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La propuesta de Fidel
Por Miguel Bonasso

El sábado último, Fidel Castro lanzó una propuesta para combatir el terrorismo y evitar la guerra que fue prolijamente silenciada por los grandes medios internacionales. En un discurso pronunciado en la “Tribuna Abierta de la Revolución”, en la localidad cubana de Ciego de Avila, el veterano líder reiteró la condena a los atentados del martes 11 de septiembre que ya había expresado pocas horas después de la catástrofe y propuso, como alternativa a la guerra ordenada y dirigida desde Washington, que la Asamblea General de las Naciones Unidas decida por el voto democrático de todos los países los mecanismos para individualizar, juzgar y castigar a los terroristas.
Algo que se parece al Tribunal Internacional que algunos preconizan, pero con una diferencia política sustancial, que es el intento subyacente por democratizar la ONU a través de la Asamblea, como órgano que debiera tener preeminencia respecto del todopoderoso Consejo de Seguridad.
El discurso, corto para los estándares de Fidel, es una pieza compacta y persuasiva que merecería ser conocida por la opinión pública mundial. Castro lo escribió con el lógico temor de que los acontecimientos lo superasen: “En la tensa situación actual, nadie puede escribir un discurso horas antes de pronunciarlo sin correr el riesgo de que sea ya tarde”. También le preocupaba el riesgo “de parecer demasiado optimista, sin serlo en absoluto”, pero su reconocido olfato político lo obligaba a fijar posición, de manera clara y creativa, ante una coyuntura que encierra peligros para todo el mundo, Cuba incluida, aunque no tenga absolutamente nada que ver con los ataques a Nueva York y Washington.
Castro comienza con una nítida condena del acto terrorista, que diferencia de la lucha armada encarada por distintos pueblos (incluido el norteamericano), cuando se trató de alcanzar la independencia nacional. Y subraya: “Pero el empleo intencionado de las armas para matar a personas inocentes como método de lucha es absolutamente condenable y debe ser erradicado como algo indigno e inhumano, tan repugnante como el terrorismo histórico de los Estados opresores”.
Evalúa luego que la conmoción mundial generada por los atentados del martes “creó las condiciones excepcionales para erradicar el terrorismo sin desatar una inútil y tal vez interminable guerra”. Condiciones que se ven frustradas “porque los principales dirigentes políticos y militares de Estados Unidos no quieren escuchar una palabra que descarte el empleo de las armas y busque una solución verdadera y efectiva al preocupante problema, sin tener en cuenta que sería sumamente honroso para el pueblo norteamericano alcanzarlo sin derramar una gota de sangre. Los que toman las decisiones sólo apuestan a las acciones bélicas. Han asociado honor y guerra. Algunos hablan del empleo de armas nucleares cual si fuese algo tan sencillo como tomarse un vaso de agua”.
Esa decisión belicista los llevó al conmigo o contra mí expresado por George W. Bush, en una presión a la comunidad internacional, a ese resto del mundo donde según Fidel “reinan la confusión y el pánico, sin que falten oportunismos, conveniencias e intereses nacionales”. En un cuadro donde “hay quienes han hecho trizas su honor” y “se aprecia un extraño y generalizado instinto de avestruz, sin que existan ni siquiera huecos donde esconder las cabezas”. “Muchos –sostiene– parecen no haberse dado cuenta de que el 20 de septiembre fue decretado ante el Congreso de los Estados Unidos el fin de la independencia de los demás Estados sin excepción alguna y el cese de las funciones de la Organización de las Naciones Unidas.”
Castro observa que ya aparecen las primeras víctimas de esa política de Estados Unidos: “Millones de personas huyendo de la guerra, imágenes de niños cadavéricos que conmoverán al mundo sin que nada pueda impedir su divulgación”. Como tampoco se podrá impedir “el fuerte nacionalismo y losprofundos sentimientos religiosos de los pueblos musulmanes”, a través de dinero, promesas de ayuda o la amenaza de la fuerza.
La alternativa que propone es devolverle a la ONU “las prerrogativas arrebatadas” y que sea “la Asamblea General el centro de la lucha por la paz (...) para erradicar el terrorismo con apoyo total y unánime de la opinión mundial”.
“Bajo ningún aspecto –subraya– quedarían impunes los responsables del brutal ataque contra el pueblo de Estados Unidos, si pueden ser identificados. Una condición honorable para todos los países sería que fuesen juzgados por tribunales imparciales que garanticen la veracidad de las pruebas y la seguridad de la Justicia.” Para el presidente cubano no hay dudas de que los pueblos del Tercer Mundo aceptarían esta instancia como alternativa a la guerra. Y tampoco duda de que la persistencia en la escalada bélica recrea los riesgos apocalípticos de la Guerra Fría: “El mundo –advierte– no tiene salvación si no sigue una línea de paz y cooperación internacional”.
Es razonable, ¿pero quién atiende razones?

 

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