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OPINION
Por Mario Wainfeld

A UNA SEMANA, QUE PARECE UN SIGLO, DE LAS ELECCIONES DURAS PARA EL GOBIERNO
Con la caja chica exhausta y sin política

El TECOJ y otros bonos. El déficit cero, un agujero negro. Dos miradas en
Olivos sobre el liderazgo presidencial.
Hablando de dolarizar para no devaluar.
El escenario que maquina la Rosada.
El peronismo a la espera.

Salida: �Vamos a salir �nos repetía De
la Rúa mientras Cavallo nos pedía apoyos para más y más ajuste�. Parecía que estuviera filmando un spot publicitario�.

–La salvación para las provincias sería el TECOJ. Un bono equivalente a un Patacón pero de circulación nacional y con vencimiento a cinco años. Cinco (o, ¿quién le dice?) diez mil palos de TECOJ circulando, pagando sueldos, dinamizando el mercado interno. Sería clave para reactivar.
El economista, peronista de origen, asesor del gobernador de una provincia grande, se entusiasma ante el politólogo sueco. Este, puntilloso, pensando en que debe seguir informando a sus superiores, echa mano a la birome y pregunta:
–¿Qué quiere decir TECOJ?
–De eso se van a enterar los tenedores de bonos dentro de cinco años, cuando quieran canjearlos por pesos –sobreexplica el economista y ríe.
Lo suyo es más una estilización de la realidad que una broma: diversos sustitutos del TECOJ –por lo general bautizados con vocablos telúricos y no (no deliberadamente) sarcásticos– van pululando, empapelando las provincias y proveyendo, si no una vacuna, un analgésico contra la depresión económica y anímica. Un analgésico de posibilidades limitadas: para reactivar hace falta que circulen muchos TECOJ, si circulan muchos TECOJ su valor caerá inexorablemente.
Tal como anunció esta columna hace una semana, la recaudación fiscal bajó brutalmente en setiembre. En tres semanas será cuestión de anticipar que octubre fue aún peor. Página/12 dialogó con dos altas fuentes de AFIP y Economía sobre el tema: ambas se mostraron sombrías respecto del futuro inmediato, el único que existe en estos lares. El déficit cero es una eterna espiral hacia abajo, sin fondo visible.

Volvé O’Neill, te perdonamo

“¿Cómo es posible que casi toda la dirigencia política argentina, compuesta por personajes astutos y avezados, haya aceptado la suicida fórmula del déficit cero, en medio de una recesión galopante?”
El politólogo lleva tres meses de viaje de estudios y ya empieza a padecer el síndrome de Guillermo Enrique Hudson. El viajero se ha fascinado con su objeto de estudio, se ha enamorado de ese pequeño y desdichado país y hasta se entristece con sus penurias.
Acaso sea el pánico, mezclado con una patética carencia de propuestas alternativas, el motor de las decisiones de muchos dirigentes, anche del Gobierno. Quizá también haya habido una expectativa del equipo económico, jamás explicitada: conseguir de los organismos internacionales de crédito y de Estados Unidos una aliviada, una refinanciación de la deuda, en reciprocidad no al déficit cero sino al esfuerzo por intentarlo. Acaso, después de tres o cuatro meses de experiencia piloto a nivel mundial, con enormes sacrificios, los Cavallo boys confiaban en recibir un salvavidas. Presentando como contrapartida cuentas más o menos prolijas, maquilladas con la sutil cosmética contable que Domingo Cavallo maneja con experticia. Si ese cálculo existió, estalló junto con las Torres Gemelas.
“No es que nos hayan borrado de la agenda, pero ahora tienen mucho más compromisos. Vamos a extrañar esos buenos tiempos, cuando O’Neill dedicaba parte de su energía a putearnos, nos atribuía una importancia de la que ahora carecemos. Por algunos días fuimos su principal preocupación o algo así. Ahora andamos a los codazos con cientos de otros, peleando por un lugar en la sala de espera”, metaforiza un economista oficialista de primer nivel y gesticula, como si pegara codazos en una improbable sala de espera. Y ríe.
Los argentinos tienen el don del humor, se reconforta el politólogo de la Universidad de Malö y empieza a tipear un informe. Sonríe.

El milagro de la doble ilegitimidad

“Algunos analistas y políticos señalan una tensión que carcome a las democracias del Cono Sur: las presiones populares y las del mercado cinchan en sentidos opuestos. Es casi imposible ganar legitimidad ante ambos auditorios en forma simultánea. Carlos Menem hizo equilibrio y lo consiguió –joyas de la abuela mediante y con costos diferidos siderales– desde 1991 hasta 1995. De la Rúa quiso hacer los deberes impuestos por el establishment, pero no le ha ido bien. A esta altura padece doble ilegitimidad: ante la ciudadanía y ante el establishment económico.”
El cientista se lee y se adivina panfletario, leído según los ojos de su decano, allá al Norte. Por añadidura, asume que le es difícil transmitir, porque le es difícil entender, por qué la Alianza cometió tantos errores de libro en apenas dos años. Cómo se debilitó por peleas internas, cómo creyó en las dotes mágicas de Cavallo, cómo festejó como panaceas sucesivos salvavidas de plomo que urdieron sus economistas de turno.
Un detalle lo ensimisma aún más: las peripecias de la socorrida autoridad presidencial. Pensando en ella De la Rúa desbarató su propia coalición. En pos de restaurarla fue a hacer papelones al programa de Tinelli. Fue el núcleo de la pueril propaganda oficial desde la remota campaña de 1999. Y ahora nadie le cree. Ni la gente. Ni el poder económico. Ni los pocos interlocutores políticos que le quedan.
“Fernando –le dijo hace unos días en Olivos Armando Oriente Cavallieri– los del Frepaso no te hablan, los alfonsinistas no te dan bolilla. Nosotros, los feos, sucios y malos, somos de los pocos que dialogamos con vos. Pero esto así no puede seguir. Ponéte en marcha, Fernando, y empezá a gobernar.” El Presidente no reaccionó violentamente acaso porque Cavalieri era menos severo con él que otros feos, sucios y malos, como Hugo Moyano, que lo habían vapuleado más y de peor talante. Unidos en la acción, los sindicalistas de la CGT se llevaron una sensación unánime de ausencia de liderazgo.
Algo parecido percibieron los diputados aliancistas que cenaron el miércoles con el Presidente y el ministro de Economía.
“Vamos a salir –nos repetía mientras Cavallo nos pedía apoyos para más y más ajuste–. Lo repetía, una y otra vez, como si pudiera convencernos. Parecía que estuviera filmando un spot publicitario”, evoca un legislador aliancista que se retiró abatido del cónclave.

Decepciones mutuas

Del otro lado del mostrador, el Gobierno también está hastiado de sus contertulios y de los políticos en general. Su más habitual espadachín público, Chrystian Colombo, disparó munición muy gruesa contra los candidatos propios y ajenos. Según el jefe de Gabinete, la campaña es muy pobre en propuestas y muy irresponsable. “Hoy vivimos en un implícito y constante riesgo de devaluación. Esos discursos irresponsables echan leña al fuego”, comenta ante propios y extraños el jefe de Gabinete quien optó por cruzar el clima de versiones y rumores mencionando una palabra tabú, como dique a otra considerada más riesgosa. Antes de devaluar, sería preferible dolarizar, dijo a sabiendas, arriesgando a ser sobreinterpretado. Su intención, aseguran en la Rosada voces irrefutables, no fue lanzar un globo de ensayo sino frenar rumores peligrosos.
Parece una demasía colegir que son las evanescentes palabras de los candidatos, poco escuchadas y menos creídas, las que llevan el riesgo país a acechar el primer puesto mundial que sigue ostentando Nigeria. Lo cierto es que la convertibilidad ha llegado a su fin y nadie sabe el modo de salir de ella sin estrépito, tal vez porque no haya cómo.
Un dato de manual, incluso de bolilla uno, es soslayado por los economistas de mayor reputación: la convertibilidad, desde que suprime la política monetaria, “tira” al déficit cero. Esa tendencia fue eludida, con mayor o menor garbo desde 1991 primero porque se vendieron activos –sin reposición y a un costo futuro sideral– del Estado y luego porque se tomó crédito a lo bobo. De esa forma, capciosa, se mantuvo una paridad-monetaria irreal que aisló a la Argentina del mundo cuando se prometía todo lo contrario. Ahora, sin plata prestada, la actividad se frena a límites inimaginables.
Tratando de eludir la asfixia de la coyuntura el Gobierno se lanza, contrarreloj, a resolver asignaturas estructurales pendientes.
Dos de ellas aluden al frente externo:
- Conseguir la recompra de la deuda externa.
- Insertar a la Argentina en el mundo, recomponiendo el Mercosur, dañado por una serie de variables muy complejas y alguna demasiado simple (la indomable psicología autoritaria del ministro de Economía).
Pero las esenciales discurren fronteras adentro:
- La formulación de políticas sociales compensatorias.
- La recuperación de la confianza y el mercado interno.
Si las dos primeras aluden al largo plazo, las dos últimas parecen muy peliagudas de plasmar dentro de la lógica de un estado que deriva peligrosamente del intento de déficit cero hacia la cesación de pagos.
“Estamos a esto del default –dice un soldado delarruista del Gobierno, acercando el índice y el pulgar de su mano derecha– y estamos sin política.”
Entre ese realismo y el voluntarismo transcurre, ciclotímica como su principal inquilino, la vida en la Rosada.

“Ya las perdimos”

De las elecciones poco se habla por la Plaza de Mayo. “Total, ya las perdimos”, se consuela un joven funcionario. Es notable su poder de síntesis: su frase espeja la visión del gobierno que cree haber pagado, con antelación, todos los costos de una derrota. Los escenarios políticos inminentes no parecen conturbar los sueños oficialistas como sí lo logran el riesgo país y la caja chica. Tampoco hay especiales temores respecto de un eventual crecimiento futuro de la protesta social. Aunque Interior maneja aquí y allá algunos mapas de estallidos posibles creen que todos serán contenidos, bien o mal. Que en eso el 2002 será igual al 2001.
Esa profecía inercial también concierne al cuadro parlamentario futuro. El PJ dominará la Cámara de Senadores pero dejará su presidencia en manos de un radical. “Será Losada, o Baglini –imagina un operador radical, sumido en la interna futura– Alfonsín no va a meterle más ruido a De la Rúa.”
En Diputados el peronismo pretenderá la presidencia. En la Rosada prevén un acuerdo entre los radicales y el peronismo bonaerense para colocar ahí a Eduardo Camaño, un duhaldista de ley. Esa jugada tiene que ver con canjes más vastos que se imaginan con Carlos Ruckauf en quien muchos aliancistas no ven hoy el cuco de ayer. “Rucucu no querrá elecciones anticipadas, mientras se le incendia la provincia y justo cuando Duhalde esté en su apogeo. Va a negociar con nosotros”, maquinan.
Quienes aventuran ese escenario miran con más recelo a José Manuel De la Sota, quien manejó con más cautela sus tiempos de opositor y ahora da variadas señales de estar dispuesto a mostrarse muy duro y exigente después del comicio. Por algún motivo, no sencillo de precisar, “el Gallego”, el gobernador que más ha avanzado en la todavía incipiente interna presidencial del justicialismo, no quiso fotografiarse con sus compañeros colegas en la escalinata de Tribunales. “Fueron allí a iniciarle un juicio al Poder Ejecutivo. No me diga que no es otra perla”, se extasía el politólogo, cerrando su informe semanal. Es sábado, atardece y la bailanta lo espera.

Coda

En el declive hacia el 15 de octubre corren versiones sobre cambios de gabinete y sobre anuncios de medidas. Suena a disparate proponer variantesa cuatro días hábiles de una elección pero en Argentina ese lapso equivale a una eternidad.
El Gobierno llega a ellas casi sin oficialismo, sin candidatos, sin discurso, sin plata en la caja chica. Su futuro más visible es el de anunciar recortes severos, algo que no se arregla mezquinando nafta a los autos oficiales o garroneando los cafés de los ministros.
El peronismo ha sido, gesto o más o gesto menos, una oposición aquiescente como no la habido en la historia democrática argentina. Todas y cada una de las leyes que propuso el Ejecutivo salieron, el lector dirá si merced al Banelco, al consenso, al pánico o a un criterio sistémico. Y también se le debe mucho a la tradicional capacidad del justicialismo para contener, amortiguar o disipar (elija el lector) las rebeldías sociales de sus gobernados con una alquimia de punterismo, políticas sociales y un inigualable savoir faire. Una actitud que puede cambiar si el Gobierno le termina de cerrar el grifo a las provincias peronistas.
Se diga lo que se diga, el 15 de octubre el peronismo tendrá las blancas y estará en capacidad de imponer condiciones a un gobierno que perderá seguramente la mitad de los votos que cosechó en 1999.
Raúl Alfonsín perdió las elecciones del ‘87, su poder se licuó y debió adelantar la entrega del gobierno. Carlos Menem perdió en el ‘97, se le licuó el poder pero llegó a cumplir los plazos la transición democrática.
De la Rúa se mira al espejo y –en esto– cree ver a Menem cuando es bien posible que su imagen refleje más la de Alfonsín.

 

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