La salvación para
las provincias sería el TECOJ. Un bono equivalente a un Patacón
pero de circulación nacional y con vencimiento a cinco años.
Cinco (o, ¿quién le dice?) diez mil palos de TECOJ circulando,
pagando sueldos, dinamizando el mercado interno. Sería clave para
reactivar.
El economista, peronista de origen, asesor del gobernador de una provincia
grande, se entusiasma ante el politólogo sueco. Este, puntilloso,
pensando en que debe seguir informando a sus superiores, echa mano a la
birome y pregunta:
¿Qué quiere decir TECOJ?
De eso se van a enterar los tenedores de bonos dentro de cinco años,
cuando quieran canjearlos por pesos sobreexplica el economista y
ríe.
Lo suyo es más una estilización de la realidad que una broma:
diversos sustitutos del TECOJ por lo general bautizados con vocablos
telúricos y no (no deliberadamente) sarcásticos van
pululando, empapelando las provincias y proveyendo, si no una vacuna,
un analgésico contra la depresión económica y anímica.
Un analgésico de posibilidades limitadas: para reactivar hace falta
que circulen muchos TECOJ, si circulan muchos TECOJ su valor caerá
inexorablemente.
Tal como anunció esta columna hace una semana, la recaudación
fiscal bajó brutalmente en setiembre. En tres semanas será
cuestión de anticipar que octubre fue aún peor. Página/12
dialogó con dos altas fuentes de AFIP y Economía sobre el
tema: ambas se mostraron sombrías respecto del futuro inmediato,
el único que existe en estos lares. El déficit cero es una
eterna espiral hacia abajo, sin fondo visible.
Volvé ONeill,
te perdonamo
¿Cómo es posible que casi toda la dirigencia política
argentina, compuesta por personajes astutos y avezados, haya aceptado
la suicida fórmula del déficit cero, en medio de una recesión
galopante?
El politólogo lleva tres meses de viaje de estudios y ya empieza
a padecer el síndrome de Guillermo Enrique Hudson. El viajero se
ha fascinado con su objeto de estudio, se ha enamorado de ese pequeño
y desdichado país y hasta se entristece con sus penurias.
Acaso sea el pánico, mezclado con una patética carencia
de propuestas alternativas, el motor de las decisiones de muchos dirigentes,
anche del Gobierno. Quizá también haya habido una expectativa
del equipo económico, jamás explicitada: conseguir de los
organismos internacionales de crédito y de Estados Unidos una aliviada,
una refinanciación de la deuda, en reciprocidad no al déficit
cero sino al esfuerzo por intentarlo. Acaso, después de tres o
cuatro meses de experiencia piloto a nivel mundial, con enormes sacrificios,
los Cavallo boys confiaban en recibir un salvavidas. Presentando como
contrapartida cuentas más o menos prolijas, maquilladas con la
sutil cosmética contable que Domingo Cavallo maneja con experticia.
Si ese cálculo existió, estalló junto con las Torres
Gemelas.
No es que nos hayan borrado de la agenda, pero ahora tienen mucho
más compromisos. Vamos a extrañar esos buenos tiempos, cuando
ONeill dedicaba parte de su energía a putearnos, nos atribuía
una importancia de la que ahora carecemos. Por algunos días fuimos
su principal preocupación o algo así. Ahora andamos a los
codazos con cientos de otros, peleando por un lugar en la sala de espera,
metaforiza un economista oficialista de primer nivel y gesticula, como
si pegara codazos en una improbable sala de espera. Y ríe.
Los argentinos tienen el don del humor, se reconforta el politólogo
de la Universidad de Malö y empieza a tipear un informe. Sonríe.
El milagro de la doble
ilegitimidad
Algunos analistas y políticos señalan una
tensión que carcome a las democracias del Cono Sur: las presiones
populares y las del mercado cinchan en sentidos opuestos. Es casi imposible
ganar legitimidad ante ambos auditorios en forma simultánea. Carlos
Menem hizo equilibrio y lo consiguió joyas de la abuela mediante
y con costos diferidos siderales desde 1991 hasta 1995. De la Rúa
quiso hacer los deberes impuestos por el establishment, pero no le ha
ido bien. A esta altura padece doble ilegitimidad: ante la ciudadanía
y ante el establishment económico.
El cientista se lee y se adivina panfletario, leído según
los ojos de su decano, allá al Norte. Por añadidura, asume
que le es difícil transmitir, porque le es difícil entender,
por qué la Alianza cometió tantos errores de libro en apenas
dos años. Cómo se debilitó por peleas internas, cómo
creyó en las dotes mágicas de Cavallo, cómo festejó
como panaceas sucesivos salvavidas de plomo que urdieron sus economistas
de turno.
Un detalle lo ensimisma aún más: las peripecias de la socorrida
autoridad presidencial. Pensando en ella De la Rúa desbarató
su propia coalición. En pos de restaurarla fue a hacer papelones
al programa de Tinelli. Fue el núcleo de la pueril propaganda oficial
desde la remota campaña de 1999. Y ahora nadie le cree. Ni la gente.
Ni el poder económico. Ni los pocos interlocutores políticos
que le quedan.
Fernando le dijo hace unos días en Olivos Armando Oriente
Cavallieri los del Frepaso no te hablan, los alfonsinistas no te
dan bolilla. Nosotros, los feos, sucios y malos, somos de los pocos que
dialogamos con vos. Pero esto así no puede seguir. Ponéte
en marcha, Fernando, y empezá a gobernar. El Presidente no
reaccionó violentamente acaso porque Cavalieri era menos severo
con él que otros feos, sucios y malos, como Hugo Moyano, que lo
habían vapuleado más y de peor talante. Unidos en la acción,
los sindicalistas de la CGT se llevaron una sensación unánime
de ausencia de liderazgo.
Algo parecido percibieron los diputados aliancistas que cenaron el miércoles
con el Presidente y el ministro de Economía.
Vamos a salir nos repetía mientras Cavallo nos pedía
apoyos para más y más ajuste. Lo repetía, una
y otra vez, como si pudiera convencernos. Parecía que estuviera
filmando un spot publicitario, evoca un legislador aliancista que
se retiró abatido del cónclave.
Decepciones mutuas
Del otro lado del mostrador, el Gobierno también está hastiado
de sus contertulios y de los políticos en general. Su más
habitual espadachín público, Chrystian Colombo, disparó
munición muy gruesa contra los candidatos propios y ajenos. Según
el jefe de Gabinete, la campaña es muy pobre en propuestas y muy
irresponsable. Hoy vivimos en un implícito y constante riesgo
de devaluación. Esos discursos irresponsables echan leña
al fuego, comenta ante propios y extraños el jefe de Gabinete
quien optó por cruzar el clima de versiones y rumores mencionando
una palabra tabú, como dique a otra considerada más riesgosa.
Antes de devaluar, sería preferible dolarizar, dijo a sabiendas,
arriesgando a ser sobreinterpretado. Su intención, aseguran en
la Rosada voces irrefutables, no fue lanzar un globo de ensayo sino frenar
rumores peligrosos.
Parece una demasía colegir que son las evanescentes palabras de
los candidatos, poco escuchadas y menos creídas, las que llevan
el riesgo país a acechar el primer puesto mundial que sigue ostentando
Nigeria. Lo cierto es que la convertibilidad ha llegado a su fin y nadie
sabe el modo de salir de ella sin estrépito, tal vez porque no
haya cómo.
Un dato de manual, incluso de bolilla uno, es soslayado por los economistas
de mayor reputación: la convertibilidad, desde que suprime la política
monetaria, tira al déficit cero. Esa tendencia fue
eludida, con mayor o menor garbo desde 1991 primero porque se vendieron
activos sin reposición y a un costo futuro sideral
del Estado y luego porque se tomó crédito a lo bobo. De
esa forma, capciosa, se mantuvo una paridad-monetaria irreal que aisló
a la Argentina del mundo cuando se prometía todo lo contrario.
Ahora, sin plata prestada, la actividad se frena a límites inimaginables.
Tratando de eludir la asfixia de la coyuntura el Gobierno se lanza, contrarreloj,
a resolver asignaturas estructurales pendientes.
Dos de ellas aluden al frente externo:
- Conseguir la recompra de la deuda externa.
- Insertar a la Argentina en el mundo, recomponiendo el Mercosur, dañado
por una serie de variables muy complejas y alguna demasiado simple (la
indomable psicología autoritaria del ministro de Economía).
Pero las esenciales discurren fronteras adentro:
- La formulación de políticas sociales compensatorias.
- La recuperación de la confianza y el mercado interno.
Si las dos primeras aluden al largo plazo, las dos últimas parecen
muy peliagudas de plasmar dentro de la lógica de un estado que
deriva peligrosamente del intento de déficit cero hacia la cesación
de pagos.
Estamos a esto del default dice un soldado delarruista del
Gobierno, acercando el índice y el pulgar de su mano derecha
y estamos sin política.
Entre ese realismo y el voluntarismo transcurre, ciclotímica como
su principal inquilino, la vida en la Rosada.
Ya las perdimos
De las elecciones poco se habla por la Plaza de Mayo. Total, ya
las perdimos, se consuela un joven funcionario. Es notable su poder
de síntesis: su frase espeja la visión del gobierno que
cree haber pagado, con antelación, todos los costos de una derrota.
Los escenarios políticos inminentes no parecen conturbar los sueños
oficialistas como sí lo logran el riesgo país y la caja
chica. Tampoco hay especiales temores respecto de un eventual crecimiento
futuro de la protesta social. Aunque Interior maneja aquí y allá
algunos mapas de estallidos posibles creen que todos serán contenidos,
bien o mal. Que en eso el 2002 será igual al 2001.
Esa profecía inercial también concierne al cuadro parlamentario
futuro. El PJ dominará la Cámara de Senadores pero dejará
su presidencia en manos de un radical. Será Losada, o Baglini
imagina un operador radical, sumido en la interna futura Alfonsín
no va a meterle más ruido a De la Rúa.
En Diputados el peronismo pretenderá la presidencia. En la Rosada
prevén un acuerdo entre los radicales y el peronismo bonaerense
para colocar ahí a Eduardo Camaño, un duhaldista de ley.
Esa jugada tiene que ver con canjes más vastos que se imaginan
con Carlos Ruckauf en quien muchos aliancistas no ven hoy el cuco de ayer.
Rucucu no querrá elecciones anticipadas, mientras se le incendia
la provincia y justo cuando Duhalde esté en su apogeo. Va a negociar
con nosotros, maquinan.
Quienes aventuran ese escenario miran con más recelo a José
Manuel De la Sota, quien manejó con más cautela sus tiempos
de opositor y ahora da variadas señales de estar dispuesto a mostrarse
muy duro y exigente después del comicio. Por algún motivo,
no sencillo de precisar, el Gallego, el gobernador que más
ha avanzado en la todavía incipiente interna presidencial del justicialismo,
no quiso fotografiarse con sus compañeros colegas en la escalinata
de Tribunales. Fueron allí a iniciarle un juicio al Poder
Ejecutivo. No me diga que no es otra perla, se extasía el
politólogo, cerrando su informe semanal. Es sábado, atardece
y la bailanta lo espera.
Coda
En el declive hacia el 15 de octubre corren versiones sobre cambios
de gabinete y sobre anuncios de medidas. Suena a disparate proponer variantesa
cuatro días hábiles de una elección pero en Argentina
ese lapso equivale a una eternidad.
El Gobierno llega a ellas casi sin oficialismo, sin candidatos, sin discurso,
sin plata en la caja chica. Su futuro más visible es el de anunciar
recortes severos, algo que no se arregla mezquinando nafta a los autos
oficiales o garroneando los cafés de los ministros.
El peronismo ha sido, gesto o más o gesto menos, una oposición
aquiescente como no la habido en la historia democrática argentina.
Todas y cada una de las leyes que propuso el Ejecutivo salieron, el lector
dirá si merced al Banelco, al consenso, al pánico o a un
criterio sistémico. Y también se le debe mucho a la tradicional
capacidad del justicialismo para contener, amortiguar o disipar (elija
el lector) las rebeldías sociales de sus gobernados con una alquimia
de punterismo, políticas sociales y un inigualable savoir faire.
Una actitud que puede cambiar si el Gobierno le termina de cerrar el grifo
a las provincias peronistas.
Se diga lo que se diga, el 15 de octubre el peronismo tendrá las
blancas y estará en capacidad de imponer condiciones a un gobierno
que perderá seguramente la mitad de los votos que cosechó
en 1999.
Raúl Alfonsín perdió las elecciones del 87,
su poder se licuó y debió adelantar la entrega del gobierno.
Carlos Menem perdió en el 97, se le licuó el poder
pero llegó a cumplir los plazos la transición democrática.
De la Rúa se mira al espejo y en esto cree ver a Menem
cuando es bien posible que su imagen refleje más la de Alfonsín.
|