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BALANCE DE UNA MUESTRA QUE PRIVILEGIO LO ALTERNATIVO Y CONGREGO A MAS DE CIEN MIL ESPECTADORES
Imágenes y sonidos de un mundo en crisis

La banda de Goran Bregovic, la puesta de �Hamlet� a cargo del lituano Eimuntas Nekrosius, y el espectáculo de danza �Körper�, resultaron lo más destacado de un encuentro sin nombres estridentes. Hubo 211 funciones de 85 espectáculos.

Por Hilda Cabrera

La tercera edición del Festival Internacional de Buenos Aires, al que la lluvia privó del espectáculo final al aire libre Requiem para el Riachuelo, se inició en momentos de gran desconcierto. Las imágenes del atentado del 11 de setiembre a las Torres Gemelas y el Pentágono mantenían a la gente pegada al televisor. La incertidumbre respecto de la suerte del Festival no era sólo asunto de pesimistas. La respuesta a ese temor se obtuvo la misma noche de la inauguración, el 12 de setiembre, con la presentación de La Banda y Orquesta de Funerales y Bodas. Dirigida por Goran Bregovic (nacido en Sarajevo, de madre serbia y padre croata), esta agrupación musical alejó el desánimo, introdujo emociones mucho más positivas y borró fronteras por su carácter multirracial. Hubo sólo dos funciones, y resultó poco para quienes aún no habían despertado del letargo que les produjo el atentado. Las cifras finales de concurrencia -cien mil personas, según los organizadores– dejan claro que el desarrollo del Festival terminó por convencer a todos de los atinado de su realización.
La incorporación de obras locales con entrada gratuita permitió que una parte de la producción autóctona no quedara olvidada durante el Festival. Si bien no todas tenían un nivel aceptable y habían quedado afuera buenos trabajos, nadie, entre los teatristas, protestó demasiado. En realidad, los que se habían mostrado díscolos en ediciones anteriores ya habían sido incorporados. Según datos ofrecidos por la organización del Festival, la cantidad de espectadores hubiera ascendido a 120 mil con la puesta de Requiem.... Hubo 46 salas disponibles. Esta cantidad incluye a los centros culturales barriales, donde se ofrecieron básicamente obras para toda edad y espectáculos musicales. Se contabilizaron 85 espectáculos, cantidad que engloba al ciclo de siete películas del realizador Hugo Santiago. Entre aquello que no se pudo concretar figura la presentación de una película de título emblemático, Todos juntos, de Federico León. El número de funciones fue de 211, 47 con entrada paga (de 18 y 25 pesos para las obras extranjeras) y 164 con ingreso gratuito, lo que derivó en una mayor circulación de espectadores (un total de 36.000 para los extranjeros). En rueda de prensa celebrada el sábado, el secretario de Cultura, Jorge Telerman, y la directora del Festival, Graciela Casabé, aportaron más datos. Dijeron que el costo había sido de 1.200.000 pesos, de los cuales el Gobierno de la ciudad aportó 700 mil; que se recibió apoyo de parte de instituciones culturales nacionales y extranjeras, y que fueron recuperados 550 mil pesos por boletería.
La lentitud de reacción del primer día restó público también a la primera función de Hamlet, realizada por la Compañía Meno Fortas de Lituania (uno de los catorce países que participaron de la muestra). La puesta de Eimuntas Nekrosius sobresalió dentro de una programación que no incluyó a famosos. A pesar de la crispación y la abundancia de efectos de las primeras escenas, el trabajo de Nekrosius lograba reconstruir ritos o mitos rusos o bálticos, y descubría un mundo glacial donde los hombres aúllan como lobos. Se preguntaba además por qué un padre enloquece al hijo y lo empuja a la muerte, exigiéndole cometer un crimen. Körper, el espectáculo de danza de la Schaubühne am Leniner Platz, sobre coreografía de la alemana Sasha Waltz (ver nota aparte), quien trajo también Zweiland, aportó excelencia en una programación de marcados desniveles.
Elaborados según los códigos de cada compañía, el cinismo, la crueldad y la tontería encontraron cauce en obras donde la familia era mostrada como núcleo de autodestrucción. La brutalidad artificiosamente ascética de House, del director estadounidense Richard Maxwell, una pieza localista conformada por monólogos entrecortados y un ritmo ralentado exprofeso,era, como Ugnies Veidas (“Caras de fuego”), del lituano Oskaras Korsunovas, ejemplo de atomización y violencia familiar.
Otra muestra de brutalidad cotidiana fue la controvertida Conocer gente, comer mierda, del argentino-español Rodrigo García. Un trabajo desmesurado, con la impronta de las performances provocativas del teatro estadounidense que se habían desarrollado ya en los años 70, sin ser entonces tampoco una novedad. En este muestrario de una sociedad robotizada, que se mueve entre la comida y la basura, adosó técnicas físicas hoy en boga. Comparada con esa desmesura, Hechos consumados, de Chile, resultó un oasis reflexivo. Su director, Alfredo Castro, yuxtapone testimonio y abstracción para referirse a una realidad amenazante e indagar en los porqué de la defensa de la dignidad. Un trabajo que, por otra parte, permitió conocer a dos buenos intérpretes. No sucedió lo mismo con la performance del grupo francés Ilotopie, que trajo Les menus plaisir. Las tentaciones de lo atípico. Esta propuesta interactiva no tuvo cómo sostenerse. El recorrido de actores, músicos y público por la explanada del Centro Cultural Recoleta careció de sentido. Ilotopie posee varios elencos, y evidentemente ha decaído o no trajo aquí el mejor. Las diferencias entre este trabajo y La espuma enjaulada, visto a comienzos de los 90 en un encuentro teatral en Córdoba, son abismales. Algo así sucedió con The White Cabin, presentada por Axe (Teatro Ruso de Ingeniería), que intentó infructuosamente transformar en imágenes el sinsentido.
La historia de la oca, referida al abuso infantil y la crueldad con los animales, traída por la compañía canadiense Les Deux Mondes, mostró una intención didáctica que no todos apreciaron. Destinada a públicos de toda edad se ofreció en un horario apto para café concert (las 22). Diferente a ésta, pero proponiendo también reflexionar sobre la relación hombreanimal, se vio El cerdo, del montevideano Alberto Rivero, una parábola sobre el encierro y el sacrificio ritual que no logró inquietar, a pesar de su carácter experimental.
Las expectativas del público tampoco fueron parejas. Tanto las salas en las que se ofrecían espectáculos extranjeros (un total de 51) como nacionales (138) no trabajaron a pleno. Esto se vio en las funciones de estreno de las obras visitantes, cuando las butacas vacías de las primeras filas (destinadas tal vez a funcionarios o invitados perezosos) eran asaltadas por estudiantes de teatro o periodistas, a los que se les había retaceado una mejor ubicación, o mismo la entrada. Hubo excepciones. El anuncio de la primera función gratuita de De La Guarda desató una batalla en Recoleta. Se presentaron miles de personas para una sala con capacidad para 600 y fueron levantadas las funciones programadas (tres en total).
El director inglés Peter Brook faltó nuevamente a la cita (había sido esperado también en la edición 1999), pero llegó el estadounidense Robert Wilson, y hubo seminarios y charlas abiertas, como la de Sasha Waltz, y clases magistrales que les “abrieron la cabeza” a los artistas locales. Estas fueron las del belga Alain Platel, que presentó su controvertido espectáculo de danza-teatro Iets op Bach; la del escenógrafo Jean-Guy Lecat; el músico Philip Glass, que no se lució demasiado en Drácula. The Music and Film; los directores y teóricos Frank Castorf y Augusto Boal; el autor y director José Sanchís Sinisterra; Emio Greco, quien presentó Extra Dry, junto a la Compañía holandesa que dirige; el bailarín y coreógrafo Akram Khan, que trajo Fix/Rush; el actor Sotiguí Kouyaté (de la compañía de Peter Brook), quien a pesar de haberse fracturado una pierna en un accidente automovilístico en París estuvo en Buenos Aires y cumplió su contrato, y el actor alemán Martin Wuttke, ex director del Berliner Ensemble, sólo que a través de una videoconferencia. Este fue sin duda uno de los capítulos más atractivos del Festival, cuyos programadores apostaron a un teatro experimental y alternativo que, como se vio, no siempre es sinónimo de creatividad.


LA DANZA OFRECIO UN PANORAMA DE LAS NUEVAS TENDENCIAS
La hora de las vanguardias

Por Silvina Szperling

La sección danza del III Festival Internacional de Buenos Aires fue de una curaduría impecable y ofreció al público la oportunidad de tomar contacto con lo más interesante que se produce actualmente en Europa. Dentro de ese panorama, se pueden determinar algunos puntos especialmente destacables. El Centro Coreográfico Nacional de Orleans (Francia), al mando de Josef Nadj (originario de la ex Yugoslavia), conformó un puntapié inicial marcado por la integración entre la danza y el teatro. Su versión del mundo kafkiano en Les veilleurs (Los serenos) apeló a la imagen como máximo pilar, utilizando recursos del teatro de sombras y el circo. Una escenografía en diferentes planos dio soporte al desarrollo de acciones simultáneas que, como en un juego de cajas chinas, fueron enmarcadas por la música del argentino Mauricio Kagel.
Les Ballets C. de la B., dirigidos por el belga Alain Platel, se plantaron con una fuerza arrolladora, eclecticismo y humor de todos los colores, comenzando por el negro. Platel presentó su particular versión de la música de Bach en Iets op Bach, invadiendo la escena con su mundo de fuego, agua, muebles de plástico y personas. Los bailarines son en sus manos seres íntegros que cantan y bailan, pero también lloran, se ríen y cuentan al público su vida. Son capaces de armar barricadas de protesta en hebreo y español y de desplegar acrobacias cuasi imposibles. Llevados al límite, estos bailarines-actores mutarán de perversos a vulnerables, de chicas impecables a mujeres manchadas de menstruación.
Cambiando completamente el punto de vista, la compañía holandesa Emio Greco & PC presentó la obra Extra Dry. Este dúo interpretado por el italiano Greco y la española Bárbara Meneses Gutiérrez se caracteriza por una monolítica unión de movimiento, escenografía, sonido y luces. Como dos aliens recién caídos a la tierra, los androides de Extra seco se tomaron su tiempo para explorar a lo largo de su viaje energías corporales y paisajes lumínico-sonoros de una claridad y contundencia inhabituales.
El joven coreógrafo inglés de origen bengalí Akram Khan presentó su particular mixtura de danza contemporánea con Khatak, danza clásica hindú. De impresionante performance personal, Khan regala al público en su solo Fix (Fijo) una danza plagada de sutilezas y filos, un trabajo espacial minucioso y, demás está decirlo, una concentración a prueba de balas.
Como digno fin de fiesta, la coreógrafa alemana Sasha Waltz y el Ensemble de la Schaubühne presentaron dos obras: Körper (2000) y Zweiland (1997). Dueña de una seguridad y aplomo indiscutibles, la artista mostró dos facetas de su historia creativa. Con Cuerpo/s, Waltz desplegó su visión sobre el sustento humano más palpable, fuente de placer, dolor y representante carnal de su finitud. En Doble patria, en cambio, Sasha lleva a sus bailarines a un mundo más concreto, social, en el cual cada uno debe tomar una posición frente a la reunificación alemana. Todo esto en el marco de las relaciones humanas y los afectos personales.

 

 

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