Por Luciano Monteagudo
Es una belleza rara, inquietante,
misteriosa la de Bella tarea, el segundo film de la directora francesa
Claire Denis que se conoce en Buenos Aires, luego de que Nenette et Boni
pasara casi inadvertido por la cartelera porteña, un par de temporadas
atrás. A partir de algunas ideas tomadas de Herman Melville de
su novela Billy Bud y de un par de poemas (The Night March, Gold in the
Mountain), que hablan de ejércitos nocturnos, de paisajes sin fronteras,
de hombres insatisfechos el extraordinario film de Denis sigue la
vida cotidiana de un pelotón de la Legión Extranjera destinado
en el golfo de Djibouti, al norte de Africa. Con ese material tan árido,
la realizadora francesa confirmando que mucho de lo mejor del cine
de su país lo están haciendo las mujeres construye
una suerte de ballet extraño y maligno, una tragedia del poder
y la obediencia, signada por el esplendor del desierto.
En una Marsella gris e invernal, el sargento Galoup (Denis Lavant) sufre
la soledad y el destierro. Su vida era la Legión y su paraíso
Africa, el sol abrasador, la tierra baldía, el azul enceguecedor
del cielo reflejado en un mar virginal. Ahora, en una triste pensión
de Marsella, su silencioso monólogo interior, rumiado a la manera
de un susurro, da cuenta de las circunstancias que lo precipitaron al
exilio. Galoup tenía a su cargo la tropa y el favor del comandante
Forrestier (el actor Michel Subor, que significativamente vuelve a portar
el mismo nombre de su personaje en El soldadito, el segundo largometraje
de Jean-Luc Godard, allá por 1960). Todo el universo de Galoup
estaba contenido en esa comunidad cerrada, de códigos tan estrictos
como tácitos, que su disciplina militar le permitía manejar
con discreción y rigor. Un día, sin embargo, con un nuevo
contingente de reclutas, llega el joven Sentain (Grégoire Colin),
en quien Galoup cree de pronto ver un rival, alguien capaz de desplazarlo.
No pareciera haber una razón evidente para este temor, salvo los
fantasmas del propio Galoup, la necesidad que tiene -como soldado destinado
a un puesto vacío de sentido de encontrar un enemigo, alguien
con quien medir fuerzas. Y en ese sordo combate él terminará
siendo el causante de su propia fatalidad.
Por largos momentos, casi no hay palabras en Beau Travail, sino sólo
los absurdos rituales militares, sus ejercicios inútiles y hasta
sus tareas domésticas lavar, planchar, cocinar reflejados
por una mirada femenina capaz de observar con complicidad todo ese trajín
y de reorganizarlo con un prodigioso sentido estético. Es notable,
por ejemplo, como la violencia contenida de la situaciones, los demonios
interiores que acechan a los personajes, las pulsiones eróticas,
han sido encauzadas por Claire Denis a la manera de un ballet. Con el
aporte sutil del coreógrafo Bernardo Montet, el film sublimiza
los choques de los cuerpos, la fricción de las maniobras y les
da un valor plástico capaz de inscribir esas figuras sobre el paisaje,
al que convierte en el enorme escenario donde se desarrolla la representación.
Por su parte, la fotografía de Agnès Godard colaboradora
habitual de Denis y de algunos de los films más interesantes del
nuevo cine francés,como La vie ne me fait pas peur, de Noémi
Lvovsky, y LArrière Pays, de Jacques Nolot aporta una
materialidad extrema al film, al punto que parece sentirse el roce de
la arena sobre la piel, el peso de las botas, el fuego inclemente del
sol que se abate sobre esos soldados en una tierra extraña, que
no comprenden pero sienten como propia. Esa aspereza esencial del film,
esa sensualidad árida, esa voluntad de abstracción del relato
que remite a un mundo ancestral hacen de Bella tarea un film atípico,
fuera de norma, una experiencia estética como no hay muchas en
el cine de estos días.
PUNTOS
HECTOR
BABENCO FILMARA CON AUTENTICOS PRESIDIARIOS
De Pixote a Carandirú
El cineasta argentino/brasileño
Héctor Babenco seleccionará a los actores de su próxima
película entre los internos de la cárcel brasileña
de Carandirú, la mayor de Latinoamérica. La película,
que se filmará dentro del presidio, se basará en el libro
Estación Carandirú, del médico Drauzio Varela, que
recoge testimonios anónimos en esta cárcel con 8.000 internos
y que en 1992 fue escenario de un motín en el que murieron 111
presos. Drauzio Varella escribió Estación Carandirú
a partir de los testimonios de los presos con los que convivió
durante varios años de trabajo voluntario dentro del presidio.
En Carandirú están internados los principales líderes
de la organización criminal que el pasado mes de febrero coordinó
una rebelión simultánea en una treintena de cárceles
del estado de San Pablo. El realizador iniciará el jueves un taller
de actuación en el que participarán 150 presos del presidio
de San Pablo que aspiran a convertirse en los protagonistas de la nueva
producción del director de El beso de la mujer araña, adaptación
de la novela de Manuel Puig, protagonizada por William Hurt y Raúl
Juliá, que también transcurría dentro de un presidio.
Tanto el taller para los presos aspirantes a actor como el rodaje de la
película Estación Carandirú se realizarán
en un pabellón especial cedido por el gobierno regional del estado
brasileño. Babenco adelantó que a finales de este año
anunciará cuáles serán los presos que protagonizarán
la película, que se filmará entre enero y abril de 2002
y estará lista para su estreno en el Festival de Cannes de mayo
de 2003.
No sería ético hacer una película sobre Carandirú
con actores profesionales que ganan 50.000 dólares mensuales. Además,
rostros de celebridades comprometerían la autenticidad del filme,
señaló Babenco a la prensa brasileña. El director
explicó que, a diferencia de Pixote, la película que produjo
hace veinte años sobre la delincuencia infantil en San Pablo y
en la que trabajó con verdaderos chicos de la calle, los actores
de Estación Carandirú finalmente serán profesionales
debido a que habrán pasado por un rigurosa taller de formación.
Por su parte, la prensa brasileña destacó que la naturaleza
y las dimensiones del proyecto se asemejan a Memorias de la cárcel,
uno de los mejores films de Nelson Pereira dos Santos, uno de los nombres
mayores del cine de su país, que se inspiró en la novela
homónima de Graciliano Ramos.
Fantasmas
y misterios escondidos
en un caserón de llaves infinitas
Por Horacio Bernades
¿Qué habrá
sido de nuestro vecino?, pregunta alguien, al comienzo de Los otros.
Está muerto, como los demás. El diálogo,
de lo más trivial y cotidiano, adquirirá un sentido bastante
más inquietante cuando el espectador rebobine y rearme la película
entera. Algo que inevitablemente ocurre, mientras desfilan los últimos
títulos. Los otros es la clase de film en la que basta que un único
dato permanezca oculto para que, al final, cuando se revele, todo se resignifique.
Tal vez como ninguna película reciente (habría que retroceder
hasta Sexto sentido para encontrar un caso semejante), Los otros recupera
para el espectador un placer perdido: el de intervenir en la historia,
para resolver un misterio que se abre con las primeras imágenes.
Esa resolución no dejará a nadie sintiéndose menos
inteligente que el guionista.
La comparación con Sexto sentido no es gratuita. Sobran los puntos
en común entre ambas, y hasta el punto de vista elegido para contar
la historia se parece. Pero Los otros debut en Hollywood del realizador
español Alejandro Amenábar es una película
autosuficiente, que no necesita de comparaciones para sostenerse. Lo primero
que se escucha es un grito. El hecho de que sea también el último
habla de una película en la que el susto, el shock, el efecto vicios
del Hollywood actual importan menos que la lógica del relato.
Este se abre de modo canónico, con un caserón enorme al
que rodea una espesa niebla, y tres visitantes llamando a la puerta. Un
cartel define tiempo y lugar: Isla de Jersey, Gran Bretaña,
1945. Desde el momento en que al dintel se asoma la dueña
de casa, lívida y con los nervios de punta, se presiente que allí
pasa o pasó algo raro, tal vez siniestro.
Irritable y llena de gestos de mando, Grace (Nicole Kidman) parece querer
disimular una situación de extrema debilidad. Tal vez la casa es
demasiado grande para ella y sus hijos, o quizás extrañe
la presencia del marido, que se fue a la guerra y no volvió. En
cualquier caso, más frágiles que ella parecen los niños,
Anne y Nicholas, que sufren de una extraña alergia a la luz. Descorrer
las cortinas sería fatal, por lo cual éstas deben permanecer
cerradas. Eso no es todo. Grace es hipersensible a los ruidos, por lo
cual timbres y teléfono no existen en la casa. Como además
los alemanes cortaron la electricidad durante la guerra, están
dadas las condiciones para que todo sea oscuridad, silencio y aislamiento.
Las condiciones para el miedo.
Amenábar disemina los signos de lo extraño, en todos los
sentidos posibles. El espectador nunca sabe del todo si tiene que desconfiar
de la tensa dueña de casa, de sus mórbidos niños
o del personal de servicio, que da toda la sensación de estar ocultando
algo. Cuando empiecen a oírse ruidos y voces, y la casa se pueble
de presencias que no parecen de este mundo, el relato se desliza para
siempre hacia una zona fantasmal. En sus películas españolas,
Tesis y Abre los ojos, el jovencísimo Amenábar (tiene 29
años y nació en Chile) había mostrado una infrecuente
capacidad para llenar sus relatos de vueltas y recovecos, pero se le iba
la mano. Una vez más a cargo del guión, en Los otros Amenábar
consigue refrenar esosexcesos y logra, por lejos, su mejor película,
llena de climas, pistas y sugerencias.
Si Los otros funciona como una perfecta máquina narrativa, no es
solo mérito de su máximo artífice. No hay rubro que
no esté trabajado en su máxima expresión, desde una
dirección de arte que vuelve inquietante cada pasillo, hasta la
música, compuesta, como en anteriores ocasiones, por el propio
Amenábar. El iluminador Javier Aguirresarobe trabaja toda la película
en el límite de lo visible, y logra que cada haz de luz enceguezca
mortalmente. No hay una sola actuación que no sea inmejorable,
desde la preocupante ama de llaves de Fionnula Flanagan hasta los dos
niños, quebradizos y misteriosos. Sobre ellos se eleva, con su
metro noventa, bucles rubios y una mezcla de angustia, resolución
y vulnerabilidad, Nicole Kidman. Hace rato que su condición de
gran actriz dejó de ser un secreto a voces, pero aquí está,
tal vez, mejor que nunca. Ella encierra un secreto espantoso bajo infinitas
llaves. Tantas como las que usa para abrir las puertas de la casa donde
se quedará para siempre.
PUNTOS
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