Por Lourdes Gómez
Desde
Londres
Frederick Forsyth barajó
en una ocasión la posibilidad de construir una novela en torno
a la destrucción de un edificio con un avión secuestrado
por criminales suicidas. Descartó la idea, convencido de que el
lector occidental nunca creería semejante historia. La realidad
demostró ser indudablemente más osada que la ficción.
El triple ataque contra los rascacielos de Manhattan y parte del Pentágono,
que les costó la vida a más de 6000 personas, amplía
el horizonte de la verosimilitud para autores como Forsyth, especializados
en los thrillers y novelas de espionaje. Hemos descubierto una mina
de oro, pero es una mina mala, protesta el autor (Ashford, Kent,
1938). Acaba de publicar una colección de relatos cortos, El veterano,
y promete un thriller para su próxima novela. En su momento, Forsyth
achacó el alejamiento de su género por excelencia a la falta
de un gran tema global, a la ausencia de una nueva amenaza que mantuviera
en vilo al mundo entero. Las circunstancias cambiaron, sin dudas.
¿El ataque abre una nueva veta en la literatura popular?
Sí, pero el problema es que al menos 50 autores estarán
trabajando en este instante sobre la misma temática. No estoy dispuesto
a ser el número 51, así que para mí llega demasiado
tarde.
Usted identificó al fanático preparado para
morir como el perfecto asesino en Chacal. ¿Se
adelantó a los acontecimientos?
Antes de 1970, cuando escribí mi primera novela, Chacal,
el asesino suicida era prácticamente desconocido. No recuerdo ningún
caso anterior a esa fecha, y, de todos los asesinatos políticos,
sólo escapó a la muerte o a la cárcel el asesino
del presidente Kennedy. Ahora nos enfrentamos a otra dimensión
de agentes suicidas, hay una larga cola de voluntarios.
Imaginó el personaje del suicida en el pasado y, como desarrolla
en un relato de El veterano, un avión es una buena
localización para la literatura de suspenso. ¿No pensó
en fusionar ambos ingredientes?
Pensé en la idea hace 18 años, pero nunca la utilicé.
Me pregunté qué pasaría si un suicida secuestrara
un avión y lo lanzara contra un edificio. La descarté. Pensé
que al lector le parecería una exageración, algo imposible
de creer. Y, en el supuesto de que alguien la considerara factible, me
di cuenta de que era una acción demasiado fácil de llevar
a cabo. Nadie podría detener el ataque, no hay defensa posible.
¿Qué aspectos no aceptaría el lector?
Aprender a pilotear los aviones. Esto es lo más difícil
de conseguir y arduo de creer, porque se necesitan cuatro años
para saber manejar un avión. Además, hay que contar con
al menos cinco personas preparadas para suicidarse: el piloto, el copiloto
y tres individuos para controlar a la tripulación y a los pasajeros.
El lector occidental reaccionaría diciendo que es una trama imposible.
El 90 por ciento de mis lectores está en Occidente, y en su mentalidad
no entra la ecuación de que yo pueda encontrar a diez personas
dispuestas a suicidarse. Para nosotros, el concepto de suicidio es muy
extraño y sólo se da en gente que se siente profundamente
desesperada o sufre una depresión terrible. Hemos comprobado que
era factible y, es más, se estima ahora que planeaban secuestrar
hasta diez aparatos esa jornada. Un estratega como Osama bin Laden probablemente
tuvo en cuenta que un 50 por ciento de su plan fallaría, porque,
siento decirlo, en la vida las cosas siempre salen mal.
¿Qué consecuencias acarreará el ataque en la
literatura?
La ficción avanza en paralelo a la realidad. Ahora se puede
proponer cualquier idea, porque, después de lo ocurrido en Manhattan,
la gente pensará que todo es posible. Atentados con gérmenes
o gases mortíferos en los que ya no morirán 5000 personas,
sino 50.000.
¿Ante Bin Laden, qué alternativas están en
la mano de un novelista? Estamos en la segunda guerra fría.
Sin la URSS ni la KGB, pero con Bin Laden y su organización Al
Qaeda. A diferencia de secuestros anteriores, no se puede negociar con
Bin Laden. No pide nada ni quiere nada. Matarlo es la única alternativa,
se debe asesinarlo.
¿Enviando un Chacal?
No, ese personaje era un asesino secreto disparando contra una figura
pública. Con Bin Laden deben operar fuerzas oficiales gubernamentales
para matar a una figura muy privada. Tarde o temprano sucederá.
Bin Laden no llegará a viejo. Tampoco le preocupa.
¿A qué tipo de guerra nos enfrentamos?
A una nueva guerra fría. Y, como la anterior, se luchará
en varios frentes separados: político, económico, propaganda,
espionaje y medidas activas. Medidas activas es una forma elegante de
llamar al asesinato de ciertas personas, en secreto, sin ruido, ocasionalmente.
Al día siguiente, los diarios informarán de que tal o cual
individuo sufrió un ataque al corazón.
¿En qué camino marcha su próximo thriller?
Una idea me ronda la cabeza desde hace un año. Creo que estoy
ante algo nuevo, de temática diferente, original y que nadie ha
abordado hasta la fecha. Casualmente, hay una figura en el libro, no un
protagonista, sino alguien a quien otros personajes mencionan, que se
llama Osama Bin Laden. Ante los recientes acontecimientos, me siento suspendido
en el aire, porque quién sabe si Bin Laden vivirá el año
próximo. Deberé cambiar su nombre y tal vez todo el entramado.
Aún no he comenzado a investigar en el terreno y, hasta que no
sepamos qué sucederá con Bin Laden, estará todo en
el aire.
BROADWAY
INTENTAR RETOMAR SU RITMO NORMAL
Tras el shock, el show debe seguir
Las largas colas en pleno Times
Square neoyorquino para sacar entrada a los espectáculos de Broadway
vuelven a estar allí. En la caja del musical El Rey León,
un niño llora y patalea porque su madre no ha podido conseguir
un preciado boleto. Y Sarah Haddan, empleada de Manhattan, se estremece
con el frío otoñal de La Gran Manzana con la esperanza de
que sí queden entradas para ella. Pero no todo es tan fácil.
El shock de los atentados del 11 de septiembre ha calado hondo en la industria
del teatro estadounidense, con base en Broadway. La semana posterior a
los ataques, las ventas de entradas se derrumbaron estrepitosamente. Las
cosas parecen ir mejorando, pero hasta las producciones más exitosas
e ineludibles para los turistas, como Los Miserables o El Fantasma de
la Opera, deben luchar para conseguir público.
Casi todo el mundo de Broadway, actores, peluqueros o camareros, resultó
afectado directa o indirectamente por los atentados. Una cajera, por ejemplo,
cuenta que su vecina murió en la tragedia. Tragando saliva, elogia
a los neoyorquinos por demostrar su apoyo asistiendo en masa a los espectáculos
en cartelera. Intento mantenerme ocupada, comenta Sarah Haddan,
asidua espectadora de teatro. Producciones como 42nd Street, que ensalzan
el sueño americano, sirven como distracción
y consuelo en la aún insegura Nueva York. Además de las
tragedias afectivas y económicas, los ataques trajeron otras consecuencias
para Broadway: bajo las ruinas del World Trade Center descansa un archivo
fotográfico que documentaba 30 años de la historia del teatro
en la céntrica avenida. Las fotos del elenco original de A Chorus
Line o Miss Saigon se perdieron para siempre. Mientras tanto, se busca
un nuevo lugar para la boletería que estaba instalada en el World
Trade Center. Sin embargo, Broadway parece decidido a recuperar a sus
espectadores. Durante cuatro semanas, los trabajadores de la industria
renunciarán a un cuarto de su salario. De cada entrada vendida,
5 dólares irán a las arcas de organizaciones de socorro
para las víctimas. I love New York Theater es el slogan
de una nueva campaña de la asociación de propietarios y
productores de teatro destinada a atraer público a las salas. Joe
Allen, dueño de un bar donde suele reunirse gente del teatro, exhibe
otra muestra de que las cosas van retornando a la normalidad: en lugar
de CNN, el televisor de su establecimiento muestra de nuevo imágenes
de la liga estadounidense de béisbol.
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