Por
Fabián Lebenglik
Son
tantas las imágenes que cualquiera ve por día y trae en
la cabeza -dijo Cambre a quien firma estas líneas que me
aterra pensar que mi obra agregue imagen. Prefiero que mi obra, antes
que cargar imágenes sobre el espectador, limpie la retina de los
que llegan a mirarla. Cada vez más me preocupa este detalle. Yo
soy pintor y también estoy abrumado por lo que veo. En esto comparto
la sensación general del espectador, más allá del
punto específico al que logre llegar con mi propio cuadro.
Hace tres años, Juan José Cambre presentó la última
serie de cuencos que venía pintando desde hacía una década.
El que había sido el pintor de los cuencos partía
de una forma simple, oval, repetida de manera obsesiva para disolver cualquier
rastro de evocación o referencialidad y transformar aquella forma
en un elemento de múltiples sentidos.
Si un espectador buscaba ansioso una cadena de sustantivos para fijar
momentáneamente el sentido escurridizo y a la vez concreto de aquella
larga serie de cuencos, podía pasar por vasijas, planetas, platos,
ojos, lentes de contacto, platos voladores, lunas, óvalos, agujeros...
A medida que se agotaban las variantes verbales, la pintura seguía
resistiendo y convocando sentidos visuales, fundamentalmente asociados
a la evidencia. La evidencia es, desde luego, la pintura en sí.
La pintura como objeto central, abstracto, puro, la pintura como objeto
del cuadro.
La pintura de Cambre no sólo es delicadamente pictórica
sino también nítidamente conceptual. Lo pictórico
en su obra es un modo de pensar, un modo de hacer visible el pensamiento
y la imaginación, a la manera en que la música los hace
audibles. Una manera de comunicación eficiente del pensamiento
abstracto.
De aquellos cuencos pasó a una clase de paisajes que a la vista
de su nueva obra resultan una clara transición para llegar a lo
que ahora presenta en el Centro Cultural Recoleta. En su nueva serie el
pintor vuelve a poner a prueba la percepción del espectador. La
primera impresión que se tiene de estos nuevos cuadros, en un recorrido
fugaz, es la de un muestrario de colores, la de una serie de grandes telas
monocromáticas. Aunque esta primera impresión no está
lejos de los por llamarlos de algún modo un tanto definitorio
objetivos de Cambre, la muestra no termina con esa impresión rápida.
La mirada como categoría teórica pero sobre todo en
su aspecto concreto, como dice el artista al comienzo, está
tan abrumada por imágenes, que el golpe de colores producido por
ese paneo inicial al entrar a la exposición tiene un efecto clínico:
limpia la retina, invita suspender momentáneamente el lastre visual
que trae todo espectador consigo. La percepción se ajusta, el ojo
sintoniza con la sala y los cuadros empiezan a desplegar su imagen secreta:
una colección de paisajes ocultos, fundamentalmente follaje y enramadas,
que están detrás de los colores. Los cuadros llevan títulos
lacónicos, estrictamente informativos, de un materialismo tan evidente
como sincero. Algunos de ellos son: Amarillo y violeta, Anaranjado,
Amarillo oro, Azul brillante, Carmín,
Cyan, Azul ultramar, Verde claro,
Amarillo de Nápoles, Amarillo limón,
Azul de Prusia, Turquesa, Rojo óxido,
Añil. No parece haber ambigüedad en nombres tan
llanos, sin embargo su misma literalidad (despojada y poética)
remite al color como fuente de evocación de paisajes, geografías,
frutas, herrumbres...
Detrás de esos colores plenos, impactantes, netos, comienzan a
aparecer sombras, como una confusión de huellas tenues. De a poco
se van haciendo consistentes aquellas hojas y ramas y el velo del color
da paso a otros colores ocultos. Cada tono es entonces un filtro, que
deja pasar algunas cosas y sugiere muchas otras. En tiempos en que los
espectadores son cada vez más impacientes, Cambre logra que el
impacto del color y luego las tramas ocultas de sus obras -que se hacen
cada vez más presentes atraigan una segunda, una tercera
mirada sobre cada cuadro, sobre la luz, la teoría del color, la
composición y así siguiendo.
La lucidez del artista hace de la exposición una experiencia puramente
pictórica que trabaja con la fisiología del ojo como punto
de partida y con la filosofía del color como lugar de llegada.
El montaje de la exhibición está muy bien, salvo por el
fuerte blanco de las paredes, que deberían haberse opacado para
permitir que los cuadros lograran mejor su efecto. Todo el largo proceso
de años en el que Cambre quitó por completo el vicio
expresivo de la pintura, eliminando cualquier atisbo de acción
y toda otra ampulosa exterioridad, la obra, de una ejecución deslumbrante,
y de un pudor exquisito, hace centro en la cuestión del tiempo
transcurrido y de la pintura como de conocimiento y de búsqueda
de sentido. Toda esta nueva serie, ofrecida como pura y fría objetividad,
es una fuente de equilibrio exacto y de armonía elocuente.
El hombre invisible, muestra de pinturas en el Centro Cultural
Recoleta, Junín 1930, hasta el 14 de octubre.
Hausmann
al San Martín
Hoy se inaugura en la Fotogalería del Teatro San Martín
Corrientes 1530 una muestra de trabajos fotográficos
del vanguardista Raoul Hausmann, presentada en con el auspicio del
Goethe Institut de Buenos Aires. Presenta una serie de fotografías,
fotomontajes, fotogramas y fotocollages de uno de los autores más
originales en el uso de las técnicas fotográficas del
siglo XX. Nacido en Viena en 1886, emigró en 1900 junto con
su familia a Berlín. En pleno auge del dadaísmo, Hausmann
se unió a la vanguardia de 1917, cuando fundó el Club
Dada junto a Richard Huelsenbeck, George Grosz, Johannes Baader y
Hannah Höch. Entre 1922 y 1932 se relaciona con los constructivistas
berlineses. Sin haberse dedicado a la práctica fotográfica,
sus reflexiones lo convirtieron en uno de los precursores teóricos
de la imagen. En 1927 comenzó a fotografiar con una temática
diversa: paisajes, médanos, desnudos, plantas, escenas de la
vida cotidiana y experimentaciones de diverso tipo. Hausmann fue escritor,
artista plástico, bailarín y ensayista sobre temas tan
variados como la moda, las ciencias naturales, la fotografía,
la danza y la alimentación.
Discípulos
de Iommi
Los discípulos de Enio Iommi, Matilde Algamiz, Daniel Cataffo,
Mónica Caterberg, Julián Díaz, Amparo Ferrari,
Juan Goldstein, Irene Gryn-berg, Diana Lebensohn, Viviana Macias,
Pablo Mur Morasso, Muki Rosati, Oscar Sánchez, Paula Vieyra
y Fernanda Vidal, presentan desde ayer Todo por nada,
esculturas, en el Museo Eduardo Sívori, Av. Infanta Isabel
555.
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SIETE
ADMIRADORES RESPECTO DE AIZENBERG
Fragmentos
de discurso amoroso
En
el Centro Recoleta se presenta una muestra en la que Iván Calmet,
Nessy Cohen, Alejandro Dron, Gabriela Francone, Nicolás Guagnini,
Magdalena Jitrik y Luis Lindner, jóvenes discípulos y admiradores
de la obra de Roberto Aizenberg, homenajean al maestro desde sus propias
estéticas, al mismo tiempo que se desarrolla la retrospectiva de
Aizenberg en el mismo Centro.
Iván Calmet: En 1993 voy a la inauguración de la muestra
La visión suspendida de Aizenberg, Batlle Planas, Cohen, Guagnini,
Mazzuchelli, Pazos y Soibelman. En ese momento sólo me llamó
la atención el anacronismo voluntario de la muestra... Todavía
esa pronunciada intención cubista, metafísica y abstracta
no lograba interesarme por completo.... En 1999, descubro los dos óleos
sobre madera de Roberto Aizenberg en la Fundación Klemm, pertenecientes
a la última muestra que él hizo allí. Estas pinturas
junto a las de Magritte y Tanguy pasan a ser mis predilectas de la colección.
Mi mirada se involucra con ese misterio perfecto.
Nessy Cohen: La obsesión de la superficie lisa dice
el texto de Roberto Pazos que eligió Nessy Cohen participó
en la amistad de Cohen con Bobby Aizenberg: no sólo amigos sino
pintores amigos. Esa lisura en la superficie del cuadro estima
la ausencia de traza, del trabajo de la mano, por la presencia espectral
de la imagen.
Alejandro Dron: Aizenberg pintó ideas. Investigó con
pasión en los sueños. Fue un filósofo de la pintura.
Construyó pacientemente su mundo siguiendo el tiempo debido. El
tiempo propio. Aceptó su destino de artista en el tercer mundo
y trabajó para el arquitecto mayor. Conversó con El tantas
pinturas en los cielos de Buenos Aires... Roberto Aizenberg fue uno de
los pintores más éticos que dio la Argentina.
Gabriela Francone: Creo que algunas obras de arte emanan una clase
de energía. Partículas diminutas e invisibles. Excrecencias
del autor. Quizás la forma más científica de explicar
mi relación con Aizenberg sea ésta: una fuerza física.
Una fuerza de gravedad, desde y hacia sus obras. Si las obras hablan alguna
clase de lengua, si hay mensajes cifrados y receptores ideales,
privilegiados, para recibir esos mensajes, yo creí ser el de las
torres. Las torres y yo nos entendimos espontáneamente, idílicamente.
Nicolás Guagnini: Tristeza nao tem fim, felicidade sim.
Magdalena Jitrik: Querido Boby: ahora que ya dejé un poco
de imitarte, te lo puedo confesar. Por eso elijo este cuadro para recordarte,
ya que lo pinté en plena etapa de imitación, cuando ya te
habías ido y no podías descubrirme. Y ahora ya no es un
secreto para nadie. Este cuadro fue todo lo Aizenberg que pudo. Me despido
ahora, de todas maneras, mi cabeza siempre volverá a visitarte.
Luis Lindner: ¿La civilización está para salvarme
o está organizando mi aniquilación? ¿De qué
lado está la civilización? ¿Dónde habita la
civilización? Esa es la calidad de las preguntas inevitables frente
a cuadros de torres de Roberto Aizenberg.
CCR, Junín 1930, hasta el 8 de octubre.
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