SALIR DE LA TRAMPA
La sensación es que la economía no tiene salida.
Que marcha irremisiblemente a un desenlace brutal y que la quebrada
que lleva a ese barranco será cada vez más estrecha
y pedregosa. La impresión de que este gabinete no puede atajar
el alud y de que esta política económica no aguanta
más parches conduce a un túnel sin salida, porque
tampoco aparecen desde la dirigencia política y los candidatos
caminos alternativos. Pero aun bajo el peso de este panorama deprimente,
algún sendero escondido puede conducir hacia la salida. Tarde
o temprano, alguien tendrá que encontrarlo.
Frente a la crisis, la estrategia desplegada por Domingo Cavallo
tras sus fracasos iniciales tiene estos componentes básicos:
- Déficit cero de caja, aunque se devenguen pasivos que alguna
vez habrá que saldar. El objetivo es mantenerse lo más
lejos posibles de mercados financieros donde la Argentina es mala
palabra.
- Gestiones (todavía verdes) para una nueva renegociación
de la deuda, en base a garantías que aporten Estados Unidos
y otros. Este respaldo abarataría rotundamente los servicios
de la deuda y disiparía el temor a una cesación de
pagos. Por la nueva situación internacional hay dudas acerca
de cuánto y cuándo podrá conseguirse.
- Inyectar liquidez y capacidad de compra mediante la emisión
de fiduciario (no convertible), para eludir limitadamente las restricciones
de la convertibilidad. Es como derramar algo de inflación
sobre un terreno que la deflación resecó.
- Alcanzar algún acuerdo con Brasil para reducir el impacto
de la devaluación del real sobre el comercio intra Mercosur.
Más difícil será seguramente neutralizar el
efecto sobre las inversiones, que el creciente desnivel cambiario
desvía hacia Brasil. Además, los problemas cada vez
más graves del gran vecino lo van convirtiendo en una creciente
amenaza y no sólo en una oportunidad. Ya no está claro
cuál de los dos países puede caerse primero.
El esquema mediterráneo quedó severamente averiado
por el desplome de la recaudación impositiva en setiembre
y por el ahondamiento de la recesión. Esos datos extremadamente
adversos indican que el déficit cero es inalcanzable, a menos
que el Gobierno esté dispuesto a (y se crea capaz de) soportar
severísimos conflictos sociales y políticos. Aun así,
debería resistir al mismo tiempo, como viene pasando, la
escalada del riesgo país, instalado en niveles que equivalen
a un virtual default. De aquí al inicio de una nueva fuga
de depósitos puede haber un solo paso.
Esto se debe a que el esquema no converge. Funciona en cambio como
un tirabuzón: el despiadado ajuste fiscal ahoga la actividad
económica y contrae la base imponible, en una espiral depresiva
sin reversión previsible. El descenso no toca fondo, porque
el ajuste no genera una reacción de confianza en los mercados.
Aquello del círculo virtuoso hace rato dejó de funcionar.
La disciplina presupuestaria no produce efecto alguno si el contexto
es una recesión sin plazo.
El discurso de la dolarización intenta cortar el vínculo
imaginario entre cesación de pagos, devaluación y
corrida de depósitos. Si se dolariza, no hay devaluación
y, sin ésta, cesa el temor a una punción o parcial
incautación de los argendólares (plazos fijos en esa
moneda). Por tanto, los ahorristas no se sentirán impelidos
a retirar su dinero de los bancos. Como se recordará, en
la última fuga no sólo huyeron los depósitos
en pesos. También se fueron los dólares, por miedo
a la mano negra del Estado. Pero si la dolarización excluye
la (posterior) devaluación y, supuestamente, el escape de
argendólares, de ningún modo evita el peligro de una
cesación de pagos.
De nuevo, si no se puede conseguir el déficit cero, y tampoco
es posible incurrir en gastos superiores a los ingresos tributarios
porque no hay financiación para el déficit ni chance
de emitir pesos ya que laconvertibilidad lo prohíbe, sólo
resta una salida: cubrir parte del gasto con la emisión de
fiduciario (patacones, libertadores, lecop, lo que sea), por fuera
de la convertibilidad. Esta vía, más que heterodoxa
herética, es la única que queda abierta para compatibilizar
el discurso del estímulo a la demanda con el del ajuste implacable.
Lo que por ahora no está nada claro es quién controlará
la emisión de esos medios de pago inconvertibles, que serán
seguramente castigados por el mercado con descuentos respecto de
su valor nominal. Esas quitas equivaldrán a reducciones en
los sueldos públicos, si los empleados estatales son utilizados
como vía de inyección de esa moneda de baja calidad
en el sistema. Por tanto, la pataconización de la economía
será parte de la solución y del problema, al mismo
tiempo. Habría que ver qué límites le pone
la resistencia social.
La disyuntiva devaluar-dolarizar expresa, a su vez, como está
claro, el intríngulis cambiario en que se debate la Argentina.
Nadie puede negar que haber mantenido atado el peso al dólar,
particularmente en los últimos cinco años, ha sido
un absurdo que causó daños incalculables a la economía.
Pero tampoco es fácil saltar fuera de esta trampera y mucho
menos bajo el liderazgo de un gobierno como el de De la Rúa.
Aparecen, por tanto, propuestas intermedias, que quizá sean
las únicas realistas.
La clave de estas ideas como los puntos que proponen
los economistas Roberto Frenkel y Mario Damill, o su antecedente,
los dícex de Ernesto Weinschelbaum consiste
en subir el dólar para exportar e importar, como mecanismo
de estímulo y protección para los sectores productivos,
sin tocar en cambio la paridad para las operaciones financieras,
evitando así afectar las deudas y los créditos en
dólares. En el medio queda la ancha franja de los servicios
(fletes, seguros, remesas, turismo), que tienen su especial complejidad.
En cualquier caso, no sería lógico que resulte por
ejemplo más barato el dólar para gastárselo
en unas vacaciones caribeñas que para importar insumos o
equipos de producción. Pero por algo hay que empezar. En
todo caso, por algo que regenere la posibilidad de competir desde
la Argentina, con algo más concreto que un libreto de apertura
y globalización financiera.
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