Por Fernando DAddario
En la diversidad, Juan Carlos
Cáceres viene manifestando una nítida unidad conceptual.
Es músico, pintor, docente, y vive en París, pero toda su
obra, heterogénea y sinuosa en lo estilístico, admitiría
una asimilación inmediata a lo porteño. Una
porteñidad tanguera expresada en todas sus variantes e hipótesis:
el siempre discutido componente negro del género, la nostalgia
del exiliado, la sofisticación que surge del cruce con la cultura
europea. Cáceres, de paso por Buenos Aires, actuó recientemente
en La Trastienda, donde mostró buena parte de su última
producción musical, Toca Tangó. Fue una especie de zapada
formal en la que, acompañado por dos percusionistas, dejó
en evidencia su culto por ritmos afines al tango: la milonga, el candombe
y la murga.
Tiene una actitud interpretativa que a veces remite al estilo decidor
del Polaco Goyeneche y otras al milonguero reo que popularizó Edmundo
Rivero. Toca el piano, compone y escribe, pero también aporta su
mirada a clásicos como Malevaje o Como dos extraños.
En casi todos los casos luce un espíritu de celebración
tanguera que, según parece, tiene que ver con lo que le genera
la música en los últimos tiempos: Hace dos años
vine a ver a la familia y me encontré con toda una movida, de la
que ya tenía un presentimiento. Lo viví especialmente entre
la gente joven. Toda esa música estaba en mis recuerdos de infancia,
en las búsquedas de Sebastián Piana, en las milongas de
Alberto Castillo, pero en aquella época esas cosas eran consideradas
grasas, porque el tango era racista y elitista. Y al mismo tiempo el carnaval
era muy fuerte. Ahora vi en los jóvenes una energía y una
búsqueda de su identidad que no se dio ni siquiera con el rock
nacional. Me voy entusiasmado con eso, creo que la gente se vuelca más
al tango y a la murga como respuesta a la mundialización que estamos
padeciendo, señala en la entrevista con Página/12.
En Europa toca en lugares de jazz, de música latina, de world music.
Es lo alternativo, dice, y eso que vive en París desde
1968, y que allá el tango institucional es algo así
como la música clásica. Para él, en cambio,
el tango es mucho más que una danza, es un estado del espíritu,
y eso por suerte se está recuperando en Buenos Aires, aunque no
haya más negros.
¿Expresa nostalgia a través de esa música que
le llega desde la infancia?
No hay nostalgia en mis canciones. Lo que sí hay es angustia
metafísica, desarraigo, un sentimiento de paraíso perdido,
pero nada de se me pianta un lagrimón. Estoy a favor
de un arte atemporal.
En el arte de tapa de sus discos vuelca sus pinturas. ¿Existe
un hilo conductor entre su trabajo como músico y su condición
de artista plástico?
En pintura y en otras expresiones culturales empecé atraído
por la modernidad, el arte abstracto, el teatro de vanguardia. París
era La Meca. Miró, Picasso, Kandinsky me pegaron primero, y después
descubrí lo clásico. Con el tango se dio distinto, porque
era la música de mi familia. Pero no hay conflicto. Siempre fui
un tipo ecléctico y polivalente. Puedo tocar tango y escuchar música
contemporánea. Y en relación con la plástica, vengo
del arte abstracto, pero lo que encontré para hacer simbiosis con
la música es el expresionismo, que se emparenta con el tango, en
las formas y los colores.
Llegó a Francia en 1968. ¿Antes o después de
mayo?
Tuve el honor de llegar a París el 14 de mayo del 68, en
pleno Barrio Latino. Había ido a trabajar con una vedette francesa,
como músico. A la tarde me fui a ensayar en medio del quilombo.
Una semana más tarde cerraron las fronteras. París era realmente
una fiesta, porque estaban las barricadas, pero también los conciertos
en las calles, edificios públicos con banderas negras, una gran
época.
¿Hasta qué punto lo callejero y lo reo reflejan su
personalidad?
En París, los que no conocieron al Polaco Goyeneche decían
que yo tengo una onda entre Tom Waits y Paolo Conti. Pero para mí,
eso de ser reo es un recurso expresivo, como también le debe pasar
a Tom Waits. Lo que pasa es que para algunos puede parecer un poco desconcertante
ver o escuchar las cosas que hago. Pero ocurre que siempre me manejé
en el underground, que es un terreno donde se mezclan todas las marginalidades
posibles. Y también me manejé en otros ámbitos. Entre
otras cosas, fui durante 20 años profesor de historia y arte. Tengo
varias vidas.
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