo, un periodista español que visitó Kabul en nuestra
primavera de 1998, relató en una de sus crónicas: Casi
inmediatamente sacaron a Atí llah y le hicieron arrodillarse al
borde del área, casi en el punto del penal. Al condenado a muerte
no se le veía la cara. Le habían vendado los ojos con su
propio turbante. Lo único que se distinguía bien eran sus
brazos cruzados sobre el pecho y los hilos dorados del bordado del gorro
con que se tapaba el pelo...
Rojo contó que resultó un espectador privilegiado porque
lo invitaron a sentarse sobre el césped, a unos veinte metros del
sitio destinado a la ejecución. En su nota agregó que a
eso de las tres de la tarde, con el estadio repleto y mientras docenas
de chiquillos iban de un lado a otro vendiendo agua, cigarrillos, chicles
y galletas, entró en juego la megafonía. Primero sonó
la canción favorita de los talibanes, una pieza cuyo estribillo
repite machaconamente que no hay más dios que Alá.
El buzkashi es un deporte ancestral en Afganistán. Hay dos formas
de jugarlo. Una se llama Tudabarai y la otra, Qarajai. La primera es la
más simple y menos ruda. Esta disciplina para hombres de a caballo
consiste en tomar una cabeza de vacuno y trasladarla al campo contrario.
En la nación de los talibanes se practica sobre todo en invierno
y para los jinetes significa algo más que una actividad lúdica.
Está emparentada con su estilo de vida, según una de las
escasas fuentes que pueden consultarse en Internet. Para octubre suele
ser el entretenimiento deportivo más convocante en el estadio de
Ghazni, ubicado en Kabul.
En el norte del país se juega en la mayoría de las provincias
y hay un sitio Kunduz donde se lleva a cabo un festival de
buzkashi que se prolonga durante diez días. Cuentan que los caballos
empleados para este deporte tradicional deben tener un entrenamiento especial,
que lleva años. La competición a menudo se torna violenta
y quizá esto guarde cierta relación con los premios que
hay en juego en una nación donde abunda la indigencia: dinero,
ropas finas y turbantes.
Entre las prohibiciones más difundidas del ideario talibán
figuran las de ver televisión o videos, escuchar música
y fotografiar mujeres, pero casi nada se sabe acerca de actividades condenadas
y resistidas como el ajedrez, el adiestramiento de aves y hasta el uso
de barriletes. Anatoli Karpov o Víctor Korchnoi no serían
bienvenidos en Afganistán si quisieran ofrecer partidas simultáneas.
El juego ciencia es considerado parte de la abominable idolatría
y peones, alfiles o reinas resultaron destruidos como los budas de 1500
años de antigüedad que se levantaban en la localidad de Bamiyán.
La práctica del ajedrez ha sido colocada a la altura de las apuestas
o el abandono de la oración. Ajmal Jamshidi, el secretario general
de la Federación Afgana de Ajedrez en el exilio, relató
durante una entrevista que le efectuó el diario español
El País: En 1994 había 20.000 ajedrecistas activos
en Afganistán. Muchos huyeron, pero de los que quedaron, más
de 1900 fueron detenidos mientras participaban de torneos clandestinos.
Además, los clubes fueron cerrados o demolidos, las piezas y los
relojes vendidos en Pakistán y quemados los libros de ajedrez.
Algunas fotografías que circulan en Internet permiten ver que hasta
la toma de Kabul en setiembre de 1996, en los escasos gimnasios de la
capital, afganos de músculos trabajados posaban delante de posters
con las imágenes de Sylvester Stallone o Lou Ferrigno, el Increíble
Hulk. Pero cuando los talibanes entraron en la ciudad y arrasaron con
la representación de figuras humanas o de animales, aquellos afiches
desaparecieron.
Sin embargo, ni siquiera en Afganistán el deporte se ha librado
de ser utilizado con fines propagandísticos como en otros países.
Al margen de las características sacrílegas que se les atribuyen
al ajedrez o a patear una pelota en pantalones cortos; bajo el régimen
talibán, el fútbol, las artes marciales o el popular buzkashi
comenzaron a formar parte de los actos que se celebran el 18 de agosto.
Ese día, el sufrido pueblo que a lo largo de su historia fue invadido
por persas, griegos, mongoles, turcos, ingleses, rusos y acaso dentro
de poco por estadounidenses, festeja su independencia.
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