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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

SALIR DE LA TRAMPA

La sensación es que la economía no tiene salida. Que marcha irremisiblemente a un desenlace brutal y que la quebrada que lleva a ese barranco será cada vez más estrecha y pedregosa. La impresión de que este gabinete no puede atajar el alud y de que esta política económica no aguanta más parches conduce a un túnel sin salida, porque tampoco aparecen desde la dirigencia política y los candidatos caminos alternativos. Pero aun bajo el peso de este panorama deprimente, algún sendero escondido puede conducir hacia la salida. Tarde o temprano, alguien tendrá que encontrarlo.
Frente a la crisis, la estrategia desplegada por Domingo Cavallo tras sus fracasos iniciales tiene estos componentes básicos:
- Déficit cero de caja, aunque se devenguen pasivos que alguna vez habrá que saldar. El objetivo es mantenerse lo más lejos posibles de mercados financieros donde la Argentina es mala palabra.
- Gestiones (todavía verdes) para una nueva renegociación de la deuda, en base a garantías que aporten Estados Unidos y otros. Este respaldo abarataría rotundamente los servicios de la deuda y disiparía el temor a una cesación de pagos. Por la nueva situación internacional hay dudas acerca de cuánto y cuándo podrá conseguirse.
- Inyectar liquidez y capacidad de compra mediante la emisión de fiduciario (no convertible), para eludir limitadamente las restricciones de la convertibilidad. Es como derramar algo de inflación sobre un terreno que la deflación resecó.
- Alcanzar algún acuerdo con Brasil para reducir el impacto de la devaluación del real sobre el comercio intra Mercosur. Más difícil será seguramente neutralizar el efecto sobre las inversiones, que el creciente desnivel cambiario desvía hacia Brasil. Además, los problemas cada vez más graves del gran vecino lo van convirtiendo en una creciente amenaza y no sólo en una oportunidad. Ya no está claro cuál de los dos países puede caerse primero.
El esquema mediterráneo quedó severamente averiado por el desplome de la recaudación impositiva en setiembre y por el ahondamiento de la recesión. Esos datos extremadamente adversos indican que el déficit cero es inalcanzable, a menos que el Gobierno esté dispuesto a (y se crea capaz de) soportar severísimos conflictos sociales y políticos. Aun así, debería resistir al mismo tiempo, como viene pasando, la escalada del riesgo país, instalado en niveles que equivalen a un virtual default. De aquí al inicio de una nueva fuga de depósitos puede haber un solo paso.
Esto se debe a que el esquema no converge. Funciona en cambio como un tirabuzón: el despiadado ajuste fiscal ahoga la actividad económica y contrae la base imponible, en una espiral depresiva sin reversión previsible. El descenso no toca fondo, porque el ajuste no genera una reacción de confianza en los mercados. Aquello del círculo virtuoso hace rato dejó de funcionar. La disciplina presupuestaria no produce efecto alguno si el contexto es una recesión sin plazo.
El discurso de la dolarización intenta cortar el vínculo imaginario entre cesación de pagos, devaluación y corrida de depósitos. Si se dolariza, no hay devaluación y, sin ésta, cesa el temor a una punción o parcial incautación de los argendólares (plazos fijos en esa moneda). Por tanto, los ahorristas no se sentirán impelidos a retirar su dinero de los bancos. Como se recordará, en la última fuga no sólo huyeron los depósitos en pesos. También se fueron los dólares, por miedo a la mano negra del Estado. Pero si la dolarización excluye la (posterior) devaluación y, supuestamente, el escape de argendólares, de ningún modo evita el peligro de una cesación de pagos.
De nuevo, si no se puede conseguir el déficit cero, y tampoco es posible incurrir en gastos superiores a los ingresos tributarios porque no hay financiación para el déficit ni chance de emitir pesos ya que laconvertibilidad lo prohíbe, sólo resta una salida: cubrir parte del gasto con la emisión de fiduciario (patacones, libertadores, lecop, lo que sea), por fuera de la convertibilidad. Esta vía, más que heterodoxa herética, es la única que queda abierta para compatibilizar el discurso del estímulo a la demanda con el del ajuste implacable.
Lo que por ahora no está nada claro es quién controlará la emisión de esos medios de pago inconvertibles, que serán seguramente castigados por el mercado con descuentos respecto de su valor nominal. Esas quitas equivaldrán a reducciones en los sueldos públicos, si los empleados estatales son utilizados como vía de inyección de esa moneda de baja calidad en el sistema. Por tanto, la pataconización de la economía será parte de la solución y del problema, al mismo tiempo. Habría que ver qué límites le pone la resistencia social.
La disyuntiva devaluar-dolarizar expresa, a su vez, como está claro, el intríngulis cambiario en que se debate la Argentina. Nadie puede negar que haber mantenido atado el peso al dólar, particularmente en los últimos cinco años, ha sido un absurdo que causó daños incalculables a la economía. Pero tampoco es fácil saltar fuera de esta trampera y mucho menos bajo el liderazgo de un gobierno como el de De la Rúa. Aparecen, por tanto, propuestas intermedias, que quizá sean las únicas realistas.
La clave de estas ideas –como los “puntos” que proponen los economistas Roberto Frenkel y Mario Damill, o su antecedente, los “dícex” de Ernesto Weinschelbaum– consiste en subir el dólar para exportar e importar, como mecanismo de estímulo y protección para los sectores productivos, sin tocar en cambio la paridad para las operaciones financieras, evitando así afectar las deudas y los créditos en dólares. En el medio queda la ancha franja de los servicios (fletes, seguros, remesas, turismo), que tienen su especial complejidad. En cualquier caso, no sería lógico que resulte por ejemplo más barato el dólar para gastárselo en unas vacaciones caribeñas que para importar insumos o equipos de producción. Pero por algo hay que empezar. En todo caso, por algo que regenere la posibilidad de competir desde la Argentina, con algo más concreto que un libreto de apertura y globalización financiera.


 

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