Página/12
en Pakistán
Por Eduardo Febbro
Desde Queta
El padre Maximus Peter Fernando pronuncia su sermón con energía
y autoridad. Habla con los brazos extendidos y las manos abiertas y, de
tanto en tanto, mientras modula la voz, cierra los puños para imprimirles
más convicción a sus frases. Después de leer la historia
de Lázaro, del hombre pobre y del rico que se disputan un lugar
en el paraíso, Peter Fernando envuelve a su auditorio con los infinitas
ramificaciones de la parábola. Es mejor ser pobre e ir al paraíso
que rico y estar en el infierno. La gente, sentada en el piso de la Iglesia
de Holy Rosary, lo escucha con devoción. Los hombres están
sentados a la derecha y las mujeres, cubiertas con chales de vivos colores,
a la izquierda. El padre tiene una voz potente y en sus rasgos y en su
expresión se mezclan la condescendencia y la severidad. Cuando
termina su sermón, un grupo de hombres dispuestos al lado del altar
empieza a tocar una canción con instrumentos tradicionales. En
un segundo, en idioma urdú, la iglesia entera interpreta a coro
uno de esos cantos con que se celebran las misas. Incluso para un ateo
la escena sería estremecedora.
La parroquia de Holy Rosary está ubicada en un barrio militar,
al borde del desierto, casi al pie de las montañas del Baluchistán
paquistaní. El padre Peter Fernando es oriundo de Sri Lanka y vino
a servir a una comunidad cristiana que representa la primera minoría
de Pakistán. Son dos millones de cristianos en medio de 142 millones
de musulmanes. En estos días de guerra ser cristiano es llevar
una amenaza a cuestas. En la capital del Baluchistán son todavía
una minoría más estrecha: 30 o 40 mil en una provincia que
cuenta seis millones de habitantes. En Queta hay tres iglesias, una de
ellas protestantes. Las relaciones entre cristianos y musulmanes nunca
fueron un idilio. Desde el pasado 11 de setiembre, las cosas empeoraron
más. Los atentados en Nueva York y Washington y la perspectiva
de las represalias norteamericanas acrecentaron la hostilidad entre las
dos confesiones. Los cristianos viven con miedo y, como confiesa uno de
ellos al final de la misa del domingo, sabemos que en caso de ataque
tenemos los días contados. El padre Peter Fernando tampoco
oculta los destellos de hostilidad ni la delicadeza del momento: La
situación es muy incierta, nadie sabe lo que va a pasar en los
próximos días. Antes podíamos caminar libremente
e ir de compras sin problemas. Desde que ocurrieron los atentados todo
eso se acabó.
Los cristianos de Queta viven con mucho más miedo que los de Islamabad.
Pero ambas comunidades comparten la misma soledad minoritaria y,
sobre todo, el terror ante el desenlace del operativo militar que se prepara.
Para la gran mayoría de ellos, el primer misil norteamericano
que toque el suelo afgano significará una sentencia de muerte.
El padre Fernando asegura, sin que le tiemble la voz: Hay algo que
es seguro. Si los Estados Unidos atacan a los musulmanes, los musulmanes
nos atacarán a nosotros. Hasta en un lugar tan lejano como
éste se siente a flor de piel el roce entre las civilizaciones,
un roce tanto más áspero cuanto que el término cruzada
empleado por George Bush tiene, para muchos cristianos, una connotación
devastadora: Al final de cuentas, la cruzada de la que habló
George Bush se va a volver contra nosotros. La comunidad internacional
no se da cuenta de nada, dice con rabia Nadeen Baichshi, un miembro
de la comunidad cristiana de Queta. Los musulmanes confirman los temores.
Según ellos, la palabra cruzada significa una ofensa, una suerte
de desafío suplementario a su ya maltratada dignidad. Los cristianos
de Pakistán se encuentran entre dos fuegos: el de la mayoría
musulmana que a través de ellos ve las humillaciones acumuladas,
y el contexto internacional que al mismo tiempo que los asila los expone
como nunca. Hoy, todos tratan de unir sus fuerzas uniéndose en
el seno de cada comunidad. Los cristianos viven confinados, perseguidos
por el miedo a una venganza de la que ellos se sienten el blanco principal.
¿Cómo quiere que vaya a la policía si el mismo
policía que recibe mi denuncia es un musulmán y me juzga
como su enemigo?, afirma con encono una cristiana de Queta. En los
sentimientos que expresan hay una dosis perceptible de paranoia. Como
primera minoría representante de un mundo blanco que
no cesa de discriminar a los musulmanes, los cristianos sienten el peso
de la discriminación al revés. La sensación de abandono
es todavía más opresiva debido a la actitud de la curia
romana que, en cierta medida, ha abandonado a su suerte a los cristianos
de esta parte del mundo. Los misionarios que deciden permanecer
se terminan yendo antes de tiempo, reconoce una monja de Holy Rosary.
Las leyes locales tampoco los ayudan. Cuando quieren conseguir una visa
para partir al extranjero casi nunca la obtienen por los consulados deciden
según un porcentaje que funciona con relación a la confesión
a la que se pertenece. Estamos cercados dice Yunis, un cristiano
protestante. A Irán no podemos ir, a Afganistán menos,
a la India ni pensarlo y cuando soñamos con poner rumbo hacia los
países occidentales, incluso si contamos con una excelente calificación
profesional, no nos dan la visa porque no somos musulmanes.
La situación de los cristianos de Pakistán depende del juego
político del mundo. Cuando más injusticias hay contra unos,
más expuestos están los otros. La perspectiva de la guerra
ahondó el foso y los cristianos, que ya vivían en círculo
cerrado, pasaron a existir en gueto. Es un desastre y no sabemos
cómo evitarlo, dice el padre de otra parroquia que no quiere
revelar su identidad por motivos de seguridad. Los dos extremismos
nos dejaron en la cuerda floja: el extremismo de un atentado demencial
y el extremismo de una potencia como Estados Unidos desequilibraron la
frágil estabilidad de las relaciones. El problema mayor radica
en lo que los musulmanes ven a través del cristianismo. Para ellos,
dice un miembro de la comunidad de Don Bosco, el cristianismo quiere
decir colonización, discriminación y sacrificio de los musulmanes
en defensa del Estado de Israel. La guerra que se nos viene encima es
una trampa para todos.
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