OPINION
Siguen
las lecciones
Por
Eduardo Aliverti
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Hace
ya varios días que se lee el mismo diario. Es decir: las mismas
noticias (que, en tanto noticia es novedad, no son noticia). La radio
repite, y la televisión también repite. Es casi imposible
encontrar la frontera entre realidad e invento. La guerra bacteriológica;
el congelamiento de cuentas de terroristas; los aprestos de portaaviones;
el simulacro de ataques aeronáuticos; las provocaciones de
un lado y de otro; los escondites. ¿Cuánto es verdad
y cuánto es Hollywood?
Una cosa, seguro, es verdadera. Cierta enseñanza. Una entre
muchas, y nos pertenece. O, por lo menos, nos corresponde. El gobierno
argentino se pasó estos días de reunión en reunión,
discutiendo cómo hacer más efectiva la seguridad. Al
margen o no tanto de la temible reinserción del
debate acerca de si los militares deben volver a efectuar inteligencia
interna, De la Rúa tomó nota (seguramente sólo
eso) de que se gastan 8300 millones de dólares por año
entre federales, gendarmes, prefectos, guardias aeronáuticos
y Fuerzas Armadas. Un disparate, en cantidad y calidad. En la mentada
Triple Frontera conviven efectivos del tipo mencionado, más
policías provinciales y tipos de la SIDE. Sumados, en proporción
resultan ser el doble de efectivos de seguridad que tienen los Estados
Unidos. Pero están para reprimir piqueteros y hacer inteligencia
con recortes de diarios. Dicho en la forma brutal que alientan, y
que en cierto punto requiere comillas: pobres contra pobres, miserabilizados
contra miserabilizados, negros contra negros. ¿Cómo
se hace para compatibilizar déficit cero, necesidad de represión
interna y control de terrorismo externo? No se hace porque no se puede.
Los norteamericanos ya inyectaron más de 300 mil millones de
dólares para poner en caja e intentar la reactivación
de su economía, tras el ataque del 11 de septiembre. Políticas
activas, intervención del Estado, emisión monetaria.
Por demasiado menos que eso, un país subdesarrollado como la
Argentina carga la calificación de inviable. Pues
que se hagan cargo los liberales vernáculos de tener que luchar
(así dicen, palabra más palabra menos) contra hordas
suicidas de fundamentalistas islámicos, desde un Estado al
que vaciaron. Y que los estadounidenses se hagan cargo de lo mismo.
Aunque, claro, ellos tienen dónde (des)cargarse.
La moraleja sería que una cosa es ser de derecha y otra cosa
es ser un estúpido.
Y que esta administración gubernamental llamada aliancista
allá por el siglo pasado tiene el demérito de
ser las dos cosas a la vez. |
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