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Cómo es ser cristiano dentro del paraíso de los creyentes en Alá

Son una minoría extremadamente reducida y, como los musulmanes en EE.UU. tras los golpes terroristas del 11, serán los primeros en recibir la ira de los paquistaníes cuando Washington ataque.

Página/12
en Pakistán
Por Eduardo Febbro
Desde Queta

El padre Maximus Peter Fernando pronuncia su sermón con energía y autoridad. Habla con los brazos extendidos y las manos abiertas y, de tanto en tanto, mientras modula la voz, cierra los puños para imprimirles más convicción a sus frases. Después de leer la historia de Lázaro, del hombre pobre y del rico que se disputan un lugar en el paraíso, Peter Fernando envuelve a su auditorio con los infinitas ramificaciones de la parábola. Es mejor ser pobre e ir al paraíso que rico y estar en el infierno. La gente, sentada en el piso de la Iglesia de Holy Rosary, lo escucha con devoción. Los hombres están sentados a la derecha y las mujeres, cubiertas con chales de vivos colores, a la izquierda. El padre tiene una voz potente y en sus rasgos y en su expresión se mezclan la condescendencia y la severidad. Cuando termina su sermón, un grupo de hombres dispuestos al lado del altar empieza a tocar una canción con instrumentos tradicionales. En un segundo, en idioma urdú, la iglesia entera interpreta a coro uno de esos cantos con que se celebran las misas. Incluso para un ateo la escena sería estremecedora.
La parroquia de Holy Rosary está ubicada en un barrio militar, al borde del desierto, casi al pie de las montañas del Baluchistán paquistaní. El padre Peter Fernando es oriundo de Sri Lanka y vino a servir a una comunidad cristiana que representa la primera minoría de Pakistán. Son dos millones de cristianos en medio de 142 millones de musulmanes. En estos días de guerra ser cristiano es llevar una amenaza a cuestas. En la capital del Baluchistán son todavía una minoría más estrecha: 30 o 40 mil en una provincia que cuenta seis millones de habitantes. En Queta hay tres iglesias, una de ellas protestantes. Las relaciones entre cristianos y musulmanes nunca fueron un idilio. Desde el pasado 11 de setiembre, las cosas empeoraron más. Los atentados en Nueva York y Washington y la perspectiva de las represalias norteamericanas acrecentaron la hostilidad entre las dos confesiones. Los cristianos viven con miedo y, como confiesa uno de ellos al final de la misa del domingo, “sabemos que en caso de ataque tenemos los días contados”. El padre Peter Fernando tampoco oculta los destellos de hostilidad ni la delicadeza del momento: “La situación es muy incierta, nadie sabe lo que va a pasar en los próximos días. Antes podíamos caminar libremente e ir de compras sin problemas. Desde que ocurrieron los atentados todo eso se acabó”.
Los cristianos de Queta viven con mucho más miedo que los de Islamabad. Pero ambas comunidades comparten la “misma soledad minoritaria y, sobre todo, el terror ante el desenlace del operativo militar que se prepara”. Para la gran mayoría de ellos, el primer misil norteamericano que toque el suelo afgano significará una sentencia de muerte. El padre Fernando asegura, sin que le tiemble la voz: “Hay algo que es seguro. Si los Estados Unidos atacan a los musulmanes, los musulmanes nos atacarán a nosotros”. Hasta en un lugar tan lejano como éste se siente a flor de piel el roce entre las civilizaciones, un roce tanto más áspero cuanto que el término “cruzada” empleado por George Bush tiene, para muchos cristianos, una connotación devastadora: “Al final de cuentas, la cruzada de la que habló George Bush se va a volver contra nosotros. La comunidad internacional no se da cuenta de nada”, dice con rabia Nadeen Baichshi, un miembro de la comunidad cristiana de Queta. Los musulmanes confirman los temores. Según ellos, la palabra cruzada significa una ofensa, una suerte de desafío suplementario a su ya maltratada dignidad. Los cristianos de Pakistán se encuentran entre dos fuegos: el de la mayoría musulmana que a través de ellos ve las humillaciones acumuladas, y el contexto internacional que al mismo tiempo que los asila los expone como nunca. Hoy, todos tratan de unir sus fuerzas uniéndose en el seno de cada comunidad. Los cristianos viven confinados, perseguidos por el miedo a una venganza de la que ellos se sienten el blanco principal. “¿Cómo quiere que vaya a la policía si el mismo policía que recibe mi denuncia es un musulmán y me juzga como su enemigo?”, afirma con encono una cristiana de Queta. En los sentimientos que expresan hay una dosis perceptible de paranoia. Como primera minoría representante de un “mundo blanco” que no cesa de discriminar a los musulmanes, los cristianos sienten el peso de la discriminación al revés. La sensación de abandono es todavía más opresiva debido a la actitud de la curia romana que, en cierta medida, ha abandonado a su suerte a los cristianos de esta parte del mundo. “Los misionarios que deciden permanecer se terminan yendo antes de tiempo”, reconoce una monja de Holy Rosary. Las leyes locales tampoco los ayudan. Cuando quieren conseguir una visa para partir al extranjero casi nunca la obtienen por los consulados deciden según un porcentaje que funciona con relación a la confesión a la que se pertenece. “Estamos cercados –dice Yunis, un cristiano protestante–. A Irán no podemos ir, a Afganistán menos, a la India ni pensarlo y cuando soñamos con poner rumbo hacia los países occidentales, incluso si contamos con una excelente calificación profesional, no nos dan la visa porque no somos musulmanes”.
La situación de los cristianos de Pakistán depende del juego político del mundo. Cuando más injusticias hay contra unos, más expuestos están los otros. La perspectiva de la guerra ahondó el foso y los cristianos, que ya vivían en círculo cerrado, pasaron a existir en gueto. “Es un desastre y no sabemos cómo evitarlo”, dice el padre de otra parroquia que no quiere revelar su identidad “por motivos de seguridad”. Los dos “extremismos nos dejaron en la cuerda floja: el extremismo de un atentado demencial y el extremismo de una potencia como Estados Unidos desequilibraron la frágil estabilidad de las relaciones”. El problema mayor radica en lo que los musulmanes ven a través del cristianismo. Para ellos, dice un miembro de la comunidad de Don Bosco, “el cristianismo quiere decir colonización, discriminación y sacrificio de los musulmanes en defensa del Estado de Israel. La guerra que se nos viene encima es una trampa para todos”.

 

 

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