Por Fernando DAddario
Hace hoy exactamente once años,
Eric Clapton saldó, acaso sin saberlo, una deuda que hasta entonces
parecía tan impagable como la deuda externa. Tocó, simplemente
tocó, en una Buenos Aires que vistió de gala a la cancha
de River para recibir a un héroe inalcanzable, de esos que sólo
parecían tangibles en los recortes de la revista Pelo. Pero sí,
Clapton bajó a este extraño y lejano territorio de melomanía
rockera. Mañana intentará repetir la experiencia. Lo esperan
el mismo escenario, tal vez un público similar, cantará
y tocará las mismas canciones. Pero está claro que pasaron
demasiadas cosas (tanto en la vida del músico como en la realidad
argentina) como para augurar una copia fiel de aquella ceremonia inolvidable.
Aquel Clapton llegó a una Argentina que cotizaba en australes y
que, en términos musicales, estaba ávida de grandes celebraciones.
Las variables económicas, la hiperinflación, el tipo de
cambio, no aconsejaban la contratación de grandes figuras, y durante
años, el público de este país debió conformarse
con espectáculos clase B (¿alguien se acuerda del grupo
The Bolshoi?), premios consuelo para un largo síndrome de abstinencia,
antes sujeto a limitaciones políticas y por entonces atado a los
avatares financieros. Clapton en Argentina era (y fue) un acontecimiento.
Luego, convertibilidad mediante, fueron llegando todas (o casi todas,
para aquellos que aún sueñan con Pink Floyd) las figuritas
difíciles: Rolling Stones, U2, Madonna, Guns n Roses, Michael
Jackson, AC/DC, Page & Plant, etc. Una fiesta de importación
rock and pop, que fue desvaneciéndose con precisión de relojería,
al compás de la decadencia económica. Clapton experimentó
vaivenes similares, sólo que en otro orden. En los 90s sufrió
la muerte de su hijo, que cayó de un piso 53, y luego vendió
millones con Tears on heaven, la canción que escribió
en su memoria. Obtuvo 6 premios Grammy por su MTV Unplugged, un disco
notable, que institucionalizó un formato musical (el desenchufado)
surgido como necesidad (para algunos) de pacificación sonora. Más
que oportunismo musical, la modalidad develó en Clapton un adecuamiento
a su nuevo status de gentleman.
La dinámica del show business obliga a dejar constancia de que
Clapton presentará mañana en la cancha de River su último
disco, Reptile. A nadie le importa. En rigor, los últimos años
del músico subrayaron su inmutable condición de blusero
first class, título nobiliario que exime de exigencias artísticas
adicionales. Todo lo bueno de Clapton ya está escrito, forma parte
de un catálogo rockero inviolable, y en tal sentido, su reciclamiento
no admite mayores variantes. ¿De cuántas maneras se puede
tocar Layla? De muchas, seguramente, pero el inconsciente
colectivo sólo admite una. No porque su estructura armónica
sea limitada, sino porque cuando se trata de rock, las canciones-himno
están condicionadas por su significación histórica.
Layla, para todo el mundo rockero, fue la canción que
le permitió lucir su incipiente capacidad compositiva, más
allá de su virtuosismo, pero más que eso, fue la melodía
que le dedicó a Patti Boyd, entonces novia de George Harrison (no
por mucho tiempo más), su amigo. Lo mismo ocurre con Cocaine.
Su autor señala que es una canción antidroga,
y no hay razones para desconfiar de un caballero inglés, pero generaciones
de argentinos (entre ellos, los censores) interpretaron otra cosa, y corear
el estribillo fue, durante mucho tiempo, una descarga liberadora, aún
para quienes no consumen cocaína.
Clapton tiene hoy 56 años. The Yarbirds, Los Bluesbreakers y Cream,
o Derek & the Dominoes, aquellas bandas de los 60 y 70 en las que
expuso su talento, deben representar para él postales difusas,
perdidas en aquella nebulosa del rock and roll way of life, heroína
incluida. Sin embargo, el señor que ahora viste Armani, y que patrocina
otro Crossroads (una institución benéfica que,
lejos de las connotaciones diabólicas endilgadas a esa canción,
es un centro new age de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos),
debe exhumarlas periódicamente, cuando los contratos lo requieren,
porque su condición heroica lo exige. El rock es mucho más
severo que el pop en esto de las canonizaciones. Clapton, David Gilmour,
Angus Young, Carlos Santana, Jimi Hendrix, Skay Beilinson (la lista es
larga) reflejan un mundo a partir del sonido que lograron sacarles a sus
respectivas guitarras. También The Edge (U2) o Gustavo Cerati acreditan
una fuerte y fácilmente reconocible personalidad interpretativa,
pero nadie, entre sus seguidores, se arriesgaría a adjudicarles
virtudes heroicas. Para colmo Clapton, tan sobrio como se lo ve, tan ajeno
a los fuegos artificiales que alimentan a las estrellas, es mucho más
que un héroe: es dios. Unico dios, encima, en un Olimpo de semidioses
devaluados. Ni siquiera unos cuantos discos olvidables pusieron en jaque
su estatura divina. Habrá que ver si logra pasar el escollo de
una Argentina empobrecida, que ya no cree en milagros.
Datos para recordar
Clapton llega a la Argentina procedente de Santiago de Chile,
donde actuó anoche en el Estadio Nacional; luego de River,
el inglés seguirá viaje por Porto Alegre (en el Beira
Rio, el lunes), San Pablo (en el Pacaembú, el 8), Río
de Janeiro (Praça de Apoteose, el 13 de octubre) y México
(Foro Sol, el 19), en la que será su primera visita a ese
país. Para el concierto de mañana quedan entradas
en todos los sectores, con los siguientes valores: popular, 20 pesos;
platea alta preferencial, $30; campo, $35; platea baja común,
$50; platea baja preferencial, $60, y palco, 70 pesos. Los tickets
se venden en los locales Dexter Shops, Tower Records y el teatro
Sky Opera, y en el Centro Cultural Recoleta (sin service charge),
además del servicio telefónico del 4321-9700. La jornada
musical comenzará a las 19.30 con la actuación de
La Mississippi, y a las 20.30 será el turno de Memphis La
Blusera, mientras que el ingreso de Clapton al escenario está
programado para las 21.30. Las puertas del estadio se abrirán
a las 17, y conviene recordar que no está permitido el ingreso
con cámaras fotográficas ni filmadoras, se chequearán
los bolsos, carteras y mochilas y no se permitirá entrar
a quienes lleven cinturones de hebillas pesadas.
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Recuerdos de una ceremonia
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Fuegos artificiales, avalanchas, gritos. Cualquiera que haya estado
aquel viernes 5 de octubre de 1990, recordará el inolvidable
clima previo que envolvió el show de Eric Clapton. La prueba
de que pasó mucho tiempo es que abrió el fuego el crédito
local Jaf. Mick Taylor, ex Rolling Stones, recibió aplausos
respetuosos pero llegó un momento en que casi todos pedían
que se bajara del escenario, porque estaban esperando a dios. Unas
60 mil personas corearon Olé olé olé olé,
Claptón, Claptón (así, con la o
acentuada) y vivieron un ritual largamente esperado. Acompañado
por una banda notable (en la que se destacaron el percusionista Ray
Cooper, el baterista Steve Ferrone y el bajista Nathan East), Clapton
presentó en aquella ocasión un buen disco (Journeyman)
y un puñado de clásicos (que repetirá mañana),
como Layla, Cocaine y Wonderful tonight,
en una ceremonia de más de dos horas que el público
disfrutó como pocas veces se había visto en un estadio
de fútbol. Había gente llorando. Viejos rockeros y jóvenes
que habían oído hablar de la leyenda y la tenían
allí, frente a sus ojos. Por entonces, a pesar de su popularidad
en el ambiente, Clapton no era un fenómeno masivo. Las 60 mil
almas que poblaron River, formaban parte de un ghetto especial, formado
con códigos de los años 70, que recién dos décadas
después pudo ver en vivo lo que, durante tanto tiempo, había
escuchado en gastados discos de vinilo. |
Para ir ensayando
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Esta es la lista de canciones que Eric Clapton viene ejecutando
en su gira de presentación de Reptile.
- Key to the highway
- Reptile
- Got you on my mind
- Tears in heaven
- Bell bottom blues
- Change the world
- My fathers eyes
- River of tears
- Goin down slow
- Shes gone
- I want a girl
- Badge
- Hoochie coochie man
- Five long years
- Cocaine
- Wonderful tonight
- Layla
- Will it go round in circles
- Sunshine of your love
- Somewhere over the rainbow |
Opiniones autorizadas
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Adrián Otero.
Memphis la Blusera
*
Cuando lo escuché por primera vez, Clapton tocaba con The
Yardbirds y, al poco tiempo, era considerado el dios blanco del
blues. Gracias a él supe que existía el blues blanco
(que hasta esa época era considerado solamente negro). De
algún modo, Clapton y toda esa camada del blues inglés
le dio al género un reconocimiento internacional que antes
no tenía. Para mí, la síntesis está
en el disco antológico que compartió con B. B. King.
Allí demostró que es excelente como guitarrista pero
también es un buen cantante. Para nosotros que compartimos
escenario con Albert King y Chuck Berry estar con Clapton
tiene la importancia de estar tocando con el último gran
blusero vivo. En su primera visita la sensación que tuve
con mis compañeros fue que la cancha de River volaba. Se
levantaba de la superficie de la tierra y flotaba. Quedamos muy
impresionados porque fue una clase magistral de cómo debe
sonar una banda de blues.
Ricardo Tapia.
La Mississippi *
Es un verdadero referente para nosotros, sobretodo para los músicos
del blues, del rock y del rithmnblues. Es uno de los
mejores guitarristas del siglo. El significado importante recién
lo vamos a poder apreciar cuando se retire. Ahí podremos
ver la importancia que tuvo porque cuando un músico como
Clapton no toque más se va a notar. Quisiera saber qué
músico de rock podría decir que no se vio influenciado
por él. Cuando vino la primera vez no pude ir a verlo, pero
sé que el show fue espectacular. La banda que trajo fue de
un nivel impresionante y calculo que lo que va a traer esta vez
será mejor aún. Porque Clapton es como el whisky...
mejora con el añejamiento. A mí me gustó siempre,
desde Cream, y también me generó simpatía lo
último que hizo. Aparte, él supo tomar de los músicos
negros la mejor parte de su sonido. Va a ser un show caliente y
espero que las bandas invitadas estemos a la altura de lo que se
va escuchar esa noche.
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