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Chicos de barrios marginados que
aprenden a pensar con el ajedrez

La idea es mejorar el rendimiento intelectual de
niños de zonas desfavorecidas. El plan ya está en marcha en Quilmes, Avellaneda, Lomas de Zamora y Moreno.

Las mesas con los tableros se instalaron en Quilmes en plena calle, al alcance de los vecinos.

Un grupo de chicos en edad de correr detrás de una pelota por las calles de tierra está ahora llamativamente atento y concentrado frente a un tablero de ajedrez que cuelga de la pared de una casa. Un segundo grupo juega partidas simultáneas al aire libre contra un chiquito que, con gesto adusto, desafía a unos cuantos que lo doblan en edad. Unos y otros son de Quilmes, de un barrio humilde elegido para poner en marcha un singular programa que junta ajedrez y marginación: “La idea es enseñarles el juego a chicos de medios desfavorecidos para enseñarles a pensar”, explica Carlos Saldi, a cargo del proyecto. Investigaciones realizadas en diferente países evidencian el mejoramiento del rendimiento intelectual en los chicos que practican ajedrez (ver aparte).
El plan para hacer llegar el ajedrez hasta los sectores más postergados es financiado por Proamba, un programa de apoyo a menores marginados realizado por los gobiernos argentino y de la Unión Europea.
Héctor Arrieta es el maestro que –ayudado por un enorme tablero de un metro veinte de lado colgado de una pared de la Sociedad de Fomento Balneario de Quilmes–, explica los primeros pasos para comenzar a entender el juego. Entonces, los muñequitos de madera comienzan de a poco a ser piezas de ajedrez. Cada vecino que pasa se detiene para ver, y más de uno se incorpora a la actividad.
Los que ya saben jugar se prenden en las partidas simultáneas contra dos pequeños campeones: Alex Cuevas, un chico de 10 años campeón Panamericano de ajedrez, y Silvana Hidalgo, que tiene 11 y ganó el torneo metropolitano. Los chicos y los no tan chicos –hay jóvenes de hasta 18 años– se esfuerzan en una tarea que parece imposible: ganarles a Alex y a Silvana. Adrián se rasca el pelo enrulado pero no logra hacer una movida ganadora, y termina sufriendo el jaque mate de Alex. Lo mira como si fuera un marciano y se va, enojado, entre las cargadas de sus amigos, sin entender “cómo no le pude ganar a ese chiquito”.
Pero no se trata de una competencia. Después de cada juego se revisan los errores cometidos y las posibilidades desperdiciadas, y ahí comienza a tallar el ajedrez como una herramienta para desarrollar las capacidades intelectuales de los chicos: “Es un dispositivo lúdico –explica Carlos Saldi– que involucra todos los niveles del pensamiento crítico: el conocimiento, la comprensión, el análisis y la evaluación. Y cualquiera puede jugarlo”, asegura. Johnatan, desde sus 10 años, sintetiza sus sensaciones: “El ajedrez me gusta porque me hace pensar”. “Y no es tan difícil”, agrega Lucas, que repasa en voz alta: “El alfil se mueve en diagonal, la torre va todo derechito...”.
De ahí la presencia de los chiquitos campeones. Alex y Silvana provienen de hogares de condiciones no muy diferentes a las de los chicos que participan del programa: “El mensaje es claro –define Saldi–: no tenemos medios materiales, pero podemos pensar”. Y aprender a pensar no es poca cosa: “Sirve para tomar conciencia de las libertades y los derechos de cada uno”, explica Proamba en los fundamentos del proyecto. La organización, además de otros programas sociales, financia esta actividad destinada a niños con necesidades básicas insatisfechas en los partidos de Quilmes, Avellaneda, Lomas de Zamora y Moreno.
Marcelo Reides es uno de los coordinadores del programa de ajedrez de la Secretaría de Educación porteña, que llega a 14 mil chicos. Detalló a este diario que en los sectores más populares el ajedrez “tiene una enorme resignificancia social, porque es algo que está visto para chicos de otro nivel económico y más `inteligentes’, como un juego difícil y analítico. Hay que tener en cuenta que los chicos de bajos recursos no tienen cultura lúdica en juegos de estrategia. Es una gran gratificación darse cuenta de que pueden jugar igual que los demás: los revaloriza socialmente”.
Reides pone el acento en que el ajedrez colabora para “hacer al chico responsable de sus acciones y para reafirmar la ubicación espaciotemporal. También es un facilitador del pensamiento abstracto y anticipatorio, ya que el juego se estructura en que la pieza que yo muevoes en función de lo que hace el otro: me obliga a ponerme en su lugar”. Pablo, que tiene 9 años y ya empieza a entender de qué se trata esta cuestión, lo explica más fácil: “Lo que más me gusta es tratar de adivinar la jugada que va a hacer el que juega contra mí”.

Producción: Hernán Fluk

 

La ventaja de los trebejos

Si bien no hay en el país estudios estadísticos pormenorizados que hayan medido la influencia de la práctica del ajedrez sobre el rendimiento intelectual de los chicos que lo practican, un estudio realizado en el internado de Playa Unión, en Chubut, demostró un significativo aumento de la concentración de la atención de un 32 por ciento en siete meses.
Una experiencia relevante realizada en Venezuela concluyó que el ajedrez enseñado metodológicamente es un incentivo para acelerar el crecimiento del coeficiente intelectual en niños de todos los niveles sociales. El estudio reveló también buenos resultados en la transferencia del pensamiento ajedrecístico hacia otras áreas de estudio. En Canadá, para realizar un estudio, 437 alumnos de quinto grado fueron divididos en dos grupos: uno de ellos, de control, recibió el curso de matemática tradicional durante la investigación, que duró un año y medio. El otro grupo recibió el curso enriquecido con ajedrez desde el inicio. En la solución de problemas hubo un 21,46 por ciento de diferencia y en la comprensión de esos problemas hubo un 12,02 por ciento de diferencia, en ambos casos en favor del segundo grupo.
En el distrito de Harlem, en Nueva York, el 17,3 por ciento de los estudiantes que recibieron clases de ajedrez como parte de sus asignaturas mejoró el resultado de las evaluaciones en todas las materias. En Pennsylvania, en tanto, se hizo un estudio sobre un grupo de alumnos de séptimo grado: a una mitad se les enseñó ajedrez y a la otra videojuegos y resolución de problemas con computadoras. En una prueba de evaluación del pensamiento crítico, los primeros demostraron una asimilación intelectual mejorada en 19,6 por ciento contra un 4,6 por ciento de los otros.

 

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