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DESCONCIERTOS DEL VOTANTE PROGRESISTA
¿Y por la izquierda cómo andamos?

Barajando nombres, balanceando desilusión y experiencia, sabiendo que no hay ases en la manga, llega al voto un sector que se siente huérfano de construcciones políticas desde hace un año.

Por Sandra Russo

A lo mejor los que finalmente el próximo domingo terminen votando en blanco sean menos que los que anuncian las encuestas: a lo mejor, y esto es sólo una hipótesis, mucha gente que dijo que iba a votar en blanco lo que quiso decir es que tenía la mente en blanco, o sea ocupada en otras cosas, es decir: la crisis, la inestabilidad laboral, el riesgo país, la posibilidad de devaluación y, desde luego: ¿qué tienen que ver las elecciones con todo eso? Cuando uno está preocupado por cosas tan importantes, que no le vengan con detalles. ¿Otra vez a votar? ¿Qué más da que en el Senado se siente Rodolfo Terragno o Alfredo Bravo? ¿Construir un polo opositor? ¿Construirlo desde afuera o desde adentro de la Alianza? ¿Qué importa, dice mucha gente, irritada porque otra vez debe cumplir con su parte del trato –pensar, leer, escuchar, elegir, ir a la urna y emitir su voto– mientras quienes ha votado las últimas veces después se van, o se encogen de hombros, se vuelven cínicos o se deprimen? No son éstos tiempos de bordar a mano pañuelos con los que alguien, finalmente, terminará sonándose los mocos.
Esta idea, la de que votar es un esfuerzo inútil, uno más, porque aquellos a quienes se vote no serán capaces de generar un cambio, choca, en el subsuelo ideológico de los progresistas, con la certeza de que el voto es el harapo que nos queda, el único lápiz con punta, la última expresión de cierta dignidad ciudadana de la que todos carecimos durante mucho tiempo. Es probable que haya alguna intangible barrera generacional que separe a quienes, compartiendo una misma visión catastrófica del panorama político argentino, decidan finalmente abstenerse de usar su voto o decidan usarlo a la manera de un tragicómico happening poscapitalista (votando a personajes de ficción o dibujando las boletas), y quienes ya, aceleradamente, como si despertaran de un mal sueño colectivo, se consultan, se consuelan, se asombran y se resignan finalmente, a sostener cosas como éstas:
–Bien no va a hacer ninguno. Voy a votar al que haga menos mal.
–Voy a votar a Zamora. ¿Zamora se presenta?
–¿Quién es Zamora? ¿El trosko?
–No, ojo que está más realista.
–¿Y eso es bueno o es malo?
–Ah, qué sé yo.
–No cobraba el sueldo cuando era diputado. Vendía libros.
–Epa.
–Briski es de Zamora. Me gusta Briski.
–¿Y qué te gusta de Briski? Yo hablar no lo escuché nunca.
–Yo tampoco. Pero me gusta. ¿No era peronista?
–No me acuerdo. ¿No te lo confundís con Favio? Son de la misma época.
–Yo voy a votar a Carrió.
–Carrió no se presenta.
–Bueno, es lo mismo. ¿Quién es el de Carrió? ¿Bravo? Ay, no.
–A mí ella me gusta, pero, ¿cómo voy a votar a alguien que lleva un crucifijo colgándole del cuello? Ni loco. Me da miedo. La religión es algo privado. ¿Y si entra en brote místico?
–Mirá, robar no va a robar.
–No, eso seguro. Pero mirá si entra en brote místico. Puedo soportar un fracaso, pero no semejante humillación: votar a alguien que invoque a la Desatanudos. Dios mío.
–Yo votaría a la lista de Big Sister, pero me imagino el triunfo y el recital de Susana Rinaldi y me da cosa.
–¿Y Terragno?
–Te digo: a mí me gusta. Pero no sé. Los radicales son radicales.
–No: el problema de los radicales es que nunca son radicales. Son nenas de mamá.
–Tendrían que echarlo a De la Rúa para tener otra chance con el electorado. Alfonsín sigue diciendo que la Alianza se fortaleció.
–Andá a la p...
–¿Quién más hay?
–¿Y Bidonde? ¿Viste qué lindo? Tiene como sesenta y cinco y una nena chiquita.
–Sí, es tierno. Y es buen actor. ¿Va con Farinello?
–No, con Carrió.
–¡No, con Zamora!
–¿Bidonde es trosko?
–No, ¿no era peronista?
–No, ése era Favio. Bah, no sé.
–¿Favio con quién va?
–No va, no va.
–¿Y Solita? Lástima que diga tantas pavadas los sábados.
–Bueno, es un trabajo digno.
–Ssssé...
Hace un año Chacho Alvarez se iba del Gobierno. Con él se iba la boligoma que unió durante un par de años de construcción política permanente al progresismo argentino. El hermetismo de Alvarez perdura. Y mejor que perdure: el sentimiento de orfandad ha ido en aumento, y acaso Alvarez deba pagar, además de sus propias cuentas pendientes, el hecho de que nadie, después de él, haya podido aglutinar cierta esperanza, cierto realismo unido a cierta ilusión. Nunca como en estas elecciones la gente como uno se ha escindido tanto y tan desapasionadamente. Los que dicen que van a votar a Zamora aseguran que Carrió es valiente, y los que van a votar a Carrió tomarían la comunión con Farinello o el té con Briski. Todos unidos triunfaremos, se cantaba antes. Todos unidos triunfaríamos, se podría cantar ahora. Ya fue. Si en algo están unidos todos, es apenas en la desolación de su pobre, maltrecho e impotente as en la manga: no tienen ninguno.
El próximo domingo, probablemente muchos jóvenes que no han sentido en su propia piel la tragedia de no poder votar, no votarán. Otros, que llevan esa lección grabada a fuego en la memoria, sabrán sobreponerse a su propia desidia y elegirán casi al azar un candidato. Unos y otros volverán, conscientemente o no, a la pregunta del huevo y la gallina: ¿es la gente la que hace al líder, o el líder hace a la gente? Como fuere, gente hay. Líderes no.

 

�Esta vez voto izquierda y punto�
Por Luis Bruschtein

La gente de izquierda es la más tentada a no votar o a hacerlo en blanco, justo cuando los candidatos de izquierda están más entusiasmados con las elecciones. Quizás si los partidos y agrupaciones de izquierda hubieran presentado una sola propuesta, esa sola actitud habría servido para diferenciarlos del resto. Pero la amplia gama de ofertas obligaría al presunto votante a buscar un argumento para diferenciarlas y elegir, lo cual para el no iniciado es como buscar una aguja en el pajar.
Desde el ARI y el Polo Social, hasta el PTS, Izquierda Unida, PO-MAS, el Socialismo Auténtico, el Humanismo y Autodeterminación y Libertad, tratan de atraer ese voto enojado y abiertamente anti-modelo. El problema es que, más allá de los votantes históricos de cada agrupación, los nuevos que podrían llegar –que son la mayoría–, lo que quieren es un voto fuerte contra el modelo y no convertirse en especialistas de las diferencias entre cada agrupamiento.
El tipo dice: “Esta vez voto izquierda y punto”. Se siente traicionado por candidatos anteriores, no quiere votar por el menos malo, se hartó de las especulaciones electorales y llegó a esa decisión con un suspiro liberador, una elección clara, sin tanta vuelta, quiere dejar sobre blanco y negro que está contra este sistema tanto en lo económico como en lo político. Pero después de ese momento de éxtasis o estado alfa se mete en un merengue de siglas, propuestas y enfrentamientos que lo deja peor que antes. Para votar por la izquierda tiene que hacer un curso, una especie de master en muchas cosas.
Modestamente, lo que quiere el hombre es votar contra el modelo, recuperar una identidad clara cuando deposite su papeleta en la urna y, la verdad, se la ponen difícil. Hay mucha gente así en un momento en que hizo crisis el modelo neoliberal con el que se comprometieron los partidos tradicionales. Los candidatos de izquierda y populares están entusiasmados por esa razón, saben que el caudal de votos puede ser mucho mayor esta vez y se lanzan con fiereza a la contienda.
Pero el votante de izquierda es una especie de marciano que aterriza como puede en ese universo donde todos se conocen entre sí, saben sus historias hasta el detalle, han estado enfrentados en polémicas magistrales que dividieron partidos y denunciado defecciones históricas o descubierto pequeñas desviaciones que si uno las mira bien en profundidad podrían llevar a una aberrante corrupción ideológica.
La sensación del votante de izquierda es similar cuando se enfrenta con esta situación. O sea, siente que los marcianos son ellos y no él, que viene del mundo real, o por lo menos de un mundo bastante más amplio donde los problemas son el trabajo, la vivienda o la educación de sus hijos y además sabe que todos esos problemas no los va a resolver en una sola elección.
El tipo pensaba que votar a la izquierda era fácil o, por lo menos, más fácil que ponerse a hacer especulaciones sobre el mal menor, votar en blanco o dejarse llevar y votar lo de siempre. Pero cuando se pone a investigar a cuál votar resulta que su voto sólo será considerado popular o de izquierda por el candidato que elija. El hombre creía que ser de izquierda era una identidad que lo acercaba a muchos de los partidos y agrupamientos que se presentan, a los que probablemente admire, pero se da cuenta que, más que acercarlo, lo diferencian de los que no elija y no sabe por qué y no le interesa.
Es seguro que en estas elecciones las opciones populares y de izquierda aumentarán su caudal de votos. No está muy claro si ese voto se atomizará o confluirá en una opción mayoritaria y cuál de ellas será en ese caso. Lo que sí está claro es que la campaña para el crecimiento del voto de izquierda la hizo la derecha y los partidos tradicionales, en tanto que la izquierda ha hecho todo para dificultar que la voten.

 

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