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ENTREVISTA A JUAN CARLOS CACERES
“Tengo varias vidas”

Es músico, pintor y docente. Viveen París, pero su obra tiene un claro perfil porteño. Ofreció un show en Buenos Aires, donde, sostiene, empiezan a recuperarse las raíces negras del tango.

Cáceres es argentino, pero vive
en París desde el “Mayo francés”.
“París era una fiesta, esa fue una gran época”, afirma, nostálgico.

Por Fernando D’Addario

En la diversidad, Juan Carlos Cáceres viene manifestando una nítida unidad conceptual. Es músico, pintor, docente, y vive en París, pero toda su obra, heterogénea y sinuosa en lo estilístico, admitiría una asimilación inmediata a “lo porteño”. Una porteñidad tanguera expresada en todas sus variantes e hipótesis: el siempre discutido componente negro del género, la nostalgia del exiliado, la sofisticación que surge del cruce con la cultura europea. Cáceres, de paso por Buenos Aires, actuó recientemente en La Trastienda, donde mostró buena parte de su última producción musical, Toca Tangó. Fue una especie de zapada formal en la que, acompañado por dos percusionistas, dejó en evidencia su culto por ritmos afines al tango: la milonga, el candombe y la murga.
Tiene una actitud interpretativa que a veces remite al estilo decidor del Polaco Goyeneche y otras al milonguero reo que popularizó Edmundo Rivero. Toca el piano, compone y escribe, pero también aporta su mirada a clásicos como “Malevaje” o “Como dos extraños”. En casi todos los casos luce un espíritu de celebración tanguera que, según parece, tiene que ver con lo que le genera la música en los últimos tiempos: “Hace dos años vine a ver a la familia y me encontré con toda una movida, de la que ya tenía un presentimiento. Lo viví especialmente entre la gente joven. Toda esa música estaba en mis recuerdos de infancia, en las búsquedas de Sebastián Piana, en las milongas de Alberto Castillo, pero en aquella época esas cosas eran consideradas grasas, porque el tango era racista y elitista. Y al mismo tiempo el carnaval era muy fuerte. Ahora vi en los jóvenes una energía y una búsqueda de su identidad que no se dio ni siquiera con el rock nacional. Me voy entusiasmado con eso, creo que la gente se vuelca más al tango y a la murga como respuesta a la mundialización que estamos padeciendo”, señala en la entrevista con Página/12.
En Europa toca en lugares de jazz, de música latina, de world music. “Es lo alternativo”, dice, y eso que vive en París desde 1968, y que “allá el tango institucional es algo así como la música clásica”. Para él, en cambio, “el tango es mucho más que una danza, es un estado del espíritu, y eso por suerte se está recuperando en Buenos Aires, aunque no haya más negros”.
–¿Expresa nostalgia a través de esa música que le llega desde la infancia?
–No hay nostalgia en mis canciones. Lo que sí hay es angustia metafísica, desarraigo, un sentimiento de paraíso perdido, pero nada de “se me pianta un lagrimón”. Estoy a favor de un arte atemporal.
–En el arte de tapa de sus discos vuelca sus pinturas. ¿Existe un hilo conductor entre su trabajo como músico y su condición de artista plástico?
–En pintura y en otras expresiones culturales empecé atraído por la modernidad, el arte abstracto, el teatro de vanguardia. París era La Meca. Miró, Picasso, Kandinsky me pegaron primero, y después descubrí lo clásico. Con el tango se dio distinto, porque era la música de mi familia. Pero no hay conflicto. Siempre fui un tipo ecléctico y polivalente. Puedo tocar tango y escuchar música contemporánea. Y en relación con la plástica, vengo del arte abstracto, pero lo que encontré para hacer simbiosis con la música es el expresionismo, que se emparenta con el tango, en las formas y los colores.
–Llegó a Francia en 1968. ¿Antes o después de mayo?
–Tuve el honor de llegar a París el 14 de mayo del 68, en pleno Barrio Latino. Había ido a trabajar con una vedette francesa, como músico. A la tarde me fui a ensayar en medio del quilombo. Una semana más tarde cerraron las fronteras. París era realmente una fiesta, porque estaban las barricadas, pero también los conciertos en las calles, edificios públicos con banderas negras, una gran época.
–¿Hasta qué punto lo callejero y lo reo reflejan su personalidad?
–En París, los que no conocieron al Polaco Goyeneche decían que yo tengo una onda entre Tom Waits y Paolo Conti. Pero para mí, eso de ser reo es un recurso expresivo, como también le debe pasar a Tom Waits. Lo que pasa es que para algunos puede parecer un poco desconcertante ver o escuchar las cosas que hago. Pero ocurre que siempre me manejé en el underground, que es un terreno donde se mezclan todas las marginalidades posibles. Y también me manejé en otros ámbitos. Entre otras cosas, fui durante 20 años profesor de historia y arte. Tengo varias vidas.

 

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