Por Verónica
Abdala
Julio Cortázar pensó
cierta vez que, cuando Juan Gelman escribe, incita al lector a volverse
más lúcidamente hacia el pasado para ser más lúcido
frente al futuro. Los lectores de Gelman se saben parte de ese diálogo,
que es también complicidad y compromiso. Por eso, entre tantas
otras cosas, y porque además de leerlos, esperan oír de
boca del poeta los versos que lo consagraron como uno de los escritores
contemporáneos más importantes para muchos, el mayor
poeta vivo de habla hispana, es que lucía repleta y expectante
la sala en la que se presentaba Valer la pena (Planeta), su notable nuevo
libro.
El encuentro sirvió además para que los asistentes entre
los que también se encontraban familiares y amigos del escritor,
y diversas personalidades del mundo de la cultura pudieran saludar
a Gelman, que el año pasado obtuvo uno de los premio literarios
más importante de la lengua castellana, el Juan Rulfo. Como
entonces no tuvimos la suerte de que nos visitara (Gelman reside en México
DF) propongo que lo felicitemos con un gran aplauso, que es otra de las
formas del abrazo, propuso Jorge Boccanera, escritor y autor del
ensayo Confiar en el misterio sobre la obra del poeta, a cargo de la presentación.
El afectuoso estallido de aplausos que se oyó a continuación
en el auditorio Pablo Neruda del Complejo La Plaza acompañó
el inicio de lo que sería, más que una presentación
formal, una emotivo encuentro entre las partes. Casi un guiño.
Los poemas reunidos en Valer la pena fueron escritos entre 1996 y 2000,
año en que culminó la búsqueda de su nieta, que hoy
cuenta con 24 años. En el mes de marzo, y después de haber
investigado su posible paradero durante dos décadas, Gelman pudo
conocer y abrazar por primera vez a la hija de su hijo Marcelo y de su
nuera María Claudia, desaparecidos desde 1976. El libro puede ser
leído, entonces, como el relato de una búsqueda: una forma
de transformar en palabras lo que de otro modo sólo podría
ser ahogo, locura o silencio vacío. Aunque en sus páginas
reaparecen también sus viejas obsesiones las que él
mismo nombra como amor, otoño, niñez, revolución,
muerte y las pistas de esa otra gran búsqueda: la de
lo esencial, la de lo inapresable de la poesía, la de aquello que
merece o vale la pena. En última instancia, la del sentido de la
vida.
El tema de Valer... sintetizó Boccanera es sin
duda la búsqueda, distintas búsquedas de Gelman cuyas palabras
avanzan en base a dos movimientos: buscar y cuestionar, ese verbo tan
característico de los años 60 y 70. Para el escritor,
a quien Gelman le dedica un poema del libro, el poeta adentra al
lector en su respiración ondulante y naufraga y se asombra con
él, a medida que sucede lo inesperado. Confiar en el misterio,
como propuso alguna vez él, es internarse en esa selva de palabras
que palpitan y se renuevan en cada lectura con la pasión con que
dialogan el autor y el lector, envueltos en una red de interrogantes.
(...) Su búsqueda es, en sí misma una denuncia contra la
desmemoria del horror.
Gelman, que agradeció el afecto de estas palabras y lució
emocionado por las demostraciones de afecto del público, leyó
a continuación algunos de los poemas que integran el libro, casi
sin levantar la mirada del papel, y sin variar la entonación ni
el volumen de la voz. En la plantea, decenas de personas acompañaban
su lectura de Torcazas, País, Babas
o Humos con un ejemplar en la mano. Otros preferían
reclinarse en la butaca y cerrar los ojos: otra forma de integrarse a
los movimientos del poeta, y otro modo de asistir a su encuentro con las
personas que sus poemas nombran: su madre, su mujer, Mara Lamadrid (Cuando
callan las palabras inevitables, las repeticiones del dolor, y los huecos
de la tiniebla alta, conozco tu pacto que sucede de pronto), su
abuelo, que lo mira desde una foto (desde el fondo de Rusia y otras
desgracias), sunieta Andrea (Hay que envolverte ahora con
la luz que seas), su hijo (Estas visitas que nos hacemos,
vos desde la muerte, yo cerca de ahí). Durante casi una hora,
las protagonistas exclusivas de esa suerte de ritual compartido, fueron
las palabras. Esas palabras que como supo expresar Gelman
pueden abrir soles en la selva que somos.
Dos poemas
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Allí
Nadie te enseña a ser vaca
Nadie te enseña a volar en el espanto
Mataron y mataron compañeros y
nadie te enseña a hacerlos de nuevo ¿Hay
que romper la memoria para que se vacíe?
Miro navegar rostros en mi sangre y me digo
que no murieron aún.
Pero mueren aún.
¿Qué hago mirando cada rostro?
¿Muero con ellos cada vez?
En alguna telita del futuro habrán escrito
sus nombres. Pero
la verdad es que están muertos.
Alzan sueños sin método contra
la vida chiquita.
Las aguas
Este poema que nunca
terminará de parecerse a sí mismo.
Calla como la bestia que piensa. No
duele, se muestra en
noches lentas que caen
sobre la desazón. Nadie
cuenta la suspensión del pájaro en
cada cosa de afuera. ¿Por qué
el poema iba a contar
las procesiones de la memoria terrible
en la carne que se curva? El linaje
de las bestias vaga
en aguas que se cruzan
contra reloj.
(Estos fueron dos de los poemas que Gelman leyó en la presentación
de Valer la pena.)
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