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ESTRENOS DE LA SEMANA
EN “BELLATAREA”, LA DIRECTORA CLAIRE DENIS CONFIRMA SU TALENTO
Una danza macabra en el desierto

Inspirada en Herman Melville, la francesa rodó una tragedia sobre el poder y la obediencia, con la Legión Extranjera a la manera de un ballet. Nicole Kidman brilla como nunca en �Los otros�, de Alejandro Amenábar.

El coreógrafo Bernardo Montet colaboró con la realizadora Claire Denis en algunas escenas.

Por Luciano Monteagudo

Es una belleza rara, inquietante, misteriosa la de Bella tarea, el segundo film de la directora francesa Claire Denis que se conoce en Buenos Aires, luego de que Nenette et Boni pasara casi inadvertido por la cartelera porteña, un par de temporadas atrás. A partir de algunas ideas tomadas de Herman Melville –de su novela Billy Bud y de un par de poemas (The Night March, Gold in the Mountain), que hablan de ejércitos nocturnos, de paisajes sin fronteras, de hombres insatisfechos– el extraordinario film de Denis sigue la vida cotidiana de un pelotón de la Legión Extranjera destinado en el golfo de Djibouti, al norte de Africa. Con ese material tan árido, la realizadora francesa –confirmando que mucho de lo mejor del cine de su país lo están haciendo las mujeres– construye una suerte de ballet extraño y maligno, una tragedia del poder y la obediencia, signada por el esplendor del desierto.
En una Marsella gris e invernal, el sargento Galoup (Denis Lavant) sufre la soledad y el destierro. Su vida era la Legión y su paraíso Africa, el sol abrasador, la tierra baldía, el azul enceguecedor del cielo reflejado en un mar virginal. Ahora, en una triste pensión de Marsella, su silencioso monólogo interior, rumiado a la manera de un susurro, da cuenta de las circunstancias que lo precipitaron al exilio. Galoup tenía a su cargo la tropa y el favor del comandante Forrestier (el actor Michel Subor, que significativamente vuelve a portar el mismo nombre de su personaje en El soldadito, el segundo largometraje de Jean-Luc Godard, allá por 1960). Todo el universo de Galoup estaba contenido en esa comunidad cerrada, de códigos tan estrictos como tácitos, que su disciplina militar le permitía manejar con discreción y rigor. Un día, sin embargo, con un nuevo contingente de reclutas, llega el joven Sentain (Grégoire Colin), en quien Galoup cree de pronto ver un rival, alguien capaz de desplazarlo. No pareciera haber una razón evidente para este temor, salvo los fantasmas del propio Galoup, la necesidad que tiene -como soldado destinado a un puesto vacío de sentido– de encontrar un enemigo, alguien con quien medir fuerzas. Y en ese sordo combate él terminará siendo el causante de su propia fatalidad.
Por largos momentos, casi no hay palabras en Beau Travail, sino sólo los absurdos rituales militares, sus ejercicios inútiles y hasta sus tareas domésticas –lavar, planchar, cocinar– reflejados por una mirada femenina capaz de observar con complicidad todo ese trajín y de reorganizarlo con un prodigioso sentido estético. Es notable, por ejemplo, como la violencia contenida de la situaciones, los demonios interiores que acechan a los personajes, las pulsiones eróticas, han sido encauzadas por Claire Denis a la manera de un ballet. Con el aporte sutil del coreógrafo Bernardo Montet, el film sublimiza los choques de los cuerpos, la fricción de las maniobras y les da un valor plástico capaz de inscribir esas figuras sobre el paisaje, al que convierte en el enorme escenario donde se desarrolla la representación.
Por su parte, la fotografía de Agnès Godard –colaboradora habitual de Denis y de algunos de los films más interesantes del nuevo cine francés,como La vie ne me fait pas peur, de Noémi Lvovsky, y L’Arrière Pays, de Jacques Nolot– aporta una materialidad extrema al film, al punto que parece sentirse el roce de la arena sobre la piel, el peso de las botas, el fuego inclemente del sol que se abate sobre esos soldados en una tierra extraña, que no comprenden pero sienten como propia. Esa aspereza esencial del film, esa sensualidad árida, esa voluntad de abstracción del relato que remite a un mundo ancestral hacen de Bella tarea un film atípico, fuera de norma, una experiencia estética como no hay muchas en el cine de estos días.

PUNTOS

 


 

HECTOR BABENCO FILMARA CON AUTENTICOS PRESIDIARIOS
De “Pixote” a “Carandirú”

El cineasta argentino/brasileño Héctor Babenco seleccionará a los actores de su próxima película entre los internos de la cárcel brasileña de Carandirú, la mayor de Latinoamérica. La película, que se filmará dentro del presidio, se basará en el libro Estación Carandirú, del médico Drauzio Varela, que recoge testimonios anónimos en esta cárcel con 8.000 internos y que en 1992 fue escenario de un motín en el que murieron 111 presos. Drauzio Varella escribió Estación Carandirú a partir de los testimonios de los presos con los que convivió durante varios años de trabajo voluntario dentro del presidio.
En Carandirú están internados los principales líderes de la organización criminal que el pasado mes de febrero coordinó una rebelión simultánea en una treintena de cárceles del estado de San Pablo. El realizador iniciará el jueves un taller de actuación en el que participarán 150 presos del presidio de San Pablo que aspiran a convertirse en los protagonistas de la nueva producción del director de El beso de la mujer araña, adaptación de la novela de Manuel Puig, protagonizada por William Hurt y Raúl Juliá, que también transcurría dentro de un presidio.
Tanto el taller para los presos aspirantes a actor como el rodaje de la película Estación Carandirú se realizarán en un pabellón especial cedido por el gobierno regional del estado brasileño. Babenco adelantó que a finales de este año anunciará cuáles serán los presos que protagonizarán la película, que se filmará entre enero y abril de 2002 y estará lista para su estreno en el Festival de Cannes de mayo de 2003.
“No sería ético hacer una película sobre Carandirú con actores profesionales que ganan 50.000 dólares mensuales. Además, rostros de celebridades comprometerían la autenticidad del filme”, señaló Babenco a la prensa brasileña. El director explicó que, a diferencia de Pixote, la película que produjo hace veinte años sobre la delincuencia infantil en San Pablo y en la que trabajó con verdaderos chicos de la calle, los actores de Estación Carandirú finalmente serán profesionales debido a que habrán pasado por un rigurosa taller de formación.
Por su parte, la prensa brasileña destacó que la naturaleza y las dimensiones del proyecto se asemejan a Memorias de la cárcel, uno de los mejores films de Nelson Pereira dos Santos, uno de los nombres mayores del cine de su país, que se inspiró en la novela homónima de Graciliano Ramos.

 


 

Fantasmas y misterios escondidos
en un caserón de llaves infinitas

Por Horacio Bernades

“¿Qué habrá sido de nuestro vecino?”, pregunta alguien, al comienzo de Los otros. “Está muerto, como los demás.” El diálogo, de lo más trivial y cotidiano, adquirirá un sentido bastante más inquietante cuando el espectador rebobine y rearme la película entera. Algo que inevitablemente ocurre, mientras desfilan los últimos títulos. Los otros es la clase de film en la que basta que un único dato permanezca oculto para que, al final, cuando se revele, todo se resignifique. Tal vez como ninguna película reciente (habría que retroceder hasta Sexto sentido para encontrar un caso semejante), Los otros recupera para el espectador un placer perdido: el de intervenir en la historia, para resolver un misterio que se abre con las primeras imágenes. Esa resolución no dejará a nadie sintiéndose menos inteligente que el guionista.
La comparación con Sexto sentido no es gratuita. Sobran los puntos en común entre ambas, y hasta el punto de vista elegido para contar la historia se parece. Pero Los otros –debut en Hollywood del realizador español Alejandro Amenábar– es una película autosuficiente, que no necesita de comparaciones para sostenerse. Lo primero que se escucha es un grito. El hecho de que sea también el último habla de una película en la que el susto, el shock, el efecto –vicios del Hollywood actual– importan menos que la lógica del relato. Este se abre de modo canónico, con un caserón enorme al que rodea una espesa niebla, y tres visitantes llamando a la puerta. Un cartel define tiempo y lugar: “Isla de Jersey, Gran Bretaña, 1945”. Desde el momento en que al dintel se asoma la dueña de casa, lívida y con los nervios de punta, se presiente que allí pasa o pasó algo raro, tal vez siniestro.
Irritable y llena de gestos de mando, Grace (Nicole Kidman) parece querer disimular una situación de extrema debilidad. Tal vez la casa es demasiado grande para ella y sus hijos, o quizás extrañe la presencia del marido, que se fue a la guerra y no volvió. En cualquier caso, más frágiles que ella parecen los niños, Anne y Nicholas, que sufren de una extraña alergia a la luz. Descorrer las cortinas sería fatal, por lo cual éstas deben permanecer cerradas. Eso no es todo. Grace es hipersensible a los ruidos, por lo cual timbres y teléfono no existen en la casa. Como además los alemanes cortaron la electricidad durante la guerra, están dadas las condiciones para que todo sea oscuridad, silencio y aislamiento. Las condiciones para el miedo.
Amenábar disemina los signos de lo extraño, en todos los sentidos posibles. El espectador nunca sabe del todo si tiene que desconfiar de la tensa dueña de casa, de sus mórbidos niños o del personal de servicio, que da toda la sensación de estar ocultando algo. Cuando empiecen a oírse ruidos y voces, y la casa se pueble de presencias que no parecen de este mundo, el relato se desliza para siempre hacia una zona fantasmal. En sus películas españolas, Tesis y Abre los ojos, el jovencísimo Amenábar (tiene 29 años y nació en Chile) había mostrado una infrecuente capacidad para llenar sus relatos de vueltas y recovecos, pero se le iba la mano. Una vez más a cargo del guión, en Los otros Amenábar consigue refrenar esosexcesos y logra, por lejos, su mejor película, llena de climas, pistas y sugerencias.
Si Los otros funciona como una perfecta máquina narrativa, no es solo mérito de su máximo artífice. No hay rubro que no esté trabajado en su máxima expresión, desde una dirección de arte que vuelve inquietante cada pasillo, hasta la música, compuesta, como en anteriores ocasiones, por el propio Amenábar. El iluminador Javier Aguirresarobe trabaja toda la película en el límite de lo visible, y logra que cada haz de luz enceguezca mortalmente. No hay una sola actuación que no sea inmejorable, desde la preocupante ama de llaves de Fionnula Flanagan hasta los dos niños, quebradizos y misteriosos. Sobre ellos se eleva, con su metro noventa, bucles rubios y una mezcla de angustia, resolución y vulnerabilidad, Nicole Kidman. Hace rato que su condición de gran actriz dejó de ser un secreto a voces, pero aquí está, tal vez, mejor que nunca. Ella encierra un secreto espantoso bajo infinitas llaves. Tantas como las que usa para abrir las puertas de la casa donde se quedará para siempre.

PUNTOS

 

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