Por Diego Fischerman
Una mujer que aparece en la
portada de un disco amamantando un chanchito y que se jacta de haber entrado
a un conservatorio a los 5 años, como niña prodigio, y de
haber sido expulsada a los 11. Una mujer que vivió (y grabó
su segundo álbum, Under the Pink) en la casa donde Charles Manson
había asesinado a Sharon Tate. Alguien nacida en 1963 como Myra
Ellen que cambió, hace 21 años, su nombre por el de Tori
porque tenía más pinta de Tori que de Ellen.
Una artista a la que se comparó con Joni Mitchell, Kate Bush y
Björk, aunque se las arregla para ser diferente no sólo a
ellas sino a sí misma. De estrella acústica y cantante caracterizada
por sus extraños e imprevisibles acompañamientos en el piano
a dama eléctrica, capaz de utilizar sin pudor cintas pasadas al
revés (como en los viejos tiempos) e irreales bajos más
profundos que los más graves bajos profundos. Una compositora que
no duda, en su último y brillante CD, en dedicarse exclusivamente
a versiones de temas creados por otros. Esa es Tori Amos y éste
es Strange Little Girls, un álbum inquietante y lleno de sorpresas.
La primera impresión, por lo menos si se recorre la lista de temas,
es que aquí Tori Amos ha resignado una parte fundamental de aquello
que la convirtió en artista de culto. Los autores de las canciones
elegidas van desde Lennon y McCartney (Happiness is a Warm Gun)
hasta Eminem (97 Bonny & Clyde) pasando por Tom
Waits (Time), Neil Young (Heart of Gold), Slayer
(Raining Blood) y Joe Jackson (Real Man). Una
cantante podría limitarse a seleccionar una serie interesante de
canciones, como por ejemplo las mencionadas más New Age
de Velvet Underground, Strange Little Girls de los Stranglers,
Enjoy the Silence de Depeche Mode, Rattlesnakes
de Lloyd Cole and the Commotions y I Dont Like Mondays.
Y podría, sencillamente, cantarlas. Ponerles atrás un buen
acompañamiento (sobre todo si se trata, como en este caso, de una
excelente pianista) y sentarse a esperar. En ese caso se trataría,
sin duda, de un buen disco. Pero con Tori Amos nada es tan sencillo. La
decisión de utilizar canciones ajenas es, para ella, apenas una
manera de poner en primer plano lo que hace con esas canciones. Amos,
esta vez (y aunque parezca lo contrario) compone tanto o más que
en sus CDs anteriores. Y como prueba, basta esa irreconocible Happiness
is a Warm Gun donde suenan unas voces casi monótonas (el
Dr. Edison Amos, George Bush y su hijito George W. Bush) junto a una ominosa
oleada de sonido y un magnífico solo de guitarra (gentileza de
Adrian Belew) antes del estribillo (también deformado, aunque no
tanto) en la voz distante, desprendida, de Tori Amos y en algo que suena
como los restos, desmembrados y dispersos, de unos acordes en el piano.
Parte del encanto de este CD recién publicado por Warner Music
está, además, en la presentación. Una tapa desplegable
muestra 13 fotos (una de ellas repetida en la tapa) de Tori Amos con distintos
peinados y vestimentas y con supuestas leyendas publicitarias del tipo
de esto no es glamoroso o todas esas cosas son verdaderas.
Cada uno de estos miniposters (que a su vez son posibles tapas; de hecho
al comprador le puede tocar cualquiera de ellas) se refiere a alguna de
las canciones (hay temas que cuentan con más de una foto) y parece
remitir a las múltiples caras de la cantante o, eventualmente,
a cómo ser ella misma siendo infinidad de otras, algo no muy distinto
a sonar como la nueva compositora de músicas y palabras ya inventadas
(sumamente diferentes) por otras personas y en otro tiempo.
|